Con la aprobación la semana pasada de una ley presupuestaria en Israel, el gobierno de Ariel Sharon parece estar preparado para eliminar a más de 8.000 israelíes que residen en Gaza por la fuerza, en caso de necesidad.
Además de la cuestionabilidad legal de esta medida y su naturaleza histórica sin precedentes (desafío al lector: nombre otra democracia que haya eliminado por la fuerza a sus propios ciudadanos de sus residencias legales), la retirada prevista de todas las instalaciones israelíes de Gaza supone un acto de locura política monumental.
También aparece como una sorpresa asombrosa. Tras la ronda de negociaciones palestino-israelíes de Oslo (1993-2001) finalizadas en desastre, muchos israelíes vieron sus premisas fracasadas de Oslo, su propia inocencia, y resolvieron no repetir la misma amarga experiencia. Los israelíes despertaron del espejismo de Oslo de que dar a los palestinos tierra, dinero y armamento a cambio de promesas fraudulentas de cuento de hadas disminuiría la hostilidad palestina. Se dieron cuenta, por el contrario, de que este desequilibrio potenció el rechazo palestino a la mera existencia del estado judío.
A comienzos del 2001, un electorado dividido israelí se había unificado en gran medida. Cuando Sharon llegó a primer ministro en febrero del 2001, una dirección más sabia había asumido el control aparentemente de Jerusalén, una que reconocía la necesidad de que Israel volviera a la dureza y a la disuasión.
Estas expectativas optimistas fueron satisfechas de hecho durante casi tres años, 2001-03. Sharon se implicó en una doble diplomacia bastante diestramente, en la que mostraba simultáneamente una cara amigable (hacia el gobierno americano y sus socios izquierdistas de coalición) y una dura (hacia sus componentes del Likud y los palestinos). El propósito y consistencia subyacentes de su primer ministerio desde el principio impresionó a muchos observadores, incluyendo a este; Determiné el historial de Sharon "una escenificación virtuosa de acciones duras reservadas mezcladas con concesiones volubles".
Sharon ganó decisivamente la reelección en enero del 2003 contra Amram Mitzna, un contrincante laborista que defendía una retirada unilateral al estilo de Oslo de Gaza. Sharon condenó esta idea inequívocamente por entonces: "Una retirada unilateral no es una receta de paz. Es una receta de guerra". Después de ganar las elecciones, sus conversaciones de febrero del 2003 acerca de formar un gobierno de coalición con Mitzna fracasaron porque Sharon acentuó fuertemente "la importancia estratégica" de los israelíes que vivían en Gaza.
Antes de diciembre del 2003, sin embargo, el propio Sharon aprobó el plan unilateral de Mitzna de retirada de Gaza. Mientras que lo hizo en un espíritu muy distinto de la anterior diplomacia de Oslo, su decisión tiene las mismas dos características principales.
Primero, dado que la decisión de retirarse de Gaza tuvo lugar en el contexto de una violencia contra los israelíes incrementada, justifica esas voces palestinas que defienden el terrorismo. La retirada de Gaza es, en lenguaje llano, una derrota militar. Sigue el abandono ignominioso israelí de sus posiciones y de sus aliados en El Líbano en mayo del 2000, un movimiento que tanto erosionó el respeto árabe a la fuerza israelí, con consecuencias calamitosas. La retirada de Gaza incrementará la confianza palestina en el terrorismo casi con total certeza.
En segundo lugar, la retirada calienta el debate político dentro de Israel, devolviendo el peligroso ánimo de exageración, anticivismo, hostilidad, y hasta anarquía. La perspectiva de miles de israelíes desahuciados de sus hogares bajo amenaza de fuerza interrumpe crudamente lo que llevaba siendo una tendencia hacia una atmósfera salubre durante la relativa calma del 2001-03.
Los planes de Sharon al menos tienen una característica de desengaño para ellos, ahorrando a Israel las nociones aborregadas de un "Nuevo Oriente Medio" que tanto daño hicieron al país hace una década. Pero en otro sentido, los planes de Sharon son peores que Oslo; al menos ese desastre fue perpetrado por una izquierda fuera de onda. Una derecha - liderada por Sharon – se le opuso valerosa y firmemente. Esta vez, es el héroe de la derecha el que, aliado con la extrema izquierda, lidera en persona la carga, reduciendo a la oposición a la marginalidad.
Hay muchas teorías acerca de lo que invirtió las opiniones de Sharon en materia de una retirada unilateral de Gaza en los 10 meses entre febrero y diciembre del 2003 – tengo mis propias ideas acerca de la arrogancia de los primeros ministros israelíes electos – pero cualquiera que sea el motivo, sus consecuencias están claras.
Sharon traicionó a los votantes que le apoyaron, hiriendo la democracia israelí. Dividió la sociedad israelí de modos que pueden envenenar el estamento diplomático durante las décadas en adelante. Abortó su propia política acertada en relación a los palestinos. Dio al rechazo palestino, árabe y musulmán su mayor impulso nunca dado. Y falló a su aliado americano dando una importante victoria a las fuerzas del terrorismo.