Durante muchos siglos, los alauitas constituyeron la población más débil, pobre, rural, despreciada y desfavorecida de Siria. En los últimos años, sin embargo, se han transformado en la élite del poder en Damasco. Los alauitas dominan hoy el Estado, ocupan los cargos militares clave, disfrutan de un porcentaje desproporcionado de los recursos educativos y se están enriqueciendo. ¿Cómo tuvo lugar este cambio dramático? ¿En qué momento lograron escapar los alauitas de sus obstáculos tradicionales, y cuál fue el motor de su ascenso?
Los sunitas y el resto de los que no ven con buenos ojos al régimen Assad responden a esta pregunta acusando los alauitas de una elaborada trama por acaparar el poder en Siria. Annie Laurent sugiere que "decididos a vengarse" tras el fracaso de un líder rebelde, Sulaymán Murshid, "los alauitas implantaron una estrategia de células en el ejército y el Partido Baaz, y esto les alzó al poder en Damasco". Los fieles de esta opinión remontan el ascenso alauita a 1959, año en que se constituyó el Comité Militar del Partido Baaz. ¿Por qué, preguntan, ocultaron su existencia a los responsables de la formación los líderes de este grupo? Esta clandestinidad insinúa que el Comité Militar tenía desde el principio un programa sectario. Matti Musa aduce que "es casi seguro que los responsables no actuaban como baazistas, sino como nusairis [alauitas], con intención de utilizar al Baaz y a las fuerzas armadas para hacerse con el poder en Siria. La formación del comité militar fue el comienzo de su plan de la futura toma del Estado".
Estas especulaciones son confirmadas por el encuentro clandestino de 1960 entre los líderes religiosos y los oficiales alauitas (incluyendo a Hafiz al-Asad) que presuntamente tuvo lugar en Qardaha, municipio natal de Asad. "El principal objetivo de este encuentro fue planear la forma de ascender a los oficiales nusayri entre las filas del Partido Baaz. Luego lo explotarían como medio de acaparar el poder en Siria". Tres años más tarde, se rumorea que otro encuentro alauita en Homs habría examinado el avance de las iniciativas previas. Entre otras medidas, se instaba a la incorporación de más alauitas al Partido Baaz y al ejército. A finales de los 60 habrían tenido lugar más encuentros secretos entre líderes alauitas.
Los analistas que más se decantan por Assad tienden a dar por descontados no solamente estos encuentros y una empresa premeditada para hacerse con el poder, sino el factor sectario más en general. John F. Devlin, por ejemplo, niega que la desproporción de alauitas en el ejército implique un dominio alauita de Siria. Se resiste al considerar "cualquier discrepancia nacional en términos de un enfrentamiento entre sunitas y alauitas". Para él, el hecho de que los alauitas ocupen el poder es básicamente algo accidental: "El Baaz es una formación secular, y está cargada de minorías". Alasdair Drysdale considera "reduccionista" poner el acento en la etnia, afirmando que es uno de los muchos factores - geográficos, de clase, edad, educación, ocupación - que definen a la élite en el poder. Según Yahya M. Sadowski, "las lealtades sectarias juegan un papel insignificante en el Baaz, y hasta los vínculos de confesión son una de las muchas camarillas a través de las que se dispensan los favoritismos".
La verdad se encuentra entre la conspiración y el accidente. Los alauitas no "planearon una futura cooperación" con años de antelación, ni era simple casualidad que el Partido Baaz estuviera "cargado de minorías". El poder alauita fue producto de una transformación espontánea pero sectaria de la vida pública en Siria. Michael van Dusen da detalles: "De 1946 a 1963, Siria fue testigo de la erosión gradual del poder político de la élite tradicional a niveles nacional y con el tiempo subnacional, no tanto a través de la aparición de una élite nueva y especialmente dinámica como a través del conflicto interno". Traducido de la jerga de las ciencias políticas, van Dusen está diciendo que las divisiones internas hicieron que los sunitas civiles no afiliados al Baaz perdieran poder. Esto brindó la oportunidad que aprovecharon los funcionarios baazistas de origen alauita.
Cómo se desarrollaron estos procesos es mi objeto de estudio aquí. En primer lugar, sin embargo, algo de contexto en relación a los alauitas y su lugar en la sociedad siria tradicional, acompañado de un esbozo de su ascenso.
LA HEREJÍA ALAUITA HASTA 1920
Población y confesión
"'Alauita" es el término que normalmente se aplican los alauitas (también llamados alauíes) para referirse a sí mismos. Pero hasta 1920 eran conocidos para el mundo exterior como nusayris o ansaris. El cambio de nombre - impuesto por los franceses a su dominio del poder en Siria - reviste repercusión. Mientras que "nusayri" pone el acento en las diferencias del colectivo con el islam, "alauita" insinúa que se trata de un devoto de Alí (el yerno del profeta Mahoma) y destaca los parecidos de la religión con el islam chiíta. En consecuencia, los detractores del régimen Assad utilizan habitualmente el primer término, al tiempo que sus partidarios utilizan el segundo.
Los alauitas hoy rondan los 1,3 millones, de los cuales alrededor de un millón viven en Siria. Representan alrededor del 12 por ciento de la población siria. Las tres cuartas partes de los alauitas sirios residen en Latakia, una provincia al noroeste de Siria, en donde suponen las dos terceras partes de la población.
Las doctrinas alauitas se remontan al siglo IX d.C. y se deben al Duodécimo Infalible o rama Imami del islam chiíta (secta que domina en Irán). Alrededor del 859 d.C., un tal Ibn Nusayr se declaró bab ("puerta a la verdad"), un actor clave de la teología chiíta. Apoyándose en esta autoridad, Ibn Nusayr decretó un buen número de doctrinas nuevas que, para resumir, convierten el alauismo en una religión aparte. Según Ibn Kadir (del 1372), donde los musulmanes proclaman su fe con la fórmula "No hay dios sino Alá y Mahoma es Su profeta", los alauitas afirman "No hay Dios sino Alí, no hay instrumento sino Mahoma y no hay bab sino Salmán". Los alauitas rechazan los principales pilares del islam; debe considerárseles no musulmanes según casi todos los criterios.
Ciertas doctrinas alauitas parecen desprenderse del paganismo fenicio, el mazdakeismo y el maniqueísmo. Pero la principal afinidad con diferencia se da con el cristianismo. Las ceremonias religiosas alauitas utilizan pan y vino; de hecho, beber vino juega un papel sagrado en el alauismo, al representar a Dios. La confesión sostiene que Alí, el cuarto califa, es la encarnación de la divinidad (al estilo Jesucristo). Tiene una Trinidad, formada por Mahoma, Alí y Salmán al-Farisi, un esclavo de Mahoma liberado. Los alauitas festejan muchas fiestas cristianas, incluyendo la Navidad, el Año Nuevo, la Epifanía, la Pascua, Pentecostés y el domingo de Ramos. Honran a muchos santos cristianos: Santa Catalina, Santa Bárbara, San Jorge, San Juan el Bautista, San Juan de Antioquía y Santa María Magdalena. Los equivalentes árabes de nombres cristianos como Gabriel, Juan, Mateo, Catalina o Elena son de uso frecuente. Y los alauitas tienden a mostrar más aperturismo hacia los cristianos que hacia los musulmanes.
