Hoy hace veinticinco años que el ayatolá Jomeini lanzó su edicto contra Salman Rushdie. El líder revolucionario iraní no admitía su novela mágico-realista Los versos satánicos debido a sus insultos al profeta musulmán Mahoma, y respondía a ella instando a la ejecución de Rushdie y de "todos los implicados en la publicación que fueran conscientes de su contenido".
El hecho de que Rushdie hubiera nacido en la India, viviera en Gran Bretaña y no tuviera relación significativa alguna con Irán hacía de éste un acto de agresión sin precedentes que gozó de amplio eco en aquel entonces y que, posteriormente, tendría un impacto duradero. De hecho, se podría argumentar que la era de la sharia creciente, de la yihad silenciosa o del islamismo legal comenzó el 14 de febrero de 1989 con la proclamación de aquel breve edicto.
Si bien Rushdie, de 66 años, sigue sano y salvo (aunque no precisamente en su mejor momento; su obra decayó tras Los versos satánicos), muchos otros han perdido la vida en los altercados originados en torno a su libro. Peor aún, el efecto a largo plazo del edicto ha sido limitar la capacidad de los occidentales para debatir libremente sobre el islam y sobre cuestiones relacionadas con él, lo que ha llegado a conocerse como la regla Rushdie. Una prolongada observación de este fenómeno (incluido un libro escrito en 1989) me lleva a la conclusión de que hay dos procesos en marcha:
En primer lugar, el derecho de los occidentales a discutir, criticar e, incluso, ridiculizar el islam y a los musulmanes se ha visto menoscabado al cabo de los años.
En segundo lugar, la libertad de expresión es una parte menor del problema; lo que está en juego es algo mucho más profundo; algo que, de hecho, es una cuestión decisiva de nuestra época: ¿podrán los occidentales mantener su propia civilización histórica ante el asalto de los islamistas, o cederán ante la cultura y la ley islámicas y se someterán a una especie de ciudadanía de segunda categoría?
La mayoría de los análisis de la regla Rushdie se centra exclusivamente en el crecimiento del islamismo. Pero hay otros dos factores aún más importantes: el multiculturalismo, tal y como es practicado, mina la voluntad de mantener la civilización occidental frente a la depredación del islam, mientras que la izquierda, al hacer causa política común con los islamistas, da pie a éstos.
En otras palabras: el núcleo del problema no está en el islam, sino en Occidente.