Irán y sus vecinos - Irak, Arabia Saudí, Afganistán, Asia Central, el Cáucaso y Turquía - protagonizaron la mayor parte de las crónicas de Oriente Medio en 1992. Aunque los más septentrionales se vieron afectados por el colapso soviético, los meridionales bregaron con las consecuencias de la Operación Tormenta del Desierto.
Por doquier, la violencia y la guerra marcaron el año. Irán expulsó por la fuerza a los residentes de varios islotes del Golfo Pérsico. Los combates se prolongaron en el norte iraquí kurdo y el sur chií, dividiendo en tres el país. El régimen Najibulaj de Kabul desapareció, agravando la guerra civil de Afganistán. La guerra civil estalló en Tayikistán en marzo. Los combates entre Armenia y Azerbaiyán se cobraron miles de vidas.
Esta inquietud suscitó escasa respuesta desde Washington. Una administración Bush cada vez más pasiva relegó la mayoría de la política exterior a la categoría operativa, al tiempo que los legisladores (Presidente Bush y Secretario de Estado Baker en especial) dedicaban su atención a cuestiones nacionales y a la campaña presidencial. En consecuencia, un sinnúmero de problemas de Oriente Próximo - la oferta y los precios del crudo, el terrorismo, los estupefacientes, los refugiados, la proliferación armamentística - aguardan a la nueva administración. Las jornadas destinadas a concebir un nuevo sistema sanitario podrían destinarse a Irán y sus vecinos.
La creciente amenaza iraní
Con Irak debilitado y bajo sanción internacional, la principal amenaza a los intereses estadounidenses en la región del Golfo Pérsico podría provenir en el futuro de Irán.
En 1992, los iraníes enviaban señales contradictorias de sus intenciones. Unas daban a entender que Teherán estaba dispuesto a abandonar el terrorismo y la retórica beligerante que tanto lo habían aislado. La indicación más importante de la tendencia moderatoria era el resultado de los comicios de la primavera de 1992 al Majlis (el parlamento). Los ganó menos de la cuarta parte de los candidatos aprobados por el Colegio Islámico Clerical radical; los derrotados incluían a radicales como el presidente del Majlis Mejdi Karrubi, Alí Ajbar Mojtashemi (que organizó el atentado contra el cuartel de los Marines en el Líbano en 1983) y Mousavi Joeniha (uno de los cerebros del secuestro de la embajada norteamericana). El Presidente Alí Ajbar Hashemi-Rafsanjani tenía al parecer licencia para enterrar la retórica revolucionaria y mejorar discretamente las relaciones con los vecinos iraníes y Occidente.
La profundización de las reformas económicas proporcionaba el segundo indicador de una creciente moderación. Rafsanjani, la figura referente de la política iraní, abandonó el concepto de economía islámica de los radicales, que consistía en políticas tales como la redistribución de la riqueza, la centralización de la economía según directrices soviéticas o hindúes y la limitación del consumo (en contraste con la creación de riqueza). La meta de la autosuficiencia en todas las producciones cedió paso a la búsqueda de la ventaja competitiva por parte de Irán en el sector del crudo; la producción pasó de 2,5 millones de barriles diarios en 1988 a 3,2 millones de barriles en 1992, y en pocos años podría llegar a 4,5 millones de barriles. Rafsanjani había reanudado la cooperación iraní con el Fondo Monetario Internacional, había pedido préstamos al Banco Mundial e implantado las reformas económicas recomendadas por estos organismos. Recortó profundamente el déficit público y redujo enormemente el control público de las importaciones. Un tipo de cambio del rial, fijado por el mercado, reemplaza a los diversos tipos irreales de cambio de antaño.
Estas medidas condujeron a un aumento del 20 por ciento en la riqueza per cápita durante los tres primeros años de presidencia Rafsanjani (1989-92); las importaciones durante ese período pasaron de 11.000 millones de dólares anuales a 25.000 millones. Pero tres consideraciones lacran el por lo demás imponente avance. En primer lugar, este crecimiento es relativamente modesto en comparación con la caída del 40 por ciento en la riqueza iraní de los tiempos del shaj hasta la fecha. En segundo, depende de un ritmo de endeudamiento exterior insostenible, que solamente durante los ejercicios 1991-92 alcanzó la cota de los 6.000 millones de dólares. Irán pasó rápidamente de tener una buena valoración crediticia a ser un problema de morosidad potencial; como probable augurio de lo que se avecinaba, faltó al calendario de pago de la deuda en las letras de agosto y julio. En tercer lugar, Rafsanjani repite los errores económicos del shaj al endeudarse fuertemente en el extranjero y destinar unos 10.000 millones de dólares a una industria pesada pública desfasada consistente en cosas como plantas de repuestos automovilísticos y hornos del acero. Teherán dedica sumas sustanciales a las instalaciones eléctricas aun cuando los precios de la electricidad permanecen por debajo de la mitad de ese gasto.
Aunque los comicios y el programa de reformas económicas insinuaban una creciente moderación nacional, la política exterior de Teherán siguió siendo belicosa. Los moderados iraníes defienden una variante agresiva del nacionalismo persa que probablemente cause problemas durante los próximos años. Mirando al mundo a través de los prismas combinados del islam fundamentalista y el nacionalismo persa renaciente, aspiran a ocupar una esfera de influencia que abarca Irak, el Transcáucaso, Asia Central, Afganistán y el Golfo Pérsico.