Por estas razones, muchos observadores - los misioneros en especial - han sospechado de una vena cristiana oculta de los alauitas. Hasta T. E. Lawrence les describe como "esos discípulos de un culto a la fertilidad, paganos claros, antiextranjeros, recelosos del islam, arrastrados por momentos al cristianismo mediante la persecución frecuente". El erudito jesuita Henri Lammens concluye de forma inequívoca a través de sus investigaciones que "los nusayris fueron cristianos" y sus prácticas aúnan elementos cristianos con chiítas.
Los detalles de la confesión alauita son ocultos no sólo a los profanos sino para la mayoría de los propios alauitas incluso. En contraste con el islam, que se fundamenta en la relación directa entre Dios y el creyente individual, el alauísmo sólo permite aprender la doctrina religiosa al hijo varón de dos progenitores alauitas. Cuando se les considera dignos, se les inicia en una especie de ritos entre los 16 y los 20 años; otros misterios son revelados más tarde y sólo de forma gradual. El secretismo religioso se respeta estrictamente, bajo pena de muerte y reencarnación en un animal vil. Si la última amenaza se cumple o no, es algo que los mortales no pueden juzgar; pero la primera desde luego se respeta. De ahí que el apóstata del alauísmo más renombrado, Sulaymán Efendi al-Adjani, fuera asesinado por divulgar los misterios de la secta. Aún más impresionante es que en un momento de tensión sectaria a mediados de los 60, la sugerencia de que los oficiales alauitas que dirigían el país publicaran los libros secretos de su religión hizo que Salaj Jadid respondiera con horror, diciendo que si se hacía, los líderes religiosos "nos aplastarán".
Las mujeres llevan a cabo el trabajo duro; se les recompensa "justamente por la labor que desempeñan y que los varones no hacen sino a regañadientes, al considerarlas incompatibles con su dignidad". Las mujeres nunca son iniciadas en las prácticas ("¿Que enseñemos a lo que utilizamos, nuestra sagrada fe?"); de hecho, su carácter impuro exige su exclusión de todos los rituales religiosos. Se cree que las mujeres conservan el culto pagano de adoración de los árboles, las colinas y las llanuras, y no tienen alma. En conjunto, la mujer es tratada de forma abominable, pero una consecuencia positiva de esta falta de respeto es que no son forzadas a llevar el velo y disfrutan de mayor libertad de movimientos que las mujeres musulmanas.
Que las mujeres no lleven velo y diversas prácticas alauitas más - en concreto, que se permita beber vino y que algunas ceremonias tengan lugar que noche - despertaron mucho tiempo atrás la desconfianza musulmana hacia el comportamiento alauita. También entonces, el carácter clandestino obsesivo del culto insinuó a muchos sunitas que los alauitas tenían algo que ocultar. ¿Pero y qué? A lo largo de los siglos, la imaginación de los sunitas proporcionó una respuesta muy creativa: las perversiones y el abandono a la tentación sexual.
De ahí que el teólogo al-Ash'ari (874-936) sostuviera que el alauísmo alentaba la sodomía entre varones y los matrimonios incestuosos, y que el fundador de la doctrina religiosa drusa, Hamza ibn 'Alí (fallecido en el 1021), escribiera que los alauitas consideran "emblema de su doctrina espiritual el varón que se adentra en la naturaleza femenina". En consecuencia, los varones alauitas comparten a sus esposas con libertad entre sus correligionarios. Éstas y otras acusaciones perduraron a lo largo de los siglos y se diseminaron hasta entre los europeos. Un viajero británico de los primeros años 40 del siglo XIX, que probablemente repetía la rumorología local, escribe que "la institución del matrimonio se desconoce. Cuando un joven crece, adquiere a su esposa". Hasta los alauitas se convencieron del "comunismo conyugal" de sus líderes religiosos. Tales calumnias son la divisa corriente de la propaganda anti-alauita que circula por Siria hoy.
Aunque las acusaciones son falsas, los alauitas sí rechazan la ley sagrada del islam, la sharía, y por tanto participan de toda clase de actividades que prohíbe estrictamente la doctrina islámica. Los alauitas ignoran las prácticas higiénicas islámicas, las restricciones de la dieta, las costumbres sexuales y los rituales religiosos. De igual forma, no prestan ninguna atención a los ayunos, la caridad o las ceremonias de peregrinación del islam; de hecho, consideran una forma de idolatría la peregrinación a la Meca. Los "matrimonios espirituales" entre los profanos jóvenes (varones) y sus mentores religiosos son probablemente el origen de la acusación de homosexualidad.
Lo más curioso de todo es que los alauitas no tienen oraciones ni lugares de culto; de hecho, no tienen estructura religiosa aparte de los lugares de entierro. La oración tiene lugar en el domicilio privado, el de los líderes religiosos normalmente. El viajero del siglo XIV Ibn Battuta describe cómo respondieron a un decreto gubernamental que ordenaba la construcción de mezquitas: "Cada aldea construyó una mezquita lejos de las casas, a la que los aldeanos no accedían ni conservaban. A menudo encerraban la cabaña ganadera o equina dentro. Con frecuencia llegaba un extranjero y acudía a la mezquita a realizar el llamamiento [islámico] a la oración; entonces le gritaban: 'Deja de rebuznar, ya llega el pienso'". Cinco siglos más tarde se hizo otro intento de construir mezquitas para los alauitas, por parte esta vez de las autoridades otomanas; a pesar de las presiones oficiales quedaban desiertas, abandonadas hasta por los responsables religiosos, y fueron utilizadas como establos una vez más.
Más allá de divergencias concretas, el incumplimiento de las leyes de la sharía se traduce en que la vida cotidiana alauita sigue por sus propios derroteros, distintos a nivel fundamental de los de los musulmanes. Los alauitas no actúan como los musulmanes sunitas, con diferencias menores; se parecen más bien a los cristianos y los judíos al seguir un estilo de vida característico totalmente. Matti Musa destaca que: "A diferencia de los demás chiítas extremistas... los nusayris no prestan ninguna atención a los deberes religiosos musulmanes". Ignaz Goldziher lo condensa: "Esta religión es islam de apariencias". Es importante dejar muy clara esta idea: Los alauitas nunca han sido musulmanes, y no lo son ahora.
Pero, como sugiere el relato de Ibn Battuta, el deseo alauita de ser percibidos como musulmanes reviste una inconsistencia permanente. En este caso, el que se construyeran mezquitas y después se abandonaran; en otros momentos se trata de la adopción a medias de las costumbres islámicas. Los alauitas tienen un largo historial de reivindicar el islam cuando esto satisface sus necesidades e ignorarlo en los demás momentos. En resumen, como las demás sectas de origen chiíta, los alauitas practican la taqiya (el disimulo religioso). Esto se traduciría, por ejemplo, en rezar junto a los musulmanes sunitas pero maldecir en silencio a los califas sunitas. El apóstata alauita Sulaymán Efendi al-Adhani recuerda haber jurado disimular los misterios de su religión. Un dicho alauita explica la intencionalidad tras la taqiya: "Nosotros somos el cuerpo y las demás sectas no son sino el traje. El hábito no cambia al hombre. De manera que siempre seremos nusayris, aun adoptando externamente las prácticas de nuestros vecinos. Quien no disfraza sus intenciones es un loco, porque nadie inteligente va desnudo al mercado". Otra frase alauita plasma esta idea sucintamente: "¡El disimulo es nuestra guerra moral!" (al-kitman jihadna).
