En busca de floreros artesanales de arcilla con los que decorar su restaurante, dos ejecutivos de Tel Aviv decidían saltarse la prohibición israelí de acceso a las zonas controladas por la Autoridad Palestina el 23 de enero. Se reunieron con un amigo palestino, esquivaron los controles militares israelíes y almorzaron en el municipio de Tulkarem.
La excursión finalizó de forma trágica cuando, a por el trío en su almuerzo, hombres enmascarados abrieron fuego contra la pareja israelí alcanzándolos en la espalda y el cuello, matándolos inmediatamente. La Autoridad Palestina montó un breve y poco convincente espectáculo de detención de los asesinos; en la práctica el crimen siguió sin resolver y sin castigo - un ataque más contra judíos israelíes durante la era Barak sin bajas que lamentar.
En dramático contraste, otro israelí se las arregló para llegar a un restaurante de Tulkarem Este pasado domingo y también a cabo en apuros con hombres enmascarados. Pero tuvo la suerte de viajar en la era Sharon. En cuestión de horas era puesto en libertad ileso, gracias nada menos a la intervención personal del secretario de la Autoridad Palestina Yasser Arafat.
Estos dos incidentes ilustran el cambio que se ha producido en las relaciones palestino israelíes desde que el Primer Ministro Ariel Sharón fue investido el 7 de marzo.
La veda del israelí ha terminado. Se respira una novedosa cautela palestina.
He aquí otra indicación: Marwán Bargouti, líder terrorista de Fataj, respondido a los muertos de enero en Tulkarem con declaraciones indicando su apoyo oficial a los ataques armados contra israelíes. Pero hace menos de una semana, ordenaba poner fin a los tiroteos contra israelíes desde zonas pobladas bajo control de la Autoridad Palestina.
Otros indicadores discretos también sugieren que los árabes se dan cuenta de que ha comenzado una nueva era.
Tras años de antisemitismo feroz y desenfrenado, ahora llegan noticias de Beirut de que el primer ministro libanés ha prohibido la celebración de una conferencia internacional revisionista prevista allí a finales de marzo. "El Líbano tiene cosas más importantes que hacer que celebrar conferencias que son nocivas para su imagen internacional y que difaman su nombre", decía Rafik Hariri.
Tal prudencia, desconocida en los últimos años, es producto de lo que vendría en llamarse "el efecto Sharón". Tras décadas de demonizar al nuevo primer ministro, su llegada al poder ha despertado una comprensible precaución entre los supuestos enemigos de Israel.
Pero una reputación alarmante tiene sus límites; provocar un cambio real a largo plazo en las posturas árabes exige que el ejecutivo Sharón ponga en práctica lo que dice. En esto las cosas están menos claras.
Por el lado positivo, el nuevo gobierno ha manifestado resolución e imaginación, realizando profundos cambios en cuestiones que van desde los libros de historia de los institutos a su percepción en la Casa Blanca. Sharón ha afirmado que "Oslo ya no vale"; y que el enfrentamiento palestino-israelí es solamente una parte de los múltiples problemas de Oriente Próximo.
Más allá del gobierno, la población también parece estar cerrando filas. Durante una visita a Israel a principios de este mes, siendo invitado del Centro Dayán de la Universidad de Tel Aviv, descubrí durante mis intercambios dos temáticas recurrentes: en primer lugar, que los palestinos habrían recompensado la generosidad del primer ministro Ehud Barak con una campaña de violencia que habría puesto de relieve la profundidad de sus intenciones hostiles; la noción de Arafat como "socio de paz" tiene ya contados seguidores. En segundo lugar, si bien los palestinos están pagando un precio económico muy alto por sus actos de violencia, la mayoría de los israelíes hoy apenas nota esa violencia. Los palestinos, en otras palabras, se han confinado y se enfrentan a dolorosas decisiones.
Por el lado negativo, Sharón ha manifestado unas intenciones problemáticas de llegar a "un acuerdo de paz a largo plazo" con la Autoridad Palestina, algo patentemente ficticio. El uso de proyectiles de mortero contra israelíes por parte de la Autoridad Palestina no ha tenido contestación, al igual que muchos incidentes con armas de fuego. Se levantan restricciones económicas antes de haber surtido pleno efecto. Tampoco puede confiar nadie en que Sharón vaya a controlar a su Ministro de Exteriores errante, Shimon Peres.
El optimismo tarda en surgir a aquellos de nosotros que, durante más de siete años, contemplamos la diplomacia de Oslo desestabilizar las relaciones árabe israelíes (¿alguien puede negar que la probabilidad de guerra es mayor hoy que en 1993?). Nos preguntamos si el estamento político israelí ha entendido realmente lo inútil de los gestos amistosos y los tratados de paz mientras realizan compartes que todavía albergan sueños de destruir al estado judío.
Pero tales temores pueden esperar. El viejo Israel, unificado y fuerte, parece resurgir de los escombros de Oslo, conducido por una cúpula confiada.
Constituye un momento a celebrar que la espiral hacia la guerra se haya detenido en seco momentáneamente al menos.