Fat'hi ash-Shiqaqi, un palestino con formación superior residente en Damasco, presumía hace poco de familiaridad con la literatura europea. Decía a un periodista que había leído y disfrutaba a Shakespeare, Dostoyevsky, Chejov, Sartre y Eliot. Hablaba de su particular pasión por el Edipo Rey de Sófocles, obra que había leído diez veces en traducción inglesa "y todas lloré amargamente". Tal conocimiento de la literatura mundial y sensibilidad tan exquisita no serían de reseñar de no ser por dos extremos - que hasta su muerte en Malta hace unas semanas Shiqaqi fue islamista (lo que con frecuencia se llama musulmán "fundamentalistas"), y que encabezaba la Yihad Islámica, la organización archi-terrorista que ha asesinado a docenas de israelíes durante los dos últimos años.
La familiaridad de Shiqaqi con lo occidental encaja en un patrón común. El hermano de Eyad Ismail, uno de los terroristas del World Trade Center extraditado hace poco desde Jordania, decía de él: "Le encantaba todo lo americano, desde las películas de vaqueros a las hamburguesas". Su hermana recordada su aprecio de la televisión norteamericana y que decía "Quiero vivir en América para siempre". La familia, comentaba, "siempre le consideró hijo de América". Su madre confirmaba que "le encantan los Estados Unidos".
Hasán at-Turabi, dictador actual de Sudán, caballero tras las célebres cárceles no oficiales llamadas "casas encantadas" y responsable de la brutal persecución de la importante minoría cristiana de su país, se jacta con frecuencia de su conocimiento de Occidente, informando a un periodista francés de que la mayoría de los líderes islámicos militantes como él "proceden de la cultura occidental y cristiana. Nosotros hablamos vuestro idioma". En una declaración que resume este enfoque entero, un islamista de Washington afirma: "Yo escucho a Mozart; leo a Shakespeare; veo el Paramount Comedy; y también creo en la implantación de la sharía [ley islámica sagrada]".
Este patrón apunta una paradoja: los mismos intelectuales decididos a devolver al siglo séptimo el mundo musulmán también destacan en el conocimiento de las costumbres occidentales y parecen apreciar enormemente parte de ellas por lo menos. ¿Cómo es que sucede esto? ¿Qué indica ello de su actual fortaleza y futuro rumbo?
Los fundamentalistas están occidentalizados
Los líderes islamistas tienden a ser buenos conocedores de Occidente, habiendo residido allí, aprendido sus idiomas y estudiado sus culturas. El sudanés Turabi tiene grados por la Universidad de Londres y la Sorbona; también pasó un verano en Estados Unidos, recorriendo el país con un programa para líderes estudiantes extranjeros financiado por el contribuyente estadounidense. Abbasi Madani, secretario del Frente Islámico de Salvación argelino (FIS), tiene un doctorado en educación por la Universidad de Londres. Su homólogo tunecino, Rashid al-Ghannushi, pasó un año en Francia y desde 1993 reside en Gran Bretaña. Necmetín Erbakán, importante político militante turco, estudió en Alemania. Mousa Mohamed Abú Marzuk, secretario del comité político de Hamás, ha residido desde 1980 en Estados Unidos, se doctoró en ingeniería por la Universidad Pública de Luisiana y desde 1990 tiene la residencia norteamericana. Aunque supo evitar durante años a las fuerzas del orden, Abú Marzuk fue detenido hace poco en un aeropuerto neoyorquino desplazándose por el país para matricular a su hijo en un centro norteamericano de enseñanza.
De hecho, la experiencia de vivir en Occidente a menudo convierte en islamistas a musulmanes indiferentes. Debatiendo acerca de Mejdi Bazargán, ingeniero iraní que pasó en Francia los años 1928-35, Hamid Dabashi disecciona el proceso que atraviesan muchos estudiantes musulmanes:
Partiendo de la premisa consciente o inconsciente, argumentada o silenciosa, de que han de permanecer fuertemente vinculados a su conciencia islámica, empiezan a admirar los logros "occidentales… Reparan en el elevado estado de autoconciencia ideológica por parte de "Occidente" que ellos identifican como causa y origen de sus avances. Luego miran a sus sociedades de origen en las que tales avances tecnológicos brillan por su ausencia, hecho que atribuyen, a su vez, a la ausencia de ese estado elevado de autoconciencia ideológica.
