A comienzos de febrero de 1995, la prensa de todo el mundo publicaba una fotografía tomada en El Cairo que mostraba, por primera vez en la historia, al primer ministro de Israel de pie junto al rey de Jordania, el presidente de la Organización para la Liberación de Palestina, y el presidente de Egipto.
Estos caballeros se reunían aparentemente para discutir el vacilante proceso de paz entre los árabes e Israel. Pero aún así, este suceso sin precedentes de un líder israelí en cónclave con colegas árabes enviaba también otra señal: cuatro líderes que comparten un problema común - el islam fundamentalista -están preparados para trabajar juntos. Según un relato de la reunión, Rabin decía que los israelíes son el blanco de los atentados fundamentalistas. Arafat intervino y dijo, "yo también. Han amenazado mi vida". En ese momento, tanto Mubarak como Husayn asintieron y dijeron que también ellos habían sido amenazados personalmente por los radicales.
La fotografía simboliza cuidadosamente un gran cambio que ahora tiene lugar en la política de Oriente Medio. Los temas árabes-israelíes continúan siendo formalmente el principal punto de la agenda, pero la violencia fundamentalista se ha convertido en el mayor temor de casi cada uno de los gobiernos de la región. Este cambio marca una profunda transformación en Oriente Medio. A lo largo de seis décadas, la postura de un político en el conflicto árabe israelí definía más que nada su posición en la política de Oriente Medio. Ya no. Ahora, su postura sobre el fundamentalismo, la mayor amenaza para la región con diferencia, determina principalmente sus aliados y sus enemigos.
¿Por qué los líderes de Oriente Medio se sienten tan amenazados por los movimientos fundamentalistas? ¿Quizá exageran la amenaza? ¿Y cómo se ocupa Estados Unidos de este tema novel?
Un abanico de amenazas
Aunque anclado en el credo religioso, el islam fundamentalista es un movimiento utópico radical más próximo en espíritu a otros de tales movimientos (comunismo, fascismo) que a la religión tradicional. Antidemocrático y agresivo, antisemita y antioccidental por naturaleza, tiene grandes planes. En realidad, los portavoces del islam fundamentalista ven su movimiento en competición directa con la civilización occidental y desafiándola por la supremacía global. Veamos con más detalle cada uno de estos elementos.
Esquema utópico radical. Al margen de su propio movimiento, los fundamentalistas ven cada sistema político existente en el mundo musulmán como profundamente cerrado, corrupto y falso. En palabras de uno de sus portavoces nada menos que en 1951, "no existe ni una sola ciudad en el mundo entero [sic] en la que se observe el islam tal como es dispuesto por Alá, ya sea en temas políticos, económicos o sociales". Implícito aquí está que los musulmanes fieles al mensaje de Alá tienen que rechazar el status quo y construir nuevas instituciones de cero.
Para construir una nueva sociedad musulmana, los fundamentalistas proclaman su intención de hacer todo lo que deban hacer; hacen alarde abiertamente de una sensibilidad extremista. "No existen términos tales como compromiso o religión en el léxico de la cultura islámica", afirma un portavoz de Hamas. Si eso significa la destrucción y la muerte de los enemigos del verdadero islam, que así sea. El líder espiritual de Hezboláh, Mohammed Husayn Fadlalah, está deacuerdo: "Como islamistas", dice, "intentamos restablecer la tendencia islámica mediante todos los medios al alcance".
Al ver el islam como la base de un sistema político que alcanza cada faceta de la vida diaria, los fundamentalistas son totalitarios. Cualquiera que sea el problema, "el islam es la solución". En sus manos, el islam se transforma de credo personal en un sistema de gobierno que no conoce barreras. Escudriñan el Corán y otros textos en busca de pistas acerca de medicina islámica, economía islámica o gobierno estatal islámico, todo con vistas a crear un sistema completo para los adherentes y el sistema de poder completo correspondiente para los líderes. Los fundamentalistas son revolucionarios en su enfoque, extremistas en su comportamiento y totalitarios en sus ambiciones.
Reveladoramente, se jactan del islam como la mejor ideología, no como la mejor religión - mostrando de tal modo su enfoque entorno al poder. Mientras que un musulmán tradicional diría algo como "no somos judíos, no somos cristianos, somos musulmanes", el líder islamista malayo Anwar Ibrahim hizo una comparación muy distinta: "No somos socialistas, no somos capitalistas, somos islámicos". Mientras que el islam fundamentalista difiere en detalles de otras ideologías utópicas, recuerda a ellas de cerca en su alcance y ambición. Igual que el comunismo y el fascismo, ofrece una ideología de vanguardia; un programa completo para mejorar al hombre y crear una sociedad nueva; control total sobre esa sociedad; y un grupo de personal dispuesto a, incluso impaciente por, derramar sangre.
