Mi visita a Estambul esta semana llega en mitad del mayor desafío a la República secular turca desde su creación en 1923.
Fundada por Mustafá Kemal Atatürk sobre los escombros del Imperio Otomano, la república nació en el punto álgido de la confianza occidental, cuando parecía que el estilo europeo se convertiría en la plantilla global. Atatürk impuso un desbordante abanico de cambios, incluyendo el Derecho europeo, el alfabeto latino, el calendario gregoriano, los apellidos personales, los sombreros en lugar del gorro tradicional turco [fez], la monogamia, el domingo como día de descanso, la prohibición de los religiosos mendicantes, el derecho legal a beber alcohol, y el turco como lenguaje litúrgico.
Muchas reformas echaron raíces; remontarse a la escritura árabe o descartar los apellidos es inconcebible. Dicho eso, el país ha tendido en general a volver a las prácticas islámicas. La enseñanza cada vez más religiosa de las escuelas y más mezquitas financiadas por el estado se complementan con más mujeres que se ponen velo.
Diversos factores explican este avance: la predecible reacción contra los excesos de Atatürk; la extensa democratización de Turquía, que dio a las masas la oportunidad de expresarse; el índice demográfico superior de los anatolios, más reacios en general a los cambios de Atatürk; y el ascenso gradual islamista que se inició aliados de los años 70.
Este ascenso se tradujo en una representación islámica sustancial en la Gran Asamblea Nacional, comenzando con un único escaño en los años 60 y después - ayudado por las peculiaridades electorales turcas - alcanzando casi una mayoría de dos tercios hoy. Los partidos islámicos han controlado en dos ocasiones el primer ministerio, en 1996-97 y desde el 2002 La primera vez, la contundente personalidad Necmettin Erbakán y el programa abiertamente islamista movió al ejército, guardián de las tradiciones de Atatürk, a apartarle del poder en cuestión de un año.
Tras el colapso de Erbakán, un exlugarteniente, Recep Tayyip Erdoğán, fundaba Justicia y Desarrollo (o AKP), el partido en el poder hoy. Habiendo aprendido del fiasco de 1996-97, Erdoğán y su equipo adoptaron el enfoque mucho más cauto en materia de la islamización. Asimismo mostraron competencia gobernando, gestionando bien la economía, la Unión Europea, Chipre y otros asuntos.
Pero el mes pasado Erdoğán llegaba demasiado lejos al seleccionar a Abdalá Gül, su socio cercano, para encabezar la presidencia de la República. En un resumen rápido de los sucesos, Gül no obtuvo los votos necesarios, el Tribunal Constitucional anuló las elecciones, millones de seculares tomaron las calles, el ejército dio indicaciones de un golpe de estado, y Erdoğán disolvió el Parlamento. Tanto el parlamento como un nuevo presidente se votarán pronto.
Las preguntas abundan: ¿podrá el AKP obtener de nuevo la mayoría de los escaños? A falta de eso, ¿podrá constituir una coalición gobernante? ¿Tendrá éxito instaurando a uno de los suyos como presidente?
Más fundamentalmente, ¿cuáles son las intenciones por la directiva del AKP? ¿Conserva un programa islamista secreto habiendo visto de primera mano el destino de Erbakán y simplemente aprende a disfrazar sus objetivos islamistas? ¿O abandonó realmente estos objetivos y acepta el secularismo?
Estas dudas de intención solamente pueden responderse especulativamente. Juzgar si el AKP posee una agenda oculta o no, concluí tras un viaje a Turquía a mediados de 2005, se parece a "un sofisticado rompecabezas intelectual", con evidencias convincentes en ambos sentidos. Tal sigue siendo el caso, concluyo en esta visita dos años después. Simplemente hay más datos por procesar e interpretar.
Cada turco debe evaluar al AKP por su cuenta, al igual que la mayor parte de los gobiernos extranjeros importantes. Si las encuestas muestran que el elector turco aún permanece indeciso, los líderes extranjeros han optado en favor de Erdoğán. El Consejo de Europa condenaba la intervención militar y la Secretario de Estado norteamericana Condolizza Rice ha ido más allá, elogiando al AKP por "llevar a Turquía a occidente hacia Europa" y aprobaba específicamente sus esfuerzos por poner al día las leyes de Turquía con respecto a las de Europa en las áreas de libertad individual y religiosa.
Pero sus declaraciones ignoran los esfuerzos del AKP por aplicar la ley islámica criminalizando el adulterio y creando zonas libres de alcohol, por no hablar de su cesión de preferencia a los tribunales islámicos por encima de los tribunales seculares, su dependencia de los fondos procedentes de fuentes cuestionables, y sus prejuicios contra las minorías religiosas así como la persecución a los contrincantes políticos. Además, el ingreso en la Unión Europea ofrece al AKP un enorme beneficio colateral: al reducir el papel político de la dirección militar archi-militar de Turquía, paradójicamente, despeja el camino a la aplicación de la ley islámica. ¿Sobrevivirá la cautela del AKP a su neutralización del estamento militar? Finalmente, la Secretario Rice ignora las tensiones en las relaciones turco-norteamericanas inducidas por el AKP.
Pero su análisis superficial tiene un beneficio imprevisto: teniendo en cuenta el ferviente antiamericanisno de Turquía en estos días, el apoyo americano al AKP provocaría que en la práctica perdiera votos. Humor así de cínico al margen, Washington debería dejar de reforzar al AKP y alinearse en la práctica con sus aliados naturales, los secularistas.