Teherán manifestó de forma convincente su hostilidad a Occidente durante el año 1992 de cinco formas distintas. En primer lugar, siguió vigente el apoyo al terrorismo. La Fundación del 5 de Junio elevó la recompensa por la vida del novelista Salman Rushdie en noviembre, buscando todavía su muerte por haber escrito Los versos satánicos. Ciudadanos iraníes, si bien no su gobierno, atentaron aparentemente contra la embajada israelí de Buenos Aires en abril. Agentes iraníes siguieron asesinando disidentes iraníes en el extranjero, matando a cuatro líderes kurdos en Berlín en septiembre.
En segundo lugar su régimen todavía parece apoyar a los revolucionarios islámicos en sus esfuerzos por desestabilizar a aliados occidentales. Los gobiernos de Jordania, Egipto y Argelia señalan independientemente a Irán, considerándolo puntal de elementos islámicos radicales que aspiran a su caída violenta. En particular, el gobierno egipcio afirma tener pruebas sólidas de que los atentados contra turistas extranjeros habrían sido perpetrados por agentes entrenados por el cuerpo de la guardia revolucionaria iraní en Sudán.
En tercer lugar, Teherán reaccionó airadamente al proceso de paz árabe-israelí. Sus presupuestos asignan oficialmente 20 millones de dólares a la resistencia palestina y Hamás, el grupo palestino fundamentalista, tiene abierta una "embajada" en Teherán. El líder espiritual iraní, Alí Jamene'i, prometía a Hamás: "Como musulmanes… no vamos a pasar por alto ninguna oportunidad de apoyar la revuelta islámica del pueblo palestino". Hamás recibió arsenales nuevos para atacar a Israel y al cabo de una semana caían misiles katyusha desde el Líbano, amenazando con alterar las negociaciones de paz.
En cuarto lugar, en 1992, los iraníes intervinieron con agresión calculada en el Golfo Pérsico - que a ojos nacionalistas iraníes es realmente persa. Exigieron a Kuwáit 78 millones de dólares en concepto de "honorarios de estacionamiento" de los aparatos comerciales de Kuwait Air pilotados con destino a Irán por pilotos iraquíes durante el conflicto del Golfo. Iniciaron un programa de construcción de 1.700 millones de dólares en el lado iraní de unos yacimientos de petróleo y gas que se encuentran bajo aguas qataríes principalmente. En abril, Irán expulsaba a varios cientos de súbditos de los Emiratos Árabes Unidos de Abú Musa, el mayor de los tres islotes del Golfo Pérsico en disputa que Irán venía administrando conjuntamente con los Emiratos; Irán declaró la soberanía sobre los territorios en septiembre. Ubicados en las inmediaciones del Estrecho de Ormuz, los islotes revisten interés estratégico porque los petroleros han de navegar forzosamente a seis kilómetros de cualquiera de los dos islotes o por territorio iraní Efectivos regulares iraníes destacados en los islotes se despliegan a tres kilómetros de núcleos urbanos pertenecientes a los Emiratos Árabes Unidos, con efecto intimidador evidente.
En quinto lugar, en 1992 se reanuda el programa iraní de rearme cuando Teherán se va a comprar armas al antiguo bloque soviético. Adquiere tres submarinos y grandes cantidades de cazas MiG-29, Sujoi-24, Su-22, proyectiles balísticos, tanques, blindados y artillería. (Por el momento sólo se han llegado a entregar pequeñas cantidades de armamento). Los planes iraníes a cinco años 1989-93 dotan el capítulo de armamento con 10.000 millones de dólares. Por supuesto, Irán sí tiene motivos de preocupación legítimos en materia de seguridad, particularmente con respecto a Irak, y puso fin al conflicto iraquí con armamento desfasado. Pero Teherán adquiere equipo diseñado para negar el acceso al mar a cualquiera. ¿Por qué necesita submarinos de la clase Kirov? ¿Y a qué vienen los aparatos soviéticos de largo alcance diseñados para atacar portaaviones?
Más alarmante todavía es que Irán parece haber iniciado un programa para fabricar armamento nuclear. Ninguna otra cosa explica la búsqueda cerril de plantas nucleares en 1992 (adquiridas dos a China y Rusia) en un país falto del capital imprescindible para construir tales plantas y rico en gas natural, que puede alimentar centrales térmicas de forma económica. Informaciones solventes señalan la colaboración en materia nuclear con Pakistán, cuyas autoridades reconocen la posesión de todas las piezas necesarias para fabricar la bomba.
El pragmatismo en política nacional y exterior, en resumen, no se traduce en cooperación con los vecinos ni con Occidente. Todo lo contrario: Teherán puede seguir un rumbo de colisión con sus vecinos, y por tanto también con Estados Unidos. Rafsanjani puede amenazar más directamente intereses vitales de Occidente y con mayor repercusión que Jomeini. Con Jomeini, Teherán promovió el terrorismo contra particulares, esfuerzos quijotescos por deponer a gobiernos y se concentraba en acontecimientos como las peregrinaciones a La Meca. Con Rafsanjani hace todo estoy más: proliferación de la fuerza militar iraní e influencia sobre una enorme región contigua.
Las diversas tendencias podrían conducir en Irán a un resultado volátil. Pensemos: El gobierno iraní estará dentro de poco fuertemente armado, reivindica el dominio regional y linda con los mini-países más ricos del mundo, pero no puede hacer realidad la prosperidad prometida. Como demostró Saddam, este volátil maridaje puede explotar sin previo aviso y de forma inesperada.