Antidemocrático. Igual que Hitler o Allende, que explotaron el proceso democrático para alcanzar el poder, los fundamentalistas son activos tomando parte en elecciones; al igual que las figuras previas, también lo han hecho desalentadoramente bien. Los fundamentalistas arrasaron en las elecciones municipales de Argelia en 1990 y lograron las alcaldías de Estambul y Ankara en 1994. Han tenido éxito en las elecciones libanesas y jordanas y ganarían una parte sustancial de los votos en el West Bank y Gaza de celebrarse elecciones palestinas.
Una vez en el poder, ¿continuarían siendo democráticos? No hay un montón de pruebas concluyentes en este sentido, siendo Irán el único caso a la vista donde los fundamentalistas en el poder han hecho promesas acerca de democracia. (En el resto de regímenes fundamentalistas - Pakistán, Afganistán, Sudán - han dominado los líderes del ejército). El ayatolá Jomeini prometió democracia real (una asamblea "basada en los votos del pueblo") cuando asumió el poder. Una vez en el cargo, cumplió a medias su compromiso; las elecciones de Irán son disputadas acaloradamente y el parlamento sí que posee autoridad real. Pero hay un obstáculo importante: los parlamentarios tienen que suscribir los principios de la revolución islámica. Solamente los candidatos (no musulmanes incluidos) que suscriban la ideología oficial pueden presentarse al cargo. El régimen de Teherán suspende así la principal prueba de democracia, dado que no puede votarse para retirarles del poder.
A juzgar por sus declaraciones, es probable que otros fundamentalistas ofrezcan aún menos democracia que los iraníes. De hecho, las declaraciones realizadas por portavoces fundamentalistas de países enormemente dispersos sugieren un desprecio abierto a la soberanía popular. Ahmad Nawfal, un miembro de la Hermandad Musulmana de Jordania, dice que "si tuviéramos que elegir entre democracia y dictadura, elegiríamos democracia. Pero si es entre islam y democracia, elegimos el islam". Hadi Hawang, del partido político malayo PAS, expone la misma idea pero más abiertamente: "No me interesa la democracia, el islam no es democracia, el islam es islam". O, en palabras del famoso (si bien no verificadas completamente) 'Ali Belhadj, un líder del Frente Islámico de Salvación (FIS) de Argelia, "cuando estemos en el poder, no habrá más elecciones, porque Alá gobernará".
Antimoderados. El islam fundamentalista también es agresivo. Al igual que otros revolucionarios, nada más tomar el poder, los fundamentalistas intentan expandirse a expensas de sus vecinos. Los jomeinistas intentaron derrocar casi inmediatamente a los regímenes musulmanes moderados (lo que significa aquí no fundamentalistas) de Bahrein y Egipto. Durante seis años (1982-88) después de que Saddam Husayn intentara abandonar, mantuvieron en marcha la guerra contra Irak y ocuparon tres islotes pequeños pero estratégicos del Golfo Pérsico, cerca del Estrecho de Hormuz. La campaña terrorista iraní tiene hoy 15 años y abarca desde las Filipinas hasta Argentina. Los mulás están construyendo un arsenal que incluye misiles, submarinos e infraestructura de armamento no convencional. En la misma línea, los fundamentalistas afganos han invadido Tajikistán. Sus homólogos sudaneses reanudaron la guerra civil contra los cristianos y los animistas del sur y, por motivos obvios, provocaron problemas en Halayib, un territorio disputado en la frontera de Sudán con Egipto.
Los fundamentalistas son tan agresivos que atacan a los vecinos incluso antes de llegar al poder. A comienzos de febrero de este año, mientras el FIS argelino luchaba por sobrevivir, algunos de sus miembros asaltaron una comisaría de policía en la frontera tunecina, matando a seis oficiales y haciéndose con sus armas.
