A modo de introducción, es necesario observar que lo que cuenta en Siria es el control de Hafiz al-Asad, él y su minoría alahuita en el poder ven casi todo a través de este prisma. Conjeturo que Asad concibe un acuerdo con Israel como un riesgo para su control del poder porque abriría su país a la influencia extranjera y así cuestionaría este gobierno totalitario. Distintos elementos dentro de la sociedad siria reclamarían su voz, se escucharían voces en defensa de la participación política y surgirían grupos de derechos humanos. Por tanto predigo que no habrá ningún tratado entre Israel y Siria.
De equivocarme, no obstante, y llegar a materializarse realmente un tratado así, no revertiría en interés de Estados Unidos. El gobierno estadounidense no debería apoyar un tratado así, y mucho menos sustentarlo financieramente. Desde la ventaja estadounidense de la distancia, me preocupan las negociaciones sirio-israelíes por tres motivos:
- No creo que las negociaciones traigan una paz real;
- Asad no cumple su palabra; y
- un tratado reforzaría a un régimen Asad en horas bajas.
Ausencia de paz real. Las conversaciones sirio-israelíes no alcanzarán una paz real. El gobierno sirio no ha cambiado nunca su profunda y extendida belicosidad hacia Israel en ningún sentido significativo. La gélida recepción que recibía a Barak por parte de su homólogo negociador, el ministro sirio de exteriores Faruq ash-Shar`a, es símbolo de la profunda reticencia del gobierno sirio a negociar con Israel. En lugar de intentar hacer la paz, concibo que el gobierno sirio utilice las negociaciones como mecanismo para cortejar a Occidente. Asad desea poner fin, o al menos dejar de lado, la oposición de Washington a su régimen. En última instancia espera relaciones decentes entre Damasco y Washington, lo cual apuntalará su régimen; no muestra ningún interés en absoluto en una relación distinta y armoniosa con Israel.
Asad no es digno de confianza. Al igual que el resto de los dictadores totalitarios, Asad no es un dictador que cumpla su palabra. Habiendo dominado su país durante 30 años, hace lo que le place, tanto en política nacional como en asuntos exteriores. Un tratado con él valdría lo mismo que un tratado con Hitler, Brezhnev o Saddam Husayn; no cumplirá sus promesas ni tratados firmados. A modo de ejemplo, su régimen no ha respetado los tratados de muchas instancias a lo largo de los años, incluyendo los firmados con Turquía, Israel o el Líbano. Siria ha hecho valer estos tratados mientras fue conveniente y se los saltó cuando dejó de serlo. De ahí que cualquier documento firmado eventualmente por Israel y Siria será vinculante para Israel y voluntario por parte de Siria.
Apuntalar al régimen Asad. La dimensión del fracaso del estado sirio es extraordinaria. A juzgar por baremos tales como carreteras asfaltadas, índice de alfabetización, sanidad e indicadores parecidos, la economía de Siria se encuentra muy a la cola internacionalmente. Lo que es peor, se encuentra en caída libre, sin rastro de señales positivas. Es equiparable a la de un estado fallido africano. Un tratado sirio-israelí es probable que conduzca a Estados Unidos a proporcionar ayuda económica y despejar el camino a que Siria ingrese en los mercados mundiales, sirviendo así de patrocinador de un régimen totalitario fallido que sigue patrocinando el terrorismo internacional, construyendo armas de destrucción masiva y protegiendo a criminales Nazis. Esto contrasta con la política estadounidense usual hacia los estados delincuentes. Cuando hablamos de Cuba, Corea del Norte, Libia o Irak, intentamos presionar a estos regímenes empobreciéndoles económicamente y debilitándolos militarmente. El objetivo es en el peor de los casos minimizar la amenaza que plantean y en el mejor provocar un cambio de régimen. Extrañamente, cuando hablamos de Siria (y también en cierta medida de la Autoridad Palestina), Washington adopta el enfoque contrario, de intentar facilitar la vida de las dictaduras.