En 2009, mis dos hijas mayores tenían planes de mudarse a Europa occidental, así que me pidieron que solicitara la ciudadanía polaca. Esto les permitiría obtener a su vez la ciudadanía a través de mí y obtener un pasaporte de la Unión Europea que les permitiría desplazarse y trabajar con libertad en 28 países. No viendo nada de malo, inicié el que sería un proceso de cuatro años de desafíos burocráticos para solicitar al presidente de Polonia que me concediera la ciudadanía.
No siendo fácil ni rutinario, tenía esperanzas de éxito basadas en el hecho de que mis dos progenitores, Richard e Irene, nacieron en Polonia y vivieron allí hasta su adolescencia, además del hecho de que mi padre había ocupado un puesto importante en la Casa Blanca Reagan durante la crisis polaca de 1981-82, que mi madre es la veterana presidenta de la Asociación Americana de Estudios Judeo-Polacos, que a los dos les impuso distinciones el gobierno polaco, mis buenas relaciones con el titular de exteriores del país Radek Sikorski y que a mi madre le había sido concedida la ciudadanía polaca.
La cara de un pasaporte polaco. |
Luego, parcialmente a través del proceso, los términos de la solicitud cambiaron. Según una sentencia en firme, no sólo yo era polaco por nacimiento sino también mis hijas. Lo que otrora había requerido de la intervención presidencial se convertía en un mecanismo burocrático rutinario. Las cosas avanzaron rápidamente y, rematado con una visita a la Cónsul General en Nueva York Ewa Junczyk-Ziomecka en septiembre de 2013, obtuve el pasaporte polaco al mes siguiente.
Al principio era sólo un documento. Después, con motivo de una visita reciente a la Unión Europea, mi primera visita con la nueva ciudadanía, saqué el pasaporte polaco al llegar al mostrador de aduanas. También lo utilicé para registrarme en los hoteles, así como a la entrada de museos y edificios públicos. Para mi asombro, el pasaporte suscitó preguntas puntuales de si hablaba inglés.
Más curiosamente, por primera vez desde que naciera en Estados Unidos y abandonara sus costas a los tres años de edad en 1953, veía regularizada mi situación en otro lugar – y no en cualquier otro sitio, sino en lo que prácticamente es un continente que abarca una población de más de 500 millones de personas. Más íntimamente, sentí un nuevo vínculo con la patria de mis ancestros, Polonia. Estuve por primera vez de visita allí en 1976, he apoyado organizaciones concretas sin ánimo de lucro allí, tengo planes futuros de viajar allí y hasta tengo intención de estudiar algo de polaco, un idioma reconocidamente difícil. El viejo país ha pasado a ser el nuevo país.
En resumen, lo que empezó siendo una ventaja personal y un formalismo ha cambiado mi noción de identidad sin hacer ostentación. (26 de marzo de 2014)