Antisemitas. Consistente con la observación de Hannah Arendt de que los movimientos totalitarios son antisemitas a la fuerza, a los musulmanes fundamentalistas se les pone la piel de gallina con la hostilidad hacia los judíos. Aceptan virtualmente cada uno de los mitos cristianos acerca de que los judíos buscan controlar el mundo, añadiendo después sus propios giros acerca de que los judíos destruyen el islam. La carta de Hamas considera a los judíos como el enemigo último; han usado su riqueza para hacerse con el control de los medios del mundo, agencias de noticias, la prensa, emisoras, etc…. Estaban detrás de la Revolución Francesa y de la revolución Comunista... instigaron la Primera Guerra Mundial... causaron la Segunda Guerra Mundial... fueron ellos los que dieron instrucciones de establecer Naciones Unidas y el Consejo de Seguridad para reemplazar la Liga de Naciones, para controlar el mundo a través de ellos.
Los fundamentalistas debaten acerca de los judíos con las metáforas más violentas y crudas. Khalil Kuka, uno de los fundadores de Hamas, dice que "Alá reunió a los judíos en Palestina no para beneficiarlos, sino para excavar su tumba y salvar al mundo de su infección". El embajador de Teherán en Turquía dice que "los sionistas son como los gérmenes del cólera, e infectan a toda persona en contacto con ellos". Tal veneno es moneda de cambio en el discurso fundamentalista.
La violencia tampoco se limita a las palabras. Especialmente desde la firma en la Casa Blanca en septiembre de 1993 de la Declaración de Principios Israel - OLP, Hamas y la Jihad Islámica han apuntado repetidamente a los israelíes y otros judíos, matando a varios cientos de individuos.
Antioccidentales. Inadvertida para la mayor parte de los occidentales, se ha declarado la guerra unilateralmente contra Europa y Estados Unidos. Los fundamentalistas responden a lo que ven como una conspiración de siglos de antigüedad por parte de Occidente para destruir el islam. Inspirado por un odio al islam al estilo de las Cruzadas y una ambición imperialista por los recursos musulmanes, Occidente ha intentado durante siglos destruir el islam. Lo ha hecho engañando a los musulmanes para alejarse del islam a través tanto de su cultura vulgar (pantalones vaqueros, hamburguesas, programas de televisión, música rock) como de cultura algo superior (ropa de lujo, cocina francesa, universidades, música clásica). En esta línea, un grupo fundamentalista paquistaní designó recientemente a Michael Jackson y a Madonna "terroristas culturales", e hizo un llamamiento a que los dos americanos fueran sometidos a juicio en Pakistán. Como destaca Bernard Lewis, "es la Tentación, no el Adversario, lo que Jomeini temía de América, la seducción y la tentación del estilo de vida americano más que la hostilidad del poder americano". O, en las propias palabras de Jomeini: "No nos asustan las sanciones económicas o la intervención militar. Lo que nos asusta son las universidades occidentales".
Temerosos de la influencia de la cultura occidental sobre su propio pueblo, los fundamentalistas responden con ataques cáusticos denigrando a la civilización occidental. Es estúpidamente materialista, dice 'Adil Husayn, un escritor egipcio relevante, viendo al hombre "apenas como un animal cuya preocupación principal es llenarse la barriga". Para disuadir a los musulmanes de occidentalizarse, retratan nuestro modo de vida como una forma de enfermedad. Kalim Saddiqui, el principal tertuliano iraní en Occidente, designa a la civilización occidental "no como una civilización sino como una enfermedad". Y no sólo como cualquier enfermedad, sino como "una plaga y una epidemia". Belhadj, del FIS argelino, ridiculiza a la civilización occidental como una "sifilización".
Haciendo uso de este odio, los grupos fundamentalistas han recurrido desde 1983 a la violencia antioccidental. Los americanos han sido objetivo en dos atentados de la embajada norteamericana en Beirut, los barracones de los Marines en Beirut, la embajada de Kuwait, y el World Trade Center. Los incidentes menores incluyen el asesinato de pasajeros norteamericanos en varias líneas aéreas, muchos rehenes capturados en el Líbano, y varios incidentes fatales en territorio de los Estados Unidos. Sólo podemos postular cuántos incidentes (como el plan de ir detrás del túnel de Holland y otros enclaves de Nueva York) fueron abortados; o cuántos hay aún a la espera.
Mientras que la pandilla del World Trade Center ha mantenido en gran medida la boca cerrada, un tunecino llamado Fouad Salah reconoció las opiniones de este elemento violento. Condenado en 1992 por detonar las bombas que mataron a 13 franceses en la campaña terrorista de 1985-86, Salah se dirigió al juez que llevaba su caso: "No renuncio a mi lucha contra Occidente, el cual asesinó al Profeta Mahoma…. Nosotros los musulmanes debemos matar a cada uno de vosotros [los occidentales]". A duras penas sería el único en albergar tales sentimientos.
