El jueves, George W. Bush pronunció uno de los discursos más extraños en dos siglos de retórica presidencial. Lo que lo hizo tan extraño es que contenía dos partes que se contradicen radicalmente.
Para mayor comodidad, llamémoslas discursos A y B.
En un discurso, Bush arremetía contra Yasser Arafat por utilizar el terror contra Israel e informaba al líder palestino de que su situación actual, rodeado por tanques israelíes, "es en gran parte culpa suya".De nombre, el presidente enumeraba cuatro grupos (las Brigadas de Al Aqsa, Hizbolá, Hamás, la Yihad Islámica) y no sólo les acusaba de oponerse al proceso de paz, sino también de buscar la destrucción de Israel.
Bush procedió a ratificar los esfuerzos israelíes de auto-protección: "Estados Unidos reconoce el derecho de Israel a defenderse del terrorismo".Se identificó como "un amigo comprometido de Israel" y señaló su preocupación por la seguridad a largo plazo del país.
En suma, un discurso de condena a Arafat y apoyo a Israel.
En el discurso B, el Presidente extrajo implicaciones políticas contrarias a lo que cabría esperar. En lugar de concluir que el que Arafat rompa sus promesas y recurra al terrorismo le invalida para la diplomacia, Bush le daba a otra oportunidad instando a la Autoridad Palestina a detener las actividades terroristas.
Aún más improbablemente, hizo un llamamiento a "los líderes palestinos responsables [de] mostrar al mundo que están verdaderamente del lado de la paz".
A continuación, en lugar de apoyar las acciones israelíes de los últimos días encaminadas a acabar con la infraestructura terrorista en Cisjordania como pasos en total concordancia con la guerra estadounidense contra el terrorismo, Bush instaba sorprendentemente al gobierno Sharon a poner fin a sus incursiones en las zonas controladas por palestinos, empezar a retirarse de las ciudades recientemente ocupadas, cesar la actividad de los asentamientos en los territorios ocupados y ayudar a construir un estado palestino política y económicamente viable.
En suma, el discurso B respalda a Arafat y condena a Israel.
¿De dónde viene esta falta de lógica? De dos errores. Uno de ellos consiste en creer que Arafat puede cambiar sus orígenes, ignorar el hecho de que entró en el oficio del terrorismo en 1965 y que nunca lo ha abandonado. Este hombre es irredimible, y cualquier diplomacia que dependa de que se comporte de forma civilizada está condenada al fracaso. (Curiosamente, el gobierno estadounidense no comete ningún error paralelo de negociar con el mulá Omar de los talibanes o con el Irak de Saddam Hussein).
En segundo lugar, el presidente no parece entender el propósito de la violencia palestina contra Israel. No se dirige a ganar una retirada israelí de Cisjordania o Gaza. Si los palestinos hubieran querido exactamente eso, lo tenían en bandeja de plata en las negociaciones de Camp David de julio de 2000.
Por el contrario, esta violencia tiene un conjunto mucho más ambicioso de objetivos: la destrucción del estado judío. Sin duda, al dirigirse a una audiencia occidental, este punto es minimizado o negado, pero sólo hay que visitar la televisión en árabe, la radio, los sermones de las mezquitas, las aulas o los debates del café discusiones para ver el amplio consenso en favor de la eliminación de Israel.
A la luz de este rechazo árabe, suena un poco iluso e irrelevante que el presidente exprese la esperanza en que los palestinos acepten un alto el fuego inmediato y la inmediata reanudación de la cooperación en materia de seguridad con Israel.
La decisión de Bush de enviar al Secretario de Estado Colin Powell a Oriente Medio parece completamente gratuita. ¿Por qué los palestinos iba a acordar un alto el fuego cuando están en guerra y piensan que les va bien, ya que toda evidencia lo sugiere?
Ver a Bush tratando de abordar un conflicto árabe-israelí cada vez más cerrado me deja con dos impresiones: su visión -- apoyar a Israel contra el terrorismo - muestra un claro entendimiento de la situación. Sin embargo, su limitada comprensión de los temas le lleva a adoptar políticas superficiales y hasta contraproducentes.
Si el gobierno estadounidense quiere aplacar la violencia actual, tiene una opción atractiva: alentar a Israel a derrotar a las fuerzas del terrorismo como considere oportuno y recordar a los estados árabes, como el presidente ha hecho tantas veces desde septiembre, que "o estáis con nosotros o contra nosotros en la lucha contra el terrorismo".
Esa política tiene las virtudes de la claridad moral, de la coherencia y de ayudar a resolver el conflicto árabe-israelí.