LA MAYORÍA de los físicos nucleares actualmente llevan una existencia bastante monótona; pero no si residen en Iraq. Khidhir Hamza, nacido en ese país en 1939, y fascinado por la electricidad desde una edad temprana, asistió a la Universidad de Bagdad antes de recibir un master del MIT y un Doctorado en física teórica de la Florida State University en 1968. Tras comenzar su carrera en la enseñanza en una facultad Americana, fue reclamado de vuelta a enseñar en Iraq para pagar sus deudas de educación.
Invitado a unirse al naciente intento nuclear Iraquí en 1972, Hamza lo hizo con cierto entusiasmo, considerándolo un desafío profesional maravilloso. En ese momento, no estimó que las perspectivas de que una bomba fuera de hecho construida fueran muy altas; y, razonó, incluso si legara el caso de alguna manera, con seguridad el arma sería utilizaao seguramente como material de negociación vis a vis con Israel y nada más. "La misión", escribe aquí, era en cualquier caso "impresionante: construir una bomba nuclear de cero, comenzando desde una mesa de comedor".
Hamza pronto comenzó una larga marcha a través de la burocracia, manifestando, además de su talento como científico y académico, una aptitud finamente templada para mantenerse al margen de problemas. De los tres científicos nucleares originales de Iraq, solamente él en esos primeros años logró escapar la caprichosa cólera de Saddam Hussein, que todavía se estaba abriendo camino hacia el poder absoluto que lograría en 1979. Hacia 1981, Hamza trabajaba directamente para Saddam; hacia 1987, había alcanzado la posición de director general del programa de armas nucleares de Iraq.
Su nuevo estatus trajo consigo asombrosas ventajas: un elevado sueldo, coches de lujo, viajes a Occidente, hasta una residencia dentro del complejo presidencial. "Todo ese expolio me ablandaba, no lo niego", escribe Hamza en El Fabricante de Bombas de Saddam. "Pero era solamente el proyecto en sí mismo, la enormidad de la tarea, y el desafío puro científico de romper el código atómico, lo que más me excitó".
Incluso mientras destacaba de entre las filas, sin embargo, Hamza estaba preocupado por sobrevivir a su contacto con Saddam. Con tiempo, de hecho, su absorbente empresa intelectual se convirtió en un descenso a algún tipo de infierno Estalinista. No solamente los colegas comenzaban a aparecer asesinados, sino que estaba cada vez más claro que Saddam Hussein tenía previsto realmente utilizar las bombas en cuyo desarrollo trabajaba Hamza. Aunque personalmente intacto por las torturas u otras barbaridades, y todavía beneficiándose de viajes ocasionales al extranjero ("sólo caminar por Broadway [en Nueva York] y respirar aire libre vigorizaba"), el principal jefe científico nuclear de Saddam vio lo bastantes como para querer salirse.
En 1987, comenzó a intentar escaquearse no sólo de construir la bomba sino de Iraq. Logró el primer objetivo tres años después, dejando la administración activa y volviendo a las aulas. En 1994, aunque sintiéndose "demasiado viejo, demasiado acomodado, [y] demasiado asustado también", logró cumplir el segundo. Tras un año particularmente agotador en el limbo, sobre todo en Libia, se reunió finalmente con su esposa y tres hijos. La familia se asentó reservadamente en los Estados Unidos, y Hamza pasó por un interrogatorio comprensivo.
Hoy, asustado con razón de que Saddam lo quiera muerto, Hamza vive de manera semi - oculta, en parte mediante tácticas aprendidas muchos años antes al esquivar a agentes Israelíes. Aunque ha sido bien conocido en los círculos de vigilancia de Iraq, El Fabricante de Bombas de Saddam representa su esfuerzo más duro de salir al público. Unas memorias, y de escritura obligatoria (gracias en gran parte a su co-escritor Jeff Stein), también contienen información importante y fiable, de un autor creíble, sobre dos asuntos absolutamente diferentes de interés actual: el funcionamiento interno del proyecto Iraquí de armas nueclares, y la vida en los estantes más altos del régimen Iraquí. Es difícil decir cuál asusta más.
HAZMA ESTABLECE que el programa de armas nucleares de Iraq ha seguido dos etapas principales. La inicial, que dura desde 1972 hasta 1981, implicó una inversión relativamente pequeña de dinero y dependió fuertemente de tecnología (sobre todo francesa) importada. La segunda comenzó con la destrucción Israelí del reactor de Iraq en Osirak en Junio de 1981, un suceso que movió al régimen a pensárselo dos veces y expandir radicalmente su programa entero. Hamza conviene así con la controvertida aseveración de Shimon Peres de que, desde el punto de vista de Israel, el ataque contra Osirak fue un error.
Tras 1981, en cualquier caso, y procediendo más o menos pobremente, los Iraquíes dedicaron 25 veces más recursos que antes a la bomba. Su apresurado esfuerzo culminó en 1990 con (en palabras de Hamza) "un dispositivo nuclear en bruto de una tonelada y media" - todavía no una bomba y demasiado grande para ser transportada en un misil, pero un paso importante en el camino.
