La sentencia de culpabilidad de Nizar Hindawi en un tribunal londinense debería brindar la ocasión para abrir una nueva relación entre Occidente y el principal promotor del terror en Oriente Medio y Europa. La dramática ruptura de las relaciones diplomáticas de Gran Bretaña supone la primera vez que el gobierno sirio paga algún precio por sus actividades; no debería ser la última. Gran Bretaña, Estados Unidos y sus aliados deberían iniciar una campaña concertada encaminada a aislar a Siria.
Las decisiones tanto británica como estadounidense de retirar a su embajador de Damasco contrasta con el patrón asentado de comportamiento occidental hacia Hafiz al-Asad, el dictador sirio. En el pasado, la vacilación y la reticencia a plantar cara a Asad han sido la norma. Vea el caso estadounidense. Durante años, Washington ha sido consciente de la profunda implicación de Siria patrocinando el terrorismo. En el momento del atentado de octubre de 1983 contra el cuartel de los Marines estadounidenses en Beirut, por ejemplo, el Presidente Reagan, el Secretario de Estado Shultz y el Secretario de Defensa Weinberger culparon públicamente por separado a Damasco.
Pero los líderes estadounidenses se han resistido a sacar las conclusiones evidentes -- que Siria es un importante enemigo de Estados Unidos y que debe recibir un trato en consecuencia. En lugar de eso, abogaron por "el diálogo". Richard Murphy, adjunto del secretario de estado para Oriente Próximo, esbozaba hace poco esta política ante el Congreso. Estados Unidos, explicaba, aspira a "intercambiar opiniones de cuestiones regionales clave, incluyendo el terrorismo" con Damasco; también trata de "convencer a Siria de que apoyan el terrorismo no revierte en su interés". Por supuesto, persuadir a Asad de abandonar el terrorismo es casi igual de fácil que obligar a Gorbachov para desmantelar el KGB En este contexto, el principal interrogante que surge ahora es, ¿indican las decisiones británica y estadounidense un cambio de política a largo plazo? ¿O volveremos a ver el retorno a la vieja costumbre de la vacilación? ¿Son los acontecimientos recientes una casualidad o un punto de inflexión?
Las medidas estadounidenses que se adopten en los próximos días son críticas si la maniobra británica va a ser algo más que un suceso puntual. Hace falta una política apoyada en la audacia británica dejando claro a Asad que el continuo uso del terrorismo por su parte va a tener costes crecientes. Esto se puede lograr a través de una serie de medidas encaminadas a aislar a Siria. En orden aproximado de gravedad, esto significa: dejar de vender equipo militar o policial, imponer requisitos de visado más estrictos, disuadir de viajar a Siria (como se hace con Cuba), reducir el rango de las misiones diplomáticas sirias, romper las relaciones diplomáticas, negar préstamos, acabar con las relaciones comerciales y suspender las rutas aéreas (una aerolínea comercial siria trajo a Londres al terrorista). La coordinación entre las principales potencias occidentales es crítica para el éxito de estos planes. Ningún país, ni siquiera Estados Unidos, puede aislar a un estado extranjero por su cuenta; los vanos esfuerzos estadounidenses por boicotear a Cuba han dejado esto dolorosamente claro. Afortunadamente, la coordinación entre los aliados parecía más probable, dado que tras años de políticas dispares, hay indicaciones de que Estados Unidos y sus aliados convienen ya en formas de tratar con los estados que patrocinan el terrorismo; este fue el resultado principal de la incursión estadounidense en Libia el pasado abril.
Tan útiles como sean estas medidas, hay que recordar que los amplios vínculos de Siria con la Unión Soviética le van a permitir sobrevivir a la ruptura por parte de Occidente. Esto apunta a una segunda forma de aislar a Damasco; la posición enormemente aventajada del gobierno de los Estados Unidos puede utilizarse para dar a conocer el mal comportamiento sirio. Si el foco de atención centrado en Libia a principios de este año se volviera a Siria, el resultado sería el conocimiento generalizado del papel de Siria como patrocinador del terror y agresor de sus vecinos. También dejan claro que Siria forma parte, junto a Irán y Libia, de la tríada antiamericana de Oriente Próximo. Contados son los riesgos que acarrea aislar a Siria. El país está profundamente aislado en la región, porque todos sus vecinos temen su poder. Libia es el único estado en responder a las súplicas sirias de apoyo; ningún otro estado árabe ha tomado medidas contra Gran Bretaña. Y Siria ya es un miembro oficioso del bloque soviético, de manera que empujarlo a los brazos de Moscú no suscita dudas.
Los escépticos dicen que la política estadounidense hacia Libia podría conducir a un ciclo de violencia, convertir en un héroe de Oriente Medio a Gadafi, y alienar a los aliados europeos. Se equivocaron en todos estos reparos; y las políticas severas que aislaron a Gadafi son necesarias con mayor urgencia aún en el caso de Asad.