En junio de este año, la televisión palestina difundía un sermón en una mezquita de Gaza en el cual el imán, Ibrahim Madi, hacía el siguiente comentario: "Si Alá quiere, este injusto estado [de] Israel, será borrado; este injusto de estado de Estados Unidos será borrado; este injusto estado de Gran Bretaña será borrado".
El apacible sermón del jeque venía a la cabeza esta semana cuando terroristas suicida palestinos lanzaban ataques casi simultáneos contra civiles israelíes en Jerusalén, Haifa y Gaza, matando a 26 personas e hiriendo a casi 200. Si se necesitaba un recordatorio de que la guerra contra el terrorismo va más allá del 11 de Septiembre y la campaña de Afganistán, los palestinos proporcionan un contundente recordatorio. Incluso al mismo tiempo que las fuerzas norteamericanas y británicas responden a la atrocidad del World Trade Center cercando Kandahar, la última ciudad de Afganistán bajo control militante islámico, las fuerzas israelíes comienzan a preparar una respuesta a la atrocidad de Jerusalén con un "ataque frontal" contra la Autoridad Palestina.
Las situaciones norteamericana e israelí parecen muy diferentes a algunos, pero los comentarios del jeque Madi demuestran que no lo son en absoluto. En ambos casos, las fuerzas del islam militante están poniendo sus miras en un país occidental con la intención de destruirlo. Osama bin Laden declaró hace años una jihad contra todos los cristianos y judíos mientras su amigo el mulá Omar, el dictador Talibán, proporcionaba más detalles a mediados de noviembre: "La situación actual en Afganistán está vinculada a una causa mayor -- que es la destrucción de América. Si la ayuda de Alá está con nosotros, esto sucederá en cuestión de un corto período de tiempo -- tened en mente esta predicción. El asunto real es la extinción de América, y si Alá lo desea, se vendrá abajo".
"Tumor canceroso"
Asimismo, con una frecuencia casi rutinaria, los líderes militantes islámicos llaman a la destrucción de Israel. El más poderosos de todos, el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, llamaba hace algún tiempo a "este tumor canceroso de estado [a] ser extirpado de la región".
Existen diferencias, ciertamente. La batalla contra Estados Unidos es más novedosa, mucho menos avanzada, y está menos apoyada por elementos islámicos no militantes. Irónicamente, sin embargo, el gobierno de los Estados Unidos ha declarado una "guerra contra el terrorismo", mientras que su homólogo israelí está intentando aún (con el apoyo norteamericano) trazar un acuerdo con sus enemigos. Diferencias al margen, la iniciativa por destruir a Estados Unidos e Israel es similar de principio a fin.
Los últimos ataques contra Israel sirven para recordarnos también algo más: que la tentativa por destruir al estado judío dura desde que nació en 1948. Durante más de medio siglo, la mayoría de los árabes han persistido en ver a Israel nada más que como un agente irritante temporal, del que eventualmente esperan deshacerse, permitiendo en el mejor de los casos a los israelíes residir en "Palestina" como un pueblo oprimido y masacrándolos en el peor.
Este impulso destructivo ha ido y venido desde 1948. Cuando un Israel aparentemente débil nacía, comenzó muy elevado. Después de 45 años de perder constantemente frente a un Israel duro y decidido dejó a los árabes dubitativos hacia 1993 parcialmente abiertos a la posibilidad de aceptarlo. En lugar de llevar este avance hasta lograr la total aceptación, los israelíes cometieron el histórico error de ceder y ofrecer a sus dos enemigos principales, los sirios y los palestinos, un acuerdo ventajoso.
Estas ofertas salieron por la culata completamente: en lugar de ser entendidas como concesiones estratégicas previsoras encaminadas a cerrar el conflicto, los árabes las interpretaron como señales de la desmoralización de Israel. El resultado fue un incremento en la violencia y renovadas esperanzas árabes de destruir a Israel a través de la fuerza de las armas. Por primera vez desde los años 60, políticos, empleados civiles, líderes religiosos, periodistas e intelectuales pedían rutinariamente la eliminación de Israel.
Obviamente, este frente de rechazo perjudica a Israel, negando su apuesta por vivir como nación normal, sometiendo a su población a ataques homicidas y obligándola a tomar medidas duras contra sus vecinos. Pero a pesar de estos ataques Israel está prosperando, preciándose de un elevado estándar de vida, una entidad política democrática, y una cultura vibrante. En la práctica, el verdadero perjuicio se siente principalmente por los árabes. El destructivo ánimo evita que pueblos venerables y con talento alcancen su potencial. Los árabes se centran en dañar a los israelíes en lugar de mejorar su estándar de vida, abrir a todo el mundo el proceso político, y asegurar el estado de derecho. El resultado es obvio: los árabes se encuentran entre los líderes mundiales en cuestión de dictaduras, estados criminales, conflictos violentos y gasto militar.
Una solución es fácil de proponer aunque mucho más difícil de implementar: los árabes tienen que reconciliarse con la existencia de Israel. Solamente eso cerrará el conflicto de un siglo de antigüedad, permitiendo que Israel obtenga la normalidad y poniendo a los árabes en el camino a la modernidad.
Esta interpretación del conflicto árabe-israelí, que pone el énfasis en los árabes, difiere profundamente de la usual. Hasta los israelíes, por no mencionar a los árabes y los demás, tienden a pensar que la aceptación árabe de Israel ya se ha llevado a cabo y que ahora depende de Israel hacer su parte haciendo una serie de concesiones (entregando los Altos del Golán, Jerusalén, etc.)
Retórica incendiaria
Si era posible pensar en la aceptación árabe de Israel en 1993, ciertamente la incendiaria retórica de hoy y la retahíla de violencia palestina prueba que era un espejismo. Israel tiene la tarea poco envidiable de convencer a sus enemigos de que sus sueños de su destrucción fallarán; traducido a la acción, esto significa que debe mostrar resolución y fortaleza. ¿Cómo puede ser de otra manera? Las intenciones mortíferas tales como las que uno encuentra en los países de lengua árabe solamente pueden ser derrotadas con la fuerza. Esto no será agradable; Israel incurrirá en la condena extranjera y el descontento nacional, pero no tiene otra opción.
Entender el conflicto de esta manera nueva tiene profundas implicaciones para Occidente. Significa que Europa y Estados Unidos, siempre impacientes por solucionar el conflicto árabe-israelí, pueden hacer su parte provechosamente ofreciendo menos planes inteligentes y haciendo un esfuerzo mayor por captar sus verdades básicas. Significa reconciliarse con el dato básico del continuo rechazo árabe a Israel, con todas sus implicaciones destructivas. Significa ver el dilema israelí, tolerar su necesidad de ser duro, y presionar a los árabes para hacer cambios drásticos de rumbo.
Para muchos gobiernos, hasta para el americano, este enfoque exige una inversión de su política actual (que es presionar a Israel). Tal cambio no vendrá fácil, pero es casi un prerrequisito para cualquiera verdaderamente serio en materia de cerrar el conflicto árabe-israelí.