Cada uno de los impactos de aviones el 11 de Septiembre tuvo lugar al noreste de los Estados Unidos, donde vivo. Según la última encuesta de Newsweek, unos contundentes dos tercios de mis vecinos se sienten "menos seguros" que antes de ese día.
Me atrevo a discrepar. Este estadounidense en particular se siente ahora más seguro. ¿El motivo? Esos terribles sucesos alertaron a mis conciudadanos del hecho de que el islam militante está inmerso librando una guerra contra Estados Unidos.
Esa guerra no comenzó, como la gente parece pensar, en septiembre de 2001, sino en febrero de 1979, cuando el ayatolá Jomeini se hacía con el poder en Irán. Ya en noviembre de 1979, Jomeini había secuestrado la embajada estadounidense en Teherán y mantenido secuestrados a 60 rehenes durante 444 días. Ocho soldados americanos (las primeras bajas de esta guerra) fallecieron en la tentativa norteamericana fallida de rescate en 1980.
En el acto relevante de violencia inicial por parte de los islamistas contra americanos, matando a 63, tuvo lugar en 1983 cuando atacaban la embajada norteamericana en Beirut. Como observa el analista David Makovsky, Washington "buscó la salida despavorido, y los militantes islámicos vieron esto como confirmación de que el terrorismo suicida es... mortalmente eficaz." A continuación siguió una rápida secuencia de ataques contra americanos en el Líbano (la embajada una segunda vez, en las instalaciones de los Marines, el pasaje de aerolínea, presidentes universitarios), además de otros países de Oriente Medio.
Este ataque se prolongó durante los 18 años siguientes. Objetivos notables incluyeron a los soldados americanos destacados en Arabia Saudí (en dos ocasiones), dos embajadas de África Oriental y un barco de guerra en Yemen. Más lejos, los islamistas mataban americanos en Israel, Pakistán, Cachemira y las Filipinas.
Los ataques en suelo estadounidense comenzaban con el asesinato en 1980 de un residente iraní anti-Jomeini en la zona de Washington, DC. Asesinatos posteriores incluyen una figura religiosa musulmana en Tucson, Arizona, un líder judío en Nueva York y empleados de la CIA que esperaban en sus vehículos para acceder al cuartel general de la agencia. Una retahíla de crímenes tenía lugar en lugares señalados de Nueva York -- el World Trade Center, el Puente de Brooklyn, el Empire State Building.
Washington amenazaba con represalias ("Puede huir, pero no puede esconderse") por los ataques contra americanos, pero casi nunca cumplía. En su lugar, la respuesta estadounidense predilecta consistía en esconderse detrás de barreras de cemento, gruesos muros y controles de seguridad. Las instancias de Inteligencia y defensa siguieron siendo inadecuadas. Los autores materiales reales eran en ocasiones sorprendidos y llevados ante la justicia, pero el aparato que les entrenó y envió salió indemne.
El triste hecho es que 22 años y 600 muertos no llamaron la atención del país. Los americanos ignoraron conscientemente a los especialistas en islam militante y terrorismo que pidieron vigilancia y advertían de los horrores que se avecinaban. Esta reticencia nacional explica cómo se encontraban los americanos tan vergonzosamente faltos de preparación para los sucesos del 11 de Septiembre. "Escándalo" es como describe correctamente un piloto israelí la incapacidad del ejército para proteger el World Trade Center o el Pentágono.
Casi 7000 muertos en un día despertaron, por fin, al país.
Por ello me siento más seguro ahora, mientras el FBI se encuentra inmerso en la mayor operación de su historia, agentes federales armados vuelven a volar en los aparatos estadounidenses, y el servicio de inmigración ha dispuesto a los estudiantes extranjeros bajo un escrutinio más atento. Me siento más seguro cuando las organizaciones islamistas son evidenciadas, los canales de dinero ilícito clausurados, y las regulaciones de inmigración revisadas. El grueso de fuerzas estadounidenses cerca de Irak y Afganistán me anima. La nueva alarma es sana, el sentido de solidaridad encomiable, la resolución es esperanzadora.
¿Pero durará? ¿Están verdaderamente dispuestos los americanos a sacrificar libertades y vidas para desempeñar con seriedad la guerra contra el islam militante? Me preocupa la constancia norteamericana y el propósito.
Una cosa es segura: si los miles de conciudadanos muertos no mueven a los estadounidenses a extirpar la amenaza del islam militante, entonces volverá, y más peligroso la próxima vez. La carnicería de septiembre se limitó a la destrucción de cosas empotrando unas contra otras, pero es probable que los ataques islamistas futuros impliquen armas de destrucción masiva. Si eso sucede, la cifra de muertos podría situarse en millones, no en miles.
De manera que quede clara esta advertencia: el islam militante pretende destruir a Estados Unidos (así como a Europa, Israel y muchas otras sociedades) en su constitución actual. Los islamistas han manifestado resolución, tenacidad y brillantez táctica. A menos que los occidentales se tomen muy en serio esta amenaza, los islamistas volverán, dispensando castigos mucho peores.