Sin desear coexistir. El odio contra Occidente inspira una lucha contra él por la supremacía cultural. Los fundamentalistas ven la rivalidad como cultural, no militar. "Es una lucha de culturas", explica un líder de la Hermandad Musulmana, "no una entre países fuertes y países débiles. Estamos seguros de que la cultura islámica triunfará". Pero ¿cómo se va a lograr esta victoria? ¿Produciendo mejor música o proporcionando una vacuna para el cáncer? Ni por asomo, como deja prístinamente claro Saddiqui, el portavoz iraní en Londres: "Los soldados norteamericanos sosteniendo fotos de sus novias no serían rival para los soldados del islam sosteniendo ejemplares del Corán y buscando la shahadah [el martirio]". El islam triunfará, en otras palabras, a las duras o a las maduras.
Los fundamentalistas no restringen sus proyecciones a la quinta parte musulmana de la población mundial, sino que aspiran a la dominación universal. Saddiqui anuncia esta meta algo evasivamente: "En lo profundo de su conciencia histórica, Occidente también sabe que la civilización islámica le reemplazará en última instancia como la civilización dominante del mundo". Los hombres de acción comparten la misma ambición. El grupo que atentó contra el World Trade Center tenía grandes planes. 'Umar 'Abd ar-Rahmán, el jeque egipcio que les dirige, está acusado en un tribunal de Manhattan de conspiración sediciosa, es decir, intentar derrocar al gobierno de los Estados Unidos. Por muy extraño que suene esto, tiene sentido desde el punto de vista de Abd ar-Rahmán. Tal como lo ve, el mujahidín de Afganistán echó abajo a la Unión Soviética; así que, uno fuera y queda otro. Sin comprender lo robusto de una democracia madura, 'Abd ar-Rahmán pensaba al parecer que mediante una campaña de incidentes terroristas se desestabilizaría tanto a los americanos que su grupo y él podrían tomar el control. Un diario de Teherán señalaba cómo se revelaría el panorama cuando retrató la explosión de febrero de 1993 en el World Trade Center como prueba de que la economía norteamericana "es excepcionalmente vulnerable". Más que eso, el atentado "tendrá un efecto adverso sobre los planes de Clinton de poner orden en la economía". Algunos fundamentalistas al menos, sí piensan en serio poder tomar el control de Estados Unidos.
Política norteamericana: el historial
El engaño de los fundamentalistas en territorio norteamericano, no obstante, palidece en comparación con el peligro que supone en Oriente Medio; su toma de control en apenas unas cuantas regiones crearía probablemente un nuevo orden político en la región, con consecuencias desastrosas. Israel afrontaría probablemente el retorno a su desgraciada condición de los días pasados, rodeado por terrorismo y sitiado por los estados vecinos. El malestar civil en las regiones productoras de petróleo llevaría a un incremento dramático en el precio de la energía. Los estados sin principios, ya numerosos en Oriente Medio (Irán, Irak, Siria, Sudán, Libia) se multiplicarían, llevando a carreras armamentísticas, a más terrorismo internacional y a guerras, muchas guerras. Flujos masivos de refugiados a Europa bien podrían impulsar un giro político reaccionario que incrementaría enormemente el ya preocupante atractivo de fascistas como Jean-Marie Le Pen, que logró el 15% del electorado francés en las recientes elecciones presidenciales.
¿Qué medidas ha de tomar la administración Clinton para proteger a los americanos de tal perspectiva? En el lado positivo. Ha hecho esfuerzos por aislar y debilitar a Irán; desafortunadamente, ninguna otra potencia industrial ha acordado comprometerse de igual manera, limitando virtualmente el impacto de las sanciones norteamericanas. Washington también ha centrado la atención mundial en las atrocidades cometidas por el régimen sudanés.
