Mientras se asientan las implicaciones completas de los atentados terroristas de Londres perpetrados por jihadistas nacionales, los occidentales hablan abiertamente acerca del problema del islam radical con claridad y audacia novedosas.
El avance más profundo es la súbita necesidad por parte de los británicos y de otros de definir el significado de su nacionalidad. Ante el reto islamista, las identidades históricas que una vez se daban por sentadas ahora deben codificarse.
Esto se puede ver a nivel activo, donde la aserción islamista ha provocado una nueva disposición europea en los últimos meses a defender la tradición – como se ha visto en la prohibición de los burkas en Italia, el requisito a un escolar alemán de asistir a clases de natación mixtas, y la obligación de los solicitantes masculinos de la ciudadanía irlandesa a renunciar a la poligamia. Cuando un político belga de alto nivel canceló un almuerzo con un grupo iraní después de que sus miembros exigieran que no se sirviera alcohol, su portavoz explicaba "no se puede obligar a las autoridades de Bélgica a beber agua".
Como demuestran dos declaraciones el mismo día de la semana pasada, el 24 de agosto, políticos occidentales de relevancia van más allá de estos detalles específicos menores para tratar la civilización en el corazón del tema.
David Cameron, el secretario británico de la oposición en el área de educación y uno de los aspirantes brillantes del Partido Conservador, definía la britanicidad como "la libertad dentro de la ley", añadiendo que esta expresión "explica casi todo lo que usted necesita saber acerca de nuestro país, nuestras instituciones, nuestra historia, nuestra cultura - incluso nuestra economía". El ministro del tesoro de Australia, Peter Costello, que es designado como el heredero evidente del Primer Ministro Howard, declaró "Australia espera que sus ciudadanos cumplan las creencias centrales – democracia, mandato de la ley, judicatura independiente, libertad independiente".
Cameron habló con una claridad única en cuatro años de discurso de los políticos desde el 11 de septiembre del 2001: "La fuerza motriz tras la amenaza terrorista de hoy es el fundamentalismo islamista. La lucha en la que nos encontramos inmersos es, de raíz, ideológica. Durante el último siglo se ha desarrollado una corriente de pensamiento islamista que, al igual que otros totalitarismos como el Nazismo y el Comunismo, ofrece a sus seguidores una forma de redención a través de la violencia".
Lo más sorprendente son los crecientes llamamientos a expulsar a los islamistas. Dos políticos han advertido a los islamistas extranjeros que se mantengan lejos. La ministro de relaciones internacionales de Quebec, Monique Gagnon-Tremblay, enrolló su alfombra de bienvenida para aquellos "que quieran venir a Quebec y no respeten los derechos de la mujer o que no respeten cualquier derecho que se pueda encontrar en nuestro Código Civil". El premier de Nueva Gales del Sur (Australia), Bob Carr, que incluye Sydney, quiere que se denieguen visados a los futuros inmigrantes si rechazan integrarse: "No creo que les debiéramos dejar entrar", declaró.
Costello fue más lejos, observando que Australia "se funda sobre una democracia. Según nuestra Constitución, tenemos un estado secular. Nuestras leyes son dictadas por el Parlamento Australiano. Si esos no son sus valores, si usted quiere un país que tenga la ley sharia o quiere un estado teocrático, entonces Australia no es para usted". Debería pedirse a los islamistas con doble ciudadanía, sugiere, "que ejerzan esa otra ciudadanía", es decir, que abandonen Australia.
Asimismo, el ministro de educación de Australia, Brendan Nelson, también el 24 de agosto, animó a los inmigrantes a "respetar la constitución australiana y el mandato australiano de la ley". Si no, "básicamente pueden quitarse de la vista". Geert Wilders, cabeza de su propio partido pequeño en el parlamento holandés, hizo igualmente un llamamiento a la expulsión de los inmigrantes no ciudadanos que rehúsen integrarse.
Pero el que fue más lejos fue el ministro británico de la oposición en el área de defensa, Gerald Howarth, al sugerir a comienzos de agosto que todos los islamistas británicos deben irse. "Si no les gusta nuestro estilo de vida, hay un remedio simple: váyase a otro país, salga". Dirigió este principio incluso a los islamistas nacidos en Gran Bretaña (como en el caso de tres de los cuatro terroristas de Londres): "Si usted no debe lealtad a este país, entonces váyase".
Estas declaraciones, fechadas todas en el último medio año, incitan varias observaciones. En primer lugar, ¿dónde están los americanos? Ningún político norteamericano importante ha hablado de no ser hospitalarios con los islamistas radicados en América. ¿Quién será el primero?
En segundo lugar, obsérvese el enfoque constante sobre la ley y cuestiones legales. Esto destaca que en última instancia, el proyecto islamista concierne al uso de la ley islámica, la sharia.
Y finalmente, estos comentarios probablemente sean indicadores de importancia de una campaña general para restringir y desplazar a los islamistas – una maniobra que llega a buenas horas.