Nota al lector: todas las citas contenidas en este artículo y todas las referencias a sucesos anteriores a junio de 2007 son genuinas. Todas las referencias a sucesos futuros son, obviamente, ficticias. Las oraciones entre corchetes no aparecen en la versión escrita.
En perspectiva, hubo montones de señales de la guerra que estalló de manera tan abrupta el 19 de junio de 2008.
En primer lugar, estaban las amenazas verbales abiertas. Hatem Bazian, conferenciante universitario de Estudios Islámicos de la Universidad de California-Berkeley, anunciaba ante una concentración en abril de 2004 que había llegado el momento de la violencia en masa, una intifada, en los Estados Unidos. "Aquí estamos sentados mirando el mundo pasar, gente bombardeada [por fuerzas americanas], y es cuestión de tiempo que tengamos una intifada en este país que cambie fundamentalmente la dinámica política aquí".
En Canadá, Aly Hindy del Centro Islámico Salaheddin de Toronto amenazó a la Ministro de Seguridad Pública Anne McLellan porque el gobierno "aterroriza" a los musulmanes. "Si usted cruza la línea no puedo garantizar lo que vaya a suceder. A nuestros jóvenes, no los podemos controlar". Cuando la policía recalcó, "Esto es una especie amenazada", Hindy respondió, "sí, pero por el bien de este país".
Otra señal importante llegaba en mayo de 2007, cuando un estudio del Pew Research Center descubría que el 13% de los musulmanes americanos encuestados cree que "el terrorismo suicida y otras formas de violencia contra objetivos civiles están justificados con el fin de defender al islam de sus enemigos" y el 5% expresaba una opinión favorable de al-Qaeda.
Más de un cuarto de siglo de violencia islamista ampliamente ignorada complementaba estas declaraciones. El primer asesinato tenía lugar en julio de 1980, cuando un converso americano al islam asesinaba a un disidente iraní en la zona de Washington, D.C. Otros incidentes incluyeron a un librepensador egipcio asesinado en Tucson, Ariz.; Meir Kahane, asesinado en Nueva York; un islamista egipcio asesinado en Nueva York, y los miembros del personal de la CIA asesinados en los exteriores del cuartel general de la agencia en Langley, Va.
La primera tentativa de asesinato de ataque masivo tenía lugar en febrero de 1993, cuando un camión bomba volaba por los aires bajo el World Trade Center de Nueva York - matando a seis personas pero fracasando en el objetivo de los terroristas de derribar una torre contra la otra. Los comentaristas juzgaron esto una llamada de atención a los americanos, pero los americanos enseguida volvieron a lo de siempre. Las masacres continuaron sin descanso, despertando aún poco interés, como el ametrallamiento de un chico judío ortodoxo en el puente de Brooklyn o el de un turista danés en la terraza del edificio Empire State. Las fuerzas del orden frustraron con éxito el "Día del Terror" del jeque ciego en 1993, concebido para matar a miles en la ciudad de Nueva York, así como episodios más pequeños en el sur de Florida y el sur de California.
Después llegaron los atentados del 11 de Septiembre y 3000 muertos, pero esa atrocidad instigó miedo más que provocar contramedidas eficaces. El terrorismo islamista continuó sin descanso dentro de Estados Unidos, desechado la mayor parte como producto del "desequilibrio mental", "estrés laboral", "problemas maritales" o "enajenación mental". Hasta en los casos asistidos por enorme publicidad, aparentemente se ofrecía cualquier motivo que no fuera la devoción a la ideología islamista. Un análisis del Los Angeles Times sobre el episodio criminal de los francotiradores de Washington en octubre de 2002, por ejemplo, mencionaba la "tormentosa relación" de John Mohammed con su familia, su "súbito descubrimiento" de la pérdida sentimental y el duelo, su sensación percibida de abusos como musulmán americano post-11 de Septiembre, su deseo de "ejercer el control" sobre otros, su relación con su socio, y su tentativa de hacer dinero rápido -- cualquier cosa, en pocas palabras, menos la Jihad.
La ausencia de terrorismo a gran escala movió a los analistas a concluir ilógicamente que las fuerzas del orden habían prevalecido; o que los islamistas habían optado por medidas no violentas.
Fue así que llegó la gran sorpresa de junio de 2008, cuando 51 bombas explosionaron en cuestión de pocas horas en cada uno de los 50 estados mas el distrito gubernamental de Columbia, matando a más de 800 personas en escuelas, tiendas y metros. Tales muestras de fortaleza terrorista habían tenido lugar antes pero en lugares remotos - 500 bombas en un día en Bangladesh en el 2005, 50 al día en el sur de Tailandia en el 2006 - y el mundo ajeno les había prestado poca atención.
