Es hora de un cambio drástico en la política norteamericana hacia Israel. Desde alrededor de 1967, Estados Unidos ha seguido una línea bastante constante: ayudar a Israel a ser fuerte al tiempo que le presiona para que haga concesiones a los árabes. Este enfoque dual se ha asentado tanto que apenas se nota siquiera.
Pero no ha funcionado. Esas concesiones - principalmente la entrega de territorio - que se supone iban a ganar buena voluntad recíproca por parte de los árabes poniendo fin así al conflicto, han sido vistas como una señal de debilidad israelí.
Las concesiones no sólo no han logrado la paz armoniosa esperada, en la práctica han perjudicado a Israel, haciéndole menos temeroso para sus vecinos, resultando en un climax de ambiciones y violencia árabes y palestinas. Si las concesiones han tenido precisamente el efecto equivocado sobre las posturas árabes, han granjeado buena voluntad a Estados Unidos. El proceso de Oslo rebajó parte del antiamericanismo endémico en Oriente Medio, haciendo por tanto ligeramente más seguras las fuentes de petróleo, el terrorismo un poco menos probable, y las arengas políticas más cortas y menos apasionadas.
Sería por tanto conveniente para Estados Unidos si la emergente hostilidad fuera únicamente problema de Israel. Pero ahora se ha llegado a un punto donde las concesiones representan mayores peligros para los intereses norteamericanos que los beneficios que conllevan.
La debilidad percibida de Israel ahora es un problema americano: La agresiva euforia anti-sionista expresada por los árabes supone un peligro directo para Estados Unidos.
Si la excitación de la "calle" árabe y su furia hacia Israel llevasen a la guerra, Estados Unidos podría sufrir repercusiones perjudiciales enormes en términos del mercado del petróleo, relaciones con los estados de mayoría musulmana y terrorismo contra instituciones y particulares americanos.
Lo que es peor: si esa guerra saliese mal para Israel, las implicaciones para Estados Unidos podrían ser verdaderamente devastadoras. Nos guste o no, los Estados Unidos sirven como garante informal, pero muy real, de la seguridad para Israel, y es difícil conjurar una perspectiva ante la que los planificadores políticos sientan más placer que acudir en su ayuda.
¿Cuál es el mejor curso de Washington, teniendo en cuenta las perspectivas de una guerra árabe israelí que desea evitar desesperadamente?
Washington debería tomar medidas que disuadan a los enemigos potenciales de Israel - ayudando a reconstruir la capacidad disuasoria de Israel.
Como argumento exhaustivamente en el número de diciembre de la revista Commentary, Washington debería adoptar cuatro políticas con urgencia:
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No más concesiones territoriales israelíes. Este cambio es necesario, durante algunos años al menos, para acabar con la percepción árabe de que Israel es un estado débil suplicando su final. El objetivo a corto plazo no es solucionar el conflicto árabe israelí, sino mejorar la capacidad disuasoria israelí.
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Animar a Israel a parecer temible. Tendría un enorme impacto si los líderes americanos llamasen a Jerusalén para reinstaurar sus antiguas políticas duras, donde se castigaba los enemigos por los ataques contra sus personas y sus propiedades. El objetivo, de nuevo, es demostrar que no está desmoralizado.
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Mantener el ejército de Israel al extremo. Mientras los políticos americanos repiten como loros este mantra, su disponibilidad a vender armas a algunos de los enemigos potenciales de Israel (destacadamente Egipto pero también Jordania, Arabia Saudí y varios emiratos del Golfo Pérsico) mejora enormemente la capacidad militar de los segundos, y hace más probable la guerra.
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Vincular a Israel con los Estados Unidos más estrecha y consistentemente. De vez en cuando, Washington permite que una resolución desagradable y parcial sea aprobada por el Consejo de Seguridad; más recientemente se abstuvo de la resolución UN 1322 el 7 de octubre. Otro problema concierne al tratamiento ocasional del gobierno norteamericano tanto de Israel como de sus detractores como equivalentes morales. Esto envía la señal de aislamiento israelí que puede animar a los belicistas.
Este enfoque de animar a Israel puede sonar improbable que Washington lo siga. Pero una inversión dramática en política normalmente aparenta ser inimaginable antes de que suceda realmente. Vale la pena notar que algunos políticos americanos importantes (destacadamente los Senadores Charles Schumer de Nueva York y Jesse Helms de Carolina del Norte) ya han expresado su deseo de tal cambio.
La falta de voluntad de Israel a la hora de proteger sus propios intereses plantea a su principal aliado, Estados Unidos, un peso acuciante e inusual; la necesidad de reafirmar la voluntad de sus socios. Nunca antes un estado democrático ha planteado a un aliado tal dilema.