¿Las atrocidades terroristas en Occidente, como los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 o los de Bali, Madrid, Beslán o Londres, ayudan al islam radical a alcanzar su meta de ganar poder?
No, son contraproductivos. Por eso es por lo que el islam radical tiene dos alas distintas - violenta e ilegal una, legalista y política la otra - y existen en tensión mutua. La estrategia legalista ha demostrado ser eficaz, pero el enfoque violento se interpone en su camino.
El ala violenta es representada principalmente por el fugitivo número uno del mundo, Osama bin Laden. El popular y poderoso primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdoğán, representa el ala legalista. Así, aunque como observa Daniel C. Twining, "Al Qaeda tiene más estados en contra que casi ninguna fuerza de la historia", imanes políticos como Yusuf al-Qaradawi instruyen a enormes audiencias en la cadena al-Jazira y visitan al alcalde de Londres, Ken Livingstone. Mientras el clérigo chi'í Muqtada al-Sadr remolonea por Irak en busca de un papel, el ayatolá Sistani domina la vida política del país.
Sí, el terrorismo mata enemigos, instiga miedo y altera la economía. Sí, eleva la moral y capta a no musulmanes para el islam y a musulmanes para el islamismo. Crea una oportunidad para que los islamistas luchen por sus causas predilectas, como la eliminación de Israel o la retirada de Irak de las fuerzas de la coalición. Proporciona, como destaca Mark Steyn, información de inteligencia acerca del enemigo. Y sí, promueve el lenguaje políticamente correcto de que el islam es "una religión de paz", con los musulmanes retratados como víctimas.
Pero el terrorismo hace más mal que bien al islam radical por dos motivos principales.
Primero, alarma y galvaniza a los occidentales. Por ejemplo, los atentados del 7 de julio tuvieron lugar durante la cumbre del G8 en Escocia, donde los líderes del mundo estaban centrados en el calentamiento global, la ayuda a África y temas macroeconómicos. En cuestión de un minuto de Londres, los políticos desviaron su atención al contraterrorismo. Los terroristas reforzaron así, como precisa Mona Charen, "cualquier pequeño residuo de resolución que quedara en la endeble civilización occidental".
Más en general, destaca Twining, "el ascenso de Al Qaeda ha producido el tipo de gran potencia entente que no se había visto desde que cobrara forma el Concierto de Europa en
En segundo lugar, el terrorismo obstruye el reservado trabajo del islamismo. En tiempos de tranquilidad, organizaciones como el Consejo Musulmán de Gran Bretaña o el Council on American-Islamic Relations llevan a cabo sus asuntos con eficacia, promoviendo su agenda de hacer "dominante" el islam e imponiendo la dhimmitud (estado en el que los no musulmanes aceptan la superioridad islámica y los privilegios de los musulmanes). Los occidentales en general responden como se supone que responden las ranas cocinadas a fuego lento, sin notar nada.
Así, el Consejo Musulmán de Gran Bretaña disfruta del título de Sir de la reina, el apoyo entusiasta del Primer Ministro Blair, influencia dentro del Ministerio de Exteriores y la Commonwealth, y 250.000 libras en dinero del contribuyente de la mano del Departamento de Comercio e Industria.
Al otro lado del Atlántico, CAIR se insinúa en un abanico de instituciones norteamericanas relevantes que incluyen el FBI, la NASA, y el diario Globe and Mail de Canadá. Ha logrado declaraciones de aprobación de políticos de rango alto, tanto Republicanos (el gobernador de Florida, Jeb Bush) como Demócratas (la líder Demócrata de la Cámara, la representante Nancy Pelosi). Ha organizado una reunión de musulmanes con el primer ministro de Canadá, Paul Martin. Ha obligado a un estudio de Hollywood a cambiar un rasgo del argumento de una película y a una cadena de televisión a emitir un anuncio de servicio público. Ha incitado a una emisora de radio a despedir a un presentador de tertulia.
El terrorismo obstaculiza estos avances, estimulando la hostilidad contra el islam y los musulmanes. Somete a las organizaciones islámicas al escrutinio no deseado por parte de medios, gobierno y fuerzas del orden. CAIR y el MCB tienen entonces que librar batallas en la retaguardia. Los atentados del 7 de julio interrumpieron dramática (si bien temporalmente) el progreso de "Londonistán", el declive de Gran Bretaña hacia la laxitud multicultural y la ineptitud contraterrorista.
Algunos islamistas reconocen este problema. Un escritor británico amonestaba a sus correligionarios musulmanes en una página web: "¿¿¿No sabéis que el islam está creciendo en Europa??? ¿¿¿Qué demonios hacéis liándolo todo???" De igual manera, un relojero musulmán de Londres observaba, "No necesitamos luchar. ¡Estamos tomando el control!" Soumayya Ghannoushi, de la Universidad de Londres, señala amargamente que los principales logros de Al-Qaeda consisten en derramar sangre inocente y "alentar las llamas de la hostilidad hacia los musulmanes y el islam".
Las cosas no son como parecen. El terrorismo perjudica al islam radical y ayuda a sus detractores. La violencia y la agonía de las víctimas hace que esto sea difícil de ver, pero sin la enseñanza por medio del asesinato, el movimiento islamista legalista habría hecho mayores logros.