Introducción
Con la Guerra Fría aún en su apogeo, en noviembre-diciembre de 1983 viajé a Moscú con un grupo de diez especialistas estadounidenses en Oriente Medio y otros temas relacionados. Durante cuatro días nos reunimos frecuente pero confidencialmente con nuestros homólogos soviéticos, en lo que constituye el ejercicio académico más inútil en el que he participado.
Los equipos de trabajo estaban encabezados por Dankwart Rustow de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) y por Yevgeny Maksimovich Primakov del Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales (IMEMO) (luego sería primer ministro de Rusia entre 1998 y 1999). La delegación estadounidense contaba con participantes distinguidos como Bernard Lewis, J.C. Hurewitz, y Gregory Massell. Por otra parte, entre los soviéticos se encontraban Genrich Alexandrovich Trofimenko, Vitaliy Vyacheslavovich Naumkin, y Oleg Vitalevich Kovtunovich. Siendo un instructor académico en Harvard, yo era por lejos el miembro más joven de la comitiva norteamericana, y además el conservador más crítico contra el comunismo soviético.
Rustow ha explicado la lógica detrás de estos encuentros: si bien Washington y Moscú "tenían diferencias genuinas e incluso bien fuertes, en Oriente Medio ... aparentemente había por lo menos un interés en común: evitar que un conflicto regional en Oriente Medio escalara hacia una confrontación nuclear plena entre las superpotencias". Estas palabras hacen sentido. Lástima que el evento en sí no hizo nada por tal finalidad.
Viajé a Moscú con ojos abiertos. Habiendo sido mi padre, Richard Pipes, profesor de historia rusa, el comunismo me resultaba familiar desde la infancia. Además, ya había visitado la Unión Soviética en 1976. Esta vez, sin embargo, unirme a representantes del Estado soviético en su propio campo de juego me dio una experiencia nueva, de primera mano.
No fui el primero de mi familia en participar en un encuentro académico en Moscú. Mis padres, Irene y Richard (izquierda) ya habían estado allí con la misma finalidad casi 25 años antes. |
En aquel entonces escribí una crónica que no me atreví a publicar debido a la expresa confidencialidad de las reuniones. No obstante, con el colapso de la Unión Soviética, el paso de treinta y seis años, y la muerte de casi todos los participantes, este momento parece razonable para hacer públicas mis anotaciones.
Crónica
Todo fue bastante agradable al llegar a Moscú. Nuestros anfitriones brindaron por las reuniones venideras con el vodka fluyendo, y hablaron alegremente acerca de conocernos mejor, llevando a una mejor comprensión entre las partes.
La delegación de Estados Unidos, financiada por la Junta Internacional de Investigaciones e Intercambios, conocida como IREX, previamente se había reunido en dos ocasiones en la ciudad de Nueva York para trabajar su posición sobre el procedimiento y definir la agenda. Como es costumbre en tales encuentros, esperábamos comenzar la conferencia discutiendo tales asuntos procedimentales. La delegación soviética, sin embargo, tenía otros planes. Habiendo impreso, unilateralmente, un cronograma detallando el programa de la conferencia, los soviéticos querían adelantarse a esta discusión —aún a costas de incluir subrepticiamente más presentaciones soviéticas que estadounidenses.
IREX todavía existe. |
Primakov musitó al comienzo de la primera sesión indicando que, si no se planteaban objeciones, el programa sería aceptado tal y como fue impreso. Mientras tanto, nosotros los estadounidenses seguíamos ocupados manipulando los auriculares para la traducción simultánea, de modo que nos perdimos esta única oportunidad para influir en el programa. Con un movimiento rápido e inteligente, los soviéticos se llevaron por delante todas nuestras horas de consultaciones previas. Era una señal de las cosas que vendrían más tarde.
Como norteamericanos, vimos la ocasión como una oportunidad para ofrecer una variedad de puntos de vista existentes en Estados Unidos, y explorar las opiniones soviéticas. Reflejando esta perspectiva, nuestros artículos y presentaciones fueron individualistas, analíticos, autocríticos, y discretos. Como podría ser imaginado, la administración Reagan fue objeto de muchas críticas e incluso menosprecio. Blandamente titulado como "Los roles de Estados Unidos y la Unión Soviética en Oriente Medio", solamente mi artículo defendía a Washington y criticaba a Moscú.