Washington debe prepararse para la posibilidad de que Irán pretenda poner en cuestión intereses estadounidenses vitales en su región. Como el rival soviético de décadas previas, Washington tiene dos opciones políticas elementales: détente y contención. Détente se traduce en trabajar con Rafsanjani y los moderados iraníes, con la esperanza de modificar el comportamiento iraní antioccidental. Contención significa poner límites claros, evitar el enfrentamiento militar y esperar que los problemas internos provoquen con el tiempo la caída del régimen.
Détente tiene atractivo, sobre todo si los aliados occidentales pueden llegar a un consenso de estímulos y penalizaciones que imponer a Irán. Pero los esfuerzos por moderar el radicalismo iraní pueden fracasar, muy al estilo de los esfuerzos con Saddam Husayn. Los gobiernos extranjeros tienen una influencia muy limitada sobre Irán, como puso de manifiesto la catástrofe del Irán/ contra. Además, años de hostilidad americano-iraní imposibilitan a nivel emotivo una política gradual en ambos frentes. El gobierno estadounidense no puede ofrecer a Irán de forma solvente mucho en materia comercial y no es probable que el Congreso revoque la Ley contra la Proliferación Irano-iraquí de 1992, que impone los límites a la exportación más estrictos a Irán, (así como a Irak). Por su parte, Teherán acusa a Estados Unidos de hacer trampas; ¿qué beneficio sacó de respetar la liberación de los rehenes occidentales en el Líbano?
Europeos y japoneses convienen con gran parte de las críticas de Teherán; restan importancia así a las propuestas norteamericanas de aplazar la ayuda a los moderados hasta que Irán satisfaga ciertos criterios. De hecho, la mayoría de los aliados estadounidenses han optado por la détente por su cuenta, proporcionando a Irán miles de millones anuales en préstamos de respaldo público y acceso a tecnologías avanzadas, con aplicaciones militares incluso.
Por contra, el gobierno estadounidense puede seguir adelante con su propia política de contención. La debilidad económica iraní eleva las probabilidades de éxito, como el creciente desencanto de la población iraní. De hecho, no está claro en absoluto que la Revolución Islámica vaya a prolongarse durante una segunda generación. Los iraníes parecen más interesados en la inversión del declive del nivel de vida que en la continuación de la administración islámica. El descontento económico y la indignación con la corrupción endémica produjeron disturbios en cuatro municipios a mediados de 1992, incluyendo alteraciones sustanciales, organizadas y abiertamente contrarias al régimen que se prolongaron durante varias jornadas en Meshhed.
La contención no será fácil de sostener. Harán falta años o incluso décadas para que funcione, y por eso hace falta un amplio consenso de apoyo dentro de Estados Unidos. Ello significa renunciar a las oportunidades comerciales que ofrece la vuelta iraní como productor de crudo de referencia. Además, los estadounidenses no pueden hacer que funcione la contención por sí solos; Irán obtiene financiación y tecnología de Europa y Japón, que ahora mismo pueden paliar los esfuerzos estadounidenses. Por tanto, la clave de una política hacia Irán reside en convencer a los aliados reacios de Londres, París, Bonn y Tokio. Irónicamente, garantizar su cooperación podría ser más sencillo si Washington adopta una posición clara en favor de la contención a Irán, en lugar de la política con matices de estímulos y penalizaciones que recompensa el comportamiento moderado.
La némesis iraquí
En 1991, Irak significaba victoria en guerra de los Estados Unidos. En 1992, significaba desastre prevenido. Por decepcionante e insatisfactorio que fuera, la ausencia de la catástrofe constituía un logro notable. La población iraquí no murió de hambre, enfermedades o descontento a gran escala. Saddam Husayn no vendió grandes cantidades de crudo ni reconstruyó sus arsenales. Ni Irán ni Siria invadieron Irak. El precio del crudo permaneció constante.
De hecho, podría decirse que desde la perspectiva norteamericana, las cosas mejoraron en 1992. Los círculos oficialistas en Bagdad empezaron a enfrentarse. El Partido Baaz demostró ser un instrumento de poder progresivamente menos eficaz. Los arsenales iraquíes se degradaron bajo el impacto del embargo y la labor constante de los equipos de inspección de la ONU. Saddam Husayn no discutió la prohibición de los vuelos iraquíes del sur de Irak (las "zonas de exclusión") de agosto de 1992; esto impedía su ataque a los chiíes del sur y al mismo tiempo contraía su poder.
Pero con sus expectativas aumentadas por la Operación Tormenta del Desierto, los estadounidenses no apreciaron estos éxitos sutiles. En lugar de eso, veían a Saddam Hussein todavía en el poder y sentían una intensa frustración. Los enfrentamientos en los aparcamientos plasmaban la sensación de impotencia. Las pegatinas de "Saddam sigue teniendo trabajo, ¿y usted?" resumían la tónica amarga. Las investigaciones legislativas abiertas a los vínculos de la administración Bush con Irak antes de agosto de 1990 (el "Irakgate") sacaron a la luz una política miope en el mejor de los casos y delictiva en el peor. Combinados, el descontento con lo sucedido en 1992 y el desprecio de 1989 desmantelaron la fama de George Bush de artífice de la victoria de 1991. Por encima de cualquier otra cuestión en política exterior, irónicamente, los acontecimientos relacionados con Irak contribuyeron a la derrota del presidente en las urnas a manos de Bill Clinton.
Con vistas al futuro, la nueva administración no tiene sino opciones limitadas frente a Irak. Aunque puede hacer de los derechos humanos y de la difusión de la democracia un eje más capital de la política norteamericana hacia Bagdad, la desviación importante del enfoque Bush - presionar constantemente a Saddam pero implicarse lo mínimo en la política iraquí - parece inverosímil.
