¿Es posible modernizarse sin occidentalizarse? Este es el sueño de los déspotas de todo el mundo. Líderes tan diversos como Mao en la extrema izquierda o Jomeini en la extrema derecha aspiran a una economía con un crecimiento robusto y un ejército poderoso -- sin los engorros de la democracia, el estado de derecho o la noción entera de la búsqueda de la felicidad. Celebran las tecnologías médicas y militares norteamericanas, pero rechazan su cultura popular y su filosofía política. El avance tecnológico libre de bagaje cultural es su ideal.
Tristemente para ellos, cosechar íntegramente los beneficios de la creatividad occidental exige de la inversión en la cultura occidental que lo engendra. La modernidad no existe en sí misma, sino que está indisolublemente unida a sus progenitores. Los ritmos elevados de crecimiento económico no solamente dependen de una correcta regulación fiscal, sino de una población ducha en los fundamentos de la puntualidad, la ética laboral y la gratificación del esfuerzo a largo plazo. La tripulación de un bombardero avanzado no puede salir tal cual de una aldea, sino que es preciso que se empape de una forma completa de ver el mundo. La estabilidad política exige de un sentido de la responsabilidad que sólo puede inculcar la sociedad civil. Y así sucesivamente.
La música occidental pone de manifiesto este extremo con especial lucidez, justamente por ser irrelevante de cara a la modernización. Interpretar la Sonata a Kreuzer de Beethoven no contribuye en nada al PIB; disfrutar de una opereta no mejora la capacidad de proyección de los elementos nacionales. Y aun así, ser totalmente moderno significa dominar la música occidental; la capacidad de interpretación de la música occidental, en la práctica, va muy pareja a la riqueza y la fuerza de un país, como demuestran las experiencias de dos civilizaciones, la musulmana y la japonesa. El rechazo musulmán a la música occidental augura dificultades generales con la modernidad; el dominio japonés de todos los estilos de la clásica al jazz ayuda a explicarlo todo, desde la estabilidad institucional a un yen fuerte.
Musulmanes
Entre los musulmanes, el gusto musical reviste profundos matices de identidad. Los musulmanes seculares tienden a celebrar la música europea y norteamericana, al considerarla una insignia de liberación y de cultura. Ziya Gökalp, teórico referente del nacionalismo secular turco, escribe a principios de los años 20 que los turcos
tienen tres clases de música hoy: La música oriental, la música occidental y la música folclórica. ¿Cuál pertenece a nuestra nación? Tenemos en consideración mala y no nacional la música oriental. La música folclórica es nuestra cultura nacional, la occidental es la música de nuestra nueva civilización. Ninguna de las últimas nos puede ser ajena.
Más recientemente, a medida que los secularistas turcos se han visto progresivamente sitiados, grupos acuden a multitudinarios conciertos de música clásica occidental. En palabras de un periodista, "se han convertido en el simbólico motivo de congregación de los defensores del secularismo turco". En un acto marcado por su simbolismo, la embajada turca en Teherán ofreció un concierto de música clásica occidental de dos horas a finales de diciembre de 1997, en un tributo al próximo año nuevo (cristiano). Contadas ocasiones culturales pueden delinear de forma tan acusada las visiones opuestas de Atatürk y Jomeini.
En contraste, los musulmanes fundamentalistas, que alimentan una larga desconfianza hacia Occidente, temen que su música surta un efecto nocivo sobre los musulmanes. Siendo primer ministro de Turquía Necmettín Erbakán en 1996-97, limitó las compañías de baile, las sinfónicas y las demás organizaciones de corte occidental. En lugar de eso, luchó para elevar la financiación a los grupos que respetaban las formas musicales tradicionales.
La simple audición de la música occidental insinúa deslealtad al islam para los fundamentalistas. Un orador de un mitin fundamentalista en Estambul agasajaba a su audiencia diciéndoles: "Esta es la verdadera Turquía. No la congregación desorientada que acude a ver [sic] la Novena Sinfonía". Un periódico iraní publicaba un poema que caracteriza el opuesto a los iraníes devotos y oprimidos asesinados por tropas iraquíes como una audiencia de melómanos -- mujeres con "pañuelos a la espalda" (léase contrarias a la modestia islámica) y hombres de "vientre protuberante" (es decir, que sacan tajada del mercado negro). El mismo poema, titulado "¿Por quién tocan las cuerdas del violín?" afirma que los conciertos de Mozart y Beethoven promueven "el gusano de la cultura monárquica". Cualquiera que escuche Eine Kleine Nachtmusik, en otras palabras, ha de ser un traidor a la república islámica. O al propio islam: nombrando a los mismos compositores, un tunecino afirma que "la traición del árabe… comienza al disfrutar escuchando a Mozart o Beethoven".