Pero si la administración Clinton está sondeando a los fundamentalistas que ya están en el poder, tiene ideas terriblemente equivocadas acerca de los fundamentalistas en la oposición. El lugar de oponerse a ellos, ha iniciado el diálogo con los movimientos palestino, egipcio y argelino, y quizá con otros. ¿Por qué reunirse con estos grupos? Como el Presidente Clinton, James Woolsey, Peter Tarnoff, Martin Indyk y otros han explicado, la política norteamericana se opone al terrorismo, no al islam fundamentalista. La mayor parte de los fundamentalistas son gente decente, individuos serios que desposan (en palabras de Robert Pelletreau, asistente del secretario de estado para Oriente Medio) "un renovado énfasis en los valores tradicionales". Mientras un grupo no tenga vínculos con actividades violentas, tanto nosotros como su gobierno deberíamos animarlo a perseguir el proceso político.
Sólo estamos en combate con los fundamentalistas violentos, dicen. En realidad, examínese de cerca y se verá que estos elementos ni siquiera son buenos musulmanes, sino criminales que explotan la fe para sus propios propósitos malignos. "El fundamentalismo islámico utiliza la religión para encubrir sus ambiciones", ha dicho el consejero en seguridad nacional Anthony Lake. En otras palabras, aquellos que utilizan la violencia en nombre del islam no sólo son marginales para el movimiento fundamentalista; son fraudes cuyas actividades van contra sus loables objetivos.
Esta distinción entre musulmanes fundamentalistas buenos y malos lleva una implicación política importante: que el gobierno norteamericano trabaja con los primeros y contra los segundos. Sí: incluso mientras los fundamentalistas acusan a Estados Unidos e Israel de los más horribles crímenes y anuncian su odio contra nosotros, el gobierno norteamericano decide que éstas son personas con las que puede llegar a acuerdos. De ahí las relaciones políticas con Hamas, la Hermandad Musulmana de Egipto y el FIS.
Éste es un juicio pobre y lleva a una mala política, se diría que el gobierno norteamericano ha recibido mal consejo. De ahí las relaciones políticas con Hamas, la Hermandad Musulmana de Egipto y el FIS. Casi siempre sería mejor no trabajar con tales grupos, siendo las únicas excepciones las de necesidad ineludible.
Mal consejo
En parte, la culpa de la errónea política norteamericana tiene que recaer sobre los hombros de los sospechosos usuales - los especialistas académicos. Mientras que en el curso normal de los sucesos, la Rama Ejecutiva intenta no depender del consejo de externos, allí donde carece de experiencia sí se recurre a especialistas en busca de ayuda. El islam es uno de tales temas. Desde la revolución iraní de 1978, los diplomáticos se han inclinado por los iranistas y los islamicistas para desarrollar la política norteamericana,
Casi con una voz única, estos especialistas aconsejan al gobierno que no se preocupe. Algunos dicen que el desafío fundamentalista se ha desgastado. El normalmente sensato Fouad Ajami informa de que "el milenio pan-islámico ha descarrilado; la década islámica ha terminado". Asimismo, Olivier Roy, el influyente especialista francés, anunciaba en 1992 que "la revolución islámica queda tras nosotros". Otros analistas van más allá y afirman que nunca supuso algún peligro ya de entrada. John Esposito, probablemente el más importante de los consejeros académicos, publicaba un libro descartando la noción de una "amenaza islámica". Leon Hadar, un asociado israelí del Cato Institute, describe el tema entero del islam fundamentalista como "una amenaza ideada".
Los especialistas postulan al menos dos beneficios a ganar del diálogo norteamericano con los fundamentalistas. En primer lugar, asumen que los fundamentalistas están destinados a alcanzar el poder (una premisa no menos dudosa que las previsiones de hace una generación acerca de la inevitabilidad de un triunfo socialista) y aconsejan establecer relaciones tempranas y amistosas con ellos. En segundo lugar, los especialistas presentan el islam fundamentalista como una fuerza esencialmente democrática que ayudará a estabilizar la política en la región, y por lo tanto merece nuestro apoyo. Graham Fuller, ex director de la Agencia Central de Inteligencia y hoy en el RAND, defiende el fundamentalismo como un avance sano: "es política domable… [y] representa el último progreso político hacia mayor democracia y gobierno popular". El erudito egipcio Saad Eddin Ibrahim va tan lejos como para sugerir en realidad que los fundamentalistas "pueden evolucionar en algo del estilo de los Demócratas Cristianos de Occidente".
