El 24 de septiembre, a falta apenas de dos días para la década desde la publicación de Los versos satánicos por el novelista británico Salman Rushdie, el ministro de exteriores de la República Islámica de Irán se reunía con su homólogo británico y declaraba que el gobierno iraní no tiene ninguna intención de, ni va a tomar ninguna medida en absoluto para, amenazar la vida del autor de Los versos satánicos o de cualquiera vinculado con su trabajo, ni instará ni animará a nadie a hacerlo. En consecuencia, el gobierno se disocia de cualquier recompensa que haya sido ofrecida a estos efectos y no aporta dinero.
Declarando estos comentarios un cambio trascendental en la política iraní, el Secretario de Exteriores Robin Cook respondía: "Estas garantías deberían hacer posible una relación mucho más constructiva entre el Reino Unido - y estoy seguro que la Unión Europea - [e] Irán, y la apertura de una nueva página en nuestras relaciones". Prosiguió para anunciar la reanudación por parte del Reino Unido de relaciones diplomáticas completas con Teherán, rotas desde 1989.
El Ministro de Asuntos Exteriores británico no fue en absoluto el único en retratar las declaraciones iraníes como decisiva retractación del edicto de febrero de 1989, firmado por el ayatolá Jomeini, que condenaba a muerte "al autor del libro titulado Los versos satánicos... y a todo aquel implicado en su publicación que fuera consciente de su contenido". En medio del júbilo general, el propio Rushdie, que ha pasado los últimos 10 años en semi-reclusión, estaba particularmente eufórico. "Es un avance y ha terminado... Ya no existe ninguna amenaza del régimen iraní. La fatwa languidecerá". Lo mejor de todo, añadía Rushdie, "Parece que esto se ha hecho en Irán con consenso. No parece haber ninguna oposición a ello".
¿Es esto cierto?
Las declaraciones del ministro de exteriores iraní, Kamal Jarrazi, tienen tres componentes cuidadosamente formulados. En primer lugar, Teherán no intentará matar a Rushdie o a los demás vinculados con Los versos satánicos. En segundo lugar, Irán no instará a otros a hacerlo. En tercer lugar, Irán se disocia de la recompensa de hasta 2,5 millones de dólares por el asesinato de Rushdie que ha sido ofrecida por la decimoquinta Fundación Jordad.
Como es el caso, lejos de ser "un logro", ni una sola de estas afirmaciones dice nada nuevo. Durante años ya, Teherán ha informado al Reino Unido y a otros estados europeos que no tiene ninguna intención de cumplir la sentencia dictaminada por el ayatolá Jomeini . Ya en junio de 1989, apenas unos días después de que Jomeini en persona falleciese, un portavoz iraní oficioso en Londres anunciaba que mientras que la amenaza de muerte no se derogaría formalmente, Teherán estaba "dispuesto a dejar desaparecer el tema". Varios meses después, el Ministro de Exteriores Alí Akbar Velayati formalizaba esta postura cuando sugería que los gobiernos occidentales europeos "no necesitan relacionar la cuestión de Salman Rushdie con las relaciones políticas entre Irán y esos países".
Los iraníes han repetido esta formulación en varias ocasiones durante los años posteriores. En quizá la más firme de tales reiteraciones, un funcionario del ministerio de exteriores declaraba en diciembre de 1997 que el edicto Rushdie era "un tema puramente religioso, con el cual el gobierno iraní no tiene nada que ver". El gobierno de Alemania estaba orgulloso de enarbolar estas declaraciones como una prueba de los presuntos beneficios de "su diálogo crítico" con Irán.
De igual manera con el segundo punto - instar a otros a matar a Rushdie - y de igual manera lo mismo con el tercer punto referente a la recompensa financiera. De ambos, el gobierno iraní se ha distanciado visiblemente. Así, en mayo de 1997, por citar un ejemplo solamente, el embajador de Irán en Hungría afirmaba claramente que "los líderes iraníes nunca han dicho o sugerido que alguien deba matar a" Rushdie. Y cuando, en febrero de 1997, la decimoquinta Fundación Jordad anunciaba que elevaba su recompensa de 2 millones a 2,5 millones de dólares, el Presidente Hashemi-Rafsanjani salía al paso para responder que "esta fundación es una entidad no gubernamental y sus decisiones no están relacionadas con políticas gubernamentales".
