¿Debe Israel construir una barrera y desvincularse de los palestinos? Todo el mundo tiene su opinión al respecto que añadir al debate; he aquí la mía. Aunque una barrera disminuirá el volumen de violencia de los palestinos, solamente servirá como táctica de utilidad variable, no como gran estrategia ("separación") para definir las fronteras de Israel y preservar su naturaleza judía. Sus limitaciones incluyen:
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Ineficacia contra el terrorismo. Justamente este pasado sábado, dos palestinos atravesaban el vallado electrónico que rodea Gush Katif. Los terroristas también pueden superar una barrera en planeadores, rodearla en barcos, o pasar por debajo en túneles. Pueden ignorarla disparando morteros o cohetes. Pueden atravesar los controles utilizando documentación de identificación falsa. Pueden reclutar a árabes israelíes o a simpatizantes occidentales.
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Inutilidad frente a ejércitos y misiles. Si el Tercer Ejército de Egipto empieza a avanzar o los Scud iraquíes llegan volando, una barrera carecerá de valor.
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Pérdida de control sobre la zona. Una vez que las barreras se levante, Israel abandonará en la práctica su influencia sobre lo que sucede en la Autoridad Palestina, incluyendo la importación de armamento y tropas extranjeras.
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Irrelevancia frente al problema de los árabes israelíes. 1/6 de la población de Israel es musulmana; su fidelidad al estado judío se difumina tan rápidamente como crece su número. Una barrera obviamente no trata el profundo desafío que plantea esta población para la empresa sionista.
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Envío de la señal equivocada. Atrincherados detrás de una barrera que discurre a grandes rasgos a lo largo de las fronteras de 1967 refuerzan la opinión árabe imperante de que Israel se da a la huida y provocará más violencia.
En suma: una barrera como herramienta práctica - tal vez; como base de una política de desvinculación - no. Que esa separación se haya hecho popular de pronto en Israel apunta a un problema mayor: una búsqueda con demasiada ansiedad de una solución rápida. Esa impaciencia apareció por primera vez con el proceso de Oslo en 1993 cuando Israel dijo en la práctica a los árabes, "Quedáos con los territorios y los demás beneficios, pero después dejadnos en paz". Esta iniciativa fracasó porque su unilateralismo reflejaba los deseos israelíes de poner fin al conflicto - no los árabes. La separación es muy distinta en sus detalles pero parecida en el espíritu ("He aquí vuestras fronteras, ahora dejadnos en paz"). También fracasará, dado que los palestinos ciertamente rechazarán sus fronteras asignadas. Tampoco es la única idea de soluciones rápidas con la que se juega. Otras incluyen:
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Esperar a que Yaser Arafat se vaya y negociar con sus sucesores que, como espera el ministro de defensa, "conducirán negociaciones mejores con Israel con pragmatismo y exigencias palestinas más moderadas".
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Traer fuerzas exteriores para monitorizar la implementación de los acuerdos palestinos dado que, en palabras del ex ministro de exteriores Shlomo Ben-Ami, "el pueblo que verdaderamente necesita protección internacional es el israelí".
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Invitar a la OTAN a "ocupar Cisjordania y Gaza y montar un estado palestino dirigido por la OTAN, a la Kosovo y Bosnia", opina Thomas Friedman en The New York Times.
Estas ideas inteligentes son en realidad de esfuerzos disfrazados por evitar la realidad. Poner fin al conflicto árabe-israelí exige la disposición por parte de los árabes a vivir con normalidad con un estado judío. Esto no se logrará a través de una solución rápida sino a través de que los árabes concluyan que nunca van a poder destruir a Israel. Eso a su vez solamente sucederá si Israel vuelve a la política de disuasión que mostraba célebremente antes de 1993.
De acuerdo, esa política era lenta, tediosa, dolorosa, pasiva y frustrante, pero las décadas demostraron que funciona bastante bien. En contraste, ideas como concesiones unilaterales, una barrera, esperar a que Arafat se vaya, o recurrir a tropas internacionales ofrecen seductoramente soluciones "sin ninguna tribulación real", en palabras de Steven Plaut.
Suena bien, pero los últimos ocho años establecieron hasta qué punto perjudica a árabes e israelíes por igual. Afortunadamente no es demasiado tarde para adoptar la estrategia adecuada. Restableciendo su reputación de dureza, Israel puede simultáneamente mejorar su situación de seguridad y liberar a los árabes de los demonios de su antisionismo obsesivo - permitiendo así que ambas partes se desvinculen entre sí y se metan en sus propios jardines.
Las implicaciones para los estados occidentales están claras: instar a los israelíes a alejarse de soluciones rápidas y suplicarles que vuelvan a la difícil labor de la disuasión. Esto dará al traste con la agresividad árabe, beneficiando por tanto a todas las partes.