De hecho, las verdaderas opciones las tiene Saddam Husayn. Puede considerar la pérdida del poder por parte de Bush una oportunidad para restañar las relaciones con el gobierno estadounidense. En la práctica, la primera reacción de la prensa a la victoria de Clinton (Irak "responderá a las políticas equilibradas") augura esta posibilidad. Replicando sus acciones de una década antes, Saddam podría eliminar la retórica belicosa contra los extranjeros y reducir su brutalidad a nivel nacional. También podría adoptar algunos de los términos de las resoluciones de las Naciones Unidas, cooperando por ejemplo con los equipos de inspectores de la ONU. A cambio, exigiría presumiblemente el final de las sanciones económicas y la regularización de su gobierno. Tal iniciativa plantearía un dilema al equipo Clinton: ¿Damos otra oportunidad Saddam o no?
Podrían, porque el nuevo presidente no ha hecho por el momento de la caída de Saddam Hussein el objetivo estadounidense. Pero no deben. Saddam no merece absolutamente ninguna oportunidad más. Le conocemos y sabemos lo que ha hecho y lo que hace. No dar más oportunidades a Saddam, sin embargo, no implica trabajar activamente por la caída del régimen iraquí. El gobierno estadounidense no tiene los medios para lograr ese fin. Un vacío de poder en Irak o una mayor estabilidad pueden generar complicaciones graves. Eliminar a Saddam dejaría un vacío de poder que haría imprescindible una presencia norteamericana durante meses o años. Tras restablecer el orden, las autoridades ocupantes tendrían que crear nuevas instituciones a imagen norteamericana. Implausible hasta durante la euforia de febrero de 1991, este panorama parece prácticamente increíble en este momento de introversión norteamericana. Los intereses norteamericanos podrían quedar más protegidos mediante la contención.
¿Dónde deja esto pues a los kurdos? Donde están hoy - reclamando la implantación total de la resolución 687 del Consejo de Seguridad en materia del alto el fuego y la 688 de los kurdos. Clinton ha solicitado lo mismo: "Estén en el poder Republicanos o Demócratas", dice, "Saddam Hussein ha de entender que Washington va a insistir con la misma determinación en que respete las resoluciones de la ONU". Estas resoluciones obligan a Irak a zanjar su conflicto fronterizo con Kuwáit; acceder a la destrucción de todas las instalaciones y arsenales químicos, biológicos y nucleares; clausurar las infraestructuras terroristas, renunciar permanentemente a la compra de armamento no convencional; devolver cualquier propiedad kuwaití y pagar compensaciones por daños; y respetar los derechos humanos de las minorías kurda y chii. Sólo cuando Sadam cumpla todos estos términos, el Consejo de Seguridad podría levantar las sanciones. A esto, el gobierno estadounidense debería de añadir que Irak siga condenado al ostracismo mientras ese país siga gobernado por personas con antecedentes de violación del Derecho internacional.
Las incertidumbres del Golfo Pérsico
Los reinos del petróleo pueden sufrir muchos problemas económicos y políticos que desmienten su imagen de ricos y felices. Ni Kuwáit ni Arabia Saudí hicieron grandes progresos en 1992 a la hora de abordar cuestiones vitales. Las dinastías en el poder en ambos países siguen dependiendo de la generosidad y el gobierno consuetudinarios. Pero la liquidez no puede comprar indefinidamente el apoyo político: las tensiones en torno a las arcas públicas siguen creciendo mientras los ingresos no suben; y una población cada vez mejor formada y con una clase media mayor quiere tener voz en la vida pública.
En Kuwáit, la guerra y luego la reconstrucción contrajeron el patrimonio público pre-guerra de 100.000 millones de dólares a unos 15.000 millones (tras descontar el endeudamiento). La mala gestión económica también contribuyó a este desplome: las inversiones de alto nivel en España se dejaron hasta 5.000 millones de dólares, y el rescate de los bancos de Kuwáit en la posguerra salió por varios miles de millones de dólares por encima de la cuenta. Que Kuwáit recupere el equilibrio económico exige la exportación de sus niveles anteriores a la guerra de 2 millones de barriles diarios, objetivo que depende más de las decisiones de la OPEP y de los mercados mundiales que de la capacidad de extracción kuwaití. Los yacimientos de Kuwáit han sido prácticamente reconstruidos; la producción ronda los 1,5 millones de barriles diarios.
En Arabia Saudí, el patrimonio nacional rondaba los 225.000 millones de dólares en 1981; las inversiones extranjeras de unos 50.000 millones de dólares equivalen a día de hoy a la deuda nacional - interna en su mayor parte - próxima a los 60.000 millones de dólares. Desproporcionadas subvenciones agotan las arcas públicas, al tiempo que la base impositiva sigue siendo ridícula. El déficit presupuestario de 8.000 millones de dólares del ejercicio 1992 ronda el ocho por ciento del PIB, duplicando el porcentaje del déficit estadounidense en relación a su PIB. Los saudíes han adoptado medidas para combatir sus déficit, rebajando el gasto público de 83.000 millones de dólares en 1982 a 48.000 millones de dólares en el ejercicio 1992, pero de persistir la tendencia actual, Arabia Saudí será dentro de poco un país insolvente. Riad todavía puede salvar su reputación de gigante financiero, pero este gigante tiene pies de barro.
