La Administración Obama se mantuvo acertadamente al margen de Siria durante seis dolorosos, horripilantes años de guerra civil. Sí, la batalla ha costado cientos de miles de vidas y millones de desplazados. Sí, la migración incontrolada de sirios a Europa causó graves problemas. Sí, los kurdos son simpáticos. Sí, Barack Obama hizo el ridículo cuando declaró que el uso de armas químicas por parte del régimen de Asad era una "línea roja" y después se negó a proceder en consecuencia.
A pesar de todo esto, era correcto no intervenir porque es mejor que los yihadistas chiíes pro Asad, respaldados por Irán y Rusia, se mantengan ocupados luchando contra los yihadistas suníes anti Asad respaldados por Arabia Saudí, Qatar y Turquía; porque los kurdos, aunque sería muy interesante, no aspiran a controlar toda Siria; y porque los estadounidenses no tienen estómago para otra guerra en Oriente Medio.
La implicación directa de Estados Unidos, que acaba de atacar con casi 60 misiles de crucero en una hora la base aérea de Shayrat, significa alinearse con un bando frente al otra, pese a que ambos son terriblemente repugnantes. (Si el régimen es responsable de la mayor parte de las muertes –del 94% según los cálculos–, se debe únicamente a que tiene un mayor poder destructivo, no al carácter humanitario del ISIS y el resto de sus enemigos).
Esta acción militar me parece un error. En ningún sitio exige la Constitución de EEUU que las fuerzas estadounidenses combatan en todas las guerras de todo el mundo; y en esta debería abstenerse, y dejar que los enemigos de EEUU combatan entre sí hasta el agotamiento.
Los inmensos recursos de Estados Unidos se deberían dedicar a dos objetivos: reducir el sufrimiento humano con ropa y alimento e impedir que el bando más fuerte (ahora el del régimen) gane facilitando información y armas a la parte más débil (los rebeldes suníes).
Trump debería detener inmediatamente todos los ataques directos contra el régimen sirio y, en su lugar, ayudar a sus enemigos a combatirlo con mayor eficacia.