La noción clave aquí, explica el analista galo Olivier Roy, es la idea bastante sorprendente de que las ideologías son "la clave del avance técnico de Occidente". Este postulado conduce a los islamistas "a desarrollar una ideología política moderna basada en el islam, que consideran única vía de reconciliación con el mundo moderno y mejor medio de plantar cara al imperialismo extranjero".
Algunas figuras destacadas encajan en este patrón. El egipcio Sayyid Qutb fue a Estados Unidos en 1948 siendo admirador de todo lo americano, después "volvió" al islam durante sus dos años de residencia aquí, convirtiéndose en uno de los pensadores islamistas más influyentes de nuestro tiempo. El iraní Alí Shari'ati vivió cinco años en París, 1960-65; de esta experiencia sacó las ideas clave de la Revolución Islámica. En otros casos el pensador islamista no vive realmente en Occidente, sino que absorbe sus costumbres a distancia aprendiendo un idioma occidental o sumergiéndose en el ideario occidental, como hizo el periodista, pensador y político indo-paquistaní Sayyid Abul A'la Mawdudi (1903-79). En otro caso, la lectura de obras occidentales en traducción obra el milagro. Morteza Motajari, destacado acólito del ayatolá Jomeini, tradujo al persa un estudio exhaustivo del marxismo.
Muchas lumbreras intelectuales del islamismo también comparten antecedentes de avances. Erbakán progresó rápidamente hasta la cima de la ingeniería en Turquía como catedrático del Politécnico de Estambul, responsable de una planta de fabricación de motores diésel y hasta secretario de la Cámara de Comercio del país. Layth Shubaylat, quebradero jordano de cabeza, también preside el Colegio de Ingenieros de Jordania. Estos caballeros se enorgullecen especialmente de poder desafiar a Occidente en el terreno de su mayor presencia.
Los terroristas reales también tienden a orientarse a las ciencias, si bien no se realizan tanto. Ramzi Yusuf, acusado de ser el cerebro del atentado del World Trade Center, es un ingeniero electrónico y experto en explosivos con un título superior por un centro británico; Nidal Ayyad era un ambicioso ingeniero químico de Allied Signal; y Eyad Ismail estudiaba informática e ingeniería en la Universidad Pública de Wichita. Este mismo patrón se manifiesta en Oriente Próximo: Salaj Alí Utmán, uno de los tres terroristas que en julio de 1993 atentaron contra un autobús en Jerusalén, era estudiante de informática en la Universidad de Gaza. El más famoso terrorista antisionista de los últimos años es Yajya Ayyash, apodado "el ingeniero". Muchos islamistas egipcios que practican la violencia contra el régimen tienen licenciaturas en ciencias. Los líderes islamistas no son campesinos residentes de un páramo inmóvil, sino particulares modernos totalmente urbanizados, licenciados universitarios muchos de ellos. Aparte de todo su discurso acerca de recrear la sociedad del profeta Mahoma, los islamistas son particulares modernos a la vanguardia de lo último de la vida moderna.
Desconocimiento del islam tradicional
En contraste con esta familiaridad con las costumbres occidentales, los islamistas son desconocedores de su propia cultura. Turabi admitía a un periodista francés: "Conozco la historia de Francia mejor que la historia de Sudán; me encanta vuestra cultura, nuestros pintores, vuestros músicos". Habiéndose encontrado con el islam siendo adultos, muchos islamistas son desconocedores de su propia historia y tradición. Parte de "la nueva generación", destaca Martin Kramer, "son musulmanes renacidos, desinformados de la tradición islámica". El Ministro de la Religión de Túnez Alí Chebbi va más allá, diciendo ignorar "hechos fundamentales del islam". Al igual que Mawdudi, estos autodidactas oyen campanadas, como explica Sayyed Vali Reza:
La formulación de Mawdudi no se fundamenta en absoluto en el islam tradicional. Adoptó ideas y valores, mecanismos, protocolos y lenguas modernas, entrelazándolos formando un tejido islámico… no pretendía reanimar un orden atávico, sino modernizar la concepción tradicional del pensamiento y la vida cotidiana islámicos. Su visión representó una ruptura clara con la tradición islámica y una reinterpretación fundamentalmente novedosa del islam que tenía en el pensamiento moderno su puntal.