Un viajero británico observaba en 1697 que los alauitas
manifiestan un carácter extraño y singular. Por ser su principio no suscribir ninguna religión concreta; sino que como los camaleones, replican el color de la religión, la que sea, que se refleja sobre ellos a partir de las personas con las que conversan casualmente... Nadie pudo nunca descubrir la forma o normas de sus credos reales. Todo lo certero concerniente a ellos es que fabrican buen vino en cantidad, y son estupendos bebedores.
Ciento cincuenta años más tarde, Benjamin Disraeli describe a los alauitas en una conversación contenida en la obra Tancredo:
"¿Son musulmanes?"
"Es muy fácil decir lo que no son, y se da en la medida de cualquier conocimiento que se tenga de ellos; no son musulmanes, no son cristianos, no son drusos y no son judíos, y desde luego no son guebres [Zoroastros]".
Sulaymán Efendi al-Adhani explicaba esta flexibilidad desde dentro:
Beben de las prácticas externas de todas las sectas. Si se encuentran con musulmanes [sunitas], le hacen comentarios solemnes y dicen: "Somos como vosotros, ayunamos y oramos". Pero ayunan irregularmente. Si entran a la mezquita con los musulmanes, no recitan ninguna oración; agachan y levantan sus cuerpos como los musulmanes, mientras maldicen a Abú Bakr, a Omar, a Utmán y a todos los demás [figuras relevantes de la tradición sunita].
La taqiya permite mimetizarse a los alauitas. Cuando gobernaba Francia, se les tachaba de cristianos perdidos. Cuando convenía el panarabismo, se convirtieron en árabes fervientes. Más de 10.000 alauitas afincados en Damasco se hacían pasar por sunitas durante los años previos a la llegada de Assad al poder, para revelar su verdadera identidad cuando esto pasó a ser políticamente útil. Durante la presidencia de Assad, se hicieron esfuerzos denodados por retratar a los alauitas como chiítas seguidores del Duodécimo Imán.
Relaciones con los sunitas
Los musulmanes convencionales, sunitas y chiítas por igual, despreciaron tradicionalmente los esfuerzos alauitas de disimulo; consideraban a los alauitas ajenos al ámbito del islam - no musulmanes. Hamza ibn 'Alí, que entendía que el atractivo de la confesión residía en su perversidad, enunciaba esta opinión: "Lo primero que da ventaja a los malditos nusayris es el hecho de que todo lo normalmente prohibido a los humanos - el asesinato, el robo, la mentira, la calumnia, la fornicación, la pederastia - le es permitido al que o la que acepta [las doctrinas alauitas]". Abú Hamid al-Ghazali (1058-1111), el Tomás de Aquino del islam, escribe que los alauitas "apostatan en términos de sangre, dinero, matrimonio y matanza, de manera que es deber matarlos".
Ajmed ibn Taymiya (1268-1328), el escritor sunita de origen sirio todavía muy influyente, escribió en una fatua (sentencia religiosa) que "los nusayris son más infieles que los judíos o los cristianos, todavía más infieles que muchos politeístas. Han causado mayor daño a la comunidad de Mahoma que los fieles beligerantes como los francos o los turcos, entre otros. Frente a los musulmanes ignorantes simulan ser chiítas, aunque en realidad no creen en Dios ni en Su profeta ni en Su libro". Ibn Taymiya advertía del desastre que puede causar su rivalidad: "En cuanto les es posible, derraman la sangre de los musulmanes. Siempre son los peores enemigos de los musulmanes". En conclusión, afirmaba que "la guerra y el castigo según la ley islámica contra ellos se cuentan entre las obras religiosas más grandes y las obligaciones más importantes" para un musulmán. A partir del siglo XIV, los sunitas utilizaron el término "nusayri" para decir paria.
Los alauitas no ocuparon un cargo reconocido en el sistema millet (sectario) del Imperio Otomano. Un decreto otomano del 1571 destaca que "antiguas costumbres" obligan a los alauitas a abonar tributos extra a las autoridades, y justifican esto diciendo que los alauitas "no practican el ayuno [del ramadán] ni las oraciones rituales, ni respetan ningún precepto de la religión islámica". Los sunitas consideraron a menudo la comida preparada por los alauitas como algo impuro, y no la comían. Según Jacques Weulerrse, "ningún alauita se atrevería entrar en una mezquita musulmana. Con anterioridad, ninguno de sus líderes religiosos pudo acudir a la ciudad la jornada de oración pública [el viernes] sin peligro de ser lapidado. Cualquier demostración pública de la identidad diferente de la minoría era interpretada como un desafío [por los sunitas]".
Los sunitas no eran los únicos en interpretar que los alauitas no formaban parte del islam - los chiítas convencionales hacían lo propio. Y los alauitas a su vez consideraban insuficientes a ambos grupos.
Los cronistas sunitas de las herejías criticaron con virulencia las creencias alauitas y consideraron infieles (kuffar) e idólatras (musgrikún) a los alauitas. Los cronistas chiítas de herejías seguidores del Duodécimo Imán eran los únicos menos virulentos, y calificaban a los alauitas de ghulat, "los que superan" todo límite en su adoración a Alí. Los alauitas, a su vez, tachaban a los chiítas del Duodécimo de muqassira, "los que se quedan cortos" al estimar la divinidad de Alí.
Sólo hubo una excepción a este consenso de que los alauitas no eran musulmanes. Hacia finales del siglo XIX, a medida que los misioneros cristianos empezaban a interesarse por los alauitas, las autoridades otomanas intentaron incorporarlos al islam. Los franceses ya tenían vínculos especiales con sus parientes católicos, los maronitas, y las autoridades de Estambul temían que se estuviera gestando un vínculo parecido con los alauitas. De forma que levantaron mezquitas en las zonas alauitas, escuelas para impartir islam, presionaron a los líderes religiosos alauitas para que adoptaran las prácticas sunitas, y en general intentaron obligar a los alauitas a portarse como musulmanes en toda regla. El caso aislado de sunitas que apelan al alauismo finalizó tras unas décadas y tuvo muy poco impacto sobre el comportamiento alauita.
La religión islámica reserva una hostilidad especial hacia los alauitas. Como las demás sectas post-islámicas (como los baha'is o los ajmedis), se considera que contradicen el pilar islámico elemental de que la última revelación de Dios fue a Mahoma, y esto los musulmanes lo consideran totalmente inaceptable. La ley islámica reconoce la legitimidad del judaísmo y del cristianismo porque esas religiones preceden al islam; en consecuencia, judíos y cristianos pueden conservar sus confesiones. Pero a los alauitas se les niega este privilegio. De hecho, los preceptos del islam ordenan que los apóstatas como los alauitas se vendan como esclavos o sean ejecutados. Durante el siglo XIX, un jeque sunita, Ibrahim al-Magribí, decretó una fatua a efectos de que los musulmanes tienen libertad de arrebatar la vida y las propiedades de los alauitas; y un viajero británico recuerda ser informado de que "con estos ansayri, es mejor matar uno que rezar una jornada entera".
