El ex Senador George Mitchell y cuatro destacados colegas recibieron en octubre la solicitud del entonces Presidente Clinton de redactar un informe acerca del estallido de la violencia palestino-israelí "con el fin de determinar lo sucedido y cómo evitarlo en el futuro." El comité de investigación viajó a la región, celebró consultas con los líderes y dio a conocer su informe la pasada semana.
Es una gran decepción, y por tres motivos principales. Para empezar, revela la típica disposición de quien se las da de pacificador a juzgar lo que está bien y lo que está mal. Si se hubiera solicitado al comité Mitchell que evaluara el estallido de la Segunda Guerra Mundial, probablemente habría lamentado que Hitler cruzara la frontera polaca pero habría equilibrado esto con perlas acerca de comentarios "provocadores" provenientes de Varsovia. De serle asignada la misma labor en el caso del ataque japonés a Pearl Harbor, habría culpado equitativamente a ambas partes. ¿La invasión de Kuwait por parte de Saddam Hussein? Un lamentable suceso que hay que achacar tanto a Irak como a Kuwait.
El deseo de ser diplomático, en otras palabras, crea un equilibrio ilusorio de culpabilidad ("Miedo, odio, rabia y frustración han crecido por ambas partes," dice el informe) que imposibilita distinguir entre agresor y víctima, entre bien y mal.
En la práctica, la reciente violencia tiene un origen claro, y son los palestinos. El gobierno israelí, esperando poner fin al conflicto palestino israelí, realizó inesperadas y escandalosas concesiones a Yasser Arafat en Camp David en julio de 2000, solo para ser rechazadas despreciativamente. Lo que es peor, en un esfuerzo por sacar aún más concesiones de las ofrecidas por los israelíes, dos meses más tarde, los palestinos iniciaban una ronda de violencia que aún se prolonga.
Ésta no es claramente una cuestión de responsabilidades compartidas, sino un caso claro de un bando que agrede al otro.
En segundo, el informe Mitchell sugiere que Israel "debería congelar toda actividad de asentamiento" para apaciguar a los palestinos. Esto es un paso al que los israelíes nunca accedieron, ni siquiera durante las negociaciones. Hacerlo ahora recompensa a los palestinos por practicar la violencia, algo cuestionable por principio e ineficaz en la práctica.
En tercero, y más delicadamente, el informe enfatiza la necesidad de devolver a las dos partes a la mesa de negociaciones, como si éste fuera un fin en sí mismo. Parece pasar por alto a propósito el dato importante de que las negociaciones no acercaron a las partes a un acuerdo durante los ocho últimos años, sino que, por el contrario, alentaron las diferencias y jugaron su papel en el estallido de la violencia. Contrastando el ánimo relativamente benigno y esperanzado de 1993 con la virulencia y los peligros de hoy, está claro que las conversaciones fueron parte del problema, no de la solución.
El comité Mitchell parece desconocer de forma miope el verdadero asunto que tiene entre manos, que no es la violencia, ni los asentamientos judíos, ni Jerusalén. Es, en su lugar, la negativa árabe a aceptar la existencia de un estado judío soberano. Siempre presente, de alguna forma se desvaneció a principios de los 90 solo para reaparecer de nuevo como resultado del proceso de Oslo.
En otras palabras, la flexibilidad israelí, encaminada a cerrar el conflicto, fue recibida por muchos árabes no como muestra de voluntad sino como indicio de que Israel era débil y vulnerable. En lugar de querer vivir armoniosamente con Israel, estas concesiones convirtieron a Israel en un objetivo aún más tentador.
Contrariamente al informe Mitchell, la solución no es devolver a las dos partes a la diplomacia tan pronto como sea posible, sino en transmitir a los palestinos la inutilidad del uso de la violencia por su parte contra el estado judío. Sería maravilloso si esto se lograra a través de las negociaciones, desafortunadamente las negociaciones que comenzaron en 1993 y se prolongaron hasta el pasado septiembre demuestran que solo es factible a través de la fuerza. El proceso de Oslo fue una iniciativa encaminada a evitar la fuerza; fracasó.
Lo que las autoridades israelíes están hacienda ahora con gran reticencia y con un mínimo de violencia es enviar un mensaje a los palestinos: Abandonad las aspiraciones de destruir Israel, poned fin a vuestra dependencia de la violencia, experimentad un cambio sincero. Ese mensaje debe ser apoyado por el gobierno estadounidense.
Hablar todo el tiempo siempre es mejor que luchar todo el tiempo, pero en algunos casos un agresor no puede ser disuadido solo mediante conversaciones, y la guerra pasa a ser una necesidad. Tristemente, ese es el caso de los palestinos hoy. También tristemente, la comisión Mitchell no captó este dato. Y por tanto, este informe está destinado a ser un obstáculo a la solución; o, más probablemente, a desaparecer sin dejar rastro.