Por supuesto, si los compositores del siglo XVIII enfurecen tanto a los musulmanes fundamentalistas, ¿qué pensarán del rock o el rap? La cultura norteamericana popular tiene que plasmar los valores de la cultura occidental considerados más repugnantes por los musulmanes - la celebración del individualismo, la juventud, el hedonismo y la libre sexualidad. El grupo fundamentalista paquistaní Hezbolá ha designado "terroristas culturales" que aspiran a destruir la civilización islámica a Michael Jackson y a Madonna. El portavoz del grupo explica este temor:
Michael Jackson y Madonna son los adalides de la sociedad norteamericana, de sus valores culturales y sociales… que destruyen la humanidad. Arruinan las vidas de miles de musulmanes y les conducen a la destrucción, alejándoles de su religión, su ética y su moralidad. Los terroristas no son únicamente los que detonan explosivos. También son los que hieren los sentimientos ajenos.
Hezbolá finalizó con un llamamiento a que dos estadounidenses fueran procesados en Pakistán.
El parlamento de Hezbolá apunta la razón de que los fundamentalistas desconfíen de la música occidental: desmoraliza a los musulmanes y les distrae de los rigores de su confesión. Ahmed al-Qattán, predicador palestino afincado en Kuwait, considera que la música occidental "implica placeres y éxtasis, comparables a los estupefacientes" y argumenta:
Yo pregunto a mucha gente: "Cuando escucháis a Michael Jackson, a Beethoven o a Mozart, ¿qué sentís?"
Ellos me dicen: "Oh, siento un vuelco en el corazón".
Yo pregunto: "¿Hasta ese punto?"
Ellos me dicen: "Sí, por Dios, hasta ese punto. Siento que de pronto estoy volando. Un momento lloro, al siguiente me río, luego bailo, luego me suicido".
Dios nuestro, buscamos refugio de este cantar y sus males en Ti.
El ayatolá Jomeini albergaba opiniones comparables, cuando explicaba a una periodista italiana:
Jomeini: La música adormece la mente, porque implica placeres y éxtasis, comparables a las drogas. Vuestra música quiero decir. Normalmente vuestra música no ha exaltado el espíritu, lo adormece. Y destruye [sic] a nuestros jóvenes envenenados por ella, y luego dejan de interesarse por su país.
Oriana Fallaci: ¿Hasta la música de Bach, Beethoven y Verdi?
Jomeini: No conozco esos nombres.
Pero luego, de pronto quizá, Jomeini relaja su condena: "Si su música no adormece la mente, no será prohibida. Parte de vuestra música está permitida. Por ejemplo los himnos y las marchas castrenses… Sí, vuestras marchas están permitidas". Otros se unen a Jomeini al hacer una excepción con la música castrense. Qattán, por ejemplo, distingue entre música útil y música degenerada: "Nada de Mozart o Michael Jackson, nada de instrumentos ni canciones, sólo tambores de guerra". Los musulmanes fundamentalistas sólo permiten el éxtasis que puede crear la música occidental si ayuda a enviar a su muerte a los jóvenes.
(Como nota, es interesante destacar que las marchas castrenses son la única forma musical occidental influenciada de forma significativa por Oriente Próximo: Los gitanos introdujeron la música turca -- o "Janissary" -- en Europa en el siglo XVIII. El ejército austríaco habría sido al parecer el primero en adoptar este género. Implicaba nuevos uniformes exóticos e instrumentos novedosos de percusión tales como panderos, triángulos, platillos, bombos e -- insinuantes -- crecientes con campanillas. Las notas de los ornamentos se sumaban al exotismo. Poco después, estos elementos entraron también en las orquestas; Mozart utilizó por primera vez la música de estilo turco en una breve composición de 1772, y los efectos "turcos" destacan especialmente en su El rapto del Serrallo, así como en el final de la Novena Sinfonía de Beethoven. En cierto sentido, pues, con el desfile castrense Oriente Próximo vuelve atrás en su innovación).