Perseguidos con frecuencia - unos 20.000 fueron masacrados en 1317 y la mitad de esa cifra en 1516 - los alauitas se aislaron geográficamente del mundo exterior permaneciendo dentro de sus propias zonas rurales. Jacques Weulersse explicaba su tesitura:
Derrotadas y perseguidas, las sectas heterodoxas desaparecieron o, para sobrevivir, renunciaron al proselitismo... Los alauitas se retiraron silenciosamente a sus montañas... Aislados en territorio agreste, rodeados de una población hostil, en adelante sin comunicación con el mundo exterior, los alauitas comenzaron a llevar su solitaria existencia en la represión y la clandestinidad. Su doctrina, totalmente formada, dejó de evolucionar.
E. Janot describe el problema: "Intimidados por los turcos, víctima de un ostracismo decidido, defraudados por su terrateniente musulmán, pocas veces los alauitas se atrevían a abandonar su región montañosa, donde el aislamiento y la propia pobreza les protegían". A finales de los años 20, menos de la mitad del uno por ciento vivían en ciudades: sólo 771 alauitas entre una población de 176.285 habitantes. En 1945 sólo constan 56 alauitas afincados en Damasco (aunque muchos otros podrían estar ocultando su identidad). Con razón "Nusayri se convirtió en sinónimo de rústico". Los contados alauitas que llegaban a vivir lejos de sus montañas practicaban de forma rutinaria la taqiya. Aún hoy, los alauitas dominan las zonas rurales de Latakia pero representan solamente el 11 por ciento de los residentes de la capital de esa región.
Siglos de hostilidad pasaron factura a la mentalidad alauita. Además de rezar por la condenación de sus enemigos sunitas, los alauitas atacaban a los extranjeros. Se forjaron reputación de población feroz y anárquica de las montañas, que se oponía a pagar los impuestos a las autoridades y que con frecuencia saqueaba las aldeas sunitas de los llanos. John Lewis Burckhardt observaba en 1812 que esos aldeanos "miran a los anzeyrys [ansaris] con desprecio a causa de su religión, y les temen porque a menudo bajan de las montañas por la noche, cruzan el aaszy ['asi, o rio Orontes] y roban o se llevan por la fuerza la cabaña del valle".
Las cosas parecían recrudecerse en 1860 cuando Samuel Lyde añade que "nada se dice de matar así a un musulmán por enemigo natural, ni a un cristiano por impuro". Escribiendo acerca de lo mismo, un escritor británico especializado en viajes advierte de la fría recepción que cabe esperar de los alauitas: "Son una raza salvaje y sin domesticar, entregada al saqueo e incluso el derramamiento de sangre, cuando sus pasiones se agitan o surge la sospecha". Con maravillosa falta de énfasis, el autor de la guía concluye que: "Su país por tanto ha de cruzarse con cautela".
Los alauitas se retiraron a las montañas a causa de la persecución; luego permanecieron allí, protegidos del mundo en general, carentes de poder político más allá de los límites de su región, aislados de las entidades políticas más relevantes que les rodeaban, ajenos casi al cambio histórico. La supervivencia de prácticas arcaicas bien entrado el siglo XX convirtió a la región alauita (según la formulación de Jacques Weulersse) en "un país fósil". Poco cambiaba en ese país porque "no es la montaña lo que se humaniza; el hombre es, más bien, lo que se asilvestra". Como resultado los alauitas sufrieron: "el refugio que habían conquistado se convirtió en una cárcel; aunque amos de la montaña, no podían salir".
Los gobiernos tuvieron dificultades para someter el territorio alauita; de hecho, sólo estuvo bajo control otomano a finales de los 50 del XIX. La pacificación de la región condujo entonces a la invasión económica sunita y a la formación de una clase inferior alauita. Como rústicos sin formación carentes de organización política o fortaleza militar, los alauitas trabajaban casi siempre en explotaciones agrícolas pertenecientes a terratenientes árabes sunitas, recibiendo a cambio como mucho la quinta parte de la producción. Los representantes otomanos duplicaban o triplicaban a menudo los impuestos de la región de Latakia.
Los alauitas estaban en una situación tan mala tras la Primera Guerra Mundial que muchos de los jóvenes abandonaron su patria para trabajar en otra parte. Los hijos se marchaban en busca de labores serviles o el ingreso en las fuerzas armadas. Las hijas se marchaban a los siete u ocho años de edad para trabajar de servicio en casas de árabes sunitas de la ciudad. Dado que muchas de ellas también acabaron siendo amantes (un cálculo sostiene que la cuarta parte de los niños alauitas de los años 30 y 40 tenían padres sunitas), tanto musulmanes como alauitas consideraron esta práctica motivo de acusada vergüenza. En algunos casos, las hijas llegaron a ser vendidas. No es ninguna exageración decir, como dice un historiador autóctono, que los alauitas "se contaban entre los más pobres de la tierra". El reverendo Samuel Lyde fue todavía más allá, escribiendo en 1860 que "el estado de la sociedad [alauita] constituye un infierno fiel sobre la faz de la tierra".
Los efectos políticos de la pobreza se vieron agravados por la naturaleza de estas divisiones, que seguían líneas geográficas y minoritarias. Los sunitas afincados en las ciudades disfrutaban de un patrimonio mucho mayor y ejercían su dominio sobre los campesinos alauitas. Jacques Weulersse describía en 1934 que cada comunidad "vive según sus propias costumbres y sus propias leyes. No sólo son distintas sino que son hostiles… la idea del matrimonio mixto parece ser inconcebible". En 1946 añade que "el antagonismo entre las poblaciones rural y urbana está tan arraigado que casi se puede hablar de dos poblaciones distintas que coexisten en el seno de un marco político". Una generación más tarde, observa Nikolaos van Dam, "Los contrastes entre la población urbana y la población rural eran a veces tan importantes que las ciudades parecían asentamientos de extranjeros que absorben las poblaciones rurales castigadas por la pobreza... Con el paso del tiempo, la comunidad alauita adquirió una fuerte desconfianza hacia los sunitas que con tanta frecuencia habían sido sus opresores". El resentimiento alauita hacia los sunitas ha demostrado tener una enorme repercusión durante los últimos años.
EL ASCENSO DE LOS ALAUITAS, 1920-1970
El ascenso de los alauitas se produce en el transcurso de medio siglo. En 1920 seguían siendo la minoría oprimida que se acaba de describir; hacia 1970, gobernaban firmemente Siria. Esta sorprendente transformación se produjo en tres etapas: mandato francés (1920-46), el periodo del dominio sunita (1946-63) y la era de la consolidación alauita (1963-70).
El Mandato francés, 1920-1946
Según Yusuf al-Hakim, destacado político sirio, los alauitas adoptaron una postura pro-francesa antes incluso de la conquista gala de Damasco en julio de 1920. "Los alauitas vieron una situación favorable tras pasar por el infierno; en consecuencia, se consagraron al mandato francés y no enviaron delegación al Congreso [General] Sirio". Tan intensamente se opusieron al príncipe Faysal, el gobernante árabe sunita de Siria entre 1918 y el 20 sospechoso de querer dominarlos, que iniciaron una rebelión contra su administración en 1919, utilizando armamento francés. Según un observador bien informado, los alauitas maldecían el islam y rezaban "por la destrucción del Imperio Otomano". El General Gouraud recibió un telegrama a finales de 1919 enviado por 73 jefes alauitas representantes de las distintas tribus, solicitando "la creación de una unión nusayri independiente bajo nuestra protección absoluta".