Objetivamente, esta ausencia de conocimientos no debería de sorprender. Los islamistas son particulares formados en las costumbres modernas que buscan soluciones a problemas modernos. Puede que el profeta les inspire, pero ellos interpretan a través del prisma de finales del siglo XX. En el ínterin, sustituyen las costumbres occidentales por las del islam tradicional sin pretenderlo.
El islam tradicional - la confesión inmensamente gratificante de casi mil millones de fieles - desarrolló una civilización que durante más de un milenio puso orden en las vidas de jóvenes y ancianos, ricos y pobres, sofisticados e ignorantes, marroquíes y malayos. Alienados de esta tradición, los islamistas aspiran a abandonarla voluntariamente en una empresa quimérica por volver a las costumbres puras y sencillas de Mahoma. Para conectarse espiritualmente con los primeros tiempos del islam, cuando el profeta estaba vivo y la confesión era nueva, pretenden saltarse trece siglos. Las cuestiones más cotidianas les llevan a evocar los tiempos del profeta. De esta forma, un autor retrata "las tácticas de supervivencia" empleadas por los estudiantes musulmanes de las universidades norteamericanas para conservar su identidad islámica "propia de los primeros musulmanes durante la Hégira [el exilio de Mahoma de la Meca a Medina]".
Los islamistas no se ven, sin embargo, limitados por la tradición, sino inmersos en una empresa muy novel. Según el líder espiritual de Irán, Alí Hoseyni Jamenei, "El sistema islámico alumbrado por el imán [Jomeini]... no ha existido en el transcurso de la historia, menos en los albores [del islam]". Ghannushi afirma de igual forma que "el islam es antiguo pero el movimiento islamista es reciente". Al rechazar un milenio entero, los islamistas prescinden de una parte sustancial de sus propias sociedades, desde el grueso de la docencia coránica hasta interpretaciones jurídicas refinadamente elaboradas.
Por contra, admiran las fábricas y los ejércitos eficaces. El mundo musulmán les parece retrógrado y aspiran con urgencia a su reforma a través de la implantación de los medios modernos. Cuando este proceso se desarrolla con lentitud, culpan a Occidente de retener su tecnología. Así, Alí Ajbar Mojtashemi, archi-radical iraní, se lamenta abiertamente de que "Estados Unidos y Occidente nunca nos entregarán la tecnología" necesaria para lo que pintorescamente llama "la ciencia de la industrialización".
El objetivo de los islamistas resulta no ser un orden genuinamente islámico, sino una versión de la realidad occidental con tintes islámicos. Esto es particularmente evidente en cuatro terrenos: la religión, la vida cotidiana, la política y el Derecho.
I. Imitación del cristianismo
No es desde luego su intención, pero los musulmanes militantes han introducido en el islam unas nociones característicamente cristianas. El islam tradicional se caracterizaba por las organizaciones informales. A cada decisión relevante se llegaba prácticamente - sentando un texto canónico del Corán, excluyendo el estudio filosófico o eligiendo los eruditos religiosos a seguir - de forma consensuada y no sistematizada. Éste venía siendo el poder creativo de la religión, y se traducía en que los dictadores que intentaban controlar a la institución religiosa normalmente fracasaban.