De hecho, la práctica totalidad de los países miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo necesitan con urgencia liquidez para conservar su estándar de vida. La capacidad de la OPEP para producir a niveles récord mientras mantiene los precios por encima de los niveles pre-invasión de Kuwáit depende de sucesos extraordinarios que pueden no perdurar, en concreto la ausencia de Irak del mercado y el colapso de la producción en la antigua Unión Soviética. No obstante, los miembros de la OPEP pueden competir durante los próximos tres a cinco años en lugar de cooperar si el mercado se relaja. Cuatro factores abaratarían más el precio: El retorno de Irak al mercado, la vuelta a los antiguos niveles de producción de las antiguas repúblicas soviéticas, una economía mundial en recesión e impuestos más elevados a los combustibles en los países desarrollados (sea por motivos medioambientales o por razones fiscales).
Volviendo a cuestiones políticas, las diferencias fronterizas siguieron progresando en 1992 sin generar problemas relevantes. Arabia Saudí y Qatar mantuvieron un desagradable desencuentro en otoño. Riad sigue mostrándose hostil a Yemen por motivos de rivalidad arraigada, el rencor por la postura pro-Saddam de Yemen durante 1990-91 y la posterior expulsión de más de medio millón de yemeníes que trabajaban en Arabia Saudí, así como el descontento saudí por las elecciones multipartidistas celebradas en Yemen.
Si bien conservan estrechamente el poder en sus manos, las familias en el poder en el Golfo Pérsico durante 1992 adoptaron pequeñas medidas para ampliar la participación política. La oposición salió inesperadamente bien parada en los comicios de octubre en Kuwáit, ocupando 31 de los 50 escaños. A pesar de la victoria de la oposición, el emir eligió a parientes en el poder para ocupar las carteras clave de defensa, asuntos exteriores e Interior. Las administraciones de Omán y Bajrín revitalizaron sus asambleas consultivas - ampliando la adhesión una y renovando la otra la promesa de 1988 de reconstituir una instancia disuelta en 1975. El monarca Fahd de Arabia Saudí anunció una "Ley de Estado" sin precedentes, así como un abanico de legislaciones más el 1 de marzo. En conjunto, estas medidas podrían sistematizar y regularizar los mecanismos que en el pasado habían estado sujetos al capricho real. Prometen, por ejemplo, una instancia judicial independiente, previsible regulación presupuestaria y protección de la propiedad privada. Además, el monarca anunció que por fin va a convocar el muchas veces prometido Consejo Consultivo, aunque siguió pasando por alto plazos autoimpuestos.
Como en los demás países musulmanes (Argelia, Jordania) la ampliación de la participación política en Arabia Saudí podría hacer más fundamentalista al país, amenazando de esta forma la estabilidad política. De hecho, 107 líderes religiosos denuncian en un manifiesto las influencias culturales occidentales (la programación televisiva que "glorifica estilos de vida occidentales decadentes") y la alianza de Riad con Occidente (que invita a efectivos "ateos" a defender el reino, y no combate "al enemigo judío"). Riad sigue nervioso con la democracia en la región, como prueba su reacción a las elecciones parlamentarias de Yemen y las presiones sobre las petroleras para no abrir prospecciones en una zona reconocida en general como parte yemení en un conflicto fronterizo.
Los estadounidenses han de tener mucha precaución con considerar a Arabia Saudí "una isla de estabilidad en una de las zonas más problemáticas del mundo", como el Presidente Carter describió tan imprudentemente a Irán a sólo una semana de iniciarse la Revolución Islámica. En lugar de convertir la alianza con Riad en los cimientos de la política norteamericana en la región, Washington tiene que considerar a Arabia Saudí un aliado temporal con el que sigue habiendo diferencias acusadas y múltiples, y permanecer abiertos a otras opciones.
Turquía, la calma en medio de la tempestad
Turquía ofrece una de esas opciones. Es el único país de Oriente Próximo con el que América mantiene un tratado de alianza oficial (a través de la OTAN) y es la única democracia de la región junto a Israel. También será un país muy expuesto en los próximos años.
El peligro reside en lo que Turquía ha evitado durante los 50 últimos años. De la sofisticada neutralidad de la Segunda Guerra Mundial a la discreción frente a la Unión Soviética, pasando por la ausencia en los conflictos de Oriente Próximo, Ankara salió airosa de problemas evitables. El colapso soviético y la Operación Tormenta del Desierto - por deseables que fueran desde su punto de vista - han arrastrado a Turquía a delicados asuntos exteriores. El país tanto tiempo al margen de tragedias ajenas de pronto constituye el puntal del malestar. Turquía está hoy rodeada de conflictos en tres frentes: Los rebeldes kurdos del frente meridional (en Irak y Turquía), la guerra entre Armenia y Azerbaiyán en su frente septentrional y la masacre de musulmanes en la antigua Yugoslavia al noroeste - además de las presiones para entrar en Asia Central y los constantes problemas con Grecia y Chipre.
Los kurdos alcanzan unos 10 millones en Turquía, 5 millones en Irán y 4 millones en Irak, con poblaciones más reducidas en Siria y las repúblicas del Cáucaso pertenecientes antes a la Unión Soviética. Simplificando una situación compleja, los kurdos tanto de Turquía como de Irak se han rebelado contra sus propios gobiernos y se han aliado con otras potencias. Bagdad (con ayuda de Damasco y de Teherán) trabaja con la principal organización de kurdos turcos, el Partido Obrero del Kurdistán (Partiya Karkerana Kurdistan, o PKK) contra Turquía. El PKK tiene unos desagradables precedentes de uso de la violencia en 1992, contra otros kurdos en su mayoría, y ahora controla zonas al sudeste de Turquía.