Dos años más tarde, los alauitas se revelaban contra el gobierno francés a las órdenes de Salij al-'Alí, suceso que el gobierno Assad señala con orgullo como credencial antiimperialista. Pero un vistazo más detenido sugiere que la revuelta tuvo más que ver con el hecho de que los ismailitas se habían alineado con Francia y, teniendo en cuenta el estado de las relaciones entre ismaelitas y alauitas, esto producía hostilidades entre alauitas y franceses. En cuanto las autoridades francesas concedieron la autonomía a los alauitas, se hicieron con el apoyo alauita.
La administración del mandato francés puso en circulación sellos sirios con una marca de agua "Lattaquie". |
De hecho, el establecimiento del gobierno francés tras la Primera Guerra Mundial benefició a los alauitas más que a ninguna otra minoría. Los esfuerzos franceses de cooperación con las minorías significaban que los alauitas lograban la autonomía política y escapaban del control sunita; se creó el estado de Latakia el 1 de julio de 1922. También se hicieron con la autonomía legal; una sentencia de 1922 resolvía el control sunita de los casos que implicaran a alauitas y transfería estos casos a los juristas alauitas. El estado alauita disfrutaba de impuestos bajos y una generosa subvención francesa. Como era de esperar, los alauitas aceptaron con entusiasmo todos estos cambios. En palabras de un historiador anti-alauita más tarde: "En la época en la que proliferaban los movimientos de resistencia contra el mandato francés, cuando Damasco, Aleppo y la región de Hawrán eran testigos de constantes rebeliones en nombre de la unidad y la independencia sirias, los nusayris bendecían la división del país en pequeños cantones".
A cambio, los alauitas ayudaban a mantener el gobierno francés. Concurrieron en gran número cuando la mayoría de los sirios boicotearon los comicios de enero de 1926 impulsados por los franceses. Abastecieron de una cifra desproporcionada de soldados al gobierno, formando alrededor de la mitad de los ocho batallones de infantería que componían las Troupes Spéciales du Levant, cuerpo que hacía las veces de policía y proporcionaba información. Para mayo de 1945 nada menos, la gran mayoría de las Troupes Spéciales seguían leales a los mandos franceses. Los alauitas disolvían concentraciones sunitas, reprimían huelgas y sofocaban rebeliones. Los alauitas eran públicamente partidarios de la prolongación del gobierno francés, temiendo que la marcha de Francia condujera al restablecimiento del control sunita sobre ellos. Henri de Jouvenel, Alto Comisario francés de Siria (1925-27), citaba a un importante político alauita diciéndole: "Hemos triunfado a la hora de progresar más en tres o cuatro años que en tres o cuatro siglos. Dejadnos por tanto nuestra situación actual".
El sentir pro-galo se manifestó con especial claridad en 1936, cuando la incorporación temporal del estado alauita a Siria provocó protestas generalizadas. Una petición de marzo de 1936 alude a la unión con los sunitas como "esclavitud". El 11 de junio de 1936, un líder alauita remite un escrito al Primer Ministro francés Léon Blum, recordándole "la profundidad del abismo que nos separa de los sirios [sunitas]", y solicitándole que "imagine la desastrosa catástrofe que acompañaría" a la incorporación.
Días más tarde, seis notables alauitas (incluyendo a Sulaymán Asad, abuelo de Hafiz al-Asad según se rumorea) envió otra carta a Blum en la que expresaba varias ideas: Los alauitas se diferencian de los sunitas a niveles religioso e histórico; los alauitas se niegan a unirse a Siria, por tratarse de un estado sunita y porque los sunitas les consideran infieles (kafirs); poner fin al mandato expone a los alauitas a un peligro de muerte; "la tónica del feudalismo religioso" hace que el país no esté preparado para el autogobierno; en consecuencia, Francia debería proteger la libertad y la independencia de los alauitas permaneciendo en Siria.
Una nota alauita remitida al gobierno francés en julio de 1936 pregunta: "¿Desconocen los franceses de hoy que las Cruzadas habrían tenido éxito si sus fortalezas hubieran estado al noreste de Siria, en la patria de los nusayris?.... Somos el pueblo más fiel a Francia". Todavía más cargadas estaban las tintas de una petición fechada en septiembre de 1936, firmada por 450.000 alauitas, cristianos y drusos, que rezaba:
Los alauitas creen ser humanos, no bestias camino del matadero. Ninguna potencia del mundo podrá obligarles a aceptar el yugo de sus enemigos tradicionales y consuetudinarios que les convierte para siempre en esclavos... Los alauitas lamentarían profundamente la pérdida de su amistad y vínculo leal con la noble Francia, a la que hasta la fecha han querido, admirado y adorado tanto.
Aunque Latakia perdió su autonomía en diciembre de 1936, la provincia siguió beneficiándose de "un régimen administrativo y financiero especial".
La resistencia alauita al gobierno sunita dio un nuevo giro en 1939 con el inicio de una rebelión armada encabezada por Sulaymán al-Murshid, "la figura mitad siniestra y mitad ridícula del 'dios' analfabeto, obeso y milagroso". Murshid, un ladrón de caminos que se proclamaba divino, desafió al gobierno sunita con armamento francés y unos 5.000 seguidores alauitas. En palabras de un despacho consular británico de 1944: "Los líderes alauitas locales, cuya concepción del nuevo orden en Siria es la de un Gobierno Nacionalista que les trata al estilo de los franceses, respetando su autoridad y condonando sus excesos, se están empleando a fondo para unirse, y el movimiento parece tener el apoyo francés". Murshid logró mantener la autoridad de Damasco lejos del territorio alauita.
Justo hasta la independencia, los líderes alauitas siguieron enviando peticiones a los franceses favorables al continuado apoyo francés. Por ejemplo, un manifiesto firmado por doce líderes en marzo de 1945 ordena a todos los efectivos alauitas permanecer a las órdenes francesas y obedecer la resolución francesa de los conflictos entre el gobierno alauita y Damasco.
Dominio sunita, 1946-1963
Fueron los sunitas, y la élite sunita de las ciudades en especial, los que heredaron el gobierno cuando finalizó el mandato francés en 1946. Incluso después de la independencia, los alauitas siguieron oponiéndose a la sumisión al gobierno central. Sulaymán al-Murshid encabezó una segunda revuelta en 1946, que finalizó en su ejecución. Un tercer levantamiento infructuoso se produjo en 1952, encabezado por el hijo de Murshid. El fracaso de estas empresas condujo a los alauitas a examinar la posibilidad de vincular Latakia con el Líbano o Transjordania - lo que fuera para evitar su absorción en Siria. Estos actos de resistencia perjudicaron la reputación ya mala de los alauitas entre los sunitas.