Los islamistas, desconocedores de esta herencia, han montado estructuras de corte eclesiástico. La tendencia arrancó en Arabia Saudí, donde las autoridades levantaron una estructura plana de instituciones nuevas. Ya en 1979, Jalid Durán escribía acerca de la aparición de "una jerarquía sacerdotal con toda su parafernalia clerical":
Un buen número de funcionarios religiosos han ocupado cargos desconocidos anteriormente, por ejemplo: secretario de la Liga Musulmana Mundial, secretario general de la Conferencia Islámica, rector de la Universidad Islámica de Medina, y así [sucesivamente]. Por primera vez en la historia, el imán de la Kaaba ha sido despachado de visita a países extranjeros como si fuera un nuncio apostólico.
La República Islámica de Irán copió enseguida el modelo saudí y fue más allá, explica Shahrough Ajavi, para instituir un mecanismo de control del clero de corte católico:
La centralización que ha tenido lugar en el seno de la institución religiosa de Irán no tiene precedentes, y se han tomado medidas que recuerdan a patrones de la tradición clerical eclesiástica familiares en Occidente. Por ejemplo, en 1982, Jomeini instó a la "excomunión" y "degradación" de su principal rival, el ayatolá Mohammed Kazim Shari'atmadari (fallecido en 1986), aunque nunca había existido ningún procedimiento de esto en el islam. Otras tendencias, como el control centralizado de los presupuestos, los nombramientos de la docencia, los planes de estudio de los seminarios, la creación de milicias religiosas, la monopolización de la representación de los intereses y abrir un conflicto en el seno de las humanidades entre las autoridades seculares y las religiosas y la familia entre otras polémicas sociales hablan de la creciente tendencia a crear "una conferencia episcopal islámica" en Irán.
Aún más curiosa, escribe Ajavi, es la forma en que Jomeini se declara Papa:
La costumbre de Jomeini de decretar fatuas con órdenes, la obediencia a las cuales es obligada, se acerca a reconocer al principal jurista unos poderes que no son distintos de los del Papa en la Iglesia Católica. Después de todo, la obediencia a una fatua concreta del clero no había sido obligatoria en el pasado.
Al crear esta jerarquía de imitación cristiana, los islamistas inventaron algo más occidental que islámico. De igual forma, los islamistas han convertido el viernes en un sabbat, fiesta que anteriormente no había sido tal. Tradicionalmente, el viernes era un día de congregación para la oración, no una jornada de descanso. De hecho, la identidad del sabbat es profana para los fundamentos vehementemente monoteístas del islam, que considera falsamente antropomórfica la noción de que Dios precisa de una jornada de descanso. En lugar de eso, el Corán ordena a los musulmanes "descuidar los asuntos" exclusivamente durante la oración; una vez finalizada, debían "dispersarse por la tierra y buscar la recompensa de Dios" - practicar el comercio, en otras palabras. Una jornada de descanso recuerda tanto a la práctica judía y cristiana que algunas autoridades islámicas tradicionales desalientan realmente de la idea de hacer fiesta los viernes. En la mayoría de lugares y épocas, los musulmanes sí trabajaban los viernes, labor interrumpida exclusivamente por el servicio religioso.
En tiempos modernos, los países musulmanes imitaron a Europa y adoptaron una jornada de descanso semanal. El Imperio Otomano empezó a cerrar las sedes públicas los jueves, jornada religiosamente neutral, en 1829. Los imperialistas cristianos impusieron el domingo como jornada semanal de descanso en todas sus colonias, práctica que también adoptaron muchos gobernantes musulmanes. A su independencia, prácticamente todos los gobiernos musulmanes heredaron la jornada dominical de descanso y la conservaron. S. D. Goitein, erudito de referencia en esta materia, destaca que los países musulmanes lo hicieron "en respuesta a los rigores de la vida moderna e imitando el precedente occidental".
Recientemente, a medida que el sabbat dominical se consideraba cada vez más una fiesta demasiado occidental, los gobernantes musulmanes impusieron su identidad islámica instituyendo el viernes como jornada de descanso. Poco repararon en que, al hacerlo, perpetuaban una costumbre específicamente judeocristiana. Y a medida que los viernes se convertían en fiesta (motivo de excursiones familiares, asistencia a eventos deportivos, etc.) los musulmanes imitaban el fin de semana occidental.