El problema con todo esto es que la noción de fundamentalistas buenos y malos en realidad carece de base. Sí, los grupos musulmanes fundamentalistas, los ideólogos y las tácticas difieren entre sí en muchos sentidos - sunníes y chi'íes, trabajando dentro y fuera del sistema, utilizando y no utilizando la violencia - pero cada uno de ellos es inherentemente extremista. Los grupos fundamentalistas han dado lugar a una división del trabajo, con algunos buscando el poder a través de la política y otros a través de la intimidación. En Turquía, por ejemplo, el Nurcus y el Refah Partisi de Necmettin Erbakán aceptan el proceso democrático, mientras que los Süleymancïs y el Milli Görüş no. En Argelia, abundantes pruebas señalan al FIS en coordinación con el criminal Grupo Islámico Armado (GIA).
Los musulmanes fundamentalistas entienden que, al aspirar a crear un hombre y una sociedad nuevos, todos los fundamentalistas tienen que trabajar en última instancia para derrocar el orden existente. Los no fundamentalistas saben esto porque han visto el destello en los ojos de los fundamentalistas, escuchado su retórica, alejado de su depredación y soportado sus crímenes. Designados como traidores, los no fundamentalistas como Salman Rushdie o Taslima Nasrin son los primeros en la línea de fuego, incluso por delante de judíos o cristianos.
Intentan educar incansablemente a los occidentales en el tema del islam fundamentalista, con desalentadoramente nimia respuesta. Como explica el secularista militante argelino Saïd Sadi: "Un islamista moderado es alguien que carece de los medios de actuar sin escrúpulos para hacerse con el poder inmediatamente". El presidente pro-occidental de Túnez precisa que "el objetivo final" de todos los fundamentalistas es el mismo: "la construcción de un estado totalitario y teocrático". El abierto embajador argelino en Washington, Osmane Bencherif, repite este sentimiento: "Distinguir entre fundamentalistas moderados y extremistas es una política errónea. El objetivo de todos es el mismo: construir un estado islámico puro, que está destinado a ser una teocracia y totalitaria". Quizá la declaración más fuerte venga de Mohammad Mohaddessin, director de relaciones internacionales del Mojahedin del Pueblo de Irán, una fuerza relevante de la oposición: "Los fundamentalistas moderados no existen…. Es como hablar de un Nazi moderado".
Acercamientos al Islam fundamentalista
Si no existen los fundamentalistas moderados, entonces el gobierno norteamericano precisará una nueva política hacia los grupos fundamentalistas de la oposición. Pero antes de proponer medidas específicas, deben difundirse tres premisas: la necesidad de trazar una distinción entre islam e islam fundamentalista; la carga sobre los americanos para ponerse a prueba; y el motivo por el que deberíamos trabajar con la izquierda contra la derecha.
El islam fundamentalistas no es islam. Es necesario distinguir entre islam e islam fundamentalista. El islam es un credo antiguo y una civilización capaz; el islam fundamentalista es un movimiento ideológico agresivo y cerrado del siglo XX. Como quiera que uno prefiera llamar al fenómeno - islam extremista, islam fundamentalista, islam militante, islam político, islam radical, islamismo, revival del islam - es el problema, no el islam como tal.
Distinguir entre islam e islam fundamentalista tiene dos ventajas importantes. En primer lugar, permite al gobierno norteamericano adoptar una posición sensata hacia ambos. Un gobierno secular no puede tener opinión sobre una religión, especialmente cuando se practica en cifras significativas entre sus propios ciudadanos. Pero de manera completamente categórica puede tener una opinión acerca de un movimiento ideológico que es hostil a sus intereses y valores. En segundo lugar, esta distinción posibilita aliarse con los musulmanes no fundamentalistas. Muchos de ellos, incluyendo los citados aquí, no tienen miedo a decir la verdad. Sus opiniones guían a aquellos de nosotros que somos ajenos a la fe islámica; su valentía nos inspira; y - cuando los fundamentalistas o sus apólogos nos acusan de ser "anti-islam" - su acuerdo nos legitima.
Voluntad demostrada. Los fundamentalistas ven a Occidente, por toda su fuerza aparente, como de voluntad débil; les recuerda al régimen del shah en el rico, corrupto, decadente y narcisista Irán. 'Alí Akbar Mohtashemi, el intransigente iraní, desprecia Estados Unidos como "un tigre hueco de papel sin poder ni fuerza". Con total certeza, dispone de riqueza y misiles, pero éstos no pueden estar altura de la fe y la resolución. Los fundamentalistas ni siquiera se molestan en esconder su desprecio por los países occidentales. Ahmed Jannati, el ayatolá de Irán, por ejemplo, afirma públicamente "Los británicos hoy están en su lecho de muerte. Otros países occidentales también se encuentran en un estado similar".