Cuando llegaron al poder, los gobernantes sunitas de Damasco no escatimaron esfuerzos a la hora de integrar Latakia en Siria (en parte porque esta región ofrece la única salida al mar). Superando la resistencia armada, abolieron el estado alauita, las unidades militares alauitas, los escaños alauitas en el parlamento y las instancias judiciales que aplicaban las leyes civiles alauitas. Estas medidas tuvieron algún éxito; los alauitas se fueron reconciliando con la ciudadanía siria tras el aplastamiento de una revuelta drusa en 1954, y en adelante renunciarían al sueño de un estado independiente. Este cambio de perspectiva, que en la época parecía revestir una importancia relativamente escasa, desató en la práctica una nueva era de actividad política siria: el ascenso político de los alauitas.
Una vez se dieron cuenta de que su futuro pasaba por Siria, los alauitas iniciaron un rápido ascenso al poder. Las dos instituciones clave, las fuerzas armadas y el Partido Baaz, cobraron especial importancia en su transformación.
Aun cuando las circunstancias especiales que les habían llevado al ejército se interrumpieron con la marcha francesa, los alauitas y las demás minorías continuaron teniendo una representación desproporcionada en el ejército tras la independencia. La vieja guardia seguía en activo y seguían alistándose nuevos efectivos; teniendo en cuenta la postura sunita hacia los alauitas, la presencia de un gran número de alauitas en las fuerzas armadas es sorprendente. Esta anomalía fue producto de varios factores. En primer lugar, el ejército conservó su reputación de destino para minorías. Patrick Seale observa que las familias sunitas terratenientes "despreciaban al ejército como profesión, al pertenecer mayoritariamente a un sentimiento nacionalista: alistarse entreguerras significaba servir a los franceses. Homs [la Academia Militar] era para ellos el lugar de los vagos, los rebeldes, los académicamente frustrados o los socialmente del montón". Para los no sunitas, sin embargo, Homs era el lugar de las oportunidades para los ambiciosos y los dotados.
En segundo lugar, los gobernantes sunitas ignoraron prácticamente al ejército como herramienta del Estado; temiendo por su influencia en el terreno nacional, le dotaban de presupuestos a regañadientes, lo limitaban y restaban atractivo a la carrera militar. En tercer lugar, la difícil tesitura económica de los alauitas y las demás poblaciones rurales se tradujo en que no podían pagar la tasa que eximía del servicio militar a sus hijos. Más positivamente, esos hijos veían el servicio militar como medio de forjarse una vida decente.
En consecuencia, aunque la proporción de alauitas que entraban en la Academia Militar de Homs descendió de forma acusada tras 1946, los alauitas siguieron estando representados de forma desproporcionada en el cuerpo castrense. Una crónica de 1949 afirma que "particulares procedentes de minorías" estaban al frente de "toda unidad de cualquier importancia" en el ejército sirio. (Esto no se refiere únicamente a los alauitas; por ejemplo, el guardaespaldas del Presidente Husni az-Za'im en 1949 era íntegramente cherqueso). Los alauitas constituían un nutrido grupo entre los soldados y alrededor de los dos tercios de los oficiales de rango.
Los líderes sunitas estaban convencidos al parecer de que reservarse los cargos altos bastaría a la hora de controlar las fuerzas armadas. En consecuencia, las minorías ocupaban las filas intermedias y durante algunos años encontraban dificultades a la hora de ascender más allá de las compañías. Irónicamente, esta discriminación en realidad les hizo bien; a medida que los oficiales se implicaban en innumerables golpes de estado entre 1949 y 1963, cada cambio de gobierno se acompañaba de ruinosas luchas de poder entre los sunitas, conduciendo a dimisiones y al saneamiento de las filas sunitas. Wags afirma, con algo de razón, que había más oficiales fuera del ejército sirio que dentro. Con independencia de estos conflictos, los no sunitas, y los alauitas en especial, se beneficiaron de las reiteradas purgas. Mientras los oficiales sunitas se iban eliminando mutuamente, los alauitas iban heredando sus cargos. Con el tiempo, los alauitas fueron ascendiendo paulatinamente; y cuando un alauita ascendía en la escala, se llevaba a sus hombres de confianza.
Purgas y contrapurgas alimentaron una profunda desconfianza entre los oficiales durante el periodo 1946-63. Sin saber quién conspiraba contra quién, los oficiales de máximo rango se saltaban a menudo la jerarquía de mando en favor del parentesco. Mientras el miedo a la traición iba mellando las relaciones entre militares, tener vínculos étnicos solventes daba gran ventaja a los oficiales de minorías. En circunstancias de desconfianza casi universal, esos oficiales con redes solventes actuaban con mayor eficacia que los que no las tenían. Los sunitas se alistaban como particulares, mientras los alauitas entraban al ejército siendo miembros de una secta; los segundos, en consecuencia, prosperaban. La solidaridad étnica alauita ofrecía un sustrato de cooperación más duradero que las cambiantes alianzas constituidas por oficiales sunitas.
Además del ejército, los alauitas también ganaron poder a través del Partido Baaz. Desde sus primeros tiempos, el Baaz revestía especial atractivo para los sirios de origen rural y minoritario, incluyendo a los alauitas, que se afiliaron en cifras desproporcionadamente grandes (especialmente en el grupo de Latakia del Partido Baaz). Los inmigrantes rurales que acudían a Damasco con fines educativos constituían la mayoría de los afiliados del Partido Baaz. Tendían a ser estudiantes de clase media-baja, hijos de antiguos campesinos recién llegados a los núcleos urbanos. En Aleppo, por ejemplo, el Baaz llegó a tener como afiliados a las tres cuartas partes de los estudiantes de educación intermedia de algunos institutos. Uno de los fundadores de la formación fue un alauita, Zaki al-Arsuzi, y se trajo con él al Baaz a muchos de sus correligionarios (rurales).
En particular, dos doctrinas atraían a los alauitas: el socialismo y el secularismo. El socialismo ofrecía oportunidades económicas a la minoría más pobre del país. (El socialismo del Baaz no estuvo claro, sin embargo, hasta los 60; sólo cuando las minorías se hicieron con el poder este rasgo ganó protagonismo). El secularismo - la retirada de la religión de la vida pública - ofrecía la promesa de menos prejuicios a una minoría despreciada. ¿Qué podía resultar más atractivo a los miembros de una minoría religiosa oprimida que un maridaje entre estas dos ideologías? De hecho, estos aspectos atraían al Baaz más a los alauitas (y a las demás minorías rurales pobres) que su nacionalismo panárabe.
El único rival del Baaz era el SSNP, que venía a ofrecer los mismos atractivos. Los dos compitieron de forma bastante igualada durante una década, hasta que el Baaz barrió al SSNP a través del escándalo Maliki de 1955. A partir de ahí, sobre todo en Siria, los alauitas se afiliaron mayoritariamente al Baaz.
Consolidación alauita, 1963-1970
Tres cambios de régimen marcaron la consolidación del poder alauita: el golpe del Baaz en marzo de 1963, el golpe alauita de febrero de 1966, y el golpe Assad de noviembre de 1970.
Los alauitas jugaron un papel importante en el golpe del 8 de marzo de 1963 y ocuparon muchos de los cargos públicos clave del régimen Baaz que vino después. Entre 1963 y 1966, se producen en el seno del ejército y el Partido Baaz una serie de batallas sectarias que enfrentan a las minorías con los sunitas.