Al igual que en el caso de Bangladesh, aparecieron idénticos panfletos en las inmediaciones de los atentados. Firmados por Jihadistas por la Justicia, un grupo hasta la fecha desconocido, las papeletas pedían reemplazar la Constitución por el Corán y alinear la política exterior del país con la de Teherán. Plagiando a Hamas, Jihadistas por la Justicia justificaba el crimen con el argumento de que la dictadura musulmana beneficiaría a judíos y cristianos: "Cuando hablamos de la misión de la restauración del islam a su lugar natural [en el gobierno del mundo], [estamos] pidiendo justicia, y benevolencia, y amor mundial... de modo que los cristianos vivan en paz y que hasta los judíos vivan en paz y seguridad".
Siguiendo el precedente de las manifestaciones pro-Hamas y pro-Hezbolá de mediados de 2006, islamistas e izquierdistas apoyaron con los brazos abiertos la intifada americana, matizando su glorificación de sus "mártires" con el eslogan de "Muerte a América" del ayatolá Jomeini. Estos mensajes resonaron en los campus canadienses, especialmente la Universidad de Concordia en Montreal y de York en Toronto.
Igual que los atentados del 7 de junio habían revelado en Gran Bretaña, células islamistas durmientes en cifras sustanciales vivían discretamente y sin provocar problemas en Estados Unidos. La violencia pasó a ser diaria, omnipresente, endémica y rutinaria, teniendo lugar en ciudades rurales, suburbios de clase alta y centros metropolitanos, poniendo sus miras en residencias privadas, restaurantes, instalaciones universitarias, gasolineras y redes eléctricas. Al incrementarse su frecuencia, los terroristas se hicieron menos cautos, llevando a muchas detenciones y el desbordamiento de las prisiones. Algunos terroristas evitaron este ignominioso destino enrolándose en ataques suicida, normalmente acompañados de pretenciosos videos en Internet. En total, alrededor de 100.000 incidentes significaron una media de 10.000 muertos y varias veces más heridos cada año.
Jihadistas por la Justicia llevó a cabo un sitio a Capitol Hill y la Casa Blanca, inspirado por tres asaltos terroristas anteriores a símbolos de soberanía: el ataque contra la Casa Roja de Trinidad en 1990, contra la Cámara del Parlamento de la India en el 2001, y la conspiración frustrada para irrumpir en el Parlamento de Ottawa en el 2006. A pesar de la seguridad masiva en Washington, los ataques de francotirador se cobraron la vida de algunos legisladores y ayudantes presidenciales. Jihadistas por la Justicia dependía del sustento iraní y saudí, pero no siguió ninguna respuesta americana porque, antes de actuar, el Presidente Obama exigía pruebas que pudieran presentarse en un tribunal americano, algo que las agencias de Inteligencia no pudieron proporcionar.
Al igual que en otros países, - ofreciendo Israel la comparación más obvia - siguieron cambios importantes en la vida cotidiana americana. Quien quisiera acceder a supermercados, estaciones de autobús, centros comerciales o campus tenía que mostrar identificación, enseñar sus bolsos y someterse quizá a un cacheo. Los coches se sometieron rutinariamente a inspecciones en controles de carretera. Conforme el pasaje de las aerolíneas tenía que llegar con cuatro horas de antelación a la hora de vuelo para atravesar el laberinto de preguntas de seguridad acerca de sus viajes, los aeropuertos se vaciaron y las compañías aéreas fueron a la bancarrota. El transporte público local sufrió repercusiones similares, mientras los pasajeros optaban por la bicicleta en lugar de someterse a interrogatorios y registros casi en cueros de camino al trabajo. El teletrabajo despegó por fin.
El sentimiento anti-musulmán ganó fuerza, convirtiendo a la opinión marginal en tiempos en un movimiento político con fuerza. Aquellos que argumentaban la importancia crítica de los musulmanes moderados acabaron con sus ideas ampliamente rechazadas. El eslogan "Sin musulmanes - sin terrorismo" que fue rápidamente apartado en el 2003 se convirtió en el grito de guerra de la recién constituida Liga Anti-Jihad, cuyas ramas cubrieron rápidamente el país, ayudando a los ciudadanos a protegerse. El bombardeo de La Meca y Medina, hasta la fecha marginalmente, era ahora debatido en serio aunque finalmente rechazado, por el Pentágono.