Tal desprecio obliga a Occidente a actuar incluso con más fuerza y decisión de los que sería el caso de otro modo. Son necesarias posiciones duras tanto como fin en sí mismas como para demostrar que no somos los maleables degenerados de la imaginación fundamentalista. El gobierno norteamericano tiene que demostrar, por absurdo que pueda sonar, que los americanos no son debiluchos adictos a la pornografía y las drogas. Muy al contrario, somos gente sana, resuelta y dispuesta a protegernos a nosotros y a nuestros ideales. Los fundamentalistas están tan cautivados por sus propios puntos de vista de Occidente que estos puntos simples tienen que ser manifestados una y otra vez. Soheib Bencheikh, un ex fundamentalista en persona, explica que Occidente tiene que darles algo de su propia medicina: "Para luchar contra los fundamentalistas, uno tiene que serlo un poco".
Mejor la izquierda que la derecha. Hasta hace cinco años, la izquierda disponía de una red global que amenazaba los intereses norteamericanos, mientras que la derecha consistía en regímenes aislados y débiles en su mayoría. Incontestablemente, tenía sentido trabajar con tiranos amistosos de la derecha contra el complejo marxista-leninista de la izquierda. Desde 1990, estos papeles, hablando en claro, se han invertido, especialmente en el mundo musulmán. Hoy, la izquierda consiste en extraños restos del naufragio de un régimen: el FLN (Frente Nacional de Liberación) en Argelia o el Dostam General de Afganistán. Estos gobiernos no defienden ideas o visiones; sus líderes simplemente quieren permanecer en el poder. Sin importar lo corruptos, sin importar lo desagradables, suponen peligros inferiores para Oriente Medio o para Estados Unidos que sus homólogos fundamentalistas. Además, como simples tiranos, tienen mayores oportunidades de evolucionar en la dirección adecuada que los regímenes intensamente ideológicos.
En su lugar, es la derecha, compuesta principalmente de musulmanes fundamentalistas, la que ha levantado lo que el Primer Ministro de Israel Yitzhak Rabin llama "una infraestructura internacional". La red envía ayuda práctica; por ejemplo, se dice fiablemente que los iraníes proporcionan armas, dinero, escuadrones, consejo político, entrenamiento militar, apoyo diplomático e información de inteligencia a Sudán. También proporciona importante apoyo psicológico. Los fundamentalistas se sienten mucho más fuertes siendo parte de una alianza internacional en ascensión, en cierto sentido de manera similar a los marxistas-leninistas de los años anteriores. Esta nueva red, como la vieja, tiene en su mira puesta en los Estados Unidos de América. Por estos motivos, el gobierno norteamericano debería - cuidadosa, inteligente y selectivamente - unirse con la izquierda contra la derecha cuando quiera que las circunstancias sugieran hacerlo.
Lo que debemos hacer
Pasando a las recomendaciones políticas específicas, la meta imperiosa de la política norteamericana tiene que ser evitar que los musulmanes fundamentalistas se hagan con el poder. Una vez que lleguen, como han demostrado tan claramente los mulás de Teherán, se aferrarán tenazmente. ¿Cómo, entonces, evitar que los fundamentalistas se hagan con el poder?
No implicarse en diálogo oficial o público. El diálogo envía señales que socavan los gobiernos existentes sin tener ningún beneficio. El Presidente de Egipto, Husni Mubarak, aconseja a Washington estas líneas. "Implicarse en un diálogo con fundamentalistas radicales es una pérdida de tiempo". En realidad, es peor que eso, porque sirve tanto para legitimar a los fundamentalistas como para confirmar su creencia en la debilidad occidental. El gobierno norteamericano no tiene que hablar con grupos fundamentalistas, mucho menos aliarse con ellos; las reuniones con fundamentalistas palestinos, egipcios o argelinos deberían cesar.
No apaciguar. Como observa un ex especialista de la CIA en Irán, "el fundamentalismo es una guerra librada principalmente en la imaginación de los musulmanes. Los sueños privados y colectivos no son propensos a negociaciones". Igual que otros totalitarios, los fundamentalistas musulmanes responden al apaciguamiento exigiendo más concesiones. Saïd Sadi, el secularista argelino, aconseja a sus paisanos no abandonarse a los fundamentalistas, "porque si hacemos la menor concesión, todas nuestras libertades se verían amenazadas". De nuevo, Mubarak lo comprende: "Puedo asegurarle", dice, que los grupos fundamentalistas "nunca llegarán a buen término con Estados Unidos". En cambio la política exterior no será suficiente, porque los fundamentalistas no nos desprecian por lo que hacemos, sino por lo que somos. Descartando adoptar su corriente del islam, no hay esperanza de satisfacerles.