Para empeorar las cosas, el ejército turco lleva a cabo la guerra contra el PKK a su personal y agresiva manera. El Primer Ministro Süleymán Demirel, a quien oficiales del ejército ya han depuesto en dos ocasiones (en 1970 y 1980) parece reacio esta vez a enfrentarse a sus propios Generales. Los hay que llaman a esta situación en la que el gobierno civil sigue formalmente en el poder pero el ejército tiene competencias generosas y crecientes "golpe por memorando". El U.S. News & World Report insinúa que "La guerra civil ha dejado de ser impensable [en Turquía]".
La cuestión de los kurdos turcos complica la política norteamericana hacia Irak. Los turcos temen que el apoyo estadounidense a las fuerzas democráticas dentro de Irak pueda alumbrar una región autónoma kurda - o incluso un país independiente - al extremo norte de Irak. Ankara teme que esto invite a los kurdos turcos a intentar lo propio. De tener éxito, los kurdos turcos habrían puesto en tela de juicio la noción del nacionalismo turco, y la existencia misma por tanto de la nación-estado turca. Unos riesgos tan elevados explican el vigoroso debate en Turquía de la renovación del permiso de las autoridades turcas a la iniciativa humanitaria del ejército estadounidense destinada al norte de Irak (conocida surtidamente como Operación Consuelo II u Operación Martillo Enfilado). Por su parte, el PKK atacaba el abastecimiento a los kurdos iraquíes que partía desde Turquía, obstaculizando los esfuerzos humanitarios al norte de Irak. Las intervenciones turcas contra el PKK dentro de Irak han despertado la preocupación iraní porque los Generales pretendan ocuparse del problema kurdo anexionándose el Irak septentrional . Las tensiones son elevadas, la violencia es endémica y probablemente se avecine una crisis.
Más al Este, la guerra entre Armenia y Azerbaiyán comenzó a principios de 1988, cuando todavía existía la Unión Soviética. Intuyendo el final del imperio, la cúpula armenia inició un intento por controlar Nagorno Karabaj, región de población armenia en el seno de Azerbaiyán. Los azerbaiyanos se opusieron, y el conflicto fue escalando hasta una lucha brutal de sitios, embargos y masacres.
Los turcos sienten una fuerte simpatía visceral por Azerbaiyán. Turcos y azerbaiyanos hablan prácticamente el mismo idioma y son fieles de la misma confesión (los azerbaiyanos son chiíes). Los turcos también comparten con los azerbaiyanos una historia de conflictos con los armenios. Los azerbaiyanos devuelven estos cálidos sentimientos. Por consiguiente, Ankara siente una fuerte presión popular por implicarse directamente contra los armenios. En el seno de Turquía, por ejemplo, voces como la del nacionalista Necati Özfatura defienden que Turquía "juegue un papel disuasorio contra el aventurismo armenio manifestando abiertamente su disposición a la guerra contra Armenia, si no queda más remedio, en defensa de Azerbaiyán".
Aunque el conflicto tiene un fuerte tirón sobre las emociones turcas, Ankara tiene motivos sólidos para conservar unas relaciones decentes con Armenia. Se ha distanciado de la guerra del Cáucaso - aunque admite proporcionar instrucción a militares azerbaiyanos y Azerbaiyán admite la entrega de tejidos destinados a los uniformes de los efectivos regulares - porque la cúpula turca entiende que alinearse con Azerbaiyán podría poner en peligro la relación escrupulosamente respetada con Estados Unidos y Europa. Al defender la contención, el Primer Ministro Demirel advierte explícitamente los peligros de "un conflicto entre musulmanes y cristianos que se prolongará durante años". Al permanecer al margen del conflicto, Turquía no solamente evita la confrontación en el Cáucaso sino que podría mejorar sustancialmente su imagen en Occidente, objeto de ataques en la actualidad por parte de los armenios en la diáspora.
También por su parte, Armenia tiene motivos de peso para mantener relaciones cordiales con Turquía, su principal vía de acceso al mundo exterior. Asimismo, habiendo perdido a su paladín histórico ruso y prácticamente rodeado de musulmanes turcos, precisa entenderse con el más fuerte de sus vecinos. De hecho, a cambio de remesas de alimentos con destino a Armenia, Yerevan ya ha solicitado a sus hermanos de la diáspora que relajen su campaña anti-turca.
Bosnia Hercegovina tentó de igual forma a los turcos con intervenir a mediados de 1992. Las autoridades bosnias suplicaron la ayuda de Ankara a la hora de combatir los envites serbios e impedir "la limpieza étnica". Demirel prometió no permanecer impasible, pero lo hizo. Como en el Cáucaso, las consideraciones en materia de política exterior impidieron intervenir a los turcos; como allí, los sucesos en Bosnia elevaron la temperatura política en Turquía. En concreto, se refrendaba la creciente convicción turca del odio europeo al islam y los musulmanes.
Asia Central también podría alterar el equilibrio político turco, aunque por otros motivos. La inesperada independencia de cinco repúblicas mayoritariamente musulmanas (y cuatro altaicas) en el extremo recóndito del Mar Caspio ha despertando la emocionada noción de Turquía al frente de un bloque altaico de siete miembros. Esta visión tienta con pretensiones de grandeza a ciertos turcos. El Presidente Turgut Özal anunciaba que "las actuales circunstancias históricas permiten a Turquía invertir el ciclo de contracción que comenzó a las murallas de Viena [en 1683]". Kamrán Inán, ministro del gabinete, afirmaba que "Turquía es candidata a ser el país más fuerte de Occidente durante el periodo a partir del año 2010". Estas fábulas podrían provocar desmanes durante los próximos años, invitando a los turcos a sobreestimar sus fuerzas y cometer errores de bulto en el extranjero. Al mismo tiempo, los turcos sí interpretan un papel potencialmente constructivo en Asia Central, y deberían ser invitados a interpretarlo.
