Las acusaciones vuelan de un tejado a otro: Los israelíes se quejan de los atentados suicida, los árabes protestan por la ocupación de sus terrenos. No es un misterio el motivo de que en una encuesta reciente, el 78% de los estadounidenses culpen a ambas partes de la crisis en Oriente Medio.
Pero "una maldición para ambas partes" constituye una mala interpretación y una política aún más endeble. Entender el conflicto árabe-israelí y el papel estadounidense adecuado en él exige tomar perspectiva del torrente cotidiano de detalles y examinar la imagen general.
Esa imagen es llamativamente simple, dado que desde la creación de Israel en 1948, el pilar central del conflicto ha permanecido notablemente inmutable: ¿debe existir Israel?
En respuesta, la mayoría de los árabes en la mayoría de las ocasiones ha respondido con un "no." Esta postura — lo que yo llamo rechazo a ultranza – sostiene tercamente que el estado judío debe de ser destruido, y su población esclavizada, exiliada o exterminada.
El rechazo ha oscilado en términos de fuerza de un periodo a otro. Alcanzó mínimos en 1993 cuando los líderes israelíes y palestinos estrecharon manos en el césped de la Casa Blanca. Desde el pasado septiembre ha vuelto a dispararse, volviendo con tremenda virulencia y saliendo a borbotones de discursos políticos, medios, sermones de las mezquitas, libros de texto y hasta crucigramas.
Algunos ejemplos: El vicepresidente sirio retrata la presente violencia de los palestinos como "la cuenta atrás para la destrucción de Israel" y un líder libanés afirma que el momento actual ofrece "la excepcional oportunidad histórica de poner fin a todo el canceroso proyecto sionista."
"Nos vimos obligados a dejar Jaffa, Haifa y Tel Aviv," afirma un líder de Hamas, la organización fundamentalista palestina, "y recuperarse de eso sólo se puede lograr cuando vuelva la guerra y obligue a irse a los invasores."
Un poema infantil de una revista de los palestinos se dirige a los israelíes: "Podéis elegir el mar como cobardes, o podéis elegirnos a nosotros, y os haremos pedazos."
El sentimiento de rechazo es expresado en ocasiones también por los árabes de Occidente, aunque rebajado de tono. The Guardian, un rotativo londinense, publicaba recientemente una columna que afirma que Israel "no tiene ningún derecho moral a existir."
El renacimientos del rechazo árabe a la existencia de Israel es un suceso trágico para Israel, cuyo pueblo está siendo constantemente mermado y donde un país democrático occidental, liberal y próspero se ve obligado a regañadientes a hacer valer su propia existencia a través de la fuerza militar.
Pero los árabes, irónicamente, se ven más perjudicados por su propio rechazo, dado que la obsesión con destruir Israel impide modernizarse a pueblos dignos y con posibilidades. La dictadura, la pobreza y el atraso son los espantosos resultados. La liberación se producirá cuando los árabes acepten la existencia permanente de un estado judío soberano en Oriente Medio. Entonces se podrá poner fin al conflicto árabe-israelí y serán liberados los combatientes del primero para alcanzar su potencial.
Entender el papel central del rechazo árabe ofrece dos pistas importantes del actual enfrentamiento. Mientras impere el rechazo:
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Todos los puntos de enfrentamiento árabes-israelíes son irresolubles. El control por parte de Israel de las tierras que ocupó en 1967, los judíos que viven en esas tierras, los refugiados árabes, las fronteras finales de Israel, el agua y Jerusalén – nada se puede abordar hasta que los árabes acepten a Israel.
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La diplomacia árabe-israelí no puede funcionar. ¿Cómo se pueden negociar los detalles de un acuerdo cuando los árabes están planeando destruir Israel?
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Israel no debería hacer concesiones. La experiencia reciente demuestra que las concesiones hechas antes de tiempo no son sólo inútiles sino en la práctica contraproductivas. Los árabes las interpretan como muestra de debilidad, lo que provoca que el rechazo se dispare.
La desaparición del rechazo árabe debería invertir todas estas tendencias. A continuación las partes ya no tendrán diferencias irreconciliables, la diplomacia árabe-israelí podría arrancar de manera fructífera, los detalles podrían cerrarse y la magnanimidad israelí se volvería útil.
Cuando el rechazo caduque, será posible un acuerdo.
¿Cómo poner fin pues al rechazo árabe? Quizá un día los propios árabes exorcicen su herencia maldita, pero en el ínterin, Israel y Estados Unidos deben asumir papeles de liderazgo. La carga de Israel era descrita ya en 1923, cuando el líder sionista Zev Jabotinsky explicaba que "Mientras los árabes tengan un atisbo de esperanza de deshacerse de nuestra presencia, no la abandonarán por palabras dulces y las trascendentales promesas del mundo."
El papel de Israel, pues, es ser firme y perseverar, hasta que los árabes reconozcan con el tiempo la inutilidad del rechazo y abandonen.
Para los americanos, la ecuación es simple: contra más se respalde a Israel, más fuerte será y antes abandonarán los árabes el rechazo en favor de empresas más constructivas.