No ayudar a los fundamentalistas. Con el final de la Guerra Fría, este objetivo debería ser más fácil de lograr. Para obtener el permiso paquistaní para armar a los mujahidínes afganos contra las fuerzas soviéticas en los años 80, la CIA tuvo que dar suministro desproporcionadamente a los fundamentalistas. Washington lo hizo como oferta, y lo hizo correctamente, dado que significaba alinearse con el mal menor contra el mayor. Ahora que el fundamentalismo es el mal mayor - o, al menos, el más dinámico - es menos probable que se presente este enigma. Es difícil imaginar un escenario hoy en el que el gobierno norteamericano deba ayudar a los fundamentalistas.
Presionar a los estados fundamentalistas para reducir su agresividad. Occidente debería presionar a los estados fundamentalistas - Afganistán, Irán, Sudán - con el fin de reducir su agresividad y la ayuda que suministran a sus hermanos ideológicos en países como Turquía, Jordania, Egipto o Argelia, así como a los palestinos. El gobierno norteamericano con sus aliados tiene un amplio abanico de herramientas comerciales y diplomáticas a su disposición con las que hacer frente a la versión fundamentalista, con una opción militar siempre reservada en segundo plano de ser necesaria.
Apoyar a aquellos que afrontan el islam fundamentalista. Los gobiernos en combate con los fundamentalistas merecen ayuda norteamericana. Deberíamos apoyar a los no fundamentalistas, incluso cuando eso significa aceptar, dentro de unos límites, tácticas de mano dura (Egipto, la OLP), abortar las elecciones (en Argelia), y las deportaciones (Israel). También significa apoyar a Turquía en su conflicto con Irán y a la India contra Pakistán en el tema de Cachemira.
Lo mismo se aplica a instituciones y particulares. Mientras cae sobre ellos una cortina de silencio y terror, los no fundamentalistas de Oriente Medio pierden su voz. Ser agasajados por los americanos impulsaría enormemente su moral y prestigio; mientras, los fondos de la Agencia de Información norteamericana, la Agencia de Desarrollo Internacional y los recursos privados vendrían bastante bien. De nuevo, esto significa trabajar con organizaciones poco menos que Jeffersonianas, destacadamente los Mojahedines del Pueblo de Irán, a pesar de la controversia que ello despertaría probablemente.
Impulsar la democratización gradual. Finalmente, el gobierno norteamericano tiene que ser muy cuidadoso con cómo presiona en favor de la democracia. Desafortunadamente, identificar democracia con elecciones se ha hecho común, llevando a un énfasis de mentalidad simple sobre las elecciones como fin en sí mismas. De hecho, por "democracia", la mayoría de los norteamericanos incluyen la libertad; un amplio juego de preceptos políticos, no sólo un medio de elegir a un gobierno.
Las elecciones rápidas solucionan poco. A menudo empeoran las cosas reforzando a los elementos fundamentalistas, estando éstos usualmente mejor organizados y no estando preparada la ciudadanía para tomar decisiones electorales completamente informada. En su lugar, deberíamos presionar en favor de objetivos más modestos: participación política, mandato de la ley (incluyendo una judicatura independiente), libertad de prensa y de religión, derecho de propiedad, derechos de las minorías y el derecho a constituir organizaciones voluntarias (especialmente partidos políticos). En fin, debemos impulsar la formación de una sociedad civil. Las elecciones no son el comienzo del proceso democrático, sino su colofón y final, la señal de que ha empezado a existir una sociedad civil en la práctica. Como Judith Miller, del New York Times, resume la idea, debemos impulsar "Elecciones mañana y sociedad civil hoy".
Al final, la batalla ideológica de la era de la posguerra fría instigada por el islam fundamentalista será decidida por los musulmanes, no por los americanos. El desafío fundamentalista tendrá éxito o fracasará dependiendo de lo que hagan los fundamentalistas y los opositores no fundamentalistas. Aún así, los americanos son espectadores importantes que pueden tomar medidas significativas para ayudar a nuestros aliados naturales contra nuestros adversarios inevitables.