El Presidente sirio Hafiz al-Asad es el premier de Siria y el hombre fuerte del conflicto árabe-israelí. Cuando elabora un acuerdo con Israel, pocos árabes le desafían. Si quiere hacer la paz, nadie le detendrá.
El gobierno libanés trató de desbancar a Asad, con el respaldo estadounidense e israelí, en 1983. El Secretario de Estado George Shultz elaboraba un encantador acuerdo entre el Líbano e Israel, pero Asad decidió deshacer el trato. Como resultado, el Líbano derogó el acuerdo en menos de un año. En 1985, el Rey Hussein de Jordania se mostró dispuesto a poner fin al conflicto con Israel. También eso fue imposible, como el sabotaje y el caos sirio demostraron al rey.
La Organización para la Liberación de Palestina ha coqueteado en varias ocasiones con la idea de llegar a un acuerdo con Israel, pero nunca llega hasta el final. En parte, la influencia siria sobre los palestinos aseguró el fracaso de las iniciativas de Yaser Arafat.
Pero en 1991, de repente es Hafiz al-Asad en persona quien indica su disposición a negociar con Israel. No es que esto sea completamente nuevo, dado que Asad aceptó la Conferencia de Ginebra de 1973 y firmó un Acuerdo de Desvinculación con Israel en 1974. Pero la propuesta de conferencia regional del Secretario de Estado Baker se diferencia de las empresas previas en dos aspectos importantes. Esas negociaciones estuvieron marcadas por precondiciones o limitadas en su alcance; esta es una abierta. También, ya en la década de los años 70, Siria fue junto a Egipto e Irak uno de los diversos estados árabes poderosos enemigos de Israel; hoy es el único.
Al margen de lo débil y remota que sea, la posibilidad de resolver el conflicto entre los estados árabes e Israel se abre de pronto. Esto no tiene precedentes y es muy serio.
Las posibilidades de un avance, vale la pena repetirlo, son escasas. Sentar a sirios e israelíes en la misma estancia es un logro, sin duda, pero también deben de estar dispuestos a un compromiso. ¿Será así? Mirando sólo a la parte siria (porque en última instancia son los sirios, y no los israelíes, los que deciden si la relación es belicosa o pacífica), el panorama no es agradable. La motivación de Asad para entrar en negociaciones, es evidente, no es producto del cambio sincero hacia Israel sino el reflejo de su deseo mucho más fuerte de mejorar las relaciones con Washington.
Esto es algo nuevo. Durante muchos años, los líderes sirios han desdeñado a Washington. No lo necesitaban porque estaban del lado soviético, y orgullosos de serlo. Los sirios no sólo compraban material soviético, sino que también importaban las doctrinas militares soviéticas y hasta el corte de sus uniformes. La economía pasaba progresivamente a manos del estado, mientras quince KGB en miniatura hacían la vida imposible a los ciudadanos sirios.
Desde el Palacio Presidencial en Damasco, la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 marcó el colapso de la voluntad soviética. El derrocamiento y asesinato de Nicolae Ceausescu un mes más tarde tuvo un impacto aún mayor. Si Gorbachov dejaba caer a sus compinches de Europa Oriental de esta forma, ¿qué suerte aguardaba a sus tiranos de Oriente Medio?
Uno de ellos, Saddam Husayn, decidió que había llegado el momento de ocuparse de Estados Unidos. Mucho más sensatamente, Hafiz al-Asad fue testigo de la caída soviética y llegó a la conclusión de que había llegado el momento de ganarse el favor de Estados Unidos. Comenzó el proceso con una serie de cambios limitados, pero positivos, tanto dentro de Siria (poniendo fin al estado de excepción, permitir elecciones parlamentarias remotas) y en las relaciones exteriores (mejora de las relaciones con Egipto, acabar con el terrorismo contra los occidentales).
Entonces Saddam invadió Kuwait, dando a Asad una oportunidad de oro. Al unirse al esfuerzo aliado contra Irak, se encontró del lado ganador sin pérdida de prestigio, sin pedir disculpas por transgredir el pasado y con toda la gloria debida a un importante socio de la coalición. Mejor aún, con destreza y elegancia salió del callejón sin salida pro-soviético y se colocó con firmeza en la vía pro-estadounidense.
Mientras que la coalición durante la guerra tuvo su utilidad, no garantizó a Asad los muchos beneficios que reclama a Occidente en general y a Estados Unidos en particular. Junto a la mayoría del antiguo bloque soviético, se deshace por el comercio (intercambio, créditos, tecnología). Además, Asad tiene dos temas de su cosecha: conseguir que Washington presione a Israel para hacer concesiones y que no presione a los proveedores de armas de Siria que proporcionan misiles Scud-C y demás armamento pesado.
Asad es probablemente el político más astuto de Oriente Medio; ciertamente es lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que él está en una posición débil, y que tiene que dar si quiere recibir. ¿llegará tan lejos como hasta poner fin al estado de guerra con Israel? Si es necesario, sí, pero sólo si ve esto entre sus intereses.
El gobierno estadounidense juega un papel fundamental aquí. Si el Presidente Bush presiona de manera desproporcionada a los israelíes para hacer concesiones - un papel que a Damasco le encantaría asignarle - Asad no tendrá ninguna razón para llegar a compromisos reales. Pero si el gobierno estadounidense declina esta parte, y en su lugar permite que sirios e israelíes negocien sus diferencias al tiempo que señala que la mejora de las relaciones dependerá de la paz árabe-israelí, hay una posibilidad razonable de que Asad haga concesiones significativas.
Incluso si no lo hace, la conferencia regional promete ser un evento importante en sí mismo, pues sería una señal de dos grietas importantes en el rechazo árabe a Israel. Además de la flexibilidad diplomática siria, jordanos y saudíes han ofrecido condicionalmente poner fin a su boicot económico a Israel - un cambio psicológico importante, si no un cambio de gran importancia económica.
Hay muchas razones para predecir el fracaso diplomático. Los israelíes aún no se han comprometido a la conferencia regional; después tendrían que entenderse con la perspectiva de evacuación de sus tropas de los Altos del Golán. Por otro lado, el pueblo sirio sólo es superado por los palestinos en la profundidad de su anti-sionismo. Y el régimen de Asad representa una camarilla étnica restrictiva que, en parte debido a su naturaleza frágil, es poco adecuada para hacer concesiones por la paz.
Dicho esto, existe una nueva sensación de posibilidades, y es conveniente. En 1987, muchos estadounidenses comenzaron a jugar con la idea de que Mijail Gorbachov y la perestroika podrían, solo tal vez, poner fin a la guerra fría. La idea de que una hostilidad aparentemente permanente podría llegar a su fin parecía increíble. Pero fue real.
Una perspectiva similar existe actualmente con respecto a uno de los protegidos de Moscú. No es probable, pero es nuevamente concebible que el conflicto árabe-israelí haya entrado en su fase final.