La elección de Mohammed Jatami como presidente de Irán hace un año parecía señalar una maniobra hacia la moderación política. Pero los sucesos recientes — el reformista alcalde de Teherán condenado a 5 años de cárcel, la prueba de un misil con un alcance de 1.300 kilómetros — señalan los límites de su poder. ¿Qué sucede? Para comprenderlo, ayuda retroceder y ver la imagen general.
La República Islámica de Irán es un estado totalitario. En esto, recuerda a entidades políticas tales como la Unión Soviética, la Alemania Nazi, o la República Popular de China. Por supuesto, su ideología es islamista (en lugar de fascista o marxista-leninista), pero esto es un detalle técnico, puesto que en sentidos clave comparte mucho en común con otros regímenes totalitarios.
Pretende rehacer al ser humano con el fin de establecer una sociedad perfecta. Para este fin, aspira al control total sobre su pueblo y está dispuesto a destruir a cualquiera en su camino. Tiene ambiciones globales y hará todo lo posible — de publicar libros para alentar el terrorismo hasta desplegar un arsenal de armas de destrucción masiva — con el fin de incrementar su poder.
En los primeros años de este siglo, cuando los regímenes totalitarios se encontraban en pañales, desconcertaban al mundo exterior. Se necesitó un genio político como Winston Churchill, por ejemplo, para comprender las verdaderas dimensiones del estado Nazi.
Hoy, sin embargo, el mundo ha pasado por ochenta años de experiencia con tal régimen. Ya sea de Corea del Norte o Cuba, hemos aprendido que son inherentemente agresivos; y que apaciguarlos no funciona. Los líderes moderados solamente prevalecen sobre los radicales cuando la situación es desesperada.
Por el lado positivo, también hemos visto que tales regímenes radicales utópicos tienen un ciclo de vida limitado. Al contrario que los estados usuales, ellos no perduran. En su lugar, expiran en un amasijo de acero y fuego (la Alemania Nazi, Camboya), colapsan sobre su propio peso (Alemania del Este, la Unión Soviética), o transmutan en estados más mortales (China, Vietnam).
Estos tres patrones tienen implicaciones directas sobre los sucesos en Irán. En primer lugar, podemos asegurar que el régimen no durará mucho. En segundo lugar, solamente se moderará si el fracaso de la ideología islamista se hace ampliamente evidente.
Las implicaciones para el mundo exterior también están claras. Tenemos que hacer lo que sea para evidenciar y catalizar el fracaso del programa islamista. En particular, el comercio con Irán (que siempre ha tenido un potencial limitado) debería minimizarse de cara a aislar al país y volver a su población contra la República Islámica. También debemos tomar medidas para protegernos de un régimen intrínsecamente belicoso y no dejar que los diplomáticos de sonrisa nos distraigan de sus agresivos propósitos.
Es especialmente importante que Turquía adopte tal política de contención, porque los hombres de Teherán temen y les repugna el legado atatürko, y manifiestan una intención particular de desmantelarlo. A menos que los turcos permanezcan firmes, invitan a Irán a entrometerse, con resultados catastróficos.