Primero fue el ejército: para oponerse al Presidente Amín al-Hafiz, sunita, y consolidar su nueva posición, los líderes alauitas inundan el ejército de cosectarios. De esta forma, los oficiales de minorías acaban dominando la institución castrense siria. Cuando poco después del golpe de marzo de 1963 quedan vacantes setecientos puestos del ejército, los alauitas copan la mitad de los cargos. Tanto quedan limitados los sunitas, que algunos cadetes que se gradúan ven negados sus ascensos al cuerpo de oficiales. Mientras alauitas, drusos e ismaelitas mantuvieron puestos políticamente sensibles en la región de Damasco, los sunitas fueron despachados a regiones alejadas de la capital. Si bien la vinculación a la minoría no marcó todas las alianzas, representó la base de la mayoría de las relaciones longevas. Líderes alauitas como Mohammed 'Umran construyeron unidades importantes de miembros partiendo de sus propios feligreses. Los oficiales sunitas se convertían a menudo en el rostro representativo, ocupando cargos importantes pero disponiendo de escaso poder. En represalia, Hafiz acabó considerando enemigos a casi todos los alauitas y siguió políticas abiertamente sectarias, excluyendo por ejemplo a los alauitas de los mismos cargos apoyándose únicamente en la pertenencia a la minoría.
Hasta los oficiales alauitas que se oponían al confesionalismo eventualmente sucumbían a él. Los sucesos políticos cristalizaron los vínculos entre alauitas, paliando las diferencias tribales, sociales y sectarias que históricamente les habían dividido. Itamar Rabinovich, afamado estudiante de este periodo, explica la forma en que el confesionalismo cobró una dinámica propia:
J'did [Salaj Jadid, gobernante de Siria 1966-70] se encontraba entre los que (por motivos políticos) denunciaban a 'Umran por promover "el sectarismo" (ta'ifiyya), pero irónicamente él heredó el apoyo de muchos oficiales alauitas que habían sido ascendidos por 'Umran... Los oficiales alauitas ascendidos por 'Umran repararon en que su desproporcionada presencia en las instancias más elevadas del ejército era acusada por la mayoría, y cerraron filas en torno a J'did, el oficial alauita más destacado por entonces del ejército sirio y la persona con más números para conservar su cargo elevado pero precario. Fue bastante natural por parte de [Amin al-] Hafiz... tratar de reunir a los oficiales sunitas acusando a J'did de practicar la política "sectaria"... La solidaridad entre los partidarios alauitas [de Jadid] parece haberse cimentado más en la impresión de que la cuestión había adquirido un tinte confesional y que sus cargos personales y colectivos estaban en juego.
Los mismos factores hicieron que los oficiales drusos - también presentes de forma desproporcionada entre los altos cargos militares - apoyaran a los alauitas en 1965.
Una dinámica parecida tuvo lugar en el seno del Partido Baaz. Igual que los alauitas ocuparon más de la mitad de las setecientas vacantes militares, entraron al partido en gran número. Para hacer posible su afiliación, los requisitos ideológicos de acceso se relajaron durante dos años a partir de marzo de 1963. Muchos funcionarios del partido afiliaron a sus parientes, miembros de su tribu, aldea o secta. Según explica el problema un documento interno del Partido Baaz fechado en 1966, "amistad, parentesco o simple conocimiento personal en ocasiones fueron motivo "de entrada en el partido, conduciendo a "la infiltración de elementos ajenos a la lógica y fundamentos de la formación". Mientras los alauitas auxiliaban a otros alauitas, muchos sunitas eran purgados. La afiliación se multiplicó durante el año posterior a su llegada al poder, transformando el partido de ente de afiliación ideológica en ente de afiliación sectaria. El Baaz se convirtió en una institución totalmente diferente durante sus primeros dos años y medio en el poder (de marzo de 1963 a finales de 1965).
Estos cambios culminaron en la decisión de Hafiz' de depurar del ejército a 30 oficiales de ascendencia minoritaria en febrero de 1966. Al escuchar sus planes, un grupo de funcionarios baazistas mayoritariamente alauitas desplazaron a Hafiz y se hicieron con el poder el 23 de febrero, en el relevo gubernamental más sangriento registrado en Siria. Una vez al frente del Estado, purgaron a los funcionarios rivales pertenecientes a los demás grupos religiosos - primero sunitas y drusos, luego los ismaelitas - agravando más las tensiones entre grupos. Los oficiales alauitas coparon los cargos más importantes, y se hicieron con un poder sin precedentes. El Órgano Regional del Partido Baaz, un centro clave de decisión, dejó de tener representantes sunitas de las zonas urbanas de Damasco, Aleppo y Hama durante el período 1966-70. Las dos terceras partes de sus miembros, sin embargo, fueron reclutados entre las poblaciones minoritarias y rurales de Latakia, el Hawrán y Dayr az-Zur. La maniobra fue aún más evidente entre los oficiales militares del Mando Regional; durante el periodo 1966-70, el 63 por ciento de ellos procedían solamente de Latakia.
El acaparamiento del poder por parte de los alauitas provocó la amarga denuncia de las demás comunidades. Un líder militar druso, Salim Hatum, declaraba a la prensa tras huir de Siria que los alauitas en el ejército superaban a las demás minorías religiosas por un margen de 5 a 1. Destacaba que "la situación en Siria amenaza guerra civil como resultado del crecimiento de la tónica tribal y sectaria". También observaba que "siempre que un militar sirio es preguntado por sus oficiales de cargo, su respuesta será que han sido licenciados o enviados a otro regimiento, y que solamente han quedado los alauitas". Jugando con el eslogan Baaz "Una nación árabe con una misión eterna", Hatum se burlaba de los dirigentes de Damasco, diciendo que ellos creen en "Un estado alauita con una misión eterna".
El dominio alauita no garantizaba la estabilidad. Dos líderes alauitas, Salaj Jadid y Hafiz al-Asad, se enfrentaban por la supremacía en Siria a finales de los 60, rivalidad que terminó sólo cuando Assad se impuso en noviembre de 1970. Además de las diferencias de perspectiva - Jadid era más ideólogo y Assad más pragmático - representaban a sectas alauitas diferentes. La guerra de septiembre de 1970 entre la OLP y el gobierno jordano fue el acontecimiento decisivo de la llegada al poder de Assad. Jadid envió efectivos terrestres sirios a ayudar a los palestinos, pero Assad se negó a enviar apoyo aéreo. La derrota de la infantería siria precipitó el golpe sin sangre de Assad dos meses más tarde. Éste, el décimo golpe militar sirio en diecisiete años, sería el último en mucho tiempo. Prácticamente puso fin a los enfrentamientos entre alauitas.
El caballero que se hizo con la victoria en la larga rivalidad por el control de Siria, Hafiz ibn 'Alí ibn Sulaymán al-Asad, nació el 6 de octubre de 1930 en Qardaha, una aldea no lejos de la frontera turca y sede del líder religioso alauita. Hafiz era el segundo de cinco hijos (Bayat, Hafiz, Jamil, Rif'at, Bahija); además, su padre tenía un hijo mayor de otra esposa. La familia pertenece a la rama numaylatiya de la tribu Matawira. (Esto significa que los ancestros de Assad llegaron desde Irak en los años 20 del siglo XII).