II. Feminismo
El más curioso de los occidentalismos que los islamistas han introducido quizá es el asociado a la mujer. Los islamistas desposan en realidad un enfoque más parecido al feminismo de corte occidental que todo lo contenido en el islam tradicional. El varón musulmán tradicional desde luego no se enorgullecía de la libertad y la independencia de sus mujeres, pero los islamistas sí. Ajmed al-Banna, líder de los Hermanos Musulmanes egipcios, adopta una perspectiva feminista que le lleva a reinterpretar la historia musulmana según criterios occidentales. "Las musulmanas llevan quince siglos libres e independientes. ¿Por qué vamos a seguir el ejemplo de las occidentales, tan dependientes de sus maridos en cuestiones materiales?"
El musulmán tradicional se enorgullece de que sus mujeres se queden en casa; en los hogares acomodados, casi nunca abandonan sus muros. Hasán at-Turabi tiene en mente algo distinto: "Las mujeres hoy en Sudán están en el ejército, en la policía, en los ministerios, en todas partes, al mismo nivel que los hombres". Turabi habla orgullosamente de que el movimiento islámico "ayudó a liberar a la mujer". Siguiendo el dicho "La mejor mezquita para las esposas son las estancias recogidas del domicilio", las mujeres tradicionales rezaban en casa, y los reservados para las mujeres en las mezquitas eran minúsculos; pero las islamistas asisten con regularidad a los oficios y en consecuencia las mezquitas nuevas asignan reservados mucho mayores para las mujeres.
Durante siglos, el velo de una mujer sirvió principalmente para proteger su virtud; hoy, satisface el objetivo feminista de posibilitar una carrera profesional. Las musulmanas que llevan "vestimenta islámica", escribe un analista occidental,
normalmente están bien formadas, a menudo por las facultades universitarias de medicina, ingeniería o ciencias más prestigiosas, y su vestimenta indica que aunque tienen una formación y una profesión en el ámbito público, son mujeres religiosas y morales. Mientras otras mujeres son con frecuencia humilladas en la esfera pública, ésas son distinguidas y hasta temidas. Hacia finales de los 80, la vestimenta islámica se había convertido en la norma entre las mujeres de clase media que no querían ver comprometida su reputación a causa de sus actividades públicas. Las tiendas ofrecen moda de corte parisino adaptada a los criterios islámicos de modestia.
La creación de un orden islámico en Irán, irónicamente a lo mejor, ha abierto muchas puertas fuera del domicilio a las mujeres religiosas. Forman parte de la población activa y como es sabido pasan por el ejército. Una líder parlamentaria se jacta, no sin razón, de que Irán tiene la mejor trayectoria feminista de Oriente Próximo, y señala las cifras de mujeres en la educación superior. En línea con esta tónica, una de las nietas de Jomeini asistió a la facultad de Derecho y luego residió en Londres con su marido, que se especializaba en cirugía vascular; otra organiza actos deportivos femeninos.
Si el velo simbolizaba antes la sexualidad incontrolable (y por tanto destructiva) de la mujer, las militantes lo ven como el indicador de su competencia. Turabi afirma: "Estoy a favor de la igualdad entre los sexos", y explica: "Una mujer que no lleva velo no es igual a un hombre. No se la ve igual que se mira a un hombre. Se la mira para ver si es hermosa, si es deseable. Cuando lleva velo, se la considera un ser humano, no un objeto de placer, no una imagen erótica".
Curiosamente, ciertos islamistas consideran que el velo representa no igualdad y carrera profesional, sino algo muy distinto: sexualidad positiva. Shabbir Ajtar, escritor británico, interpreta que el velo sirve "para crear una cultura verdaderamente erótica en la que se funciona sin la necesidad de la excitación artificial que proporciona la pornografía". Los musulmanes tradicionales, casi no hace falta destacarlo, no ven el velo como un sucedáneo de la pornografía.
