Una visita a Turquía e Israel a mediados de diciembre me deja impresionado por la posición sorprendentemente débil de un simple primer ministro en ambos países. Si las instituciones clave que constituyen el estamento están contra la figura más relevante, como es el caso en la actualidad tanto de Necmettin Erbakan como de Benjamín Netanyahu, entonces no llegará muy lejos. En el primer caso, esta situación me fascina; en el segundo, no tanto.
Turquía. Erbakan coronó una carrera de tres décadas este verano al convertirse en primer ministro de Turquía. Fundamentalista musulmán que rechaza casi todas las premisas del estado turco tal como fue fundado hace más de setenta años por Kemal Atatürk, ha trabajado dentro del sistema. Aunque solo obtuvo la quinta parte del voto popular en las elecciones de hace un año, sí tuvo una amplia acogida y ahora es el socio de referencia de un gobierno de coalición. Asume su cargo con una ambiciosa agenda pero se ha visto frustrado en cada tentativa por el hecho de que la práctica totalidad de la elite turca - sus intelectuales, sus empresarios, burócratas, y en especial sus funcionarios militares - suscriben los pilares seculares asociados a Atatürk.
Al combinarse con el hecho de que el Presidente Suleiman Demirel y su socio de coalición Tansu Ciller son seculares los dos, esto dificulta tremendamente a Erbakan el tipo de transformación de la sociedad turca al que aspira. De esta forma, conserva la fotografía oficial de Atatürk en sus dependencias. Se siente obligado a firmar un acuerdo de tecnología militar con Israel, al mismo tiempo que retrata a Israel como un enemigo de su país. Pero lo más simbólico quizá de su incapacidad para implantar el programa fundamentalista es que en dos ocasiones desde que llegó al poder (en agosto y diciembre) relevó a funcionarios de las fuerzas armadas por actividades religiosas fundamentalistas - en otras palabras, por compartir sus propias creencias.
Teniendo en cuenta la consolidada oposición a Erbakan dentro de cada una de las instituciones de referencia del país, parece probable que sólo una transformación del país aguantando en el poder durante muchos años y logrando crear lentamente un estamento alternativo podrá dar salida al estamento existente. A falta de eso, parece probable que su administración no tenga ningún impacto.
Israel. Binyamin Netanyahu no ofrece ninguna alternativa igual de radical al orden existente. Se enfrenta sin embargo a un estamento que ha cerrado filas en su contra no menos que el turco, y ha logrado que cediera contra su voluntad: Netanyahu ha convertido en el fiel ejecutor de los Acuerdos de Oslo contra los que con tanta vehemencia se despachó antes de llegar al puesto. Simplemente los cumple a regañadientes y gana menos crédito por hacerlo.
Hasta aceptar Oslo le hace poco bien, dado que el estamento culpa de cualquier contratiempo a su administración. Esto se hizo evidente a finales de septiembre de 1996, con la respuesta de Shimon Peres, ahora líder de la oposición, a la violencia palestina que acompañó a una excavación en Jerusalén. Peres declaró que "La situación actual está causada por una errónea política [del gobierno israelí]", y con esto abrió la veda de Netanyahu; el Presidente Clinton y la mayor parte del mundo (con la notable excepción ya inútil de Bob Dole) siguieron la corriente asignando la culpa de la violencia al Partido Likud.
La elite de Israel se burla de casi todos los aspectos de la Oficina del Primer Ministro Netanyahu, desde los grandes e importantes (la desaceleración de la economía) a los triviales (sus esperanzas de crear una versión israelí de Camelot). En particular, el estamento se centra en las tensiones que han surgido entre Netanyahu y los demás socios de la coalición-, los jefes de seguridad, Yasir Arafat, los estados árabes, los europeos, el gobierno estadounidense. Cuando estalle la violencia, es casi seguro que lo culparán de ello.
Es interesante observar que Netanyahu reconoce la profundidad de esta oposición. Cuando fue preguntado durante una entrevista reciente en Haaretz (a menudo llamado el New York Times de Israel) porqué actúa como si aún estuviera en la oposición, respondió: "La oposición que me encuentro me recuerda la forma en que solía comportarse la izquierda del antiguo régimen. Sin duda hay un esfuerzo por negar legitimidad al nuevo gobierno, desacreditar a la administración y deslegitimarme.... Nos enfrentamos a una situación de monolitismo ideológico, tal vez incluso tiranía ideológica".
Aunque Netanyahu tiene ventajas importantes sobre Erbakan (un electorado más grande, un programa mucho menos radical que poner en práctica) tampoco parece probable que logre sus objetivos a menos que se las arregle para crear un estamento alternativo. En la misma entrevista de Ha'aretz, exponía sus planes de hacer justamente esto: "Tengo la intención de ayudar a establecer un fondo en Israel siguiendo las directrices del Fondo Adenauer con el fin de establecer un buen número de centros de investigación que no estarán controlados por el gobierno, pero que van a crear una verdadera competencia ideológica en Israel". Pero, como en el caso de Turquía, es probable que lleve mucho tiempo, por lo que parece ser un escenario poco probable.