Los relatos difieren en torno a si su padre era un campesino pobre, un granjero acomodado o un notable. Lo más probable es que la familia estuviera bien situada, porque si bien Qardaha estaba compuesta en su mayor parte por casas de adobe, los Assad vivían en una de piedra. En años posteriores, sin embargo, Assad cultivó una historia de pobreza, relatando a sus visitas, por ejemplo, tener que abandonar el colegio hasta que su padre ganó las 16 libras sirias para pagar su matrícula.
Cierto o no, Hafiz fue un estudiante soberbio y, apoyado en su solvencia académica, se mudó al municipio próximo de Latakia en 1940, donde asistió a un importante instituto, el Collège de Lattaquié. Después, en algún momento tras 1944, parece que cambió su nombre de Wahsh, que significa "bestia salvaje" o "monstruo", por el de Asad, que significa "león". En 1948, con apenas 17 años de edad, se fue a Damasco y se alistó voluntario en el ejército sirio para ayudar a destruir el naciente estado de Israel, sólo para ser rechazado por ser menor. Sin embargo, según su propio testimonio por lo menos, Assad llegó a luchar. Se alistó en la Academia Militar de Homs en 1950, se licenció en 1952 y empezó a asistir a la Academia de las Fuerzas Aéreas de Aleppo en 1952. Pasó a ser piloto de combate en 1954 y destacó en este puesto. (Abatió un aparato británico durante la operación de Suez). Assad estudió en Egipto y después en la Unión Soviética durante once meses de 1958, donde aprendió a pilotar el MiG 15 y el 17 y aprendió algo de ruso. Durante los años de la Republicano Árabe Unida, estuvo al frente de un escuadrón de nueve cazas en las inmediaciones de El Cairo.
Assad era activo en política ya en 1945, haciendo de presidente del Comité de Estudiantes del Collège de Lattaquié y luego presidente de la Unión Nacional de Estudiantes. Siendo estudiante, Assad fue encarcelado por las autoridades francesas a causa de su activismo político. Ingresó en el Partido Baaz poco después de su creación en 1947 (convirtiéndole en uno de los primeros miembros de la formación). A medida que ascendía en la escala militar, seguía activo en el Partido Baaz. En 1959, durante su exilio en Egipto, Assad ayudó a fundar el Comité Militar y organizar sus actividades. Hacia esa época, también había iniciado el proceso de consolidación de su posición de décadas en el seno de las fuerzas armadas sirias.
Assad era una figura poderosa en 1961, de manera que los líderes conservadores que se hicieron con el poder en Damasco a finales de ese año (tras la disolución de la República Árabe Unida) le obligaron a dimitir de su puesto de capitán y ocupar un cargo menor en el Ministerio de Transportes. Pero Assad siguió participando en las actividades del Comité Militar, uniéndose a una tentativa de golpe frustrada el 29 de marzo de 1962, tras la cual huyó a Trípoli, el Líbano, donde fue detenido por las autoridades y encarcelado durante nueve días, y extraditado después de vuelta a Siria. Infortunio de esta empresa parte, jugó un papel importante en el golpe de 1963 y fue recompensado con la reincorporación al ejército y un ascenso meteórico en sus filas, pasando de Mayor a principios de 1963 a Mayor General a finales de 1964 y mariscal de campo en 1968. (Abandonó el ejército en 1970 ó 1971). Assad se hizo cargo de las fuerzas aéreas en 1963 y las convirtió en su trampolín para hacerse con el control de las fuerzas armadas al completo durante los años de agitación posteriores.
El apoyo de Assad a la rebelión en febrero de 1966 demostró ser decisivo en el golpe que llevó al poder a los alauitas; su recompensa consistió en ser nombrado Ministro de Defensa a los apenas 20 minutos de ser proclamado el nuevo régimen. Este nuevo cargo dio a Assad la oportunidad de ampliar su autoridad más allá de las fuerzas aéreas, en especial a las fuerzas de combate del ejército. El golpe de Assad en noviembre de 1970 sería entonces la culminación del ascenso alauita al poder en Siria.
Conclusión
El camino del ascenso alauita dice mucho de la cultura política de Siria, apuntando las conexiones complejas entre el ejército, las formaciones políticas y las minorías étnicas. El Partido Baaz, el ejército y los alauitas prosperaron en tándem; pero ¿cuál de los tres tenía más relevancia? ¿Los nuevos gobernantes baazistas eran casualmente soldados alauitas, o eran soldados que casualmente eran baazistas alauitas? En la práctica, la tercera formulación es la más precisa: eran alauitas que casualmente eran baazistas y soldados.
Es cierto que la formación y el ejército fueron críticos, pero al final lo que más contaba era la transferencia de la autoridad de los sunitas a los alauitas. Sin faltar al papel crítico del Partido y el ejército, la vinculación alauita definió finalmente a las autoridades de Siria. Partido y carrera importaban, pero como pasa tantas veces en Siria, la vinculación étnica y religiosa define finalmente la identidad. Interpretar el régimen Assad principalmente en términos de su naturaleza militar o baazista es ignorar la clave de la política siria. La vinculación confesional sigue siendo vitalmente importante; como durante siglos, la secta de la persona importa más que cualquier otro rasgo.
La respuesta sunita a los nuevos gobernantes, que ha cobrado una forma mayoritariamente colectiva, está fuera de este examen. La oposición generalizada de los sunitas - que representan alrededor del 69 por ciento de la población siria - a un gobernante alauita ha inspirado a la organización de los Hermanos Musulmanes a desafiar al gobierno de formas violentas, hasta terroristas. Aunque sin éxito hasta la fecha, los Hermanos han estado cerca de derrocar al régimen en varias ocasiones.
Parece inevitable que los alauitas - minoría reducida y despreciada todavía, a pesar de todo su poder actual - pierdan con el tiempo su control de Siria. Cuando esto suceda, serán probablemente esos conflictos que siguen directrices minoritarias lo que los tumben, teniendo lugar el enfrentamiento crítico entre gobernantes alauitas y mayoría sunita. En este sentido, la caída de los alauitas - sea a través del asesinato de las figuras relevantes, de un golpe o de una revuelta regional - se parecerá probablemente a su ascenso.
15 de junio de 2000: Con permiso del párrafo de arriba: La caída de los alauitas es realmente inevitable, pero con la sucesión de su Bashshar al-Asad a la muerte de su padre Hafiz al-Asad el 10 de junio, el gobierno alauita de Siria continúa.
1 de marzo de 2010: "Hoy, los alauitas de Siria son la única minoría religiosa en el poder del mundo musulmán". Con esa notable afirmación, Yvette Talhamy, antes en la Universidad de Haifa, inicia su importante artículo "Las Fatuas y los nusayri/alauitas de Siria" en Middle Eastern Studies. Examina las fatuas hostiles a los alauitas desde antes del siglo XX y tres positivas del siglo XX, aduciendo que "estas fatuas marcaron la historia de los nusayris". Es uno de los pocos trabajos de investigación que abundan en el tema del artículo de arriba.
21 de junio de 2012: A medida que el enfrentamiento sectario remonte, cuente con ver más análisis de esta materia. Aquí tiene uno: Ayse Tekdal Fildis, "Las raíces de la rivalidad alauita-sunita en Siria", Middle East Policy, Verano de 2012, páginas 148–156.