"Los objetivos son claros", afirmaba el Presidente Bush el 7 de octubre al anunciar los ataques estadounidenses en Afganistán.
Lo lamento, pero son cualquier cosa menos claros. Por una parte, Bush definía los objetivos como "el desmantelamiento y... derrota de la red global del terror". Por la otra, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld respondía que "la idea de eliminar [el terrorismo] de la faz de la tierra" no es realista. A continuación Rumsfeld en persona ofrecía un objetivo alternativo -- evitar "que haya gente que afecte adversamente nuestro estilo de vida".
Siendo los estadounidenses un pueblo amante de la libertad, decía, victoria significa "establecer un entorno en el que podamos alcanzar y vivir realmente esas libertades". Bien, como observaba el boletín Inside the Pentagon de forma seca, esto no es exactamente un objetivo militar concreto en la línea de plantar la bandera americana en el centro de Kabul.
¿A qué se debe la falta de concreción? Para empezar, este nuevo conflicto es difuso, haciendo irrelevante los objetivos bélicos usuales (capturar un territorio, destruir un ejército). Por otra parte, el deseo de incluir a unos estados musulmanes que son una burla en la coalición encabezada por Estados Unidos conduce a la duda de los objetivos. Finalmente, está la necesidad de mantener abierta la posibilidad de ocuparse de cuestiones fuera de Afganistán -- concretamente Irak. La ambigüedad permite la flexibilidad.
Pero también entraña riesgos. Como demostraba Carl von Clausewitz en su obra clásica On War, a menos que los políticos den a los mandos militares objetivos precisos, la guerra se torcerá casi seguro. Esta perla simple pero profunda explica el motivo de que un libro publicado en 1832 en Alemania se siga estudiando en las academias militares estadounidenses.
Los Generales tienen que tener objetivos de guerra, de forma que he aquí una sugerencia que trasladarles:
contener el anti-occidentalismo radical entre los musulmanes -- el islam militante de Osama bin Laden, el fascismo de Saddam Hussein o las demás variantes -- de forma que sus fieles ya no ataquen a americanos o sus aliados.
Observe la palabra contener, no destruir. El anti-occidentalismo radical es tan popular y está tan extendido que sólo puede ser arrinconado, no derrotado.
La contención fue la exitosa política estadounidense hacia la URSS en la Guerra Fría. George Kennan escribe en "The Sources of Soviet Conduct", su influyente artículo de 1947: "El principal elemento de cualquier política estadounidense hacia la Unión Soviética debe ser de contención de las tendencias expansivas rusas, vigilante y firme pero paciente, a largo plazo".
De igual forma, ahora necesitamos una "contención vigilante y firme pero paciente, a largo plazo" de las expansivas tendencias del anti-occidentalismo radical. El objetivo debe ser convencer a sus fieles de que el uso de la fuerza contra los estadounidenses es ineficaz en el mejor de los casos y contraproductivo en el peor.
O como apunta acertadamente Charlotte Beers, jefa de información del Departamento de Estado, el enemigo debe mirar a América y decir, "Comprendo lo que son, no quiero tener nada que ver con eso, pero no mataré como resultado". Eso constituiría realmente una victoria.
El islam militante y el Irak de Sadam son totalitarios en la misma medida y ambos consideran a Estados Unidos como el mayor obstáculo con diferencia para alcanzar sus objetivos, de manera que convencerles de desistir exigirá más lógica que diplomacia. La contención del anti-occidentalismo radical exigirá probablemente tomar medidas en un amplio abanico de países. Podría incluir el cierre de medios, acosar a los jeques radicales, cortar flujos financieros, matar a líderes de milicias y hasta extirpar regímenes.
Tampoco se puede olvidar la nueva Oficina de Interior y la faceta nacional de esta guerra; el enemigo interior no es menos peligroso que el extranjero.
Las fuerzas del orden ya han detenido o presentado cargos contra casi 700 personas en relación con las atrocidades del 11 de Septiembre -- y la prudencia exige asumir que esto es sólo una fracción de los agentes del enemigo dentro de Estados Unidos.
El objetivo nacional es también la contención: evitar que los anti-occidentales radicales dentro del país con intención de causar daño lo hagan, mediante la expulsión, el encarcelamiento o conteniéndolos de otra forma.
Esa dimensión entraña sus propios cambios desagradables, desde las largas colas en los aeropuertos hasta la comprobación de antecedentes en el caso de los extranjeros que entran al país. Los medios ya han hecho cambios de cara a estas circunstancias más duras; bancos, universidades y muchas fábricas deben ser los siguientes enseguida.
Este es pues el objetivo de la guerra: la contención en el extranjero y en el país. Desagradable de implantar, difícil de lograr -- pero ¿qué otra cosa se puede esperar de la guerra?