Si la declaración de Jarrazi recapitula simplemente la política iraní de muchos años, de mayor importancia es lo que no dice. Jarrazi ni repudia el edicto de 1989 ni limita su alcance; tampoco trató el tema de ello y ni siquiera puso en duda su validez como base de una política gubernamental. Solamente ofreció garantías verbales de que las autoridades iraníes no lo llevarían a cabo.
El hecho es que, al margen de lo que digan los diplomáticos de Teherán, entre la elite iraní existe un acuerdo casi unánime en torno a que el edicto contra Rushdie es una sentencia permanente, una que constituye tanto política gubernamental como al mismo tiempo la competencia para tratarla queda más allá del gobierno.
La variante del islam que se practica en Irán distingue entre dos tipos de pronunciamientos religiosos, la fatwa y el hukm. La primera es válida solamente durante el periodo vital de la autoridad religiosa que la decreta; la segunda permanece en vigor más allá de su muerte. A pesar de la costumbre occidental de referirse al edicto contra Rushdie como fatwa, los portavoces iraníes la han calificado universalmente de hukm. Así, el ayatolá Abdalá Javadi-Amoli en febrero de 1997: "Ésta no es una fatwa que muera con el fallecimiento de la autoridad religiosa que la decretó... Es un hukm que es permanente y permanecerá en vigor hasta implementarse".
No parece haber disidencia entre los líderes políticos iraníes en torno a que carecen de capacidad para derogar este "decreto religioso inamovible" (por citar al Presidente en funciones del Comité de asuntos exteriores del parlamento iraní). Solamente Jomeini podría haber dado tal paso, y específicamente rehusó hacerlo. Según los medios iraníes, Jomeini dio instrucciones claras a sus sucesores antes de su muerte de nunca retractarse de un hukm, sin importar la presión: "No debe permitirse que este edicto se convierta en un tema diplomático objeto de negociaciones". Artísticamente formuladas declaraciones para líderes occidentales al margen, sus herederos han seguido fielmente sus instrucciones.
La propia interpretación de Jarrazi en la materia no difiere ni un ápice. No solamente reconocía el 24 de septiembre que no estaba diciendo nada nuevo, sino que destacaba la idea una semana después: "Nosotros no adoptamos una postura nueva con respecto al apóstata Salman Rushdie, y nuestra posición sigue siendo la misma que ha sido repetida incesantemente por los funcionarios de la República Islámica de Irán". Sus palabras fueron recogidas por una serie interminable de comentarios de políticos, teólogos y analistas informativos iraníes. Un periódico editorializaba que "el tema de Rushdie solamente terminará matándole a él y a todos los elementos vinculados con la publicación del libro". Un importante ayatolá declaraba que ejecutar a Rushdie sigue siendo un deber que compete a todos los musulmanes "hasta el día del juicio". En el parlamento, 150 de los 270 miembros firmaron una carta abierta destacando la profunda irrevocabilidad del edicto. La Asociación de Estudiantes Universitarios de Hezbolá anunciaba que añadía mil millones de riales (330.000 dólares) a la recompensa por el asesinato de Rushdie , y una pequeña aldea del norte de Irán contribuía al regalo ofreciendo a sus verdugos 10 alfombras, 5.400 yardas cuadradas de terreno agrícola, y una casa con jardín.
En pocas palabras, la amenaza para Salman Rushdie sigue siendo tan grande como siempre. En la práctica, podría ser aún mayor ahora que otros y él han convencido de que ha dejado de existir. Dado que no existe motivo para creer que algo haya cambiado en la política iraní, no existe motivo para creerse las garantías de Jarrazi. Ha habido demasiadas garantías anteriores así, y apenas han evitado las tentativas de asesinato de Rushdie, incluyendo, como revelaba él mismo en 1997, aquellas por parte de agentes del gobierno iraní.
Los agentes iraníes tampoco son la única amenaza potencial. Los fundamentalistas musulmanes de todo el mundo tienen al ayatolá Jomeini en una estima únicamente elevada; para ellos, la pena de muerte contra Rushdie sigue siendo una herencia brillante, mucho más allá del control de los tecnócratas de Teherán. Como destacaban los medios iraníes, el edicto "no se confina solamente a los iraníes"; "todo musulmán libre y comprometido tiene la obligación de defenderlo". El ayatolá Hasán Sane'i, gerente de la decimoquinta Fundación Jordad, ha ido aún más allá: la recompensa, ha dicho, "será abonada cuando el edicto sea implementado por cualquiera, musulmán o no musulmán, o incluso por los guardaespaldas de Salman Rushdie".
