Mientras la decadente Rusia de Vladimir Putin hace alarde de su poder en Oriente Medio, la China ascendente de Xi Jinping elude la atención que se merece. El Partido Comunista de China ha comenzado a invertir dinero y a ganar influencia en la región, pero en formas que traerán aparejadas muchas implicaciones y preocupaciones
Vladimir Putin de Rusia (izquierda) y Xi Jinping de China (derecha) en 2018. |
"Luego de años de relativa pasividad, [Beijing] está llevando ahora un esfuerzo concertado para expandir su presencia estratégica e influencia económica" en Oriente Medio, escribe Ilan Berman, vicepresidente senior del American Foreign Policy Council —en el número más reciente del Middle East Quarterly. Con justa razón, Berman llama a esta "una de las tendencias...más importantes de los últimos años". A continuación, me baso extensamente en su impecable análisis.
Hay dos motivos que explican las ambiciones regionales de China: la energía y la ideología. A medida que el país se vuelve más próspero, su creciente consumo de energía conduce a una mayor dependencia hacia los proveedores de Oriente Medio. China importa más de la mitad de su petróleo crudo; y de esto, casi el 40 por ciento proviene de Oriente Medio. Pero la proporción está en aumento. Según la estimación de Berman, la región "está rápidamente convirtiéndose en un motor clave del crecimiento económico chino", lo que hace que Beijing vea como imperativo ganar mayor influencia sobre lo que ocurre allí.
Más allá de esta necesidad práctica, la aseveración del poder chino se ha convertido en un fin en sí mismo, particularmente desde que Xi asumiera el poder en 2013; instaurando lo que Berman llama "una política exterior expansionista cada vez más agresiva". La misma incluye la intención de dominar la economía mundial a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative en inglés) que involucra a cien países.
La Iniciativa de la Franja y la Ruta consiste de dos partes, una terrestre y otra marítima. |
En Oriente Medio, esto ha significado que las ambiciones del Gobierno chino crecieran en los últimos cinco años: desde la mera compra de energía y la venta de armas, hasta llegar a un involucramiento mucho más profundo. Como símbolo de esta transformación, hace una década las inversiones chinas en la región ascendían a mil millones de dólares. Y, sin embargo, solamente durante un foro, recientemente China prometió 23 mil millones en préstamos y ayuda al desarrollo. En agosto, por ejemplo, envió una inyección de efectivo a Turquía por mil millones de dólares.
Desde lo militar, Beijing se ha convertido en uno de los principales contribuyentes a las operaciones de mantenimiento de paz de las Naciones Unidas. Además, envió a la Armada del Ejército Popular de Liberación a visitar muchos puertos, y en 2015 abrió su primera base regional en Yibuti. Presumiblemente, se abrirán muchas más bases militares chinas en el futuro.
En tanto Beijing comienza a "alterar la política y la seguridad en la región", Berman señala "consecuencias tremendas". Aquí hay tres:
Vínculos entre Estados Unidos e Israel: Tanto aprecian la destreza tecnológica del Estado judío, que los líderes de China ya llevan invertidos 3.2 mil millones de dólares en la primera mitad de 2019. Ahora se estima que controlan o tienen influencia sobre por lo menos una cuarta parte de la industria tecnológica de Israel, incluidos los contratistas militares que trabajan en proyectos confidenciales con compañías norteamericanas. De hecho, China pronto podría reemplazar a Estados Unidos como la principal fuente de inversiones en Israel, una posibilidad que "alarma cada vez más" a Washington, pudiendo dañar un vínculo tan cercano, antiguo y productivo como son las relaciones israelí-estadounidenses.
Xinjiang: La represión masiva de China a su propia población musulmana, especialmente a los uigures en la remota provincia occidental de Xianjiang, ha sido respondida con un gran encogimiento de hombros colectivo en la escena musulmana, representada por personalidades notables como el príncipe saudí Mohammed bin Salman y el presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Esta inexcusable falta de preocupación contrasta dramáticamente con la prolongada rabieta del mundo islámico por el trato —muchísimo más suave—, que el pequeño Israel les confiere a los palestinos.
MbS y Erdogan: ¿qué uigures? |
Dictadura de alta tecnología: El "modelo chino" de vigilancia, censura, monitoreo y represión se ha convertido en un importante producto de exportación. Esto tiene consecuencias terribles: la capacidad de los chinos comunistas de controlar todos los aspectos de la vida de sus ciudadanos mediante tecnologías innovadoras y ubicuas, ampliando inconmensurablemente el poder del Estado. Piénsese en los teléfonos inteligentes que actúan como dispositivos espías, o en fotos hyperdetalladas de 200 gigas.
No es sorprendente que estas tecnologías encuentren un provechoso mercado en Oriente Medio. Las empresas chinas han ayudado a los mulás de Irán a mantenerse en el poder desde que apareciera el Movimiento Verde en 2009. También se han apoderado de casi todas las telecomunicaciones de Egipto, dando al presidente Sisi amplios controles para reprimir a su población. Además, son preocupantemente activas en el Líbano y en Arabia Saudí (por no mencionar otros sitios como África y América Latina).
La ilustración del Washington Times para este artículo. |
Fiel al dogma antiimperialista comunista, Xi niega rotundamente que su Gobierno busque desarrollar una esfera de influencia en Oriente Medio, proclamando que simplemente existe una intención inocente para ayudar en el desarrollo económico de los países. Hay que ignorar tales fanfarronadas. Como dice Berman, Beijing no solo "tiene el poder de alterar alianzas, discursos políticos, e incluso libertades ciudadanas en toda la región", sino que tiene la intención de explotar dicho poder al máximo.
Daniel Pipes (DanielPipes.org, @DanielPipes) es el presidente del Middle East Forum. ©2019. Todos los derechos reservados.