A medida que musulmanes y judíos empiezan a dirimir de forma rigurosa la cuestión de Jerusalén, un pronunciamiento que se escucha cada vez más es que "la ciudad es sagrada para árabes y judíos en la misma medida". Judaísmo e islam, insinúa este genérico, tienen derechos históricos y religiosos comparables a la Ciudad Santa. Suena razonable y equitativo, pero ¿es una valoración precisa?
Para los judíos, Jerusalén ocupa el papel supremo claramente. La Biblia Hebrea menciona por su nombre la ciudad no menos de 657 veces, y los judíos invocan su nombre en las oraciones de forma constante. Jerusalén es la única capital de un estado judío y la única ciudad de mayoría judía que se remonta al siglo pasado. En palabras de su actual edil, Jerusalén representa "la expresión más pura por la que rezaron, soñaron, lloraron y murieron todos esos judíos durante los 2000 años transcurridos desde la destrucción del Segundo Templo".
¿Qué pasa con los musulmanes? Jerusalén no es el lugar hacia el que rezan. No es mencionada por su nombre en el Corán ni en las oraciones. No está vinculada directamente a ningún acontecimiento sagrado de la historia islámica. La ciudad nunca fue capital de un estado musulmán soberano, ni tampoco fue nunca centro cultural. Nada de importancia política para los musulmanes partió de allí.
Siendo éste el caso, ¿por qué es el eje Jerusalén de tanto interés musulmán en estos tiempos entonces? Por la política. Un estudio de la historia islámica demuestra que la posición de la ciudad gana importancia inevitablemente cuando satisface un objetivo político. Por contra, cuando la utilidad de Jerusalén caduca, su importancia también lo hace. Este patrón comenzó con el profeta Mahoma a principios del siglo VII y se ha repetido durante al menos cuatro ocasiones más; a finales del siglo VII, durante el siglo XII, durante la era del mandato británico (1917-48) y desde 1967.
A principios de los años 20 en el siglo VII, el profeta Mahoma adoptó una serie de prácticas de estilo judío y permitió que los varones musulmanes se casaran con mujeres judías para ganarse el favor de los judíos y convertirlos a su nueva religión. En concreto, los musulmanes empezaron a copiar a los judíos en el rezo hacia el Monte del Templo de Jerusalén. Pero estas medidas no convencieron a muchos judíos y, rechazado, el islam se alejó tanto de ellos como de su ciudad santa; apareció en su lugar el verso coránico que ordena a los musulmanes rezar hacia La Meca. En este caso, como en todos los posteriores, el patrón queda claro; si Jerusalén no cumple un fin, los musulmanes no le dan ningún uso.
El segundo episodio se produce unas décadas más tarde, en la era de la dinastía Omeya (661-750) afincada en Damasco. Enfrascados en la rivalidad con un líder disidente de La Meca, los líderes omeyas pretendían destacar Siria a expensas del municipio de Arabia. Por esta razón, como explica el erudito israelí Isaac Hassón, 'El régimen Omeya se interesó por imponer un aura islámica a su capital y plaza fuerte'. Hacia su final, en 688-91, levantó la primera estructura catedralicia del islam, la Cúpula de la Roca, y lo hizo en el lugar en el que se levantó en tiempos el Templo judío.
El siguiente paso Omeya fue sutil y complejo, y exige un examen detenido del pasaje de la Sura coránica 17:1, que describe el viaje nocturno de Mahoma (isra):
[Y Dios] llevó a Su sirviente [Mahoma] por la noche de la Mezquita Sagrada hasta la mezquita más lejana.
Cuando este pasaje coránico vio la luz por primera vez, alrededor del 621, ya existía en La Meca la Mezquita Sagrada. En contraste, la 'mezquita más lejana' era una licencia, no un lugar.
Pero después, en el 715, los Omeya hicieron algo inteligente: construyeron una mezquita en Jerusalén, justo encima del Monte del Templo, y la bautizaron como la Mezquita más Lejana (almasjid al-aqsa, Mezquita de Al Aqsa). Otros pasajes del Corán se modificaron a continuación para aludir a Jerusalén, sumándose al aura sagrada de la ciudad. En todo esto la motivación de los Omeya cumplía un fin práctico. Pero eso se ha olvidado hace tiempo; su decisión política de elevar Jerusalén ha conducido a su santificación en el islam.
