La liberación de David Jacobsen, uno de los estadounidenses secuestrados en el Líbano, se enmarca en una astuta maniobra en virtud de la que el dictador sirio Hafiz al-Asad ataca los intereses estadounidenses con impunidad.
El juego tiene cuatro pasos invariables. En primer lugar, el gobierno sirio toma parte en algún acto escandaloso, que por lo general implica terrorismo, contra estadounidenses. En segundo lugar, el gobierno estadounidense manifiesta su profundo disgusto, o incluso adopta medidas contra Damasco. En tercer lugar - y esto es clave - Asad ordena la liberación de estadounidenses encarcelados, o hace gestos públicos con este fin. En cuarto lugar, la opinión pública estadounidense se despista y Washington prescinde de los planes de adoptar represalias contra Siria.
Este patrón de comportamiento sirio inconfundible surgió por primera vez en julio de 1983. Acompañó a dos importantes desavenencias con Estados Unidos. En abril de 1983, Damasco fue vinculado al atentado de la embajada norteamericana de Beirut. Un mes más tarde, minaba el acuerdo libanés-israelí alcanzado por el Secretario de Estado Shultz. A la airada indignación estadounidense, Asad liberaba a David Dodge, el presidente en funciones de la Universidad Americana de Beirut. Y para garantizar que Asad se llevaba personalmente el mérito de la liberación de Dodge, la Casa Blanca era obligada a difundir una circular de prensa diciendo que Estados Unidos estaba "agradecido" por "los esfuerzos humanitarios" de Hafiz al-Asad y su hermano Rif'at.
La tensión volvió a aumentar a finales de 1983, después de que importantes figuras políticas estadounidenses acusaran públicamente al gobierno sirio de complicidad en el atentado contra el cuartel de los Marines en Beirut. Unas semanas más tarde, aviones estadounidenses atacaban posiciones sirias en el Líbano. La captura siria de un piloto de la Marina estadounidense, el teniente Robert O. Goodman, fue explotada con gran habilidad para impedir cualquier acción militar estadounidense ulterior contra Siria. Goodman pasó un mes en una cárcel siria; después el teniente - era negro - fue entregado al reverendo Jesse Jackson. Fue un golpe de genialidad Siria que explotaba simultáneamente las tensiones raciales, la oposición nacional al recurso estadounidense de la fuerza, y la campaña presidencial estadounidense. Tan diestra fue la manipulación siria de la opinión pública estadounidense que un analista especulaba con que Asad estuviera recibiendo consejo soviético. Goodman cumplió bien su propósito; Estados Unidos no ha utilizado la fuerza contra Siria de nuevo.
Asad manipuló a la opinión pública estadounidense una tercera vez en junio de 1985, cuando un avión de pasajeros de la TWA fue secuestrado en Beirut. A medida que quedaba progresivamente claro que un grupo de respaldo sirio, el Amal, estaba reteniendo a los estadounidenses, la opinión anti-siria crecía en Estados Unidos. Para cortar de raíz el problema, la administración Asad liberó el aparato. Si Washington tenía planes de castigar a Siria, fueron cancelados, porque como observa un funcionario de la Casa Blanca, "Los sirios fueron los que lo hicieron posible".
Las investigaciones de las masacres de los aeropuertos de Viena y Roma el pasado diciembre revelan la complicidad del gobierno sirio; de nuevo Asad siente el peso del disgusto estadounidense. Una vez más recurrirá a la misma técnica -- sólo que esta vez ni siquiera tuvo que poner en libertad a un rehén estadounidense. El simple revuelo de actividad bastó para apaciguar a los estadounidenses. Como resultado, Asad salió airoso. Por el contrario, Muamar al Qadhdhafi - que nunca disimula ni juega como Asad - siente el peso de la ira norteamericana.
Esto nos lleva al caso más reciente. El 24 de octubre, Nizar Hindawi era declarado culpable en Londres de tratar de derribar un aparato de El Al. Momentos más tarde el gobierno británico rompió relaciones con Siria, citando los vínculos demostrados de la administración Asad con Hindawi. Estados Unidos y Canadá retiraban inmediatamente a sus embajadores de Damasco (en parte, tal vez, porque había muchos ciudadanos suyos a bordo del aparato de El Al). Entre los debates de medidas adicionales contra Siria, llegaba la noticia (casi predeciblemente) de que Jacobsen había sido puesto en libertad. Sin duda Asad espera que esto ponga fin a su actual confrontación con Estados Unidos.
Aunque los sirios no son los únicos que programan con precisión la liberación de rehenes -- acuérdese de los 52 estadounidenses en Irán liberados en el instante mismo de la investidura de Ronald Reagan - Asad ha elevado esta técnica a la categoría de arte. Y mientras le beneficie, seguirá valiéndose de ella. Por supuesto, para mantener en marcha la partida, le hacen falta rehenes nuevos; de ahí que tres estadounidenses más fueran secuestrados en el Líbano los dos últimos meses.
¿Cómo podemos detenerle? El inteligente uso de rehenes estadounidenses por parte de Asad demuestra que él tiene la última palabra sobre su destino. Por tanto, se le pueden pedir cuentas de su integridad. El gobierno estadounidense tiene que manifestar que igual que pidió cuentas a las autoridades soviéticas por Nicolás Daniloff, Siria tendrá que responder de los rehenes estadounidenses en el Líbano. Al vincular a Asad, cambiamos el reglamento de la partida; en lugar de ganar liberando a los rehenes, él paga un precio por mantenerlos retenidos. De esta forma, Damasco ya no se beneficia de manipular las vidas de los estadounidenses.