En contraste, la delegación soviética habló con una sola voz y nos arengó con polémicas estridentes y asertivas a favor del régimen. Nuestras contrapartes hacían eco de sí mismas constantemente en cada tópico tratado —aunque, es cierto, tropezaron con detalles específicos sobre cuestiones menores. (hmm, ¿cuáles la línea actual del partido en relación con el partido comunista egipcio?) Sus oradores parecían tan diversos como los nuestros en edad, género y especialización, pero todos repetían las mismas palabras, propagando incesante y descaradamente la posición oficial.
Sin mayor esfuerzo, los soviéticos se revelaron como mentirosos experimentados. Cabe tomar dos ejemplos vinculados con Afganistán. En primer lugar, su experto elogió efusivamente el progreso económico desde que los comunistas tomaran el poder allí en 1978. Ignoró a los dos millones de refugiados del país y a la poderosa rebelión muyahidín contra el Gobierno. Cuando mencioné estos temas, respondió que grandes cantidades de ayuda atraían a los refugiados a Pakistán; y simplemente ignoro el tópico de los muyahidines.
En segundo lugar, el mismo experto interrumpió dramáticamente su propia presentación para anunciar: "Como estoy seguro de que nada de lo que digo saldrá de esta sala, puedo asentar el siguiente hecho: los soldados soviéticos no están ahora y nunca han estado luchado en Afganistán. Funcionan solo como asesores y capacitadores del ejército afgano". Lamento reportar que nosotros, los estadounidenses, siendo educados y no confrontativos, no abucheamos y tampoco nos reímos. Simplemente nos sentamos allí, como si estuviéramos aprendiendo algo verdadero y de interés periodístico.
Algunos de esos soldados soviéticos que "no están ahora y nunca han estado luchando en Afganistán". |
Las mentiras eran bastante previsibles; pero no tan así de lo que querían hablar los soviéticos. Las actividades de Moscú estaban simplemente vedadas. Cuando tuve la audacia de preguntarle a Primakov sobre las intenciones soviéticas en Siria, explotó de furia, menospreciando la pregunta como fuera de lugar, como una irrelevancia y un insulto a la vez. Su ira no pareció espontánea, sino más bien una táctica calculada para enfatizar que la política soviética no está sujeta a discusión. Efectivamente, así como él quería, las intenciones soviéticas no volvieron a surgir en las conversaciones. Me sentí demasiado aislado por mis propios compañeros de equipo como para intentarlo por segunda vez. De hecho, el arrebato de Primakov me dejó sintiéndome desagradablemente vulnerable durante el resto del viaje, lo que me hizo estar más callado de lo habitual.
Sorpresivamente, los soviéticos, a su vez, tuvieron la gracia de no atacar las políticas estadounidenses. Les bastó con citar repetidamente el discurso de marzo del presidente Reagan sobre el "imperio del mal" (evil empire) y provocar respuestas norteamericanas avergonzadas de forma reiterada.
El foco del abuso soviético fue en cambio Israel. Sus políticas fueron calificadas de expansionistas, "ilegales", "agresivas", incluso "genocidas". De todos los artículos rusos, el más virulento fue uno que trataba sobre el ejército israelí. Entendí este gambito como una táctica para explorar la posibilidad de que nos uniéramos a la campaña antisionista soviética. Si esa fuera la finalidad, lo cierto es que no tuvo ningún resultado.
En cambio, se habló vagamente y mucho por las nubes sobre cómo encontrar formas para que Washington y Moscú cooperasen en Oriente Medio. Se utilizaron expresiones como "el amigo de mi enemigo no es necesariamente mi amigo", y "Oriente Medio no es un juego de suma cero". Pero dado que ninguna de las partes ofreció propuestas específicas, hice una intervención poco común, sugiriendo delicadamente que Estados Unidos y la Unión Soviética prohibieran conjuntamente la exportación de armamentos a cualquiera de los bandos enfrentados en la guerra Irán-Irak, además de un esfuerzo común para alentar a otros a seguir tal ejemplo. La delegación soviética ni siquiera se dignó a abordar esta idea práctica.
