¿Lo primero que hay que destacar de estas memorias de un ex primer ministro de Israel? Su publicación por un think tank, no por una gran editorial neoyorquina, lo que apunta al escaso atractivo de su contenido. Y, en efecto, carece de atractivo. A lo largo de cientos de páginas, Olmert siente lástima de sí mismo, esgrime excusas por sus errores, culpa a otros de sus pecados y, en general, elude la responsabilidad de su ignominiosa caída desde el despacho del primer ministro al Bloque 10 de la penitenciaría de Maasiyahu.
El autor se queja de «una prolongada campaña que comenzó inmediatamente después de mi entrada en la Oficina del Primer Ministro, en enero de 2006, y no terminó hasta que estuve entre rejas», en febrero de 2016. ¿Por qué tuvo lugar esta supuesta campaña de 10 años? Porque «las autoridades habían conspirado contra mí» y «un tremendo conjunto de fuerzas, con base no sólo en Israel sino también en Estados Unidos, llegaron pronto a la conclusión de que el Gobierno que yo dirigía amenazaba algo que ellos apreciaban.» ¿Y qué era lo que apreciaban? La creencia «de que cualquier compromiso territorial en la búsqueda de un acuerdo de paz con los palestinos era como una traición». (Uno se pregunta por qué Rabin no acabó en la cárcel).
Hacerse la víctima y apuntar a teorías conspirativas le sienta bien a Olmert. También descuella en el pecado opuesto, la jactancia; el ex primer ministro afirma que lideró «el esfuerzo más serio y ambicioso para alcanzar un acuerdo de paz definitivo con los palestinos, [que] estuvo a un pelo de resolver el conflicto más enojoso del mundo y cambiar el destino de nuestros dos pueblos». En verdad no hizo nada por el estilo, sino que estuvo a punto de agravar tremendamente el conflicto palestino-israelí.
Sin embargo, Olmert tiene un gran logro en su poco distinguida trayectoria. Como él mismo señala: «Destruir con éxito el reactor nuclear sirio fue, sin duda, el logro más importante de mi carrera». Se refiere al bombardeo, en septiembre de 2007, de unas instalaciones norcoreanas en el noreste de Siria. El relato de Olmert es de especial interés, sobre todo en lo que se refiere a los distintos obstáculos que George W. Bush y Ehud Barak pusieron a la operación. Quizás el mayor logro de la misión fue destruir el reactor y a la vez no provocar una guerra. Por ello, a pesar de sus muchos fallos, Olmert merece un reconocimiento duradero.
© Versión original (en inglés): Middle East Forum
© Versión en español: Revista El Medio