En su voluble reacción a los comentarios de Jarrazi, Rushdie podría en la práctica haber incitado el recelo musulmán en su contra. Retractándose gratuitamente de unas declaraciones que había hecho en 1990 declarando su propia fe islámica, insultaba a sus enemigos como "dinosaurios [que] no representan absolutamente nada", llamaba a Los versos satánicos "una parte importante de mi trabajo", y predecía que "todo el tema pasará a mejor vida muy rápidamente". Por citar la advertencia de un periódico iraní, este mismo optimismo por parte de Rushdie y sus partidarios "podría incluso abrir el camino a una ejecución acelerada de la pena en su contra".
La simple realidad es que ni el Ministro de Exteriores Jarrazi ni, por extensión, el Presidente Mohammed Jatami, habla claramente con autoridad por el gobierno de Irán. Una y otra vez ha sido obvio que este presidente, al margen de lo "moderadas" de sus opiniones -- y hasta eso es una cuestión de grados -- no tiene la última palabra en Teherán. Eso pertenece a la persona que ahora ocupa el cargo de Jomeini en calidad de líder espiritual oficial de Irán, Alí Hoseyni Jamene'i, un político que viene apoyando constantemente el edicto y cuyos seguidores radicales ostentaban el control decisivo de la entidad de toma de decisiones última de Irán en las elecciones celebradas el pasado octubre.
Lo cual solamente plantea la cuestión, ¿por qué los comentarios de Jarrazi tienen un efecto aparentemente tan electrificante sobre Gran Bretaña y los demás gobiernos occidentales? La respuesta es que los gobiernos tienen la capacidad, cuando quieren, de convertir en noticia lo que no es noticia, y en este caso, por motivos propios, Londres quiso hacer claramente exactamente eso. Como conjeturaba acertadamente Associated Press, "Jarrazi y Cook intentaron retratar la maniobra como algo nuevo y significativo como medio de mejorar los vínculos que han permanecido extensos a causa del caso [Rushdie]".
¿Y por qué para mejorar los lazos? Aquí uno no puede sino citar al propio Salman Rushdie en 1997: "Cuando se trate de su queso holandés feta o su ternera irlandesa halal contra la Convención Europea de Derechos Humanos, no espere que gane la libertad de expresión". El señuelo del mercado iraní, al margen de lo pequeño que sea, es poderoso. Rushdie viene siendo un obstáculo para los gobiernos europeos que desean acceder a ese mercado. Ahora, en coordinación con el propio Teherán, han descubierto un modo de aparcar el obstáculo.
Los europeos no están solos. Al igual que sus homólogos británicos, también los legisladores norteamericanos han permitido que su deseo de contratos petroleros y oleoductos a la desagradable realidad, que es la de que la represión, el terrorismo y la agresividad territorial siguen siendo la marca de fábrica del régimen iraní, incrementada recientemente con la iniciativa para adquirir armas de destrucción masiva. A comienzos de 1998, el informe anual sobre terrorismo del Departamento de Estado observaba correctamente que hasta bajo el Presidente Jatami, no había tenido lugar ningún cambio en el patrón de comportamiento violento de Irán, y concluía que Irán sigue siendo el principal estado del mundo patrocinador del terrorismo. Altos funcionarios del Departamento de Estado no vieron nada de esto, y simplemente obviaron el informe. De igual manera, no se ha permitido que el hecho de que el programa balístico de Irán se haya acelerado bajo Jatami afecte a la iniciativa de acercamiento de la administración Clinton hacia la República Islámica.
Exactamente igual que las ilusiones de Rushdie le colocan en un peligro mayor, las ilusiones paralelas entre los legisladores norteamericanos nos colocan a nosotros y al mundo en un peligro mayor. Las sanciones contra Irán han sido nuestro equivalente funcional a guardaespaldas: pasivas, puntuales, inconvenientes y hasta molestas, pero dadas las circunstancias, es mejor que nada, y mejor que cualquier alternativa que es probable que se persiga. Exactamente igual, los misiles y las armas de destrucción masiva de Irán son los equivalentes funcionales a asesinos al acecho. Halagar el tono mejorado del Presidente Jatami o las cautas ambigüedades del Ministro de Exteriores Jarrazi no nos protegerá más de esas amenazas de lo que es probable que Salman Rushdie quede protegido bajo su vertiginosa insistencia en que el edicto de ayatolá Jomeini ya no existe.