IIII. Conversión del islam en ideología
El islam tradicional ponía el acento en las relaciones del hombre con Dios al tiempo que rebajaba sus relaciones con el estado. La ley cobraba gran importancia, la política poca. A lo largo de los siglos, los musulmanes religiosos evitaban al gobierno, que para ellos no significaba sino problemas (impuestos, mili, obras sociales obligatorias). Por otra parte, hacían grandes esfuerzos por vivir según la sharía.
Los islamistas, sin embargo, hacen de la política el núcleo de su programa. Ven el islam no tanto como la estructura en el seno de la cual los particulares desarrollan sus vidas sino como una ideología para dirigir sociedades enteras. Al afirmar "El Islam es la solución", sostienen junto al iraní Jamenei que el islam "es rico en instrucciones para dirigir el estado, administrar la economía, establecer relaciones y vínculos sociales entre los pueblos e instrucciones para llevar una familia". Para los islamistas, el islam representa la vía al poder. Como observa un alto funcionario egipcio, para ellos "el islam no es culto o preceptos, sino un sistema de gobierno". Olivier Roy concluye que la inspiración es más mundana y espiritual: "Para muchos de ellos, la vuelta a la religión ha sido provocada por la experiencia en política, y no es resultado de su fe religiosa".
Es revelador que los militantes no comparen el islam con las demás religiones, sino con las demás ideologías. "No somos socialistas, no somos capitalistas, somos islámicos", dice el malayo Anwar Ibrahim. Los Hermanos Musulmanes egipcios afirman no ser socialistas ni capitalistas, sino "musulmanes". Esta comparación puede parecer desmesurada - socialismo y capitalismo son universales, el islam militante se limita a los musulmanes - pero no lo es, dado que los militantes aplican su ideología a los no musulmanes también. En un caso curioso en enero de 1989, Jomeini remitió un escrito a Mijail Gorbachov declarando la universalidad del islam. Reparando en el colapso de la ideología comunista, suplicaba al presidente soviético no escorarse del sentido occidental en busca de relevo, sino hacia el islam.
Le insto firmemente a no caer en la cárcel de Occidente y el Gran Satán al derrumbarse los muros de las quimeras marxistas… le insto seriamente a estudiar e investigar el islam... Abiertamente le comunico que la República Islámica de Irán, en calidad de principal y más poderoso referente del mundo islámico, puede ayudar fácilmente a llenar el vacío ideológico de su sistema.
Interpretado por un importante funcionario iraní, este escrito "pretendió poner punto y final... a la opinión de que sólo hablamos del mundo del islam. Hablamos por el mundo". Podría ser incluso - Jomeini menciona esto sólo de pasada - que el islam para él se hubiera distanciado tanto de la fe que anticipaba que un no musulmán como Gorbachov adoptaría las costumbres islámicas sin convertirse.
IV. Reforma de la ley sagrada
Al tiempo que los militantes rinden tributo a la ley sagrada del islam, la convierten en un régimen de corte occidental, y tres rasgos veteranos de la sharía desaparecen: su elaboración a manos de eruditos independientes, su preferencia sobre los intereses estatales, y su implantación entre personas en lugar de territorios.
Con el paso de los siglos, los juristas redactaron e interpretaron la ley islámica con independencia, sin control por parte de los gobiernos. Estos juristas sentaron desde el principio que rendían cuentas a Dios, no al príncipe. Joseph Schacht, notable académico en la materia, explica: "El califa, por lo demás jefe absoluto de la comunidad musulmana, no tenía derecho a legislar, sino solamente a elaborar el régimen administrativo según los límites marcados por la ley sagrada". Los gobernantes sí intentaron dictar términos a los juristas, pero fracasaron - en los años 833-849 d.C., cuatro califas sucesivos impusieron su interpretación de la naturaleza del Corán (que fue creado por Dios, en contraste con los eruditos religiosos, que decían que había existido siempre); a pesar de los enérgicos intentos de los califas (incluyendo la agresiva intervención de una autoridad religiosa muy destacada) la empresa fracasó, y con ella la pretensión de los políticos de definir el contenido del islam.
