Los partidarios de Israel se han hartado de George Bush. Señalando a una cadena de actos hostiles - sus desagradables comentarios en rueda de prensa el pasado 12 de septiembre, los vulgarismos insensatos del Secretario de Estado James Baker, la sospechosa filtración de las ventas de armas a China, el increíble apoyo del Departamento de Estado al derecho palestino de retorno - los estadounidenses a los que Israel les importa convienen de forma mayoritaria en que Bush es malo para Israel. Pero la evaluación fría de la trayectoria demuestra que se equivocan.
Para empezar, Bush y el Secretario de Estado James Baker cerraron el diálogo con la OLP. Ampliaron el proceso de paz de Israel y los palestinos a 11 estados árabes nada menos.
Más: Baker pasó meses tratando de que los árabes aceptaran el proceso de paz bajo términos israelíes. Sus puntos de referencia no contienen nada de tierra por paz ni Jerusalén. Los palestinos no componen una delegación independiente. El proceso excluye a la OLP, a los expatriados palestinos y a los residentes de Jerusalén. Los europeos y las Naciones Unidas no tienen ningún papel real, ni el gobierno estadounidense interviene directamente a menos que sea invitado por todas las partes.
El proceso de paz auspiciado por los americanos elimina virtualmente la posibilidad de guerra, a corto plazo por lo menos. Como resultado de esto y de los demás esfuerzos de la administración Bush - sobre todo la Operación Tormenta del Desierto, que destruyó la capacidad ofensiva de Irak - Israel se enfrenta a la menor amenaza de guerra en sus cuarenta y cuatro años de historia. Además, Bush logró lo que Ronald Reagan no intentó nunca --obligó a las Naciones Unidas a rescindir su resolución de 1975 "el sionismo es racismo". Su administración jugó un papel esencial en el traslado de los judíos etíopes y sirios. Con independencia de lo frías que sean las palabras de Bush hacia Israel, los actos son cercanos.
Por supuesto, hay un acto frío: el rechazo a garantizar un préstamo de 10.000 millones para vivienda israelí. Pero esta cuestión, que tanto ha irritado las relaciones entre Israel y Estados Unidos, se debe examinar en perspectiva:
- la administración es partidaria de 3.000 millones de dólares en ayudas anuales a Israel sin condiciones, la ayuda per cápita mayor con respecto a cualquier otro país. El pasado año respaldó una partida extra de 400 millones para fines de vivienda y 650 millones en efectivo en concepto de daños sufridos durante la Guerra del Golfo.
- Washington no se negó a extender garantías de préstamo, pero las condicionó al cese de nuevas actividades de asentamiento en Cisjordania; el ejecutivo Shamir optó por rechazar estos términos. En último término, los israelíes rechazaron las condiciones norteamericanas, y no al revés.
- Salir adelante sin garantías puede ayudar a los intereses de Israel a largo plazo. El país necesita crecimiento, no ayuda. La dependencia de las dádivas puede obstaculizar el crecimiento al permitir que los políticos aplacen las decisiones difíciles. No tener garantías de préstamo obliga al gobierno israelí a tomar la privatización en serio; están pendientes corporaciones grandes -- la telefónica, la farmacéutica, la empresa de logística marítima.
- Garantizar que Israel sobrevive siempre ha sido la cuestión central de las relaciones entre Estados Unidos e Israel; desde este punto de vista, las garantías parecen accesorias. Apenas justifican las tensiones entre Estados Unidos e Israel de otros años (Eisenhower obligando a Israel a abandonar el Sinaí, Ford negándose a entregar cazas, o Carter ignorando las violaciones egipcias del tratado).
En conjunto, la relación entre Estados Unidos e Israel es la relación familiar de la política internacional. Los políticos estadounidenses que reiteran su interpretación de la situación de Israel pasan a conocerse rápidamente como amigos de Israel. El Secretario de Estado George Shultz, por ejemplo, manifestaba claramente su inquietud por la seguridad a largo plazo de Israel. Más conocido, en una ocasión preguntó a una gran audiencia de partidarios de Israel si la OLP cumplía las condiciones para negociar con Israel. "No", replicó. Shultz respondió: "¡Diablos, no! Vamos a probarlo. ¿La OLP? " "¡Diablos, no!" respondió la audiencia. Como era de esperar, Shultz se ganó el afecto permanente de los partidarios de Israel.
A modo de contraste, James Baker nunca fue más allá de la manifestación entre dientes de comentarios pro forma acerca de Israel. Su actitud le sitúa como indiferente u hostil al estado judío.
Hacer hincapié en el estilo de un político tiene la extraña repercusión de restar cualquier importancia a sus acciones. En diciembre de 1988, cuando George Shultz dio el paso más temido por los amigos de Israel -- abrir relaciones oficiales con la OLP -- ellos no pronunciaron una palabra de protesta. Sus credenciales pro-Israel, en otras palabras, le hicieron ganar enorme libertad de acción. Por contra, el político que no manifiesta una relación no sabe hacer nada bien. El ampuloso enfoque de Baker sobre Israel y la insensibilidad de Bush les condenan a un purgatorio dentro del cual no reciben ningún mérito de lo que hacen por Israel.
En un inusual reconocimiento del sustento emotivo de los vínculos entre Israel y Estados Unidos, George Bush ha observado recientemente: "He terminado convencido de que la muestra de una buena relación no es la capacidad de convenir, sino la capacidad de mantener diferencias en detalles sin poner en peligro lo fundamental. Hacemos esto todo el tiempo con Gran Bretaña, deberíamos lograr hacerlo con Israel". Tiene razón; ha llegado el momento de ir más allá del tono y el estilo para examinar objetivamente los hechos. Si la administración Bush tiene que entender el papel crítico de las emociones en las relaciones entre Israel y Estados Unidos, los partidarios de Israel tienen que liberarse de las emociones y reconocer una trayectoria positiva como tal.