Poco después de que Colón descubriera América, otras expediciones españolas conquistaban gran parte de la Suramérica meridional en los años posteriores al 1500. De los muchos productos curiosos y valiosos de ese continente, el más importante con mucho son sus casi inagotables reservas de oro y plata. Los indios extraían los metales preciosos de las minas a cambio de salarios de esclavos y grandes flotas de galeones los transportaban con seguridad de vuelta a España.
En base a esta riqueza mineral, el imperio español se convirtió en el más grande y rico de Europa durante el siglo XVI. El gobierno enseguida se volvió dependiente de un flujo constante de ingresos virtualmente no ganados procedentes de Sudamérica, la llegada de tanta riqueza hizo que las tasas de inflación se disparase y los comerciantes se agolpasen en España procedentes de toda Europa para vender sus mercancías más refinadas a precios superiores. Después de un siglo, las minas dejaron de producir, la economía española se vino abajo y el imperio se desintegró parcialmente. El dinero fácil de procedencia americana distorsionó la economía y la sociedad, creando riqueza artificial y poder que desaparecieron cuando los metales se agotaron. España sufrió penalidades terribles reajustándose para sufragar su propio consumo; cuatro siglos de aislamiento e introversión siguieron como consecuencia. Solamente en la pasada década España ha comenzado a resurgir y volver a ingresar en la vida europea de referencia.
A finales del siglo XX, todo sucede más rápido y en extremo, pero el engaño del dinero fácil que los países exportadores de petróleo han recibido durante los últimos años recuerda a los ingresos de la plata de España hace siglos. Los miembros de la OPEP también disfrutan de gran riqueza y poder, incluso si no han hecho nada por ganarlo; sin habilidades, cultura ni trabajo propios, estos países han logrado de pronto gran influencia y prestigio.
Nadie tiene una idea clara de cuánto tiempo permanecerán tan elevados los precios del crudo y los niveles de producción -- quizá no este siglo, probablemente más de 100 años. Lo único seguro es que el ciclo expansivo petrolero terminará, igual que hacen todos los ciclos expansivos. Los sustitutos energéticos, una escisión a lo grande entre los estados de la OPEP o la guerra nuclear podrían precipitar tal cambio. Incluso si nada dramático reduce el abastecimiento petrolero, muchos países de la OPEP agotarán sus reservas en cuestión de 10 a 25 años, en caso de seguir extrayendo a los niveles actuales sin descubrir reservas nuevas.
Al margen de si termina el ciclo, la impresionante transferencia de riqueza que ahora tiene lugar acabará. Los países adictos a los fabulosos ingresos harán frente a una reducción drástica. Por ejemplo, Arabia Saudí, con una población de 5 millones de habitantes, recibe alrededor de 100 mil millones de dólares en 1980, alrededor de 20.000 dólares por habitante; esto no puede seguir indefinidamente. Las consecuencias de una caída drástica en los ingresos se pueden predecir con confianza: inquietud social, malestar político y desintegración económica. Nunca es fácil dejar de ser rico.
Esto podría no cumplirse para Irán, no obstante. Desde que el movimiento para derrocar al Shah lograse fuerza en 1978, los iraníes se han concentrado en temas políticos, ignorando casi completamente los asuntos económicos. Como resultado, un suceso importante pero poco observado ha tenido lugar: Irán realizó la transición a una economía post-petróleo. Es el único exportador importante de crudo en prescindir de los embriagadores miles de millones y volver a la vida por sus propios medios. Aunque esta transición no es ni fácil ni completa, se ha realizado tan bien porque la ha llevado a cabo voluntariamente.
Los propios iraníes eligieron destruir el antiguo régimen y reducir proporcionalmente los grandiosos proyectos económicos del Shah. Cancelaron un gaseoducto hasta la Unión Soviética, detuvieron las ventas de crudo a Suráfrica, Israel y las Filipinas y obligaron a Estados Unidos a suspender el comercio secuestrando a los diplomáticos americanos. Hace dos años, Irán exportaba 6 millones de barriles al día; ahora puede exportar menos de medio millón al día. A pesar de duplicarse el precio del crudo, los ingresos de Irán han caído en alrededor de tres cuartas partes.
Desde una posición ventajosa distante, esta reducción voluntaria en las exportaciones de petróleo podría ser el aspecto más significativo de la revolución iraní. Mientras que otros países tienen aún que volver a la vida sin los miles de millones de petróleo, Irán ha dado el paso. Aún depende de ciertos ingresos petroleros, y la revolución no ha terminado. Pero lo que podría llegar probablemente será menor en comparación a las futuras agonías de los demás exportadores de petróleo. La idea clave es ésta: dado que los propios iraníes, no una fuerza externa, redujeron su dependencia del petróleo, un problema potencialmente catastrófico parece haberse capeado con facilidad.
Ojalá el resto de la OPEP fuera tan afortunada.