Tal vez la política exterior estadounidense no se distinga por su consistencia. ¿Pero cuántas veces los funcionarios estadounidenses se contradicen el mismo día?
El sábado pasado, a las 4:30 de la mañana hora de la costa este, el representante de la administración ante Naciones Unidas votaba a favor de la Resolución 1402 del Consejo de Seguridad, una resolución que pide "la retirada de las tropas israelíes de las ciudades palestinas, incluida Ramala." Aunque la resolución exige "el cese inmediato de todos los actos de violencia, incluidos todos los actos de terrorismo, provocación, incitación y destrucción", la vaguedad del texto parece sugerir que se trata de Israel - no los palestinos - el que participa en estas acciones. De hecho, la resolución no hace mención alguna a los repetidos atentados suicida que precipitaron que las tropas israelíes entraran en Ramala. Mientras tanto, la resolución también insta a Israel y la Autoridad Palestina a trabajar para "reanudar las negociaciones de un acuerdo político" en torno a los problemas entre ellos - como si los árabes hubieran aceptado finalmente la existencia de Israel, dejando sólo a elaborar los detalles de un acuerdo.
Pero a las 13:40 del mismo día -- ¡ni siquiera doce horas más tarde! -- el Presidente George W. Bush mantuvo un tono completamente distinto durante una rueda de prensa informal mantenida en su rancho de Texas. "Comprendo perfectamente la necesidad de Israel de defenderse", dijo. A continuación lanzaba críticas a varios líderes de Oriente Medio. Yasir Arafat y sus colegas, decía Bush, "tienen que hacer una labor mucho mejor a la hora de impedir que entre gente a Israel a volar por los aires a inocentes." Bush dijo que el gobierno iraní "debe detenerse y dejar de patrocinar el terrorismo", y se aseguraba de incluir a los sirios en esa categoría también.
Por último, en la que quizá sea la observación más llamativa que ha hecho nunca cualquier presidente norteamericano sobre este tema en mucho tiempo, añadió que "con el fin de que Israel exista, el terror debe cesar." Esto no puede calificarse de declaración política, pero es importante por dos razones: Durante la mayor parte de la última década, la política estadounidense ha adoptado la misma noción de la resolución 1402 del Consejo: que los estados árabes aceptan la existencia de Israel. La declaración de Bush sugiere que Israel aún debe ejercer presión para obtener la aceptación de los árabes. En segundo lugar, la veterana premisa de la política estadounidense es que la guerra convencional o las armas de destrucción masiva representan la principal amenaza para la seguridad de Israel. Acechando bajo los comentarios de Bush está la creencia en que el terrorismo ocupa ahora un papel de mucho mayor peso.
Por extraño que parezca, estas posiciones enfrentadas en realidad tienen sentido si se tienen en cuenta las dos prioridades de la política estadounidense en Medio Oriente desde el 11 de Septiembre. Una prioridad es proteger a Israel, de lo que el presidente y muchos funcionarios de la administración han hablado con entusiasmo. La otra prioridad es proseguir la propia guerra de América contra el terrorismo. En otoño, eso se tradujo en reclutar miembros de Oriente Medio en la coalición contra los talibanes, hoy se traduce en buscar el apoyo árabe a la esperada guerra contra Saddam Hussein. En cualquiera de los casos se tradujo en apaciguar a los líderes árabes votando a favor y haciendo declaraciones críticas con Israel - mascullando entre dientes si es necesario.
¿Es eso algo malo? El hecho de que el apoyo de Bush y la simpatía por Israel parece real y profundamente arraigado - el sábado hablaba, sin duda, desde su corazón y no con la cabeza - señala la realidad de que, cuando es necesario, Estados Unidos estará allí para los israelíes. Pero esta no es manera de conducir la política exterior. Cuando el gobierno envía señales incoherentes, otros países se preguntan exactamente qué es lo que quiere Washington - y si, de hecho a esos efectos, tiene la voluntad de luchar por sus intereses.
La vergüenza es que esta incoherencia no es ni siquiera necesaria. Incluso si el apoyo de los Estados Unidos a Arabia Saudí es verdaderamente esencial para la guerra estadounidense contra el terrorismo, enmarañar la política exterior americana no va a ser de ayuda. En lugar de presionar a Israel de cara a la galería para complacer a los saudíes y los demás que pueden ayudar en la iniciativa de Irak, la administración haría mejor en entender que, como dicen William Kristol y Robert Kagan, "al final, los saudíes apoyarán a Estados Unidos en Irak no porque les gustemos, y no porque les prometamos un estado palestino, sino sólo porque no les dejemos otra opción." En las propias palabras del presidente, los saudíes están con nosotros o contra nosotros, y deben saber que pagarán un precio muy elevado si eligen la segunda opción.