Si viajamos 5000 millas para ser sometidos a arengas prefabricadas, nuestro consuelo fue la exposición directa a la clase dominante de la Unión Soviética, es decir, a aquellos pocos que se benefician de un sistema fallido. Primakov es un académico (akademik) miembro de la nomenklatura, ese círculo encantado de salarios altos, apartamentos privilegiados, dachas, acceso a tiendas especiales y viajes al extranjero. Los otros participantes soviéticos en el seminario, aunque también privilegiados y exitosos, tenían un estatus mucho más bajo. Esta distinción reflotaba a diario durante el almuerzo, cuando el grupo se dividía en tres. Dejando de lado a Primakov, los soviéticos comían en el lúgubre sótano del sitio de la conferencia. Los estadounidenses éramos trasladados a un buffet de hotel aburrido, pero suficientemente agradable. Mientras tanto, el akademik aceleró en su limusina con chófer hacia un presunto banquete en la academia.
La tristeza de la vida en Moscú, especialmente al acercarse el solsticio de invierno, añade a la deprimente calidad de la conferencia. Todos los días son fríos y grises, con el sol saliendo alrededor de las 9 de la mañana y poniéndose alrededor de las 3:30 de la tarde. Los autos en los que viajamos están sucios. Las tiendas son lúgubres y sus estantes están a menudo vacíos. La comida es pesada y monótona.
Nos ubicaron en uno de los mejores hoteles de la ciudad, el Rossiya, pero es enorme, monótono y de mala calidad. Cada piso tiene su dezhurnaya, esa hacha de guerra que se sienta junto a la puerta del elevador y observa con sospecha tus idas y venidas. Dentro de la habitación, la ducha de mano debe ser encajada en una vara para mantenerse elevada, pero la vara es redonda y el cabezal de ducha cuadrado. Tirar de la cadena requiere aprender cómo tirar y empujar de la perilla repetida y correctamente. El papel higiénico se parece al papel de diario, el jabón tiene la calidad de un detergente para ropa, y las toallas son trapos de cocina ligeramente agrandados.
El Hotel Rossiya - masivo, monótono y de mala calidad. |
Me fui del seminario profundamente disgustado por mis colegas soviéticos. Cedimos mansamente cuando la otra parte estableció los términos de la conferencia, no hicimos preguntas difíciles, no hicimos preguntas subsecuentes, y aceptamos las tonterías como verdades. Primakov es el arquetipo del matón soviético que intentó, con cierto grado de éxito, intimidarme.
¿Cuál fue el objetivo del ejercicio? Los estadounidenses esperaban ingenuamente aprender; los soviéticos esperaban estúpidamente convencer. En breve, el emprendimiento fracasó completamente para ambos lados.
Posdata
Esta fue la primera de cuatro reuniones dirigidas por Rustow y Primakov (las posteriores tuvieron lugar en 1986, 1988 y 1990). Como era de esperar, no fui invitado a regresar.
A pesar de no haber logrado ninguno de sus objetivos declarados, me consuelo con la idea de que esta reunión agregó un pequeño ladrillo al monumental edificio de contacto occidental; que abrió los ojos soviéticos y que, solo siete años después, ayudo a provocar el colapso de la Unión Soviética.
Mr. Pipes (DanielPipes.org, @DanielPipes) es el presidente del Middle East Forum. © 2019 por Daniel Pipes. Todos los derechos reservados.
Agregado del 30 de octubre de 2019:
- En una notable coincidencia, ayer se dedicó una estatua a Primakov frente al Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia. Nada menos que Vladimir Putin asistió al evento, un testimonio de la consideración de Putin por este antiguo apparatchik soviético.
Vladimir Putin dejó flores frente al monumento a Yevgeny Primakov. |
2. Escuchar los discursos del lado soviético a través de la traducción no es algo exactamente cautivador. Pasé el tiempo garabateando. Esta es una de mis obras maestras, directamente desde Moscú. Dejo su interpretación al espectador.