En contraste, las autoridades turcas, a un son diferente como tantas veces es el caso, se apoyan en la música clásica para tranquilizar sus filas. Los efectivos de la llamada "Fuerza de Acero", la policía antidisturbios famosa por sus duras tácticas contra los manifestantes callejeros, son obligados a escuchar a Mozart y Beethoven en sus autobuses camino de las cargas policiales, como forma de tranquilizarlos.
Otros fundamentalistas mantienen ideas divergentes en torno a la música permitida, debate plasmado por el Centro Cultural Rey Fahd, una magnífica sala de conciertos con un aforo de 3.000 personas en la demarcación de Riad, Arabia Saudí. Poco antes de su muerte en 1975, el rey Faisal aprobó la construcción de este centro como parte de las instalaciones recreativas que convertirían a Riad, su capital, en un moderno núcleo urbano atractivo. Finalizado en 1989 a un precio de 140 millones de dólares, el Centro presume de extravagantes remates como el mármol más fino y las maderas más buscadas, por no hablar de un sistema de iluminación artesanal láser y un escenario hidráulico.
Pero la sala nunca ha albergado un estreno. Un diplomático extranjero que logró visitar las colosales instalaciones concluye que una plantilla de 180 personas a jornada completa ha mantenido el edificio y sus jardines en condiciones impecables durante casi una década. Esto no sólo ha significado atender las jardineras sino el aire acondicionado de las instalaciones todo el año, para que las delicadas maderas del interior no se deterioraran. ¿Por qué no se utiliza el centro cultural? Porque ofende la estricta sensibilidad islámica que impera en Arabia Saudí. Según una crónica, al tener noticia de la música de corte occidental interpretada por su surtido palmarés (léase hombres y mujeres) ante una audiencia diversa, los líderes religiosos del país "se irritaron hasta la violencia".
La saga de la sala de conciertos de Riad ilustra idóneamente el debate abierto entre los musulmanes fundamentalistas en torno a la música occidental. El rey Faisal, que no era ningún diletante en su confesión islámica, la consideró un placer permitido, pero las autoridades religiosas saudíes albergaban otra opinión. Otros fundamentalistas también discrepan en los detalles. El autor de una tribuna de consejo de un semanal musulmán de Los Ángeles reconoce que "La música de tono relajado y bien compuesto, y las canciones melodiosas de palabras y conceptos puros, son aceptables en el islam", suponiendo que esto no conduzca a "la mezcla entre hombres y mujeres". En contraste, 'Alí Hoseyni Jamene'i, líder espiritual de Irán, considera que "la promoción de la música… no es compatible con los objetivos del sistema islámico". En consecuencia, rechaza la docencia de la música entre los chavales y prohíbe "cualquier música movida para el comportamiento ocioso", hasta cuando se interprete en fiestas segregadas. El principal predicador televisivo egipcio, el jeque Mohammed ash-Sha'rawi, fue más allá y condenaba a los musulmanes que se duermen con música clásica occidental en lugar de la grabación de un recital coránico. Inspirados por sus palabras, los fundamentalistas radicales de la región sur del delta egipcio irrumpían en un concierto y destruían los instrumentos musicales, llevando a su detención.
Con tales posturas impuestas, no sorprenderá que los aficionados musulmanes a la música occidental no hayan logrado mucho. Como destaca el historiador Bernard Lewis: "Si bien algunos compositores e intérpretes de talento procedentes de países musulmanes, especialmente de Turquía, han tenido mucho éxito en el mundo occidental, la respuesta a su tipo de música en sus países sigue siendo relativamente escasa". No disfrutan de renombre ni de influencia fuera de sus países natales, e incluso allí siguen siendo desconocidos.
