Cuando el Presidente Reagan y el Secretario General Mijail S. Gorbachev se reunieron en Ginebra el noviembre pasado, los dictadores musulmanes fundamentalistas de Irán elaboraron su propia interpretación de la cumbre. "La mayor preocupación de las dos superpotencias", anunciaba Radio Teherán, "no es ni el programa 'guerra de las galaxias' ni la proliferación de armas nucleares, sino el levantamiento revolucionario de los musulmanes del mundo y los oprimidos". El presidente de Irán Sayed Ali Jamenei afirmaba que ambos líderes, temerosos de la ideología revolucionaria islámica y del efecto perturbador que tiene en todo el Tercer Mundo, se reunieron para averiguar "cómo enfrentarse al Islam".
Los dictadores de Irán están convencidos de que Estados Unidos y la Unión Soviética conspiran juntos para mantener oprimidos a los pueblos del Tercer Mundo. El Presidente Jamenei cree que las grandes potencias ya se han repartido el mundo y sólo discrepan en la distribución precisa del territorio. La cumbre, desde este punto de vista, proporciona una excusa conveniente para negociar sus pequeñas diferencias.
Los fundamentalistas musulmanes ofrecen la interpretación más peculiar de las relaciones entre superpotencias, derivada del conocimiento de algo que muchos en Occidente pasan por alto: las similitudes culturales entre Estados Unidos y la Unión Soviética superan con creces las diferencias entre ellos. Al ver más allá de las discrepancias políticas, los musulmanes fundamentalistas ven lo mucho que comparten los dos. Si los ciudadanos americanos y soviéticos tienen por igual problemas para reconocerse -- o a esos efectos, a reconocerse mutuamente - en la forma en que son retratados por los musulmanes fundamentalistas, esta evaluación excéntrica motiva un importante grueso de opiniones por todo el mundo musulmán.