Salman Rushdie sorprendía a todo el mundo el día de Nochebuena al firmar una declaración anunciando su fe islámica y pidiendo que Viking-Penguin, el editor de Los versos satánicos, ni editase el libro en formato bolsillo ni permitiese que fuera traducido. Realmente, esta maniobra no fue una gran sorpresa, dado que culmina los esfuerzos recientes por parte de Rushdie por sacarse del arresto domiciliario y devolverse nuevamente a la vida normal. Pero probablemente cause a Rushdie más mal entre sus amigos que bien entre sus enemigos.
Los orígenes del caso Rushdie son harto conocidos. En febrero de 1989, ultrajado por los elementos presuntamente anti-islámicos de la novela de Rushdie, el ayatolá de Irán Ruholah Jomeini decretaba una sentencia de muerte tanto contra Rushdie como contra sus editores. Rushdie, que reside en Inglaterra, se ocultó inmediatamente. Las últimas palabras para él llegaban del escritor Paul Theroux: "No levantes la cabeza, Salman". Durante los 22 meses siguientes, Rushdie sí mantuvo la cabeza baja, deslizándose de refugio en refugio bajo los auspicios de la Special Branch de Scotland Yard.
Conforme los meses se convertían en años, Rushdie se dio cuenta de que a menos que hiciera algo, seguiría para siempre oculto, sin libertad de movimientos, su esposa o compañía. Jomeini fallecía en junio de 1989, y Rushdie esperaba que esto significase que podía volver a aparecer en público. Pero no: las autoridades de Irán indicaron que mientras que no perseguirían al autor con la antigua vehemencia, el edicto de Jomeini seguiría en vigor.
En las últimas semanas, Rushdie parece haberse puesto nuevamente impaciente. Declarando "quiero reclamar mi vida", comenzaba a tantear las aguas. Apareció en televisión y se presentó en librerías. Rushdie también defendió dos ideas. Primero, cree que la aparición el mes pasado de su nuevo libro, un cuento para niños titulado Haroun y el Mar de Cuentos, deja obsoleto el decreto del ayatolá. Llamando a Los versos satánicos "un libro viejo… una historia agotada", apelaba a "poner punto y final" a la discusión. Considerando que "ni siquiera la persona más enojada permanece enojada para siempre", expresaba optimismo a propósito de abandonar el secreto en cuestión de un año.
En segundo lugar, manteniendo que algunos líderes musulmanes estaban llegado a su punto de vista de que "se ha presentado un malentendido, se ha cometido una equivocación", se involucraba en diálogos que alcanzaban el clímax con su firma de la declaración el lunes.
Pero es el optimismo a ultranza más irreal. Lejos de ser olvidada, la causa de Los versos satánicos sigue siendo vibrante entre los enemigos de Rushdie - y no son tímidos recordándole esto. El líder de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, rechazaba los esfuerzos de Rushdie y, recordando las palabras del ayatolá Ruholah Jomeini, anunciaba: "El veredicto del Islam permanecerá sin cambios incluso si Rushdie se arrepintiera y se convirtiera en el musulmán más religioso de los tiempos". En caso de que siguiera habiendo alguna ambigüedad, la decimoquinta Fundación Jordad renovaba formalmente su oferta de 1989 de un millón de dólares a cualquier no iraní que asesine a Rushdie.
Sobre el segundo punto, el malentendido, la declaración de Rushdie puede persuadir a algunos musulmanes de que no tenía intención real de atacar el Islam; la supresión del libro en formato bolsillo podría apaciguarlos. Pero, claramente, esos musulmanes dispuestos a conocer a Rushdie no son los que amenazan su vida. La amenaza viene de los fundamentalistas que desprecian las disculpas de Rushdie - cuya ejecución ven como el acto definitivo de homenaje a su ayatolá. Nada de lo que Rushdie diga o haga cambiará la mentalidad de estos radicales. La amenaza contra Rushdie, en fin, es permanente.
Si el abandono de sus principios no ha apaciguado a los enemigos de Rushdie, causa gran decepción entre sus aliados. el pasado viernes, Rushdie decía a un interlocutor que fue "un error triste" que la versión del libro en rústica no fuera publicada; tres días más tarde se permitía formar parte de ese error. Es probable que aquellos en Occidente y el mundo musulmán que veían a Rushdie como símbolo de la libertad de expresión se sientan ofendidos por su capitulación. Esperemos que no abandone más en aras de una búsqueda vana por reanudar su vida normal.