El destino de Siria quedó sellado en gran medida el 21 de enero de 1994. Fue entonces cuando, mientras conducía demasiado rápido camino del aeropuerto de Damasco para ir a esquiar al extranjero, Basil al-Assad estrelló el Mercedes que conducía, matándose a sí mismo y a sus pasajeros.
El accidente tuvo graves consecuencias porque Basil, de 31 años de edad entonces, se estaba formando para suceder a su padre, Hafez al-Assad, como dictador de Siria. Todos los indicadores señalaban que el caballeroso, marcial y carismático Basil sería un gobernante formidable.
Tras el accidente de tráfico, su hermano menor, Bashar, fue sacado de un tirón de sus estudios oftalmológicos en Londres y enrolado en un curso general para preparar al siguiente hombre fuerte de Siria. Ascendió sin interés entre las filas militares y a la muerte de su padre en el 2000, con la suficiente seguridad, llegó al trono presidencial. (Esto convirtió a Bashar en el segundo dictador dinástico, habiendo sido el primero Kim Jong Il, de Corea del Norte, en 1994. El tercero, Faure Gnassingbé, de Togo. Otros hijos que esperan en el aire son Gamal Mubarak, de Egipto, Saifuddin Gadhafi, de Libia, y Ahmed Salih, de Yemen. El equivalente en Saddam Hussein nunca llegó).
Existía la posibilidad de que Bashar, debido a su breve residencia temporal en Occidente y a su orientación científica, desmantelara el invento totalitario de su padre; los primeros pasos de Bashar sugerían que lo haría, pero entonces volvió rápidamente a los métodos autocráticos de su padre - ya se debiera ello a sus propias inclinaciones, o por permanecer bajo la influencia de los nobles de su padre.
Los métodos de su padre, sí, pero no sus habilidades. El venerable Assad era un genio táctico, incluso si su mandato fracasaba en última instancia (nunca recuperó los Altos del Golán, nunca llegó a destruir Israel, e hizo caer en picado la economía y la cultura de Siria). El joven Assad combina ceguera estratégica con ineptitud táctica.
En cuestión de meses desde que Bashar llegara al trono, su habilidad para mantener el control sobre El Líbano fue puesta en tela de juicio; no mucho después, su capacidad para mantener a la propia Siria bajo control fue puesta en duda. La rapidez del gobierno sirio a la hora de alinearse con Saddam Hussein nada más ser derrocado hizo fruncir el ceño con sorpresa. El patrón de Bashar de prometer una cosa al Secretario de Estado de Estados Unidos Colin Powell, para romper inmediatamente su palabra causó la frustración general.
Estos errores incitaron la aprobación de dos medidas anti-régimen contundentes. En diciembre del 2003, el gobierno norteamericano aprobó la Syrian Accountability Act, que castigaba a Damasco por sus delitos. En septiembre del 2004, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1559, que pedía que todas "las fuerzas extranjeras" retiraran sus tropas del Líbano, una alusión clara a las tropas sirias que llegaron en 1976.
Estos pasos llevaron a los principales políticos libaneses a exigir la retirada de las fuerzas sirias. Más notablemente, el líder druze Walid Jumblatt y el líder sunní Rafik Hariri tomaron esta medida profética, amenazando así con privar a Damasco tanto de su sentido de avance territorial como de su gallina libanesa de los huevos de oro.
No cabe duda de que Assad estaba detrás de la fuerte explosión (probablemente subterránea) que el 14 de febrero abrió un cráter de 20 yardas de diámetro, matando a Hariri y a 16 personas más. Con su instinto para la incompetencia, Assad probablemente decidió que el ex primer ministro tenía que morir por esta traición. Pero, muy al contrario de las presuntas expectativas de Assad, lejos de reducir presiones sobre Siria para abandonar El Líbano, la atrocidad las magnificó e intensificó.
La respuesta de Assad -- fingiendo denunciar el crimen, poniendo a un familiar a cargo de los servicios de inteligencia, adquiriendo misiles antiaéreos SA-18 a Rusia, y anunciando un pacto de defensa mutua con Teherán - indica su desorientación en el problema que había provocado él mismo. Por primera vez en tres décadas, recuperar por completo su independencia parece estar hoy al alcance del Líbano. "No veo cómo puede quedarse Siria", observa el ex presidente del Líbano Amín Gemayel.
La reafirmación de la independencia del Líbano recompensará apropiadamente una fidelidad silenciosa. Puede que los libaneses hayan malgastado su soberanía una vez, empezando con la invasión siria de 1976 y culminando en la ocupación casi completa de 1990, pero han demostrado dignidad y valentía bajo la ocupación. Contra todo pronóstico, afirmaron una sociedad civil, mantuvieron encendida la esperanza de libertad, y conservaron un cierto sentido de patriotismo.
La independencia del Líbano también servirá como un largo clavo en el ataúd de la brutal, fracasada y no querida dinastía Assad. Si las cosas salen bien, la liberación de Siria debería seguir a la del Líbano.
Un simple accidente de tráfico puede influenciar así la historia.