Ha surgido un amplio consenso en torno a que la elección de Ariel Sharon como primer ministro, como parece probable el 6 de febrero, tendría resultados desastrosos.
El rais de la Autoridad Palestina Yasser Arafat sostiene que la victoria de Sharon causaría "una escalada del conflicto. Con él en el poder no podemos tener paz". El Primer Ministro libanés Rafik Hariri conviene, diciendo que "la posición de Sharon es la mejor receta de guerra". Conviniendo, el Primer Ministro Ehud Barak llama a las ideas de Sharon "la receta de la violencia y el deterioro".
Y no es el único en absoluto; según las encuestas, más del 40 % de los israelíes temen que la elección de Sharon "precipite el riesgo de guerra". Algunos analistas externos concurren.
Estos pesimistas se centran en la plataforma electoral de Sharon (sus planes de no entregar más territorio a los palestinos) o su trayectoria ("el nombre de Sharon es sinónimo de catástrofe", comenta un ex Ministro de Asuntos Exteriores libanés).
Pero hay otra manera más optimista de ver el impacto de Sharon como primer ministro, una que le concibe deteniendo la escalada del conflicto árabe-israelí hoy en curso.
Este punto de vista observa que el peligro de un baño de sangre a gran escala ha aumentado enormemente desde que comenzara el proceso de Oslo en 1993. Entonces, casi nadie estaba preocupado por una guerra árabe-israelí abierta; hoy, esto es una preocupación ordinaria.
El Presidente iraquí Saddam Hussein ha desplazado divisiones más cerca de Israel y ha amenazado con 6 meses de bombardeo continuo. Tropas en Siria han ido movilizadas según se informa. Efectivos israelíes han sido reforzados y se han tomado otras medidas para prepararse para la guerra.
El aumento de la tensión tiene muchas causas, una de las cuales es la percepción por parte de árabes y musulmanes de un Israel debilitado. No se ven impresionados por un Israel que retira sus fuerzas del Líbano bajo fuego o de la Tumba de José, que permite que sus soldados sean secuestrados o linchados sin represalias, o que difunde ultimátum sin consecuencias.
Tampoco se ven impresionados por un Israel que persiste en hacer más concesiones sin importar lo poco que saca a cambio. Lo ven como signo de desesperación y responden con agresión. Eso no debería ser una sorpresa; en palabras del proverbio ruso, "si quieres atraer a los lobos, actúa como un cordero".
Así, las políticas israelíes han aproximado a la región a una guerra total más desde 1993 que desde mediados de los años 60.
Para evitar caer en una guerra, Israel necesita urgentemente un líder que intimide a enemigos potenciales, haciendo menos probable que recurran a la fuerza.
Aquí es donde Sharon entra en escena.
Precisamente a causa de su belicosa reputación, el ascenso de Sharon al poder podría reducir las probabilidades de guerra. Considerado por los árabes como un salvaje fuera de control y hasta demente, su presencia haría que Saddam o Arafat se lo pensasen muy cuidadosamente antes de causar problemas.
Un primer ministerio Sharon no sólo podría salvar a Israel de la guerra, podría también beneficiar a Occidente e incluso a los árabes.
Occidente se beneficia porque una guerra árabe-israelí a gran escala - con su probable interrupción del abastecimiento de crudo y el terrorismo - es el mayor peligro que plantea Oriente Medio. Si Sharon previene tal guerra, beneficia a los intereses americanos, europeos y globales.
Los árabes se benefician también. Al margen de los desmoralizado que pueda estar Israel, su poderosa maquinaria militar asegura prácticamente que en caso de estallar la guerra, los árabes perderían, igual que perdieron cada guerra anterior contra Israel. Al intimidar a los árabes pues, Sharon les ahorra otra derrota probable.
Es también posible que siendo Sharon primer ministro, se ayude a mejorar las relaciones árabe-israelíes. Dan Meridor, presidente del Comité de Asuntos Exteriores y Defensa de la Knesset y hasta hace días parte de la coalición de Barak, expresó esta idea cuando aprobaba la candidatura de Sharon: "No podemos hacer la paz con los palestinos si mantienen sus posturas actuales. Tal vez la postura dura de Sharon les convenza de cambiar sus posiciones".
La mayor parte de la larga carrera de Sharon como soldado y político tuvo lugar cuando Israel era percibido como país fuerte. En esos años, sus acciones impulsivas e inflexibles estaban a veces fuera de lugar.
Pero ahora, cuando Israel sufre a causa de ser visto como débil, Sharon podría bien ser exactamente lo que necesita el país. Su momento histórico, al parecer, ha llegado.