El 11 de Septiembre cambió mucho para los conservadores y poco para los progresistas.
Los conservadores tienden a ver a Estados Unidos, la cultura occidental e incluso la propia civilización bajo ataque de una fuerza totalitaria bárbara relacionada de alguna manera con el Islam. Lo perciben como un combate cósmico - reminiscencia de los de la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Fría.
Los progresistas tienden hacia una opinión mucho más relajada de la situación, como simboliza el comentario del 2004 de John Kerry que llamaba al terrorismo "una molestia" y lo comparaba con el juego o la prostitución. Los progresistas acusan a los conservadores, por motivos de interés propio, de exagerar la amenaza. La extrema izquierda va más allá y difunde teorías conspiratorias acerca de que la administración Bush perpetró el 11 de Septiembre.
Como ya señalé en 1994 (en un artículo de National Review), el presente debate se divide según líneas que recuerdan de cerca a los referentes a la Unión Soviética. A los conservadores, estando orgullosos de lo que han creado los americanos, les preocupan más las amenazas externas y respaldan la confrontación; los progresistas, siendo más autocríticos, son más sanguíneos y prefieren el acuerdo. Dicho de otra manera, el 11 de Septiembre movilizó a los conservadores contra el Islam radical a la vez incluso que movilizaba a los progresistas contra los conservadores.
De cara al futuro, nada sino una atrocidad de proporciones terribles despertará a los progresistas y convertirá el "unidos permaneceremos" en un eslogan significativo otra vez.