CHICAGO - Si la Administración no tiene cuidado al tratar con Irán para traer de vuelta a los rehenes, podría tomar medidas que redundarían en un daño para nuestra seguridad nacional en dos sentidos vitales.
Los éxitos militares iraquíes contra Irán han dado nuevas esperanzas al Presidente Carter de traer a casa a los 52 rehenes antes del 4 de noviembre. Ha declarado que si son liberados, "Abandonaré el embargo comercial con Irán y trabajaré en favor de la reanudación del comercio normal". Funcionarios han expresado que la Administración consideraría cumplir las condiciones formales, incluyendo una probable petición de descongelar recambios militares por valor de 400 millones de dólares que el gobierno del Shah adquirió y que Irán necesita desesperadamente. La liberación de los rehenes salvaría la dignidad norteamericana, impulsaría las posibilidades de reelección de Carter, y revitalizaría la maquinaria militar de Irán, reduciendo así la probabilidad de que Irak logre la hegemonía en el Golfo Pérsico. ¿Qué podría ser mejor? Desafortunadamente, la mejor solución es solamente superficial. En primer lugar, un acuerdo cambiaría un principio sostenido durante mucho tiempo: Washington no negocia con extorsionadores, ya secuestren aviones comerciales o irrumpan en embajadas. La Administración invocaba este principio en noviembre cuando la embajada era secuestrada y se mantuvo firme a él unos cuantos meses. Tanto la invasión soviética de Afganistán como las primarias Demócratas redujeron el valor de este principio para Carter. Con el tiempo indicaba una disposición a discutir el tema de los rehenes con Teherán, aunque esto significara en la práctica negociar directamente con terroristas. Esto sienta un precedente siniestro. Si abandonásemos y negociáramos solamente una vez, los demás ciertamente se verían invitados a golpear de nuevo nuestros intereses en el futuro. Los americanos sufrieron una indignidad en otro día cuando su Presidente expresaba disposición a hablar con el Primer Ministro de Irán, Mohammed Ali Rajai, que visitaba Naciones Unidas, y fue recompensado con un conciso "no, nunca".
En segundo lugar, una oferta insinuada de envío de los recambios a cambio de los rehenes llega en un momento turbulento y peligroso para la región del Golfo Pérsico. Al aceptar un acuerdo así, Irán pondría fin a la neutralidad americana en su guerra contra Irak y ello nos ligaría a su bando. Los líderes iraníes - no los nuestros - podrían decidir en potencia nuestra política en el Golfo Pérsico; lo que sería una elección americana difícil sería dada por sentada para ellos.
Inclinarnos hacia Irán podría dañar gravemente nuestras relaciones con todos los países árabes, especialmente Irak, Jordania y Arabia Saudí. No es una maniobra a tomar a la ligera; podría ser el rumbo apropiado de acción; pero la decisión se debe tomar con calma tras pasar las elecciones.
Además de ser inprudente y probablemente peligrosa, la disposición americana a negociar con Irán podría salir por la culata. El destino de los rehenes depende de los sucesos en la política nacional iraní, donde su presencia es una poderosa herramienta para el Partido Islámico Republicano contra los nacionalistas encabezados por el Presidente Abolhassan Bani-Sadr. Estas dos facciones están movidas principalmente por el control del gobierno; todo lo demás se encuentra en segundo plano - incluyendo las condiciones económicas, las relaciones con Estados Unidos, hasta la guerra contra Irak. Por tanto parece probable que los rehenes solamente sean liberados tras la resolución de las luchas internas iraníes.
Contra más atención se presta a los rehenes, más motivos tienen sus secuestradores para mantenerlos cautivos. Los captores han realizado grandes avances en las últimas semanas; la degradación pública de América les reconforta y refuerza su poder en el mundo antiamericano de la política iraní. Además, probablemente puedan sacar términos especialmente favorables para la liberación de los rehenes, sumando puntos a su prestigio dentro de Irán. Tanto si los militantes eligen alcanzar un acuerdo antes del 4 de noviembre como si no -- en conjunto esto parece improbable -- se han beneficiado inmensamente de que los rehenes se hayan convertido en un tema de campaña política en América .
La febril atención a los rehenes durante las pasadas semanas antes de las elecciones encaja en un patrón más general de la política exterior de la Administración. Hasta un grado sin precedentes, Carter ha convertido en las relaciones internacionales de América en un instrumento de su iniciativa de reelección. Las negociaciones SALT y el presupuesto de defensa fueron bajas previas de la política nacional, y los rehenes jugaron para él un importante papel en las primarias frente al Senador Edward M. Kennedy. Cyrus R. Vance, Secretario de Estado de principios, dimitía después de que Carter enviara la misión de rescate a Teherán en abril; de esta manera, no protestaba tanto contra la fracasada misión como contra la creciente politización de la política exterior.
Pero las pasadas transgresiones de Carter palidecen ante la posibilidad de un acuerdo con Irán ahora. Con el día de las elecciones a la vista, parece estar dispuesto a hacer lo que sea para traer a casa a los rehenes. En el proceso, podría tratar con extorsionadores, involucrarnos sin escrúpulos en una guerra remota y reforzar a nuestros enemigos en Irán. Ni siquiera la reelección de un Presidente competente valdría todo esto.