Las declaraciones del Rey Hussein diciendo que Jordania ya no juega ningún papel en Cisjordania suponen el mayor desafío a la Organización para la Liberación de Palestina. La forma en que se desenvuelva la OLP en los próximos meses probablemente determine si establece un estado independiente o desaparece en el olvido del rechazo fracasado a la existencia de Israel.
El discurso de media hora pronunciado por el rey ha puesto patas arriba la política del conflicto árabe-israelí. Su afirmación categórica, "debe de haber separación entre Cisjordania y el Reino Hachemita de Jordania" puso fin formalmente a los setenta años de esfuerzos por parte de su familia por controlar Palestina, una iniciativa que ha involucrado administradores británicos, visionarios sionistas, y separatistas palestinos. Incluso si Hussein o sus herederos revierten algún día su decisión, las cartas han sido tan barajadas que el viejo orden probablemente no pueda ser restablecido.
Hussein es un político sagaz que acaba de celebrar sus 35 años en el trono, así que debemos partir del supuesto de que sabe lo que está haciendo. Este paso inesperado parece dar a entender que ya no cree que valga la pena tratar de recuperar los territorios perdidos frente a Israel en 1967. Dado que la cuestión de Cisjordania genera tensiones internas y hostilidad internacional, pone en peligro la estabilidad y el bienestar alcanzado en Jordania. El hecho de que tanto el rey de Jordania como la población tengan cada vez más que perder puede explicar este cambio radical.
Al abandonar, Hussein deja tres actores principales que siguen reclamando Cisjordania, y de hecho la totalidad de Palestina: el partido Likud de Israel, la OLP, y el gobierno sirio. Su retirada puede verse en términos de un juego de la silla con cuatro jugadores y tres sillas; cuando la música se detuvo el domingo, Jordania se quedó en pie. Obviamente, los tres jugadores restantes están encantados de haber superado el trago, pero la eliminación de Jordania también complica las cosas para cada uno de ellos, y especialmente para la OLP.
La decisión de Hussein reviste grandes oportunidades y peligros para Yaser Arafat, que ahora se encuentra cara a cara con Israel en un campo diplomático vacío. Egipto está fuera, las aspiraciones de Siria están debilitadas y los iraníes tienen asuntos más urgentes que resolver. La OLP tiene ahora una oportunidad de traducir su enorme popularidad internacional, su estelar presencia en los medios y sus bolsillos en beneficios políticos tangibles. Pero esta oportunidad crea sus propios desafíos, porque a menos que la OLP haga algo rápidamente por poner fin a la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza, puede hundirse bajo el peso de las expectativas frustradas.
Para hacer frente a la presencia israelí, la OLP tiene dos posibles vías de actuación: puede emular la campaña de terror montada hace unos años por los chiítas del sur del Líbano, y tratar de echar a los israelíes por la fuerza. O puede adoptar la vía de la negociación recientemente esbozado por el asistente de Arafat, Bassam Abu Sharif. La idea central es que ha llegado el momento de que la OLP elija. Lo que Arafat llama la política "del sí o no," una postura ambigua que mantiene todas sus opciones abiertas, ha funcionado brillantemente. Pero si la OLP quiere beneficiarse del inesperado regalo del Rey Hussein, que tiene que renunciar a algunas de sus viejas costumbres. La acalorada retórica y las aspiraciones tremendamente insostenibles tienen que desaparecer; el desagradable trato a los civiles palestinos debe acabar, como su evidente desprecio a las opiniones políticas de los residentes de Cisjordania. En resumen, la organización debe ser clara, realista y responsable.
¿Todo esto puede hacerse, y con la suficiente rapidez? No es posible. El cambio será difícil probablemente porque, tras un cuarto de siglo, la OLP ha desarrollado malos hábitos. Además, a su manera, los líderes de la OLP han prosperado poderosamente, así que es difícil verlos haciendo grandes cambios a consecuencia del que es su mayor éxito en toda su historia. Por último, la propia OLP contiene grupos autónomos, tirando cada uno en una dirección ligeramente diferente, y esta división hace que le sea extremadamente difícil imponer un cambio a Arafat.
Que la OLP no aproveche su oportunidad actual permitirá a los jordanos decir que, por el bien de los residentes de Gaza y Cisjordania, debe volver a arrimar el hombro con el peso de encargarse de Israel. ¿Y quién dirá que no entonces? No muchos palestinos, aunque algunos líderes árabes se opondrán.
Uno de esos seguramente será Hafiz al-Asad, de Siria, el último dictador ferviente anti-sionista que aún queda a las fronteras de Israel. Aunque no es un aspirante evidente a Cisjordania, Assad ha invertido mucho en una estructura anti-Arafat en la sombra dentro de la OLP radicada en Damasco. Está preparando sus fuerzas para desafiar a Arafat, con la esperanza de eliminarlo algún día y abrir la puerta al control sirio sobre el movimiento palestino. El Rey Hussein ha asestado un duro golpe a estas aspiraciones, ya que Arafat se encuentra hoy en su apogeo entre los palestinos.
Para Israel, la retirada de Hussein hace que las negociaciones parezcan más remotas que nunca. El alejamiento de su interlocutor árabe favorito deja el Partido Laborista (y todos los que esperan que Israel salga de Cisjordania) en medio de ninguna parte. De la misma manera, se fortalece el partido Likud, que esperando mantener las actuales fronteras, salga reforzado.
Para los Estados Unidos, la retirada del rey de la batalla se reduce a escombros la iniciativa del Presidente Reagan en 1982 (en la que pedía "el autogobierno de los palestinos de Cisjordania y Gaza, en asociación con Jordania") y también la diplomacia reciente del Secretario Shultz. Los planes estadounidenses se basaban en la participación del rey, y ahora se ha ido.
Este fallo apunta una norma inmutable que, por desgracia, nuestros dirigentes siguen olvidando cada pocos años: para lograr el éxito en la diplomacia árabe israelí, Washington ha de seguir a, no liderar entre los estados de Oriente Medio. Siempre que los estadounidenses se ponen a la cabeza e intentan solucionar el conflicto árabe-israelí por su cuenta, les explota en las manos. Puede ser anti-americano no actuar de buena fe, pero los antecedentes demuestran que la cuidada mediación y la presión discreta logran mucho más que los planes elegantes.