Japón
¡Qué diferente es Japón! Cierto, las primeras reacciones a la música occidental fueron nefastas: al escuchar interpretar a un chaval en Hawái en 1860, Norimasa Muragaki, integrante de la primera delegación diplomática japonesa en Estados Unidos, comparaba el sonido con "un perro que aúlla de madrugada". A los pocos años, sin embargo, los japoneses escuchaban música occidental de forma mucho más favorable, al extremo de atraer a la religión occidental a algunos particulares. En 1884, Shoichi Toyama afirmaba que "El cristianismo habría de adoptarse, en primer lugar, para beneficio del avance musical, para el desarrollo de la compasión hacia los congéneres y la cooperación armoniosa en segundo lugar, y para beneficio de las relaciones sociales entre hombres y mujeres en tercero". Observe que enumera la música en primer lugar.
En poco tiempo, algunos japoneses descubrían que la música occidental expresaba sus sentimientos mucho mejor que nada de su propia tradición. Al abandonar suelo francés, el destacado escritor Nagái Kafú (1879-1959) reflexionaba pensativo acerca de la belleza de la cultura gala:
No importa lo mucho que quisiera cantar canciones occidentales, todas eran muy difíciles. ¿No tendría yo, oriundo de Japón, otra opción que cantar canciones japonesas? ¿Sería que no habría una canción japonesa que expresara mi ánimo actual - el de un viajero sumergido en el amor y las humanidades en Francia pero que ahora vuelve al otro extremo de Oriente donde sólo está la muerte de una vida monótona?… Me sentí totalmente traicionado. Pertenecía a un país que no tenía música que expresara las emociones sobrecogedoras y los sentimientos de agonía.
Kafú describe aquí emociones prácticamente desconocidas para los musulmanes.
La tradición musical local es un intenso toma y daca con la música occidental. La caja china, un instrumento tradicional japonés, es un imprescindible de la percusión del jazz. La música tradicional japonesa ha influenciado a muchos compositores occidentales, y John Cage es probablemente el que más directamente lo ha visto. El Método Suzuki, que se aplica en las técnicas japonesas tradicionales de memorización (hiden) en la docencia del violín a los chavales, ha tenido un importante seguimiento en Occidente. Yamaha vende más de 200.000 teclados al año y es el mayor fabricante de instrumentos musicales del mundo.
Por contra, la música popular norteamericana y la música clásica europea se han convertido en parte del palmarés nipón. Tokio tiene nueve orquestas profesionales y tres óperas, lo que le concede la más alta categoría de talento en la interpretación de la música clásica europea del mundo. Seijí Ozawa, director de la Orquesta Sinfónica de Boston, es considerado el más afamado de los directores japoneses de orquesta. Los intérpretes clásicos de reputación solvente incluyen a los pianistas Aki y Yugi Takahasi y al percusionista Stomu Yamashita.
Si bien los compositores japoneses son muy poco conocidos fuera de Japón, su actividad es considerable. Toru Takemitsu, especializado en la exploración del timbre, la textura y el sonido cotidiano de los medios convencionales japoneses y europeos, es quizá el más reconocido a nivel internacional. Akira Miyoshi compone música clásica occidental. Toshi Ichiyanagi, Jo Kondo, Teruyaki Noda o Yuji Takahashi componen de forma innovadora. Shinichiro Ikebe, Minoru Miki, Makato Moroi y Katsutoshi Nagasawa escriben para instrumentos japoneses tradicionales. El marimbista Keiko Abe es el más conocido de los músicos clásicos japoneses, y Toshiko Akiyoshi el más conocido de los intérpretes de jazz.
La música clásica europea ha perdido su faceta de extranjera en Japón, pasando a ser totalmente intrínseca. En esto Japón recuerda a Estados Unidos, otro país que ha importado prácticamente la totalidad de su música clásica. Igual que los americanos han adaptado la música a sus gustos y costumbres -- interpretando la Overtura de 1812 el 4 de Julio, por ejemplo -- también lo han hecho los japoneses. De ahí que la Novena Sinfonía de Beethoven sirva como fondo de las Navidades y el Año Nuevo. Las principales orquestas del país no sólo interpretan una y otra vez la sinfonía durante el mes de diciembre, sino que enormes coros (de hasta 10.000 intérpretes) ensayan durante meses antes de entonar el Himno a la alegría en actuaciones públicas.
