El alucinante testimonio de Faisal Shahzad, el presunto suicida de Times Square, socava con soltura los esfuerzos de la administración Obama por ignorar voluntariamente los peligros del islamismo y la yihad.
La declaración de Shahzad es relevante porque los yihadistas, siempre que se enfrentan a la imputación de los delitos, salvan por lo general el tipo declarándose no culpables o llegando a un acuerdo con la fiscalía. Consideremos algunos ejemplos:
- Naveed Haq, que atacó la sede de la Federación Judía de Seattle, se declaró no culpable alegando locura transitoria.
- Lee Malvo, uno de los francotiradores de Washington, explicó que "uno de los móviles de los tiroteos era que los blancos habían tratado de humillar a Louis Farrajan". Su colega John Allen Mohammed dijo ser inocente hasta el corredor de la muerte.
- Hasán Akbar mató a dos compañeros militares estadounidenses mientras dormían en el cuartel, dirigiéndose a continuación al tribunal para declarar que "Quiero disculparme por lo sucedido. Sentí que mi integridad corría peligro, y no tenía más opciones. Quiero pedirles su clemencia".
- Mohammed Taheri-azar, que trató de asesinar a los estudiantes de la Universidad de Carolina del Norte atropellándolos con un coche y que difundió una serie de peroratas yihadistas contra los Estados Unidos, dio después un giro radical, se pronunció "muy apenado" por los crímenes que perpetró, y solicitó su puesta en libertad para "poder volver a establecerme como miembro productivo, bueno y atento de la sociedad" de California.
Estos esfuerzos encajan en un patrón más general de mezquindad islamista; pocas veces un yihadista se responsabiliza de sus actos. Zacarias Moussaoui, el supuesto vigésimo secuestrador del 11 de Septiembre, estuvo cerca: su juicio comenzó con su negativa a aceptar un acuerdo con la acusación (lo que el magistrado que instruía el caso interpretó como "no culpable") y luego, un buen día, se declaró culpable de todos los cargos.
Shahzad, de 30 años de edad, actuó de forma excepcional durante su comparecencia en la audiencia federal de Nueva York el 21 de junio. Sus respuestas a las muchas preguntas inquisitivas de la jueza Miriam Goldman Cedarbaum ("¿Y dónde estaba la bomba?" "¿Qué hizo usted con el arma?") plasman una vertiginosa mezcla de deferencia y desprecio. Por un lado, cortés, tranquila, paciente, completa e informativamente responde de sus acciones. Por el otro, de viva voz justifica su tentativa de asesinato masivo a sangre fría.
La jueza preguntó a Shahzad "¿Por qué quiere declararse culpable?" después de que éste anunciara su intención de declararse culpable de cada uno de los diez cargos de su acusación, una pregunta razonable dada la práctica certeza de que las declaraciones de culpabilidad le van a empapelar durante largos años. Él respondió con franqueza:
Quiero declararme culpable y voy a declararme culpable cien veces más porque - hasta la hora en que Estados Unidos saque a sus efectivos de Irak y Afganistán y detenga los ataques con vehículos no tripulados en Somalia y Yemen y en Pakistán y detenga la ocupación de tierras musulmanas y deje de matar musulmanes y deje de denunciar a los musulmanes a su administración - vamos a atacar [a los] Estados Unidos, y me declaro culpable de eso.
Shahzad insistió en presentarse como respuesta a las acciones estadounidenses: "Yo soy parte de la respuesta al terror estadounidense contra las naciones musulmanas y el pueblo musulmán, y en nombre de eso estoy vengando los ataques", declaró añadiendo que "Nosotros los musulmanes somos una comunidad". Tampoco fue todo; rotundamente afirmó que su objetivo había sido dañar estructuras y "herir o matar gente", porque "hay que entender de dónde vengo, porque... yo me considero un Muyahid, un soldado musulmán".
Cuando la jueza Cedarbaum señaló que los peatones que recorrían Times Square durante las primeras horas de la tarde del primero de mayo no estaban atacando a musulmanes, Shahzad respondió: "Bueno, el pueblo [estadounidense] elige al gobierno. Nosotros los consideramos a todos igual". Su declaración refleja no solo que la ciudadanía estadounidense es responsable de su administración elegida de forma democrática, sino también la opinión islamista de que, por definición, los infieles no pueden ser inocentes.
Por abominable que sea, esta diatriba tiene la virtud de la veracidad. La disposición de Shahzad a expresar sus fines islámicos y pasar muchos años en la cárcel por ellos desafía frontalmente los esfuerzos de la administración Obama por no declarar al islamismo enemigo, prefiriendo fórmulas tales como "operaciones de contingencia en el extranjero" o "desastres causados por el hombre".
Los estadounidenses - como los occidentales en general, todos los no musulmanes y los musulmanes anti-islamistas - deberían escuchar la declaración franca de Faisal Shahzad y aceptar el doloroso hecho de que la indignación y las aspiraciones islamistas motivan verdaderamente a sus enemigos terroristas.