Como Hamza documenta, el mundo exterior fue lento en reconocer el cambio de la etapa uno a la etapa dos, y esto tenía consecuencias importantes inmediatamente después de la Guerra del Golfo. Sin darse cuenta de lo mucho que los propios Iraquíes habían logrado, aquellos que lideraban los intentos de desarme tras 1991 no se centraron en la capacidad de Iraq - tanto material como intelectual - sino en las armas reales. Destruir esas armas habría tenido sentido de depender el régimen de Saddam de material y talento importados; como estaban las cosas, era una empresa casi vana, porque siempre podrían ser reconstruidas. Solamente a mediados de 1995, cuando el gobierno de los Estados Unidos interrogó simultáneamente a Hamza y a su anterior jefe (y yerno de Saddam) Hussein Kamil, se dio cuenta del verdadero alcance del programa de Iraq.
Según Hamza, fue su identificación de los 25 científicos nucleares clave en Iraq, y donde podrían ser encontrados, lo que llevó a Saddam a cerrar las inspecciones internacionales a mediados de 1998. Hoy, estimó Hamza en una reciente presentación en Nueva York, Iraq está "indudablemente al borde del poder nuclear", y tendrá "entre tres y cinco armas nucleares hacia el 2005". Lo que hará entonces es una pregunta agradable, la respuesta a la cual depende en parte de circunstancias pero en una parte mayor de la mentalidad, y el carácter, de su presidente.
AQUÍ ES en donde entra en escena el segundo tema de Hamza: La personalidad de Saddam Hussein y la naturaleza del régimen que ha levantado. Una cosa que aprendemos de este libro es que, en común con otros déspotas de los últimos tiempos, él es un hombre que ve peligro verdaderamente por todas partes. En consecuencia, tiene "un miedo, quizá paranoia terrible, a los gérmenes"; cualquier visitante a un cuarto donde él esté presente debe pasar una inspección ocular, oral y auditiva antes de entrar. Stalin, recuerda uno, hizo que las figuras más altas de su régimen probaran su comida; Mao sospechó que su piscina fue envenenada, y rechazó asistencia médica a manos de médicos de los que estaba seguro le harían meterse.
Saddam también tiene debilidad por las vírgenes - quienes, entre otras calidades deseables, son menos propensas en principio a tener enfermedades. En una anécdota relacionada con Hamza, una mujer joven que suplicaba ayuda al presidente tras la muerte de su padre acabó perdiendo la virginidad tras habérsele dado un bonito maquillaje y dejado desnuda sobre una cama a la espera de su placer (mudo). Aunque a ella se le dejó ir con un sobre de dinero, otras mujeres "jóvenes, hermosas, e insinuantes" que han servido a Saddam se han encontrado retenidas como esclavas virtuales para limpiar los apartamentos de su nomenclatura. O no han sido retenidas en absoluto; Hamza habla de una que fue descubierta en una bañera con la garganta rebanada.
Hamza confirma además la imagen de Saddam como alguien "incalculablemente cruel", un hombre cuyo gusto por la brutalidad personal es ejercitado con frecuencia e impredeciblemente. Una vez, escuchando las sugerencias que consideraba derrotistas, el presidente sacó un revólver y mató al oficial militar que las hacía; en una reunión con su máxima dirección, metió precipitadamente a un general a las cámaras de tortura; un guardia que incautamente confió el paradero del presidente- a un amigo personal del presidente - fue disparado en el acto por la indiscreción. La frase de Hamza para Saddam es "un gángster expertamente diseñado, bien afeitado"; la descripción se ajusta. Según la mujer a la que habló de perder su virginidad con Saddam, sus ojos amarillos "eran los ojos de la muerte. Él me miraba como si fuera un cadáver".
UNA BOMBA NUCLEAR, en las manos de tal hombre, sólo puede ser apocalípticamente peligrosa, haciéndolo, como Hamza dice en una entrevista televisiva reciente, de todo menos "invencible": el "héroe del mundo Árabe" y más preparado que nunca para complacer su desmesurado apetito por la temeridad. El resultado - para Irán, Kuwait, Arabia Saudí, y por supuesto Israel - es casi demasiado espantoso para contemplarse.
¿Qué se va a hacer entonces?. En opinión de Hamza, hay solamente dos maneras de evitar que la actual sucesión de acontecimientos se tuerza hacia la catástrofe. Lo mejor de lejos sería deshacerse del propio Saddam. Pero esto sólo puede suceder si el gobierno de Estados Unidos o bien actúa por su cuenta para causar que suceda o proporciona la ayuda mortal necesaria a la oposición Iraquí. Lo mejor en segundo lugar sería iniciar un programa de emergencia para privar a Saddam del talento de sus 25 científicos nucleares principales, preferiblemente sacándolos del país.
No mencionadas por Hamza pero ciertamente valiosas son iniciativas tales, actualmente a consideración o implementadas por la administración Bush, como baterías de misiles de defensa para proteger a nuestros aliados, sustitutos de la energía para privar a Saddam de los réditos del crudo, y un embargo renovado. Pero al final, como este libro verdaderamente alarmante muestra, el camino que se escoja es menos importante que reconocer lo tarde que llega el momento, y la urgencia con la que necesitamos desplazar la cuestión de Iraq a la misma cima de nuestra agenda de política exterior.