Los juristas conservaron el control total de la ley islámica hasta el siglo XIX, cuando los gobernantes británicos y franceses y otros europeos redujeron la sharía a instancia del régimen de ordenación de corte europeo. Los países musulmanes independientes, como el Imperio Otomano, siguieron la iniciativa europea y también relegaron la sharía. Con la independencia, todos los gobernantes musulmanes conservaron la costumbre europea de tener la ley bajo el firme control del estado; hacia la década de los sesenta, sólo en Arabia Saudí seguía siendo autónoma.
A partir de 1969, el libio Muamar Gadafi inicia una nueva ola de ampliación del régimen de la sharía (al código penal, por ejemplo). Lo hizo como dictador, valiéndose de la infraestructura del estado para obligar a los juristas a obedecer sus órdenes. Los islamistas de muchos países emularon entonces a Gadafi, dando al estado competencias sobre la sharía al tiempo incluso que ampliaban sus límites. No hicieron ningún esfuerzo por volver al código de los juristas de antaño, sino que siguieron adelante con las prácticas iniciadas por las potencias europeas.
En las raras ocasiones en que los islamistas llegan a protestar este dominio de la ley por parte del estado, se hace con escasa convicción. Turabi destaca que "El gobierno islámico no es total porque es el islam lo que representa todo un estilo de vida, y si se reduce al gobierno, entonces el gobierno es omnipotente, y eso no es islam". El enorme poder de Turabi en Sudán dificulta plantear esta crítica seriamente. Los islamistas aceptan las costumbres occidentales porque, en primer lugar, ellos conocen el sistema imperial mucho mejor que el sistema musulmán tradicional, y por eso perpetúan sus costumbres. En segundo lugar, volver al estilo musulmán tradicional, señala Ann Mayer, de la Wharton, "entrañaría que los gobiernos renunciaran al poder sobre los regímenes jurídicos implantados al adoptarse originalmente la ordenación jurídica de corte europeo".
Esta toma de la ley por parte del estado provoca problemas invariablemente. En el concierto tradicional, los juristas conservaban celosamente su independencia a la hora de interpretar la ley. Insistían en que los imperativos divinos tenían prioridad absoluta sobre los del gobernante. Actos tales como la oración, el ayuno del ramadán o la peregrinación a la Meca, insistían, nunca deben someterse al capricho de los déspotas. Los juristas se salieron con la suya, dado que muy pocos presidentes o monarcas, ni siquiera seculares tan ardientes como el turco Kemal Ataturk, cometieron la temeridad de interferir en los mandamientos del Señor.
Pero el ayatolá Jomeini sí. En enero de 1988, anunció un decreto que contravenía frontalmente esta antigua premisa islámica. En un documento notable pero poco reseñado, el ayatolá afirmaba que "el gobierno está unilateralmente autorizado… a atajar cualquier cuestión, sea material o espiritual, que represente una amenaza a sus intereses". Esto significa que "para el islam, las necesidades del gobierno se imponen a todos los pilares, incluyendo los de la oración, el ayuno y la peregrinación a la Meca". Subordinar estos actos a la raison d'etat ha surtido el efecto de alterar la sharía más allá del reconocimiento.
Jomeini - erudito de formación clásica, autoridad del Derecho islámico y destacada figura religiosa - justificaba este decreto basándose en que los intereses de la República Islámica eran sinónimos de los intereses del propio islam. Pero esto no explica en absoluto una medida tan radical y carente de precedentes. El verdadero motivo se encuentra en el hecho de que, como incontables dictadores del siglo XX más, aspiró a controlar la vida espiritual de su país. Jomeini podía parecer medieval pero era un hombre de su tiempo, profundamente influenciado por las ideas totalitarias que emanaban de Occidente.
En el islam tradicional (como en el judaísmo), las leyes se aplican al individuo, no al territorio (como en Occidente). No importa que el musulmán resida aquí o allí, en la patria o en la diáspora; tiene por fuerza que obedecer la sharía. Por contra, un no musulmán residente en un país musulmán no tiene que seguir sus órdenes. Por ejemplo, un musulmán no bebe whisky, viva en Teherán o en Los Ángeles; un no musulmán puede embriagarse en cualquier sitio. Esto conduce a situaciones complejas en las que hay unas normas válidas para el ladrón musulmán que roba a un musulmán y otras para el cristiano que roba a un cristiano, y así sucesivamente. La clave es quién eres, no dónde estás.
