Muchos estados tienen largos historiales de apaciguar a terroristas. Egipto e Italia, por ejemplo, dejaron huir a Abú Abbás. Francia ha dejado salir a terroristas o alcanzado acuerdos con ellos. Hasta hace poco, Gran Bretaña tenía unos antecedentes muy surtidos. Incluso Israel, la nación que había sido estandarte de dureza hacia los terroristas de pronto cedió en mayo de 1985, cuando canjeó más de 1.150 presos, criminales convictos muchos de ellos, por tres israelíes capturados durante la guerra del Líbano. De un golpe, casi todo terrorista capturado durante los 15 años anteriores estaba en libertad.
Ahora el Presidente Reagan ha confirmado que Estados Unidos ha intentado el apaciguamiento; Washington trató de comprar a los rehenes estadounidenses del Líbano enviando armas a Irán. Esto plantea la pregunta: ¿Hay algún líder que respete consistentemente el principio de no llegar a acuerdos con terroristas? Lo hay, pero no es el que se le ocurriría a la mayoría de la gente inmediatamente: el gobernante con el historial más escrupuloso en la materia del terrorismo es Jabir al-Ahmad al-Sabah, emir del pequeño estado del Golfo Pérsico de Kuwait.
Considere lo siguiente: El 12 de diciembre de 1983, musulmanes fundamentalistas respaldados por Irán empotraban camiones cargados con explosivos contra seis objetivos. El más letal de de ellos alcanzaba la embajada norteamericana, asesinando a cinco personas e hiriendo a 62. Los demás camiones destruían la embajada francesa y siete instalaciones kuwaitíes. El gobierno realizaba detenciones; en marzo de 1984, 6 de los detenidos eran condenados a muerte y el resto a penas de prisión de cinco años a cadena perpetua. Para dejar a estos presos en libertad, radicales de respaldo iraní lanzaban enseguida una serie de ataques contra autoridades kuwaitíes.
Para sorpresa de casi todo el mundo, el gobierno no cedió. Cuando los terroristas secuestraron un aparato comercial kuwaití conducido a Teherán, matando a dos pasajeros, se mantuvo firme. Cuando condujeron un vehículo contra la caravana del emir kuwaití, matando a cuatro personas, él respondía aprobando una dura ley antiterrorismo. Cuando colocaron bombas en dos cafés kuwaitíes, asesinando a nueve personas, impuso medidas de excepción y expulsó a 6.270 extranjeros. Tampoco la tentativa de asesinato de un editor de prensa ni al sabotaje de las explotaciones petroleras lograron ninguna concesión.
Viendo que atacar a Kuwait no les conducía a ninguna parte, los terroristas cambiaron de táctica. Condicionaron la libertad de los rehenes estadounidenses del Líbano a la liberación de los presos de Kuwait. Según medios kuwaitíes, esta táctica tuvo cierto éxito; el pasado año, el gobierno estadounidense presionaba a Kuwait a través del enviado británico Terry Waite para poner en libertad a los terroristas confinados en cárceles de Kuwait. Muchos meses antes de que el mundo conociera las negociaciones con Irán, los kuwaitíes sabían que repetidas promesas públicas de no recompensar el terrorismo aparte, Washington suplicaba en privado a Kuwait que pusiera en libertad a los asesinos convictos.
Y a los kuwaitíes esto no les gustó. El rotativo Ar-Ra'i Al-'Am reprendía al Presidente Reagan por hacer promesas a las familias de los rehenes estadounidenses. El periódico se dirige a Reagan: "¿Ha olvidado usted que usted es el principal defensor de la lucha contra el terrorismo en el mundo?... Si accedemos a intercambiar reos en Kuwait por sus rehenes del Líbano... usted pasa a ser un impulsor del terrorismo". Este amargo comentario afirmaba que el honor de Kuwait no estaba al alcance del trueque estadounidense. Otro periódico, As-Siyasa, protestaba porque Washington tratara de vulnerar el código kuwaití. Al-Anba' proclamaba que Kuwait "no se someterá a las amenazas y no acepta presiones de ningún tipo".
En contraste con las bravatas vacías de los funcionarios estadounidenses "puede huir pero no puede esconderse" o "no se negocia con terroristas", los kuwaitíes se mantuvieron fieles a sus principios. El Ministerio del Interior se niega categóricamente a vincular el destino de los terroristas de Kuwait a los sucesos que tiene lugar fuera del país. La actitud simple pero contundente de "no se negocia con terroristas y no hay clemencia para aquellos que alteran la seguridad de Kuwait y la de sus ciudadanos" ha sido respetada escrupulosamente.
Las circunstancias de Kuwait -- un país conservador inmensamente rico en primera línea de una guerra entre dos vecinos radicales mucho mayores -- hace su postura especialmente imponente. A pesar de los esfuerzos iraníes de intimidación, el emir de Kuwait no ha vacilado en señalar con el dedo a Teherán. (Compare esto con la disposición del Primer Ministro galo Jacques Chirac a exonerar a Siria y culpar a Israel del incidente de El Al en Londres).
Muchos dictadores árabes tienen una merecida reputación de apoyar o ser cómplices del terrorismo; como observaba The New Republic a principios de este año, "el terrorismo lleva años formando parte de la rutina de la vida política árabe". El emir de Kuwait no es solamente una excepción a este deprimente patrón, sino un modelo para líderes de países como Israel o Estados Unidos. Él representa el verdadero honor árabe.
Emulemos su ejemplo y tratemos de reparar los daños de los acuerdos armamentísticos con Irán. Esto significa volver a una estricta política de castigar a los secuestradores de estadounidenses, no sobornar a sus patrones de Teherán.