La apertura de la embajada de EEUU en Jerusalén supone un hito emocional para quienes abogan por un Israel seguro y próspero; en ese espíritu, Donald Trump ha sido saludado como "lo mejor que le ha pasado a Israel en mucho tiempo".
Puede ser. Pero también hay una razón para ver en el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel no un fin sino la primera parte de un drama en tres actos que termina mal para el Estado judío.
Dejen que me explique.
Trump se hizo un nombre como promotor inmobiliario. Para sacar adelante sus proyectos, llegaba a acuerdos dando a las partes –socios, sindicatos, propietarios, inspectores municipales, bancos, etc.– lo que querían. Ese es el arte de la negociación.
En Oriente Medio, Trump tiene dos grandes prioridades: reducir la amenaza iraní y alcanzar el "acuerdo definitivo" en el conflicto árabe-israelí. Los dos objetivos están relacionados porque la única manera de poner en pie una alianza poderosa contra Irán pasa por contar con Israel, y esto a su vez requiere la resolución de la cuestión palestina, para que el saudí y los demás regímenes árabes puedan cooperar completamente con el Estado judío.
Así las cosas, hay que
Paso 1: dar al liderazgo saudí lo que más quiere: grandes cantidades de armas y atención.
Paso 2: hacer lo mismo con Israel, es decir, trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén.
Paso 3: hacer lo mismo con los palestinos, es decir, [crear una] Palestina con capital –también– en Jerusalén, a cambio de que renuncien al derecho al retorno y se comprometan a vivir en paz con el Estado judío de Israel.
¡Bingo, Trump tiene su alianza antiiraní y su resolución del conflicto árabe-israelí! ¿Alguien quiere un Nobel de la Paz?
Sólo hay un gran obstáculo: sin vergüenza, los líderes palestinos dicen lo que necesitan, se les hacen algunas concesiones y acto seguido reniegan de sus promesas; hemos visto esto en demasiadas ocasiones ya, especialmente en los Acuerdos de Oslo de 1993. Estos engaños fuerzan a los israelíes a montar puestos de control, efectuar detenciones e incluso disparar contra palestinos, y entonces (como estamos comprobando a propósito de lo que está sucediendo en la frontera de Israel con Gaza) se les llama genocidas. Así que esta historia termina bastante mal para Israel. ¿Merece la pena que se reconozca Jerusalén como capital de Israel a cambio de la creación de Palestina?
Hasta ahora, Trump no ha dicho nada de su plan en tres fases porque necesita el fervor que ha generado el traslado de la embajada. A continuación se dirigirá a los palestinos, y para entonces Benjamín Netanyahu, Aipac y todos los demás se quedarán sin palabras, no podrán quejarse tras haberle jaleado con tanto entusiasmo.
Como dijo el ministro israelí de Defensa, Avigdor Lieberman, a principios de mes, luego de un viaje a Washington: "No hay almuerzo gratis". Quienes andan celebrando el traslado de la embajada podrían tener bien presente esta máxima, moderar su euforia y prepararse para la siguiente y más problemática fase.
Como escribí hace tres meses, "en el pasado me he equivocado muchas veces con Trump: ojalá vuelva a hacerlo también ahora".
PS: Siguiendo una lógica completamente distinta, Yair Rosenberg llega en Tablet a una conclusión similar: "Trump acaba de hacer mucho más probable que el próximo presidente demócrata abra una embajada para Palestina en Jerusalén". El razonamiento se explica en el subtítulo: "Los mismos argumentos que se han dado hoy para defender el traslado de la embajada pueden fácilmente reutilizarse mañana".
Versión original (en inglés): danielpipes.org
© Versión en español: Revista El Medio