En cuanto a la música pop, los japoneses -- como casi todo el mundo -- idolatran a los astros estadounidenses del pop y cultivan su propia cantera. Pero más interesante es su acusado interés en el jazz. Tan enorme es el mercado nipón de jazz que afecta a la música que se produce en Estados Unidos. Las cafeterías de jazz en directo (que interpretan con equipo improvisado) han proliferado, y Japón acoge numerosos festivales internacionales de jazz al año. El Japanese Swing Journal vende 400.000 ejemplares al mes (en comparación con los apenas 110.000 de la publicación estadounidense más conocida, Downbeat) y prácticamente la mitad de algunas ediciones estadounidenses de jazz han sido adquiridas por japoneses. De hecho, según el productor estadounidense de Blue Note Records Michael Cuscuna, "Japón mantiene en solitario el sector del jazz desde finales de los 70. Sin el mercado japonés, un montón de sellos independientes de jazz habrían cerrado, o al menos dejado de comercializar material fresco". Es un mercado demasiado grande para pasarse por alto, de forma que los artistas estadounidenses y el resto tienen que prestar cada vez más atención al gusto nipón.
En cuanto a la creatividad japonesa, los resultados han sido modestos hasta la fecha - compositores y músicos no hacen sino imitar los estilos de los extranjeros - pero la existencia de un mercado nacional grande y cada vez más sofisticado ofrece campo abonado para que los músicos japoneses experimenten y luego abran camino. Los intentos de combinar el jazz con la música tradicional japonesa han comenzado; estos maridajes influenciarán probablemente el jazz en la misma medida que han influenciado la arquitectura o la moda. Parece seguro predecir que los japoneses se convertirán en poco tiempo en una importante potencia del jazz.
Los japoneses aportan musicalmente también de otras formas. Los karaokes interpretan versiones instrumentales de canciones populares y permiten al parroquiano acompañar la música como si fuera un consumado cantante, divirtiendo a todos. El karaoke no sólo se ha convertido en un imprescindible del ocio en todo el mundo, sino que el bar de estilo japonés característico (con sus azafatas, su mama-sán y su micrófono karaoke) ha triunfado en Occidente. Los karaokes se venden en almacenes Sears Roebuck y se han ganado un importante y complacido seguimiento, si bien algo ocioso.
Conclusión
Las respuestas musulmana y japonesa a la música occidental plasman sus encuentros genéricos con la civilización occidental. Los musulmanes se han aproximado históricamente a Occidente de forma desconfiada, temerosos de perder su identidad. Esto les impide sumergirse en el aprendizaje occidental o adquirir las habilidades imprescindibles en las finanzas o las tecnologías. Permanecen expectantes en estado de atraso, capeando una ola de influencia occidental tras otra, apenas logrando estar al día y sin ejercer prácticamente influencia sobre Occidente.
Los japoneses hacen las cosas de forma muy distinta. En primer lugar, se entregan a la nueva materia, sin miedo a la pérdida de su propia identidad. En segundo lugar adquieren habilidades, alcanzando y hasta superando a Occidente en su propio juego; las orquestas de Tokio son a la música lo que Toyota y Nissan a la automoción. En tercero, los japoneses desarrollan gradualmente costumbres originales propias, basadas en sus tradiciones (karaokes) o en una amalgama de culturas (la Novena de Beethoven por Año Nuevo). Por último, desarrollan técnicas que adoptan los occidentales; el Método Suzuki en música recuerda al sistema de producción del sector del automóvil. Han absorbido la civilización occidental en su totalidad, han descartado lo que no les interesa, han cogido lo que les interesa, y lo han dominado.
De ahí que la respuesta a la música occidental plasme la totalidad de la experiencia de una civilización con la modernidad. Su ausencia de utilidad lo convierte en un indicador del avance todavía más útil. ¿A qué se debe esta relación? A que, como observa Lewis: "La música, como las ciencias, forma parte del fortín interior de la cultura occidental, siendo uno de los secretos finales en los que debe iniciarse el profano". La música representa el reto de la modernidad: la competencia en este terreno augura la capacidad de abordar lo que quiera que Occidente pueda plantear. La oposición musulmana a aceptar la música procedente de Occidente refleja su rechazo general, mientras los japoneses han ingresado de verdad en el fortín interior. En resumen, la que florezca habrá de interpretar a Beethoven igual de bien que los occidentales.
19 de diciembre de 2005: Véase "Ahmadinejad prohíbe música occidental en Irán" para consultar un avance reciente.
3 de agosto de 2007: Para más consultas en esta materia, véase "La música y los musulmanes".