¿Qué quieren los terroristas? La respuesta debería ser obvia, pero no lo es.
Los terroristas dejaron claro sus deseos hace una generación. Al secuestrar tres aviones de pasajeros en septiembre de 1970, por ejemplo, el Frente Popular para
Tales "demandas no negociables" condujeron a dolorosos dramas de rehenes y los dilemas políticos acompañantes. "Nunca negociaremos con los terroristas", declaraban los legisladores, "Entrégueles Hawaii, pero traiga a mi marido de vuelta", suplicaban las esposas de los rehenes.
Esos días quedan tan distantes y su terminología tan olvidada que incluso el Presidente Bush habla hoy de "demandas no negociables" (en su caso, referentes a la dignidad humana), olvidando los letales orígenes de esta frase.
La mayoría de los atentados terroristas antioccidentales de nuestros días son perpetrados sin que se anuncien demandas. Las bombas explotan, los aviones son secuestrados y estrellados contra edificios, los hoteles se derrumban. Se contabilizan los muertos. Los detectives rastrean las identidades de los autores materiales. Páginas web difusas hacen reivindicaciones post-hoc sin autentificar.
Pero los motivos de la violencia quedan sin explicar. Quedan los analistas, incluyéndome a mí mismo, especulando acerca de los motivos. Éstos pueden relacionarse con agravios personales de los terroristas basados en la pobreza, el prejuicio o la alienación cultural. Alternativamente, la intención de cambiar la política internacional puede verse como motivo: cometer "un Madrid" y hacer que los gobiernos retiren sus tropas de Irak; convencer a los norteamericanos de abandonar Arabia Saudí; poner fin al apoyo americano a Israel; presionar a Nueva Deli para que ceda el control de Cachemira entera.
Ninguno de estos motivos habría podido contribuir a la violencia; en palabras del Daily Telegraph de Londres, los problemas de Irak y Afganistán agregaron respectivamente "un guijarro nuevo a la montaña de agravios que los fanáticos militantes han erigido". Pero ni uno ni otro son decisivos a la hora de sacrificar la vida de uno por la causa de matar a otros.
En casi todos los casos, los terroristas jihadistas tienen una ambición patentemente evidente por sí misma: establecer un mundo dominado por los musulmanes, el islam, y la ley islámica, la shari'a. O, por citar de nuevo al Daily Telegraph, "su proyecto real es la expansión del territorio islámico a todo el globo, y el establecimiento de un 'califato' mundial fundado sobre la ley shari'a".
Los terroristas declaran abiertamente esta meta. Los islamistas que asesinaron a Anwar el-Sadat en 1981 adornaron sus celdas de detención con banderas proclamando "el califato o la muerte". Una biografía de uno de los pensadores islamistas más influyentes de los últimos tiempos y la influencia sobre Osama bin Laden, Abdaláh Azzam, afirma que su vida "giró entorno a un único objetivo, de nombre el establecimiento del Mandato de Alá sobre la tierra" y la restauración del califato.
Bin Laden en persona hablaba de garantizar que "el piadoso califato comience desde Afganistán". Su principal representante, Aymán al-Zawahiri, también soñaba con reestablecer el califato, dado que entonces, escribió, "la historia dará un nuevo giro, si Alá quiere, en la dirección opuesta al imperio de los Estados Unidos y el gobierno judío del mundo". Otro líder de Al-Qaeda, Fazlur Rehmán Khalil, publica una revista que ha afirmado que "A causa de las bondades de la jihad, la cuenta atrás de América ha comenzado. Pronto declarará la derrota", a ser seguida de la creación de un califato.
O, como escribió Mohammed Bouyeri en la nota que adjuntó al cadáver de Theo van Gogh, el cineasta holandés al que acababa de asesinar, "el islam saldrá victorioso a través de la sangre de los mártires que extienden su luz a cada rincón oscuro de esta tierra".
Llamativamente, el asesino de van Gogh se vio frustrado por los motivos erróneos que le eran atribuidos, insistiendo en su juicio: "Hice lo que hice debido puramente a mis creencias. Quiero que sepáis que actué por convicción, y que no le quité la vida porque fuera holandés o por que yo sea marroquí y me sintiera insultado".
Aunque los terroristas indican sus motivos jihadistas alta y claramente, occidentales y musulmanes por igual no llegan a escucharlos con demasiada frecuencia. Las organizaciones islámicas, observa el autor canadiense Irshad Manji, fingen que "el islam es un testigo accidental inocente del terrorismo de hoy".
Lo que quieren los terroristas está sobradamente claro. No reconocerlo exige una negación monumental, pero nosotros los occidentales hemos aceptado el desafío.