Volviendo a la política norteamericana, la capacidad estadounidense de dar respuesta a estas cuestiones se ha visto limitada por la tenaz tendencia a considerar a Turquía un país del sur de Europa, como Grecia o Portugal. La faceta secular de la cultura oficial turca, el uso del alfabeto latino y una orientación integralmente prooccidental de sus mandatarios inducen a los estadounidenses a pasar por alto las dimensiones turca y musulmana de su vida política. De esta manera, el Departamento de Estado incluye a Turquía en la instancia que se encarga de toda la antigua Unión Soviética, Europa Oriental, Europa Occidental y Canadá. Autoridades militares y responsables de la Inteligencia, miran a Turquía demasiado en términos de la OTAN, olvidando que Turquía también conecta con Irán, Irak y Siria. Los temores por las tensiones con Grecia desplazan a los motivados por Siria. El senado se interesa más en las resoluciones armenias que culpan a los turcos de genocidio durante 1915 que en las siniestras alocuciones que salieron de Teherán en 1992, tachando a Turquía de potencial enemigo estratégico de Irán.
La inclinación a considerar a Turquía un país europeo más hace las relaciones norteamericanas con Ankara extraordinariamente desencarriladas, al ser también un país de Oriente Próximo. Incorporar administrativamente Turquía a Oriente Próximo sería una medida secundaria pero significativa a la hora de comenzar el proceso de examinar al país dentro de su contexto idóneo.
En lo que se refiere a las cuestiones de actualidad, Washington debería trabajar estrechamente con Ankara. Esto significa coordinar la política de la zona kurda en el Irak septentrional; ayudar a garantizar que "los aullidos del lobo de Asia Central" no llevan a los turcos a pensar que se han convertido en una gran potencia; e instar con firmeza a Turquía a alejarse del caos del Cáucaso. Por las mismas razones, el gobierno estadounidense debería de dejar claro a los armenios, tanto a los afincados en el país como a los residentes en Armenia, que rechaza tajantemente su retrato de primera línea del frente del cristianismo para tener a raya al islam.
Asia Central en el punto de mira
Asia Central, muy alejada históricamente de Estados Unidos, incluye hoy intereses estadounidenses en dos sentidos: las cabezas nucleares de largo alcance en Kazajstán y el descontento provocado por los movimientos islámicos fundamentalistas en toda la región.
Kazajstán tiene una población diversa que recuerda al Líbano: el 40% es kazajo y el 36% es ruso, con cifras ingentes de ucranianos, alemanes y coreanos, entre otros. El Presidente Nursultán Nazerbaev se esfuerza por conservar las relaciones armoniosas entre los grupos étnicos, lo que significa no alejarse de Rusia, casi al extremo de saltarse la independencia kazaja. Pero esta política de acomodo altera a los nacionalistas kazajos, que exigen políticas más asertivas y Nazarbayev también ha de complacerlos. Por ejemplo, con el fin de alterar el equilibrio étnico, las autoridades de Alma Ata animan la inmigración de los kazajos afincados fuera de Kazajstán; llegan a ofrecer pasaporte a los kazajos en la diáspora sin obligarles a emigrar. Muchos de los 150.000 kazajos de Mongolia emigraron en 1992 y una cifra desconocida de los 900.000 kazajos de China podrían ser los próximos. Si los nacionalistas kazajos se salen con la suya, un gobierno novedosamente asertivo en Kazajstán podría tomar medidas nocivas para los rusos afincados en el país, provocando al Kremlin y conduciendo a un conflicto de proporciones probablemente épicas. A la sazón, un gobierno ultranacionalista en Moscú podría pretender mejorar su imagen a través del enfrentamiento con Alma Ata.
Esta tesitura post-soviética casi estándar arrastra a Estados Unidos, porque Kazajstán acoge 104 cabezas SS-20 y 40 bombarderos nucleares. Hoy se encuentran bajo mando del CIS (ruso, en la práctica). En caso de enfrentamiento con Rusia, Kazajstán sería fuertemente presionado para presentar una defensa convencional solvente contra los efectivos rusos. Posee escaso armamento convencional, siendo los oficiales de su ejército en pañales de extracción rusa étnica mayoritariamente, y el grueso de la población rusa afincada al norte del país celebraría probablemente la intervención rusa. Por tanto, la defensa de Kazajstán con mayores probabilidades de éxito podría residir en hacerse con el control total del armamento nuclear en su territorio y amenazar a Moscú con la destrucción mutua. Con esta opción presente, Kazajstán podría quedarse a falta de sus compromisos nucleares o exigir un intercambio por este paso, como ayuda occidental sustancial o garantías de seguridad. Su presente política, que debe de estar presente en las negociaciones del desmantelamiento de su arsenal nuclear, proporciona generosas oportunidades de aplazamiento. Y en cualquier caso, el Tratado de Reducción de Armamento Estratégico permitía Kazajstán conservar sus armas nucleares hasta 1999. Washington necesitará desarrollar incentivos como herramienta de influencia sobre las decisiones de Kazajstán en materia nuclear.
