"Por primera vez en casi una década hemos detenido en seco partes del programa nuclear de Irán" anunciaba un jubiloso Barack Obama a la noticia del acuerdo interino de seis meses recién signado en Ginebra con Irán.
Pero el objetivo estadounidense en la negociación era que los iraníes "no impulsen su programa" de construcción de una bomba atómica de uranio (y quizá también una de plutonio); el acuerdo dado a conocer permite justamente ese avance, mas la flexibilización de las sanciones a Teherán por unos 9.000 millones de dólares.
Este desgraciado acuerdo representa un motivo válido de comparación con el alcanzado en 1938 en Múnich por Neville Chamberlain. Un gobierno occidental demasiado impaciente, ciego al perverso engaño del régimen con el que tanto desea trabajar, lo apacigua con concesiones que acabará lamentando. El 24 de noviembre en Ginebra será recordado a la par del 29 de septiembre y Múnich.
Los negociadores de Ginebra el 23 de noviembre. Fíjese en el ministro iraní de exteriores (el caballero sin corbata) situado ceremonialmente en el centro. |
Barack Obama ha cometido múltiples errores en política exterior durante los últimos cinco años, pero este inaugura la categoría de calamidad. Junto a la reforma sanitaria, es una de sus medidas de peor calado. John Kerry es un impaciente figurín en busca de un acuerdo a cualquier precio.
Al renunciar el gobierno estadounidense a interpretar su papel rector, queda a los israelíes y a los saudíes, entre otros quizá, bregar con una tesitura agravada. La guerra pasará a ser ahora una posibilidad mucho más probable. Culpa de nosotros los estadounidenses por reelegir a Barack Obama. (23 de noviembre de 2013)