Cuando en el 750 llega la caída Omeya y el desplazamiento de la capital imperial a Bagdad, Jerusalén superó su utilidad política y decayó al extremo de convertirse en una ruina. En una crítica característica, un autor del siglo X describe la ciudad como 'un municipio provinciano próximo a Ramala', siendo Ramala una ciudad insignificante a 40 kilómetros que hacía las veces de centro administrativo de Palestina. Ésa es la razón de que la Cruzada de 1099 despertara tan escasa respuesta entre los musulmanes: 'los llamamientos a la yihad llegaron al principio a oídos sordos', destaca el académico británico Robert Irwin.
Sólo 50 años más tarde los líderes musulmanes pretendieron despertar el sentimiento de la yihad a través de la fibra de las emociones con Jerusalén poniendo el acento en su carácter sagrado. Esta iniciativa culminó en la conquista de Jerusalén por Saladino en el 1187. Una vez volvió con seguridad a manos musulmanas, el interés en Jerusalén volvió a desaparecer, al extremo de que el nieto de Saladino cedió la ciudad al emperador Federico II a cambio de ayuda militar en el 1229. En un pasaje revelador, el gobernador musulmán resta importancia a la ciudad que estaba evacuando: 'No he cedido sino iglesias y casas en ruinas'. El retorno de Jerusalén a manos cristianas despertó como era de esperar fuertes emociones entre los musulmanes; para el 1244 la ciudad volvía a gobierno musulmán.
Entonces volvió a caer en su olvido usual – capital sin dinastía, lastre económico y retraso cultural. La falta de interés se tradujo en empobrecimiento y declive. La larga era otomana (1516-1917) trajo la explotación económica. 'Tras agotar Jerusalén, el pashá se marchó', observaba el cronista francés Francois Rene Chateaubriand en 1806. La población descendió de golpe hasta unos miles de residentes. Las muchas crónicas de visitantes occidentales convienen en el declive de la ciudad. Constantino Voiney destaca en 1784 'los muros destruidos de Jerusalén, su foso lleno de escombros, sus calles cortadas por ruinas'. '¡Qué desolación y miseria!' escribe Chateaubriand. 'Desgraciados son los favoritos del cielo', comenta Herman Melville en 1857.
El olvido de Jerusalén cambió una vez llegados los británicos en 1917. El lugar cobra de pronto gran interés para los musulmanes, y se convierte en la piedra angular de los esfuerzos palestinos por abortar el sionismo. La soberanía sobre Jerusalén, más que cualquier otra cuestión, despierta el apoyo musulmán internacional a los palestinos.
Cumpliendo el patrón, el gobierno jordano de los lugares sagrados islámicos de Jerusalén durante el periodo 1948-67 vio desaparecer el interés musulmán. Sus instituciones cerraron, su importancia política se erosionó, y la población descendió de forma acusada. Pedir un préstamo, por ejemplo, significaba tener que desplazarse a Ammán. El abandono jordano convirtió la Jerusalén árabe en un municipio aislado de provincias, todavía menos importante que Nablús.
Entonces se produjo la victoria israelí en 1967 y llega el control judío sobre la totalidad de Jerusalén. Siguiendo el patrón, la ciudad se convierte en el engranaje emotivo del conflicto árabe-israelí. Para destacar su posición, los palestinos confían en algunos de los mismos argumentos y el lenguaje utilizado durante las Cruzadas (negar a la potencia ocupante cualquier relación religiosa con la ciudad, por ejemplo). Los palestinos también utilizan Jerusalén para hacerse con el favor musulmán a nivel internacional: la República Islámica de Irán, por ejemplo, celebrará un 'Día de Jerusalén' con carteles y fotografías acompañadas de exhortaciones.
Remontándose casi 14 siglos, estos episodios brindan una perspectiva importante sobre la actual parálisis diplomática. Que los musulmanes hayan manifestado interés de forma reiterada en Jerusalén sólo cuando les inspiran intereses acuciantes (y que pierdan cualquier interés cuando esas inquietudes desaparecen) suscita serias dudas de la posición destacada de Jerusalén para los musulmanes. Es por tanto un error equiparar el carácter sagrado de la ciudad para las dos confesiones.