Los movimientos islámicos fundamentalistas de Asia Central, y sobre todo en el densamente poblado Valle de la Fergana, plantean otro motivo de preocupación a los estadounidenses. Prolongándose durante más de una década, el colapso de la autoridad soviética significó el final de la mayoría de sus limitaciones a su crecimiento, con resultados imponentes. Hasta la fecha, el renacimiento del islam ha cobrado la forma de actividades culturales, educativas y claramente religiosas principalmente (como la enseñanza de la escritura árabe y del Corán). Pero elementos cada vez más poderosos exigen que el gobierno promueva las costumbres islámicas y que la ley islámica sea el único ordenamiento jurídico. Si bien los movimientos sí desposan puntos de vista anti-occidentales, son nativos y solamente están apoyados marginalmente por potencias extranjeras, sobre todo Irán, Pakistán y Arabia Saudí.
En Tayikistán, los tayikos étnicos (el colectivo de idioma persa que representa los dos tercios de la población de la república) lleva tiempo inmerso en una guerra civil que comienza cuando el secretario del Partido Comunista de Breznev, Rajmón Nabiyev, se declara presidente en noviembre de 1991. Las fuerzas de la oposición, incluyendo unos cincuenta ejércitos privados, se rebelan contra él en marzo. En mayo, Nabiyev logra el final de una rebelión de 51 jornadas, sólo para dimitir a punta de pistola en septiembre. Fuerzas leales a su persona capturan Dushanbe el 26 de octubre, pero su relevo, Ajsbarshaj Iskandrov, conserva el poder durante siete semanas gracias a la intervención de efectivos rusos.
Estos acontecimientos despiertan la preocupación porque un fundamentalismo de inspiración iraní pueda alimentar el descontento. Pero los problemas de Tayikistán son más producto del conflicto étnico, regional e inter-elitista local que de la interferencia extranjera (como afirman con contundencia los líderes de Uzbekistán) o la influencia del islam fundamentalista.
Como en Tayikistán, el conflicto civil puede presentarse en cualquier parte de Asia Central. Las diferencias étnicas y regionales han estallado en forma de violencia criminal, al igual que las diferencias entre antiguas élites comunistas y quienes las desafían. Sin excepción, los aspirantes dicen apoyar reformas económicas más fulminantes si bien sus programas son difusos, y ser demócratas, aunque no está claro lo que entienden por ese término - la democracia es objeto de hecho de aprobación fingida que recuerda a la otrora prestada por el marxismo-leninismo.
Siendo Asia Central tan distante y ajena para los estadounidenses, no es probable que el gobierno estadounidense intervenga directamente en esa región. Esto deja a Washington dos opciones elementales: impulsar los vínculos con Turquía, o con Rusia. El Presidente Bush adoptó la primera política, llamando a Turquía "el modelo de los demás, sobre todo las repúblicas nuevamente independientes de Asia Central". Pero este enfoque reviste limitaciones importantes, al ser Turquía geográficamente distante, carecer de vínculos directos con la zona y estar mucho más avanzada que Asia Central. Tras el primer torrente de entusiasmo (cuando se llamaba a Estambul "La meca de los turcos"), la población de Asia Central se ha enfriado hacia la perspectiva de emular a Turquía o seguir su referencia política.
Las relaciones de Asia Central con Moscú son importantes y lo seguirán siendo probablemente durante los próximos años. El ruso sigue siendo el idioma oficioso y el rublo la divisa. Los rusos copan los puestos del ejército, aunque los políticos de la vieja guardia que todavía mandan en la práctica totalidad de Asia Central siguen todavía buscando referencia en el Kremlin. Rusia también ha ocupado nuevos papeles en el pasado reciente: Los disidentes uzbecos publican hoy en la prensa rusa y se refugian en Rusia. Más en general, Rusia despeja el camino a la hora de abandonar siete décadas de administración comunista. Por todos estos motivos, los responsables estadounidenses deberían de animar las firmes relaciones presentes entre Rusia y Asia Central.
Esto cobra aún más urgencia porque Irán es la verdadera alternativa a Rusia, no Turquía. Irán tiene mayores medios económicos, una ideología más dinámica, continuidad geográfica y ofrece vías comerciales realistas con salida al océano (a través de territorios relativamente llanos hasta el excelente puerto de Bandar Abbás). Las petroleras y los bancos de inversión estadounidenses deberían destinar sus cientos de millones de dólares a financiar oleoductos a través de Rusia, no de Irán. Los intereses estadounidenses exigen para adquirir nuevos recursos que sobreviva Boris Yeltsin, no Rafsanjani.
Un futuro incierto
En lo que a Oriente Medio respecta, el grueso de la atención norteamericana - administrativa, periodística, docente, religiosa - se dedica habitualmente al conflicto árabe-israelí. Pero los acontecimientos de 1992 confirman la tendencia en vigor al menos desde la invasión iraquí de Kuwáit: la mitad oriental de Oriente Próximo acoge problemas de creciente relevancia para Estados Unidos. De hecho, los escenarios turco y pérsico cobran a estas alturas bastante más peso claramente, en términos económicos y de seguridad en la misma medida, que el árabe-israelí. Irak e Irán son especialmente problemáticos - los problemas enquistados de la política norteamericana, lastrando a tres presidentes consecutivos. Jimmy Carter nunca se recuperó de los reveses consecutivos de la caída del shaj y el secuestro de la embajada norteamericana. El escándalo del Irán/ contra marcó profundamente la presidencia de Ronald Reagan. El "Irakgate" y la resistencia de Saddam en el poder viciaron sobradamente las ventajas de la Operación Tormenta del Desierto de George Bush. ¿A qué se enfrentará Bill Clinton?
Obviamente, no podemos saberlo. Pero cuanto antes desplacen a oriente su atención los demás estadounidenses y él, más preparados estarán para afrontar los problemas que se avecinan.