Las antiguas fantasías políticamente correctas colapsaron. Reconociendo que solamente los musulmanes se involucran en violencia islamista, la antigua práctica de tratar con ecuanimidad a toda la población norteamericana perdió el favor del público, reemplazada por la atención en el 1% que es musulmán. La Unión Americana de Libertades Civiles denunció esto como discriminación y el Consejo de Relaciones Americano-Islámicas lo condenó como guerra contra el islam y los musulmanes, pero sin ninguna respuesta, y fue clausurado bajo cargos de terrorismo.
Siguiendo el ejemplo de los imanes daneses que salieron a la palestra internacional en el 2005 con las viñetas de Mahoma, delegaciones musulmanas norteamericanas viajaron al extranjero para difundir sus quejas, instigando enorme apoyo emocional al presentarse como una comunidad inocente pero acosada. Los estados de mayoría musulmana condenaron unánimemente a Washington por "islamofobia" y la Asamblea General de la ONU aprobaba resoluciones casi cada semana condenando las prácticas americanas, con solamente a Australia, Israel y Micronesia votando fielmente con la administración Obama.
Pre-intifada, terroristas como Ahmed Ressam o Ghazi Ibrahim Abú Mezer explotaron el entorno de seguridad menos escrupuloso de Canadá como base desde la que atacar Estados Unidos, un patrón que ahora continuaba. Siguieron constantes cierres y retrasos en el paso de la frontera con Canadá, perjudicando a la economía canadiense y provocando gran resentimiento.
Diversos factores provocaron una huida masiva de los musulmanes: un énfasis novedoso en expulsar a los ilegales procedentes de países musulmanes, inmigrantes musulmanes que se repatriaban voluntariamente, y grupos de conversos afroamericanos que se mudaban a Liberia. Irónicamente, la intifada también condujo a un incremento de conversiones al islam por todo el mundo occidental, igual que había sucedido post-11 de Septiembre. Los visitantes musulmanes del extranjero encontraban difícil entrar en el país. Por ejemplo, la idea que a comienzos de 2007 afloraba por primera vez de exigir visados solamente a los británicos de origen paquistaní era aplicada a finales del 2008, molestando intensamente a los europeos.
Igual que una cadena de alimentación noruega instaba al boicot de productos israelíes en el 2002, también iniciaba en el 2009 el boicot económico internacional anti-Estados Unidos. Lo que comenzó marcando los productos americanos con una pegatina roja, blanca y azul terminó retirándolos de las estanterías. A "Mecca Cola", "Beurger King" o las sustitutas de la muñeca Barbie, Fulla y Razanne, todo creado años antes de comenzar la intifada americana, se les unían ahora otros sucedáneos musulmanes de sus equivalentes norteamericanos más conocidos. Inspiradas por Ülker, una corporación turca asociada desde hacía tiempo con causas islamistas, para reemplazar Coca-Cola con su Cola Turka, otras compañías de afiliación islamista explotaron comercialmente el sentimiento antiamericano. Rumores de un boicot petrolero árabe en la línea de 1973-74 condujeron a un incremento del precio de la energía, provocando una recesión económica, pero cambios estructurales en el mercado del crudo hicieron al esfuerzo demasiado difícil de sostener.
Después, casi tan súbitamente como había comenzado, la campaña terrorista finalizaba en junio de 2012. Una combinación de medidas draconianas de seguridad, capacidades de Inteligencia reforzadas y una atención incesante al registro de sospechosos islamistas condujeron a una marcada caída en la capacidad terrorista. Marcados por la experiencia, los islamistas americanos se daban cuenta del error de su táctica y decidían renunciar a la violencia. Al igual que sus homólogos de Egipto, Siria o Argelia, adoptaban medios legales y en adelante trabajaron dentro del sistema.
Una descripción de Reuters de los sucesos en Argelia en el 2006 pronosticaba la evolución islamista en los Estados Unidos: "Los islamistas de Argelia están haciendo un modesto retorno político tras no ganar con las balas lo que en tiempos pretendieron ganar en las urnas. [Con una insurrección armada en declive desde hace tiempo, la mayor parte de los islamistas en estos días quieren trabajar en el marco político, utilizando medios pacíficos para construir un gobierno islámico en la nación exportadora de petróleo. Es un enfoque que les está granjeando amigos poderosos".
Azzedine Layachi, de la Universidad St. John, profundizaba sobre Argelia que "El movimiento islamista intentó desafiar al estado de frente y fracasó miserablemente. Pero el sentimiento islamista no ha sido derrotado. Por el contrario, los islamistas forman parte considerable del panorama político y cultural"].
El final de la intifada americana de cuatro años, al igual que en Argelia, marcó el inicio de una batalla política por el futuro del país. ¿Permanecería en vigor la Constitución de 1787, o sería completada o quizá reemplazada por el Corán y la shariah?