En contraste, las nociones europeas del Derecho se fundamentan sobre jurisdicciones. Se comete un delito en este estado o municipio y se aplica un castigo, otro diferente en el municipio siguiente. Hasta las autovías tienen sus propias normas. Lo que cuenta es dónde estás, no quien seas.
Desconocedores de los principios que subyacen a la sharía, los islamistas la imponen siguiendo directrices territoriales, no personales; Turabi afirma que el islam "acepta el territorio como base de la jurisdicción". Como resultado, han surgido diferencias nacionales. El gobierno libio castiga con latigazos a todos los adúlteros. Pakistán condena al látigo a los solteros y lapida a los casados. Sudán encarcela a unos y cuelga a otros. Irán impone todavía más castigos, que incluyen afeitar la cabeza y un un año de expulsión. En manos de los islamistas, la sharía se convierte en una variante de la ordenación occidental.
Esta nueva interpretación afecta de la forma más dramática a los no musulmanes, cuya exclusión durante milenios de la sharía toca a su fin; ahora tienen que vivir como musulmanes virtuales. Umar Abd ar-Rajmán, el jeque egipcio en una cárcel estadounidense, se muestra inflexible en esta materia: "Es bien conocido que ninguna minoría de ningún país tiene sus propias leyes". Abd al-Aziz ibn Baz, el líder religioso saudí, insta a los no musulmanes a ayunar durante el ramadán. En Irán, las extranjeras no pueden arreglarse las uñas - con el argumento de que ello las ensucia para la oración (islámica). A su entrada al país, a las visitantes se les proporcionan discos de algodón empapados en gasolina para limpiar sus uñas pintadas. Una formación islamista de Malasia quiere regular el tiempo que pueden pasar juntos los chinos y las chinas sin parentesco familiar.
Esta novedosa interpretación de la ley islámica genera enormes problemas. En lugar de dejar a los no musulmanes casi en paz, como hacía el islam tradicional, el islamismo se entromete en su vida cotidiana, fomentando un enorme resentimiento y conduciendo a veces a la violencia. Los cristianos palestinos que crían cerdos encuentran a su ganado misteriosamente envenenado. El millón o dos de cristianos que residen en la región norte de Sudán mayoritariamente musulmana tienen que obedecer virtualmente la totalidad de los capítulos de la sharía. En el sur de Sudán, gobierna la ley islámica allí donde manda el gobierno central, aunque "determinados" capítulos de la sharía no tienen validez allí; si el gobierno conquista del sur entero, entrarían en vigor probablemente todos los capítulos, expectativa que contribuye enormemente a mantener viva una guerra civil de cuarenta años.
Conclusión: El fundamentalismo no es un fenómeno transitorio
A pesar de ellos mismos, los islamistas son agentes occidentalizantes. Aceptan Occidente hasta al rechazarlo. Con independencia de lo reaccionario de su intención, el islamismo importa ideas e instituciones no sólo modernas sino occidentales. El sueño islamista de purgar la vida cotidiana musulmana de costumbres occidentales, en resumen, no puede triunfar.
El híbrido resultante es más robusto de lo que parece. Los detractores del islam militante a menudo lo desprecian como empresa retrógrada encaminada a evitar la vida moderna, y se consuelan en la predicción de que está condenada a quedar atrás sentenciada a medida que tiene lugar la modernización. Pero esta esperanza parece errada; al apelar de la más directa de las formas a los musulmanes que se enfrentan a los retos de la modernidad, el potencial del islamismo crece a medida que crece su seguimiento. La tendencia actual sugiere que seguirá siendo una fuerza durante algún tiempo más.
29 de junio de 2010: Respetando la noción de que toda ley es territorial, un tribunal del régimen egipcio de Mubarak ha resuelto que los coptos pueden divorciarse y volverse a casar, revocando una antigua prohibición eclesiástica.