Si los acontecimientos en Egipto han ido tan bien como cabría esperar, las perspectivas futuras siguen sin ser claras. La parte emocionante ha terminado, ahora llegan las preocupaciones.
Vamos a empezar con tres buenas noticias: Hosni Mubarak, el hombre fuerte de Egipto que parecía a punto de crear el desastre, dimitía afortunadamente. Los islamistas, que precipitarían Egipto en dirección a Irán, no interpretaron ningún papel en los acontecimientos recientes y siguen alejados del poder. Y los militares, que lleva gobernando Egipto entre bambalinas desde 1952, son la institución mejor preparada para adaptar la administración a las exigencias de los manifestantes.
El egipcio Mubarak y el tunecino Ben Alí, compartiendo buenos momentos. |
La Hermandad Musulmana representa el problema más extendido. Fundada en 1928, la principal organización islamista del mundo ha evitado desde hace tiempo el enfrentamiento con el gobierno y se abstiene de dar a conocer su ambición de implantar una revolución islámica en Egipto. El Presidente de Irán Mahmoud Ahmadinejad ha elaborado esta esperanza al decir que debido a los sucesos de Egipto "emerge un nuevo Oriente Próximo sin el régimen sionista y sin interferencias estadounidenses". En una amarga valoración, Mubarak en persona hacía hincapié en este mismo peligro: "Vemos la democracia que propició Estados Unidos en Irán y con Hamás en Gaza, y es el destino de Oriente Próximo... fundamentalismo e islam radical".
Portada de "Egipto al borde del abismo: De Nasser a Mubarak", de Tarek Osman. |
Esta estupidez apunta una política estadounidense acusadamente confusa. En junio de 2009, durante una presunta revolución contra el régimen hostil de Irán, la administración Obama guardaba silencio esperando ganarse así el voluntarismo de Teherán. Pero con Mubarak, amistoso dictador bajo ataque, adoptaba en la práctica la "agenda de la libertad" de George W. Bush y apoyaba a la oposición. Obama alienta aparentemente a los manifestantes callejeros contra nuestro propio bando.
La presión estadounidense, constante y gradual, reconociendo que el proceso de democratización implica una importante transformación de la sociedad y lleva no meses sino décadas, es imprescindible para abrir el sistema.
¿Y ahora qué aguarda a Egipto, y se hará con el poder la Hermandad Musulmana?
Algo extraordinario, imprevisible y sin precedentes tuvo lugar en las calles egipcias las últimas semanas. Un movimiento multitudinario sin líder reunió a grandes números de ciudadanos corrientes, al igual que en Túnez antes. No manifestó su indignación contra los extranjeros, ni convirtió a las minorías egipcias en chivos expiatorios, ni suscribía una ideología radical; en su lugar exigía transparencia pública, libertad y prosperidad. Las informaciones que me llegan desde El Cairo sugieren un giro histórico hacia el patriotismo, la inclusión, el secularismo y la responsabilidad personal.
Como confirmación, considere dos encuestas: Un sondeo realizado en 2008 por Lisa Blaydes y Drew Linzer concluye que el 60% de los egipcios tienen opiniones islamistas. Pero un Pechter Middle East Poll llevado a cabo la semana pasada concluye que sólo el 15% de los habitantes de El Cairo y la región de Alejandría "aprueba" a la Hermandad Musulmana y alrededor del 1% es partidario de un presidente del colectivo en Egipto. Otro indicador de este cambio sísmico: la Hermandad, en retirada, ha rebajado sus ambiciones políticas mientras Yusuf al-Qaradawi ha llegado a afirmar públicamente que conservar la libertad de los egipcios es más importante que implantar la ley islámica.
Nadie puede decir en este momento de dónde salieron las posturas de esta revolución ni a dónde conduce, pero es la realidad innegable actual. La cúpula militar acarrea ahora la pesada responsabilidad de llevarla a puerto. A tres caballeros en particular no hay que perderlos de vista, al Vicepresidente Omar Suleiman, al Ministro de Defensa Mohammed Hussein Tantawi y al jefe de gabinete Sami Hafez Enan. Pronto veremos si la cúpula militar ha aprendido y madurado, y si se da cuenta de que seguir persiguiendo sus intereses egoístas le conducirá a una mayor irrelevancia.